Tipos y Figuras de Jesucristo en el Antiguo Testamento (Parte 1)

 

Tipos y Figuras de Jesucristo

en el Antiguo Testamento

Introducción

 

“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”, Juan 5:39.

 

“Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él”. Juan 5:46.

 

“¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”. Luc 24:26-27

 

“Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”. Luc 24:44

 

 “Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. 2 Co 3:14-17.

 

“Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret”. Jua 1:45

 

“De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre”. Hch 10:43

 

“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos”. 1Pe 1:10-11

 

“Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”. Apo 19:10

 

 

Todas las Escrituras hablan de Cristo. No sólo aquellos pasajes denominados mesiánicos o los que están contenidos en los libros proféticos, sino TODA la Palabra de Dios. Jesucristo es revelado en cada verso y es tipificado en cada uno de los patriarcas. El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía (Apo 19:10). En los cinco libros de Moisés, la Torá, Él es prefigurado especialmente en Isaac, José y Moisés. Cada uno de ellos refleja distintos aspectos de la vida de Jesús y en el plan de redención de Dios para liberar a toda la creación.

 

Las figuras de Cristo en el Antiguo Testamento también son sombras proféticas. Oseas 12:10 dice: “Y hablé por los profetas, y yo aumenté las visiones, y por mano de los profetas puse semejanzas (Biblia Casiodoro de Reina 1569). La palabra hebrea para “semejanzas” es damá, que significa comparar; por implicación parecerse, asemejarse, considerar: acordar, asemejar, comparar, idea, maquinar, pensar, semejante.

 

1 Co 10:11 también señala: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. La palabra griega para “ejemplo” es Tupos, que es una figura, imagen, forma, prefiguración, señal estilo o semejanza; específicamente se refiere a una muestra (tipo o prototipo), modelo (por imitación) o instancia (para advertencia).

 

Isaac, José y Moisés prefiguran a Cristo en un orden perfecto: Isaac muestra el nacimiento milagroso de Jesús y con el evangelio que presenta mayores paralelos es con Lucas; el relato de José se centra en el rechazo del Mesías por parte de sus hermanos y su posterior ascenso político y revelación a ellos. Tiene muchos paralelos con Mateo; mientras que Moisés, el más grande profeta y mediador entre Dios y Su pueblo, prefigura a Uno más grande que Moisés, a nuestro divino Mediador y Libertador, no sólo de Israel, sino de todo el mundo. Con Moisés, los principales paralelos se presentan con el evangelio de Juan, que de hecho, cierra casi de la misma forma que Deuteronomio, el último libro de la Torá.

 

El Señor Jesucristo no sólo es representado en los patriarcas, sino también en hombres de Dios que aparecen brevemente y que a simple vista parecerían tener menos relevancia, como Finees o el mayordomo Eliaquim en Isaías 22:20. Todos ellos en su andar terrenal prefiguran a Aquel que es el Señor y es del cielo, porque lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual (1Co 15:46).

 

Pero además el Señor se revela en el Antiguo Testamento en objetos, leyes, símbolos, en la ley del voto; Él es la Ciudad de refugio; el Pariente redentor; el pariente vengador de la sangre; el Arca del Pacto; el Sumo Sacerdote; el Rey de Israel; El Profeta después de Moisés; El Renuevo de Justicia; el rey y sacerdote como Melquisedec; la Simiente prometida, entre muchos otros títulos a lo largo de toda la Escritura.

 

Ver a Cristo en la vida de ellos nos permite ver un cuadro más amplio de la cosas por venir y de las profecías por cumplirse en Su segunda venida. Ver a Cristo en el Antiguo Testamento nos permite entender otros hechos que sin Cristo nos parecerían un enigma. Uno de ellos es la transgresión de Moisés que le impidió entrar en la Tierra Prometida, tal vez no sepamos con certeza si fue su desobediencia al golpear la roca (Núm 20:11) o si pecó con sus labios (Sal 106:33), pero cuando vemos a Cristo reflejado en Moisés en ese evento, la razón pasa a segundo plano cuando entendemos el fin de aquello. Moisés rogó a Dios que apartara su ira de él: “Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano. Pero Jehová se había enojado contra mí a causa de vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo Jehová: Basta, no me hables más de este asunto”. Dios no apartó su copa de él, aunque Moisés le rogó. Este hecho prefigura a Aquel que no transgredió en nada, y que al igual que Moisés, le pidió a Dios “si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Así como Moisés recibió la ira de Dios por causa del pueblo, como también lo confirma el salmo 106:33, Jesucristo bebió la copa de ira de Dios que estaba destinada a todos nosotros. Ambos rogaron a Dios y ambos recibieron la ira de Dios por causa del pueblo que rescataron de esclavitud.

 

Luego de Moisés, viene Josué, el período de los jueces y después el de los reyes, siendo el rey David otra figura del Mesías y Rey de reyes. A medida que vemos estos paralelos, se completa un cuadro más amplio y podemos ir entendiendo mejor las profecías, porque los ciclos se van repitiendo (Ecl 1:9-10; 3:15). Por ejemplo, así como hubo 400 años antes de que Dios sacara a su pueblo de la tierra de Egipto, a través de su libertador Moisés, también hubo cerca de 400 años previos a la primera venida de nuestro Señor, cuando Dios había cesado de levantar profetas como los de la antigüedad y ya no se veían señales y prodigios.

 

Los hechos que vinieron después de Moisés son similares a los que precedieron la primera venida de Jesucristo. Así como en los cinco libros de Moisés tienen paralelos con los cuatro evangelios de Jesucristo, el libro de Josué es la continuación de la liberación de Moisés, tal como Hechos precede a la liberación por medio de nuestro Salvador. Josué no sólo es una figura del Mesías, como libertador y guiador de su pueblo, sino también es figura de los apóstoles. Josué es investido de la misma autoridad de Moisés cuando éste le impone las manos, tal como el Señor hizo con sus apóstoles. Josué también es confirmado entre la congregación y hace señales y milagros igual que Moisés, como la división de las aguas del Jordán. Aquí la misión es terrenal, tomar posesión de cada territorio prometido por Jehová a su pueblo y enfrentar a los moradores de la Tierra; mientras que en Hechos, la misión es espiritual, llegar a los confines de la tierra con el evangelio de Cristo y enfrentar la creciente oposición, persecución y muerte. En Josué se trata de la Tierra prometida; en Hechos, de la Simiente prometida; En ambos actos de salvación “no faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió” (Jos 21:45).

 

Cuando muere Josué se levanta una nueva generación “que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel”, y se inicia un período oscuro en la historia de Israel en que “no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía”. Y Dios les levantó jueces, pero lo mismo sucedía con los jueces, mientras este vivía el pueblo buscaba a Jehová, pero al morir el juez, se volvían a corromper, incluso algunos de los mismos jueces que libertaron a su pueblo después lo hicieron prostituirse, como Gedeón (Jue 8:27). A medida que el pueblo hace lo que bien le parece, comienzan a menguar las señales, el pueblo y sacerdocio levítico se van corrompiendo y apostatando. Todo esto por unos 400 años, hasta Samuel (Hch 13:20). Cuando él ministraba, “la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia”, pero el pueblo colma el vaso cuando pide rey, y Dios les da a Saúl, quien al desobedecer a Dios, termina siendo desechado por Él. Aquí se inicia otra etapa. Dios levantará a un nuevo salvador para su pueblo, el rey David, y Samuel viene a ser un tipo de Elías, que prepara el camino para el futuro rey que los librará de sus enemigos. David, a su vez, prepara el camino para el reino de paz que vendrá con Salomón. Pero después de la era dorada de Salomón, viene Roboam y “cuando Roboam había consolidado el reino, dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él”. Aquí se divide el Reino de Israel en norte y sur y comienza una sucesión de reyes, repitiéndose el mismo patrón del tiempo de los jueces: mientras ese rey hacía lo recto a los ojos de Jehová, el pueblo se volvía a Jehová, pero cuando moría ese rey y asumía uno malo, el pueblo se volvía a prostituir.

 

Después de Daniel y durante el llamado período intertestamentario se vuelve a dar un silencio como de 400 años de parte de Dios, cuando Israel se encuentra dispersa y como ovejas sin pastor. Zac 10:1-2 dice “Pedid a Jehová lluvia en la estación tardía. Jehová hará relámpagos, y os dará lluvia abundante, y hierba verde en el campo a cada uno. Porque los terafines han dado vanos oráculos, y los adivinos han visto mentira, han hablado sueños vanos, y vano es su consuelo; por lo cual el pueblo vaga como ovejas, y sufre porque no tiene pastor”. Así era el escenario antes de la primera venida del Señor, que es la lluvia temprana, y así será antes de Su segunda venida, la lluvia tardía, como dice Oseas 6:3: “Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra”.

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