Los Peligros de Ulises o el Carro de Elías
Juan Luis Molina
Uno de los peligros más graves que enfrentó Ulises y
salió victorioso, nos cuenta Homero en su afamada epopeya La Iliada , sucedía en la
travesía del mar de tentaciones que
cruzaba el héroe hasta su gloria. Ulises, habiendose informado que nadie salió
antes vivo de esta formidable prueba, mandó que se comprasen grandes medidas de
"cuerdas de atar" antes de zarpar del puerto con su tripulación. El
misterioso medio de las cuerdas de atar les protegería. Resulta que hermosísimas
sirenas de una belleza sin igual entre las más bonitas mujeres, acercáronse al
barco de quien se atreviese a cruzar sus aguas, les hechizaban y quitaban el
sentido, y embaucaban de tal manera la tripulación entera encantándola, que
ninguna fuerza militar o de comercio había resistido ni vivido para contarlo. Los
marineros se lanzaban al mar de cabeza y eran zugados hasta sus profundezas
como el buey se dirige para el matadero - sin abrir su boca siquiera! Tal era el susurro de sus cantos y la
suavidad de sus encantos, que ni los más fuertes habían resistido. La
fascinación que causaban a todos los sentidos humanos no la podían sufrir. Así que Ulises se hubo introducido en el mar
de las sirenas, antes de adentrarse se apresó a atar a toda la tripulación al Mastro
principal del barco. A seguir utilizando sus propios dientes y brazos, y el de
sus compañeros presos, acabó por atarse el propio en el mismo Mastro; dejando
las velas desplegadas al viento. Bien salieron semidesnudas de sus rincones
profundos aquellos seres deliciosos y bellos en gran manera. Bien los
acariciaron y sedujeron a todos en su travesía. Se quedaban como muertos cuando
las escuchaban, y bien maldecían los marineros encontrarse "atados" al
Mastro. El Viento de aquellos días no era muy fuerte, sino de calmería y
bonanza. Fueron muchas lunas en medio del mar de las sirenas; pero un buen día
sopló un fuerte viento del norte y barrió de aquellos mares el barco. Los
marineros encallaron en una isla de otros mares, en la cual no sabían lo que
les aguardaba; tuvieron que aguardar que sus "ataduras" apodreciesen
para verse libres. Pero fueron salvos de las sirenas y ahora estaban ya más
cerca de la gloria.
Este relato parece una calamona, y viéndolo otra vez bien
a tras luz, se parece mucho con el Mastro Cristo y con nuestras ataduras En Él.
Te das cuenta? Quién no ha tenido "sirenas" en
vuelta de su barco cuando estaba aislado en los mares del mundo? Hubiésemos ido
con gusto hasta el fondo de sus profundezas si no nos hubiese atado Cristo a Su
Mastro. A mí por lo menos me sedujeron unas cuantas sirenas dejándome ahogar si
pudiera para estar con ellas en las profundezas. A Pablo le ocurrió igual, y
deseaba ser anatema, maldito, por causa de sus hermanos según la sangre. Con
gusto se hubiese ido con ellos en su esperanza, pero no podía, porque estaba
atado y era "prisionero de Jesucristo"
Este es otro enfoque distinto de la calamona:
Hay veces que aparecen sirenas cuando estamos cruzando
los mares del mundo hasta el Llamamiento desde el aire. Pero ninguna sirena nos
hará daño alguno si estamos atados al Mastro. Bien pueden enamorarnos mientras
dure la bonanza y comience el Viento Huracanado, llevándonos con Él a otras
glorias más altas e imperecederas nuestro Padre. Si estamos atados al Mastro, las
sirenas más osadas e irresistibles, no pasarán de ser sino puro entretenimiento
y refresco en el Intervalo del Cine que estamos contemplando. Un mero desvío de
los ojos de la Pantalla
que no nos quita nuestra atención para nada.
Y los susurros de las sirenas van desapareciendo; se
hacen más distantes y ya casi ni se oyen. Pareciera que las haya tragado la
tierra.
Un cristiano reconfortado por la gracia ya jamás quitará
sus ojos del Sustituto. Los placeres más sublimes no se pueden comparar
siquiera con el amor en Cristo. Podemos dejar de oír el dulcísimo canto de una
sirena de un día para otro, y sin da por eso encallar apenado en otra isla
donde no sepamos lo que nos espera. De todo pasamos en este Gran Barco cuyo
capitán y Cabeza Principal es Cristo Jesús. Nos mira tumbados en la cubierta
del barco, y se ríe. Ríe a carcajadas viendo nuestra cara miserable acordándonos
del canto de las sirenas; de las ollas de carne y de puerros alrededor de las
cuales nos sentábamos para comer y devorar en Egipto.
En esta isla donde encallo el barco con las velas
desplegadas al Viento y atadas al Mastro, ahora que se han dejado de oír
sirenas, se me inclina a volver a mirar Levíticos. Resulta que, siempre y en
todo el tiempo que me llevé traduciendo la obra de S.H.Kellogg, me parecía que
el Espíritu estaba dándome a comer cada palabra de éste Libro sin tan siquiera
dejar que las masticara. Es cierto que todo lo que veía me resultaba bueno en
gran manera. Pero me sentía empanturrado con lo que comía y hacía la traducción
casi por la fuerza. No tenía otra cosa que hacer en aquel tiempo, así que
seguía traduciendo sin ver bien para lo que serviría lo que andaba haciendo. Es
cierto que me sorprendía de tiempos a tiempos el Espíritu mientras transcribía
el documento. Se me daba a ver en
primera mano en su traducción, por ejemplo,
una división entre el espacio visible y el invisible para el hombre. El
Espíritu en Levíticos me enseñó que todavía existe un velo entre los lugares
celestiales y los terrenales, y que el hombre nada sabía en cuanto a la
desinfección del pecado en esos lugares invisibles para el hombre. Súbitamente vi.
que las consecuencias del pecado van mucho más allá de todo lo que habían
enseñado los hombres o yo pudiese haber imaginado.
La reconciliación
de las cosas visibles pueden de alguna manera ser conocidas en la Palabra de la verdad; pero
la reconciliación de los lugares invisibles es algo que solo Dios ha llevado a
cabo con el Sumo Sacerdote, y el velo que envuelve estos lugares celestiales
invisibles de todo ojo mortal, nos impide saber ahora lo que contengan dentro. Hay
misterios o secretos divinos por desvendar todavía, nos asegura el Espíritu. Aun
tenemos que venir a conocer, al final, que el propósito de Dios es mejor y más
misericordioso de lo que juzgamos. Qué tipo de poder poseeremos En Cristo, cuando
Dios nos dice que estamos por encima de los "principados" y "potestades"
y "poderes" habitantes de esos mismos lugares Celestiales e
invisibles para el hombre? En estos "lugares" (plural), se hayan
seres creados que nunca se rebelaron contra Dios el Creador de todos los
Espíritus. También habitan otros que sí, que si se rebelaron con Lucifer. Estos
últimos no solo vagan por la tierra a procura de hogar donde habitar en ella, sino
que también tienen reservada y limitada para ellos parte del "aire" invisible
como morada alternativa. Todas estas cosas las aprendía del Espíritu
proveniente de Levíticos.
Las leyes de la lepra y de la costumbre de las mujeres
fue otro banquete que degusté casi sin masticar siquiera. Bastaba que la más
mínima señal apareciese en el leproso para ser puesto de fuera del campamento
sin contemplaciones. Se perdían todos los derechos; y hasta tu casa y tus
pertenencias podían ser quemadas y destruidas, si es que tu lepra hubiese
tocado en sus paredes. Dios nos enseña en Levíticos que nadie se libra de Su
condena, y que la muerte impera y reina en cada uno de nuestros miembros. Es
bien peor y más crudo de lo que suponemos, y Dios no se avergüenza de
enseñarnos nuestra completa depravación - de los pies a la cabeza. En las
mujeres la sentencia es a doblar, y su menstruación es bien prueba de eso mismo.
Cuando la mujer Israelita daba a luz, ese no era día de alegría sino de luto
para Dios. De ofensa y de pecado, por haber contribuido la mujer con la venida
al mundo de otro ser nad-muerto, en delitos y pecados. Si daba a luz un niño se
consideraba impura un cierto tiempo; si fuese niña la que pariese se
consideraba así por el doble del tiempo. La mujer se revela particularmente
maldecida por Dios, pues fue ella según nos dice que fue engañada. Todo esto
podía leerlo y transcribirlo porque siempre había una voz en mi interior, recordándome
que ya no había varón ni mujer. De todas formas es En Cristo que no hay
distinciones. Mientras aquí aguardemos el Llamamiento Supremo, se mantienen y
manifiestan todavía las dichas distinciones. Los que van atados al Mastro se
consideran muertos para ellas, pero no dejan de sufrir sus envestidas. Aprendemos a sobrevivir por la fe sola.
Hoy vine a saber que, el Libro de Levíticos, es el Libro
de la ADORACIÓN. Estoy
que trino con este sueño y visión. Hace algún tiempo que acabé la traducción de
este Libro, y yo supuse que Dios me iría a mostrar más escenarios del Gran
Secreto. Me daba la impresión que solo las generaciones venideras se podrían
beneficiar de aquel trabajo. Sin embargo, de una manera insistente, el Espíritu
me reverdecía en la memoria los asuntos de Levíticos. Llevo unos días
escribiendo y describiendo casos y circunstancias, en los cuales el Espíritu me
introducía Levíticos. En relación a los funerales, en relación al aspecto
visible de los idólatras, en relación a que nadie puede verse libre de Su
condena. En la necesidad del todo de parte de Cristo, sin nuestra intervención,
de nuestra salvación. De la necesidad que el mundo tiene de que vuelva el Sumo
Sacerdote. De mil aspectos Levíticos me recubre ahora el Espíritu en todos los
escenarios que está desplegando. Pareciera que fuera el crecimiento producido
por toda aquella ingestión de Levíticos sin entender bien yo por qué quería el
Espíritu que lo digiriera.
Ahora Levítico me resulta como el farol que alumbra el
barco de los "prisioneros de Jesucristo". Somos como Sus peces
capturados por Su red a lo largo de Su travesía con el Padre.
De manera que, al mismo tiempo que traduzco el Reino de
Dios En la Tierra
y Sobre la Tierra
de Sturt Allen, me está deliciando ahora el Espíritu corrigiendo mi trabajo de
traducción en Levíticos. Comencé esta mañana y revisé cerca de cuarenta páginas
suyas. Estoy sencillamente maravillado y sorprendido viendo sus contenidos, y
creo que ahora el Espíritu Santo quiere enseñarme el por qué, la razón por la
cual éste sea precisamente Su Libro de Adoración.
Hay veces que nos cansamos y nos sentimos solos
aguardando el Llamamiento desde la tercera gloria. Pero son momentos en cambio
que disfrutamos los mejores banquetes, y conocemos por experiencia asuntos que
no han llegado al corazón de hombre alguno. Este es aquel desgastarse y
renovarse continuado en el esperanza de la Palabra Profética
más segura y cierta. Esta es la base común de cada cristiano atado al Mastro y
hecho "prisionero de Jesucristo" hasta que nos saqué de aquí el
Viento Huracanado y nos ize a las alturas como le sucedió al carro de Elías.
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