EL
BAUTISMO
Por

Stuart Allen

 

Traducción: Juan Luis Molina

 

 

 

 

THE BEREAN PUBLISHING TRUST 52A WILSON STREET, LONDON  EC2A  2ER ENGLAND  

 THE BEREAN PUBLISHING TRUST ISBN  0  85156  131  4 

Revised edition   1989 Reprinted     1995

 

 

 

 

 

 

 

El Bautismo

 

Vamos a considerar la enseñanza de la Palabra de Dios concerniente al Bautismo. Desde el punto de vista de nuestros amigos pertenecientes a la denominación Baptista, este tema resultará ser muy simple, pues nos dirían que, cuando una persona viene a conocer al Señor Jesús como su Salvador, lo que debe procurar hacer a seguir es sumergirse en el agua. Nos aseguran, además, que fue eso precisamente lo que sucedía en los tiempos apostólicos; y así, por tanto, sería también lo que debería hoy en día hacer el creyente. Las razones con las cuales nos confrontan son una o más de las siguientes: A la persona recientemente salva se le dice que el bautismo es un sello del creyente, o que es una señal para los incrédulos, o que ocupa el lugar de la circuncisión, o que es una confesión de Cristo, o que es la ordenanza inicial de la Cristiandad, o que es la imposición del uniforme de un Cristiano, o que es un medio de gracia, o que trae al creyente en proximidad con la misericordia del Dios del pacto. Algunos dirán que el Señor Jesucristo fue bautizado, por tanto, cada creyente debería también ser bautizado. Pero nos sorprendería bastante que aquellos que empleen dichos argumentos hubiesen alguna vez considerado lo que están confesando a la luz de la Palabra de Dios. Ahora bien, veamos entonces: el Señor Jesucristo fue circuncidado; ¿significa eso que cada creyente hoy en día debería seguir al Señor como ejemplo en este respecto? El Señor Jesucristo atendía regularmente a la sinagoga Judía en el Sabbath; ¿Tiene también que hacerlo cada uno de los profesantes Cristianos? El Señor guardó las fiestas de Levítico. Guardó la Pascua. ¿Tenemos que hacer lo mismo nosotros porque así Él lo hizo? ¡Por supuesto que no! Bien vamos a ver que todos estos argumentos, por muy populares e impresionantes que sean, no son Escriturales. Debemos ser muy cuidadosos cuando decimos o escuchamos que el Señor hizo tal y tal cosas, y que por tanto nosotros tenemos que hacer lo mismo. Las razones que se invocan urgiendo el Bautismo por agua no son sustentadas por la Palabra de Dios.

Vayamos por tanto de nuevo a las Escrituras y comprobemos solo en ellas qué es lo que efectivamente enseñan sobre este tema. Primero que nada, el Bautismo, no es exclusivamente una doctrina del Nuevo Testamento; sino que tiene sus raíces en el Antiguo Testamento. Este punto se nos explica con toda claridad en el capítulo seis de la Epístola a los Hebreos. Aquí tenemos las cosas que tienen que ser puestas de parte por el creyente actual, si es que quiera seguir adelante hacia la madurez, yendo a perfección. El versículo uno comienza diciendo: Por tanto, dejando ya los rudimentos (los elementos, los principios, los comienzos) de la doctrina de Cristo, sigamos en frente. Entre los puntos que hay que dejar de lado tenemos los siguientes: no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas y de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos  El lector observará que se emplea el plural, bautismos, o lavamientos, y así viene a suceder de nuevo en el capítulo nueve, donde el escritor está tratando de describir el Tabernáculo y su significado. El Tabernáculo y el Lugar Santísimo vuelven a referirse además en los versículos siete y ocho. El versículo nueve dice: Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan (presentaban) ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto en cuanto a la conciencia al que practica (practicaba) ese culto. “Perfecto” y “perfección” son dos palabras claves en Hebreos. Significan maduro o madurez. Estos sacrificios no afectan a la conciencia, sino que consisten solo de comidas (alimentos), bebidas, de diversas abluciones (bautismos, diversos lavamientos), y ordenanzas de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas (Heb.9:9, 10). Las “abluciones” o lavamientos del Antiguo Testamento, además de los lavamientos de los sacerdotes y de las partes de los sacrificios, son actualmente denominados “bautismos”. La primera ocurrencia de la palabra “bautismo” en la Biblia se encuentra en el libro de Job, y aparece en el capítulo 9:31, traducida por “hundir”. Por supuesto que nos referimos a la traducción Griega del Antiguo Testamento, la Septuaginta, y esta era la versión comúnmente utilizada en los tiempos del Señor. También encontramos la palabra en el libro de los Reyes, cuando Naamán se sumergió (bautizó) a sí mismo en el Jordán. En Éxodo 12 leemos acerca del hisopo que fue embebido (bautizado) en sangre, y además en Números donde el mismo hisopo fue embebido (bautizado) en agua. En la bendición de Moisés registrada en el capítulo 33 de Deuteronomio existe una referencia concerniente a Aser que podrá parecernos un tanto extraña: moje en aceite su pie (vers.24); “moje” es la palabra “bautice”; literalmente, bautice su pie en aceite. Este es un lenguaje altamente figurativo, significando que Aser vendría a ser rico en aceite y olivos. Así, pues, los lavamientos del Antiguo Testamento eran bautismos, y la Epístola a los Hebreos nos urge con total claridad, diciendo, que estas cosas deben ser puestas de lado por el creyente que quiera seguir en frente hacia la madurez. En los tiempos del Antiguo Testamento estos lavamientos representaban la limpieza interna, pero tan solo afectaban el exterior. Jamás podían afectar a la mente o la conciencia, y es por eso precisamente que tienen que ser abandonadas por cualquiera que dese crecer espiritualmente y dejar los rudimentos infantiles para atrás.

Ahora bien, cuando llegamos al Nuevo Testamento y consideramos el Bautismo, comenzamos con Juan el Bautista. Nosotros preferimos denominarlo “Juan el que bautizaba”, puesto que su posición era única. En el Antiguo Testamento las personas se bautizaban o lavaban por sí propios. Con la sola excepción de Moisés cuando consagró a Aarón, Juan fue la primera persona a bautizar a otros, y en la Escritura se nos dice muy claramente, no solo la razón de por qué bautizaba, sino además qué venía a ser el bautizo que llevaba a cabo. No se nos deja ignorantes en cuanto al motivo ni tenemos nosotros que deducirlo. Vayamos ahora al Evangelio de Marcos. En el primer capítulo, y en el tercer versículo leemos a La voz del que clama en el desierto, diciendo: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas. Y él (Juan) fue por toda la región contigua al Jordán (el desierto), predicando el bautismo del arrepentimiento. Esto es lo primero que resalta, junto con el perdón, la remisión de los pecados. El perdón se hallaba asociado con el bautismo de Juan del arrepentimiento, y él llamaba la atención de todos cuantos se le acercaban para que produjesen frutos dignos de, y para el arrepentimiento, es decir, actos visibles o externos que probasen ser cierta la verdadera obra interior que procuraban. Cuando Israel fracasaba y se alejaban, eran llamados a arrepentirse y a volverse para Dios. Tenían que tener un cambio o mudanza de corazón volviéndose  hacia el Señor. Muchas veces, en el Antiguo Testamento, tenemos este caso señalado, y aquí tenemos el gran clímax. El gran y magnífico Rey, Sacerdote y Salvador por fin había venido a ellos según la carne ¡Oh, cuán gran mudanza debía de haber habido en sus vidas y corazones! Arrepentimiento significa una mudanza de mente, y no debemos confundirla con la palabra “penitencia”, aunque pueda guiarnos a ella. El Bautismo de Juan se asociaba con un cambio de corazón y con el perdón de los pecados. ¿Predicamos que hoy en día Dios se olvide de nuestros pecados cuando somos sumergidos en agua? ¡No! Pues, nadie que sea instruido por la Palabra de Verdad correctamente dividida puede hacerlo. El bautismo de Juan se asocia completamente al remanente creyente del pueblo de Israel.

En el primer capítulo del Evangelio de Juan se nos da otra razón que es muy importante, y casi siempre se pasa por alto y se ignora sin tener en cuenta. Los Fariseos se le acercaron, y en el versículo veinte le preguntaron: ¿Por qué bautizas tú entonces, si no eres el Cristo, ni Elías ni el tal Profeta? (vers.25). Y entonces en los versículos 29-31 Juan señalando al Señor les respondió: Yo no le conocía, mas para que fuese manifiesto a Israel, para esto vine yo bautizando con agua. ¿Cuántos Baptistas nos han dicho que el Señor Jesús fue bautizado en agua para hacerse manifiesto a Su pueblo escogido -  Israel? Y sin embargo esta fue precisamente la razón Divina que se nos da para Su bautismo. Así que antes que nada tenemos el bautismo de Juan conectado con el arrepentimiento, y la identificación con el remanente creyente de aquellos que fueron salvos, y además, con la pública manifestación del Señor Jesucristo como su Mesías.

En el capítulo tres del Evangelio de Mateo tenemos otro Bautismo mencionado. Aquí encontramos al Bautista diciendo: Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo, Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. O dicho literalmente bautizará en Espíritu Santo y con fuego. El encendido Espíritu Santo se refiere en el segundo capítulo de Hechos versículos 2 y 3, y se asocia con la promesa del Padre en Hechos 1:4: Y estando juntos (con el Señor) les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de Mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con (literalmente, en) el Espíritu Santo dentro de no muchos días. Esta promesa se nos explica en el último capítulo del Evangelio de Lucas, hablándole el Señor una vez más a los once. En el versículo cuarenta y nueve leemos: Yo enviaré la promesa de Mi Padre sobre sobre vosotros, pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. Así que el poder desde lo alto se conecta con este Espíritu Santo encendido. ¿De qué se trata? ¿Qué era eso? Era el poderoso equipamiento de los doce para la proclamación del evangelio y el ministerio del reino terrenal acompañado con los dones milagrosos. En la primera epístola a la iglesia de Corinto se refiere a estos dones otorgados por el Espíritu Santo bautizándolos juntos (unificándoles). Es por eso que en 1ª Cor.12:13 se refiera a ser bautizados en un mismo espíritu, y así compartiendo estos dones juntos como el Espíritu Santo escogiese distribuirlos entre ellos. Así tenemos por tanto un Bautismo que sin embargó solo vino a suceder a seguir al ministerio de Juan el Bautista. Se asociaba con el poderoso investimento de los doce para que pudiesen dar un testimonio efectivo de este reino terrenal por el Espíritu Santo, y lo vemos que se lleva a cabo a través de los Hechos de los Apóstoles por la evidencia de los milagros.

Tenemos además el bautismo de Pedro. Una vez que Pedro fue divinamente señalado y enviado al Judío, a la circuncisión, bien debemos esperar que así continuase haciendo, y así sucedió. Hechos capítulo 2 nos describe el día de Pentecostés, y aquí encontramos a Pedro guiado por el Espíritu Santo, así que no está cometiendo ningún error. En Hechos 2:38 leemos: Entonces Pedro les dijo: Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el Nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados. Así que su ministerio fue similar al de Juan el Bautista. Juan predicó el Bautismo para el perdón de los pecados, y así lo hizo también el apóstol Pedro. Esto está en armonía con la gran declaración del Señor en Marcos 16:16 – El que creyere y fuere bautizado, será salvo. Nadie tiene derecho a leer aquí: El que cree será salvo, y precisa ser bautizado. Eso levantaría serios problemas en nuestras mentes y no habríamos hecho este estudio, pero antes que nada debemos ajustar nuestros conceptos y nuestros pensamientos a lo que la Palabra haya dicho, de otra manera nunca obtendremos la verdad.

Ahora vamos a ver otro aspecto del Bautismo muy distinto de los anteriores. En Lucas 12:49 leemos: Fuego vine a echar a la tierra: ¿y qué quiero, si ya se ha encendido? De un bautizo tengo que ser bautizado, y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!  ¿Qué era este Bautismo? Está claro que no tenía nada que ver con el agua. Este era el bautismo de muerte en el Calvario. La madre de los hijos de Zebedeo le había pedido que sus hijos se sentaran a la diestra del Señor en el Reino (Mat.20:21), pero Jesús le respondió diciendo: Vosotros no sabéis lo que pedís: ¿Podéis beber del vaso que Yo he de beber, y ser bautizados en el bautizo que Yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. Él les dijo: A la verdad, de Mi vaso beberéis, y con el bautizo con que Yo soy bautizado seréis bautizados. Este era el Bautismo de sufrimiento y muerte. Mal sabían ellos lo que le estaban pidiendo, y con una excepción (esto es, Juan el Evangelista), todos tuvieron que seguir al Señor en el martirio. Pedro y Pablo le siguieron a este respecto, y así sucedió también con los demás apóstoles.

Recapitulemos de nuevo: tenemos los lavamientos, los Bautismos del Antiguo Testamento contenidos en la ley ceremonial de Moisés. Tenemos además el Bautismo de agua de Israel, para el arrepentimiento y asociado con Juan el Bautista.  Después tenemos el Bautismo de Espíritu con poder y dones milagrosos, en Pentecostés y el periodo de los Hechos, y por fin el Bautismo de muerte del Calvario del Salvador con su sufrimiento y martirio. Ahora veamos otro aspecto de este tema. Volvamos a 1ª Cor.10:1 Pues no quiero hermanos que ignoréis cómo nuestros padres estuvieron bajo la nube y todos pasaron a través del mar; y todos fueron bautizados en Moisés en la nube y en el mar, y la mayoría de nosotros que vemos todo esto con cuidado, observamos que este sea un Bautismo peculiar y único, puesto que, aunque todos pasasen por el agua, ninguno de ellos se mojó ni fue tocado por ella. Todos pasaron sobre tierra seca, y hay por lo menos cuatro escrituras que enfatizan eso mismo. Las hallaremos en Éxodo 14:22; 15:19; y en Salmo 66:6 y Hebreos 11:29, donde en cada uno de sus contextos se nos dice que Israel pasó por “tierra seca”. Aquí tenemos un Bautismo seco; el único que se quedó sumergido fue el Faraón y sus ejércitos. Eso fue un Juicio Divino; fueron “sepultados”. Para Israel sin embargo resultó ser un Bautismo seco. Todos fueron bautizados en Moisés, y así tenemos, como ya hemos visto, un cierto número de aspectos del Bautismo que nada tienen que ver con el agua. ¿Qué es lo que este Bautismo realizaba? Los unificaba e identificaba con todo lo que Moisés había establecido en la ley Divina y el ceremonial, y esa es la primera gran connotación que tenía por detrás la enseñanza del Bautismo. ¡Es tan fácil mirar a través de cualquiera de los ritos externos sin comprender nunca lo que el ritual signifique verdaderamente! Aquí tenemos a la totalidad de la nación de Israel, redimida y sacada de la esclavitud de Egipto, se asocia con todo lo que Moisés estableció en la ley y el ceremonial. Fíjate bien, este es el primer Bautismo en punto de tiempo en la Escritura. La primera ocurrencia de la palabra se halla en el libro de Job. Pero el primer Bautismo como tal sucedió con Israel atravesando el Mar Rojo milagrosamente, y además tuvieron posteriormente una experiencia similar atravesando el Jordán a través de tierra seca, al introducirse en la Tierra Prometido después de haber estado vagando por el desierto (vea Josué 3:13-17; 4:22). Esta es también una enseñanza rica y repleta de típicos significados.

¿Qué vamos a hacer con el Ministerio del apóstol Pablo acerca del tema del Bautismo de agua? Pablo hizo una declaración muy definitiva cuando escribió a la iglesia de Corinto y dijo: Cristo no me envió a bautizar sino a predicar el evangelio (1ª Cor.1:17). Nos maravillamos pensando en lo que harían nuestros amigos Baptistas con Pablo si es que aún estuviese vivo, Habría sido por ellos probablemente acusado de ser un hijo de Dios desobediente, y sin embargo él insistió diciendo que Cristo no le envió a bautizar, así que el Bautismo de agua no es una parte esencial del ministerio del apóstol Pablo. Algunos podrán argumentar diciéndonos que lo que ellos denominan “la gran comisión” de Mateo 28, disciplinando a todas las naciones, bautizándoles en los tres Nombres, es lo que deberíamos estar haciendo ahora nosotros. Pero es que el apóstol no debía estar debajo de ese tal ministerio, y si así hubiese sido, no podría haber dicho que Cristo no le envió a bautizar, sino a predicar el evangelio. Existen tres grandes porciones en sus Epístolas que tratan con este tema. Una está en Gálatas, capítulo cinco, en la cual se enseña a la iglesia de Galacia que el Bautismo los había unido a todos juntándolos en Cristo, así que ya no hay más Judíos o Gentiles, porque son todos uno en Cristo Jesús. Esta es la unidad que ya hemos visto anteriormente que simbolizaba aquel Bautismo. Y a seguir tenemos otra muy importante porción en la Epístola a los Romanos en el capítulo seis. Aquí estamos delante un pasaje de la Escritura sobre el cual se han creado muchas discusiones, y se discute si es que signifique el bautismo de agua o del Espíritu. Precisamos estudiarlo con mucho cuidado. Mientras más cuidado pongamos más convencidos estaremos que la enseñanza de este pasaje jamás podría haberse vinculado a través de cualquier ritual externo. Se han dicho cosas verdaderamente extraordinarias acerca de este versículo tres en el capítulo seis. ¿No sabéis que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en Su muerte?  ¿Será que alguien que se sumerja en agua inmediatamente venga a ser bautizado en Cristo? ¡Por supuesto que no! ¿Será que cualquier incrédulo que haya sido bautizado en agua haya sido bautizado en Cristo? ¡Claro que no! Pero es que estos creyentes referidos en Romanos habían sido bautizados en Su muerte. Tenemos un gran énfasis en este contexto siendo asociados con “la muerte del Señor”. Vea ahora el versículo cuatro: somos (fuimos) sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo. Y la figura cambia en el versículo cinco: Porque si fuimos plantados juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, y de nuevo muda en el versículo seis: Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él. Es decir, cuando el Señor Jesucristo fue crucificado, nuestro viejo hombre, nuestra vieja naturaleza fue también crucificada en el propósito y plan de Dios. Ahora por tanto no cabe la menor duda de que este versículo nos lleva de vuelta al Calvario. Nadie puede enseñar apropiadamente y con verdad que cuando alguien se sumerge en agua, que en ese momento sea cuando su vieja naturaleza viniera a ser crucificada con Cristo. Pero cuando tenemos en cuenta todo el contexto podemos ver bien el gran énfasis en la asociación del creyente con Cristo en Su muerte, en Su sepultura, en Su vivificación, en Su levantamiento. Aquí tenemos algo que Dios hizo, y no lo que los hombres escojan hacer. No podemos creer ni por un momento siquiera que cuando alguien decida en un cierto día, en un cierto momento, venir a ser bautizado por un ministro, en ese momento que él escoja hacerlo, todo esto venga súbitamente a suceder. Estas verdades son solo efectivas cuando un pecador se acerca al Señor Jesucristo y le acepta como su Salvador. ¿Qué es lo que sucede entonces? Lo que ocurre es que aprende por la Escritura que Dios le ha puesto junto con el Señor Jesucristo en Su muerte, Su sepultura, Su vivificación y Su levantamiento. Esto es verdad. Que después quiera someterse a cualquier ritual o que no lo haga, para hacerlo públicamente evidente, eso es otra cosa muy distinta.

Y yendo ahora un poco más lejos, volvamos a la Epístola a los Efesios capítulo cuatro. Algunos de nosotros nos regocijamos en las glorias de esta Epístola a los Efesios y sabemos que, en el capítulo cuatro, se resaltan tres grandes unidades: la unidad del Espíritu; la unidad de la fe y la unidad del Cuerpo. Primero que nada la unidad del Espíritu que Dios ha realizado. A ningún creyente se le ha pedido que la realice ni tampoco podría hacerla. Ha sido Dios quien la realizó, y todo lo que se nos pide es que la guardemos fielmente, y se nos describe en el versículo cuatro. Hay un Cuerpo y un Espíritu, así como fuimos también llamados en una misma esperanza de nuestra vocación (llamamiento). Un Señor, una fe, un Bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. Bien observamos que “un” es la palabra importante que resalta a través de todo el pasaje. Hay “un bautismo”. Ahora bien, este Bautizo, ¿es el Bautismo de Dios o el bautismo de del hombre? Si mansamente recibimos y aceptamos lo que Dios ha dicho, entonces no podemos hacer aquí dos Bautismos. Bien sabemos que muchos intentan hacerlo, pero si se hiciera como dicen, entonces, ¿por qué no tener además dos cuerpos, o dos Espíritus Santos, o dos Señores, o dos Dioses y Padres? Tenemos un solo Dios Padre, un Salvador, un Espíritu, y tenemos además un solo bautismo, Ahora, por tanto, ¿qué vamos a hacer con todo lo considerado? ¿la realidad del Espíritu juntándonos con el Salvador, o el tipo externo del agua? ¿Vendremos a escoger la sombra, o la sustancia misma? Esto es con lo que las personas que están ejerciendo lo que ellos denominan “el bautismo del creyente” tienen que confrontarse. Efesios resalta un solo bautismo. Esto no puede desdoblarse y hacer de él dos, así que tenemos que escoger cuál vamos a aceptar después de todo cuanto ya hemos visto en este estudio. ¿Será la realidad de lo que Dios Mismo cumplió con cada uno de Sus hijos redimidos, o seguiremos el tipo externo de la inmersión en agua? Vayamos ahora a Colosenses 2:12: Sepultados con Él en el bautismo. Este versículo se cita a menudo por aquellos que están intentando probar que el creyente debería ser inmerso en agua. Pero consideremos el contexto. Antes que nada observe por favor la tremenda declaración que debería ser causa de gozo y regocijo para todo creyente que pertenezca al Cuerpo, la Plenitud de Cristo: Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (de Dios el Padre), y vosotros estáis completos en Él (vers.9). ¿Cuántos son los hijos de Dios que hayan aprendido y tomado esto por y para sí propios? ¿Cuántos saben que en Cristo están completos, que saben (como en el Griego se dicen) que están llenos hasta la plenitud, y no solo parcialmente, como si tuviésemos algo que añadirle? ¡No podemos tener diversos grados de completa plenitud! O bien estamos completos en Cristo, o no lo estamos. Ahora bien, si estamos completos en Él, no se le puede añadir nada a esa plenitud sin denigrarla. Si un cierto ritual, o tipo o sombra, o mismo todo eso se añade, entonces el hecho glorioso viene a ser ignorado y ya no podremos tener toda la suficiencia en todas las cosas en Él. Este es el primer punto. El hecho a seguir es este: en el versículo once tenemos una circuncisión hecha sin manos. Así que no puede ser una circuncisión literal lo que signifique, sino su equivalente espiritual. Cuando el Apóstol escribió a la Iglesia de los Filipenses dijo: Nosotros somos la circuncisión, los que en el espíritu adoramos a Dios y no tenemos confianza en la carne. (La circuncisión literal no puede añadirle nada al miembro del Cuerpo de Cristo). Nosotros ahora hemos obtenido la realidad de lo que la inmersión representaba, y tanto da que un creyente se someta a eso como si no, pues, si pertenecemos a esta compañía de redimidos por Su Gracia tampoco el bautismo añade nada a la Iglesia que es Su Cuerpo, así como tampoco nada le añade ningún otro tipo o sombra.

Y continuando después en el capítulo tenemos otros tipos y sombras, los alimentos y las bebidas de la ley ceremonial que Dios le dio a Israel, todo lo cual fue muy importante al tiempo en que se dio la ley. ¿Se hallan estas cosas sujetas o ligadas al Cuerpo de Cristo? Nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo (Colos.2:16). Todo lo cual es sombra de lo que ha de venir. Esto es exactamente lo que la ley ceremonial de Dios era, y todo lo que los tipos son. Son solamente la sombra o reflejo de una gran realidad, y cuando esa realidad venga y sea disfrutada, la sombra bien puede ser puesta de fuera sin ser tenida en cuenta, y si no se hace así, la realidad nunca vendrá a significar en experiencia lo que Dios entendió que significase. Lo que está claro es que, en este celestial llamamiento, nosotros ya tenemos toda la realidad en Cristo siendo todo espiritual, y el creyente, que se regocija en esta gloriosa posición, no se debería poner debajo de las sombras de Dios. Esta es su gloria, y no su pérdida. Tiene consigo toda la realidad de cada tipo porque está completo o plenamente lleno en Cristo. Si alguno confiesa que a esa plenitud pueda además añadírsele o ser mejorada a través de ritos o ceremonias, es porque nunca se han dado cuenta lo que significa esta perfecta plenitud. Eso sería una negación de esta plenitud completa que tenemos en nuestro Señor y Salvador. ¿Qué viene a ser, por tanto, este bautizo único asociado con la Iglesia del Cuerpo de Cristo? No es ni más ni menos que la unificación realizada por el Espíritu Santo de la totalidad de esta iglesia con Cristo Mismo, la Gloriosa Cabeza, en la muerte, sepultura, vivificación, levantamiento y asentamiento en los lugares celestiales con Él. Esta es una unidad que nunca puede venir a ser quebrada, y unifica a cada miembro reuniéndole con Él. Eso es por lo que se nos pide que la guardemos, y que la consideremos como un tesoro. La Unidad en Cristo es el gran pensamiento que se esconde por detrás de este Bautismo. Cada miembro del Cuerpo ha sido crucificado con Cristo. Cuando Él fue crucificado, ellos fueron crucificados. Están muertos con Cristo; están sepultados con Cristo, vivificados, hechos vivos con Cristo; están levantados con Cristo, y gloria de todas las glorias, están ya sentados donde Él Mismo se haya sentado (Efesios 2:6), sentados en los Lugares Celestiales en Cristo Jesús, y están mirando en frente siendo manifiestos con Cristo. Toda esta preciosa verdad es lo que el bautizo único del Espíritu ha realizado y cumplido perfectamente. Si tenemos esto tenemos la realidad. Si tenemos tan solo la inmersión en agua, tenemos la sombra, sin la sustancia misma. Así que nadie diga que porque un miembro de esta compañía no haya sido embebido en agua, que no sea por eso un creyente bautizado. Si el creyente no posee el tal único bautizo de Efesios cuatro, todavía no posee con él las sustancias reales. Pero si lo tenemos, entonces estamos repletos a plenitud en Cristo y poseemos todas las cosas, y somos creyentes bautizados en el pleno y verdadero sentido Escritural, así como somos la verdadera circuncisión, aunque no sepamos nada del rito externo.

Bien podrás ver que este tema tiene consigo muchos y variados aspectos, y que el bautismo con agua tiene su lugar apropiado en la Palabra de Dios, pero se asocia con Israel, el pueblo señalado, mientras estuvieron aún en una relación de pacto con Él. Mientras Israel se halle en esta relación de pacto con Dios, los tipos y las sombras se mantienen. Cuando Israel se divorció y fue puesto de lado por Dios, tal como hoy en día sucede, el cuadro de sombras y tipos de Dios se quedó en suspense, y lo que ahora nosotros tenemos es la realidad que es espiritual. Ahora deberíamos darnos cuenta que somos criaturas de sentido y sentimiento. Si es que haya algo que podamos ahora ver o gustar o tocar o probar, son las cosas que nos parezcan reales a nosotros. Pero tenemos que aprender que esto no es necesariamente la sustancia real, sino solamente la sombra. Si poseemos la realidad espiritual de la cual trata la Palabra, esta gloriosa unidad con el Hijo de Dios, esto es lo que es real y definitivo, y es en lo que tanto tú como yo, si es que somos miembros de Su Cuerpo, deberíamos regocijarnos, y en donde deberíamos hallar la fuerza aquí y ahora. El Bautismo Único es nuestro por la operación del Propio Dios (Colos.2:12). La palabra “operación” es la palabra “realización”. Fue llevado a cabo por la realización de Dios y no del hombre. No vino a realizarse al tiempo que un cualquier ministro o cualquier otra persona escogió sumergir al creyente en agua. Fue la realización de Dios cuando nos identificó como creyentes y a toda Su Iglesia con Su Hijo. Regocijémonos en esto, vivamos en el regocijo pleno que tiene, y miremos solo en frente en la segura y cierta esperanza del último “con” que nos aguarda todavía – ser manifestados con Él en Gloria, cuando la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo tenga lugar, en Su gran Epifanía. Por el momento esta gloria está escondida, pero vendrá sin duda a serle revelada a todas las huestes celestiales, la gloria de la Cabeza y Su Cuerpo, Su Plenitud. Cada miembro se hallará allí en la Gloria con Él, por encima de todas las cosas. Agradezcamos a Dios por un tan maravilloso llamamiento y esta gran realización Suya, habiéndonos ya bautizado y juntado con Su Hijo en una unidad con Él que jamás podrá venir a ser quebrada.       

 

Alabado sea Su Nombre.         Amén

 

Stuart Allen

 

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