Cuando Dios se engrandece, enmudecen los hombres
Nadie desea perderse algo bueno. Muchos son los que se vuelven atrás por no tener en cuenta las oportunidades que el Espíritu Santo nos presenta. Hay tesoros escondidos que están siendo puestos de parte debido a la negligencia de no abrir las Escrituras a solas con el Espíritu Santo. No es más que ignorante negligencia. La mayoría de los cristianos se contenta con menores bendiciones cuando bien podrían apoderarse de las más grandes disponibles en este tiempo y habidas tan solamente en el Gran Secreto. Son pobres espiritualmente hablando porque así lo determinan y escogen. Prefieren convencerse con las enseñanzas de otros hombres, y así nadan en su confusión y en la vergüenza, no conociendo lo que Dios ahora les revela por las Escrituras donde Pablo expone el Misterio.
Tomemos, por ejemplo, Colosenses 3:4 ¿es esta la esperanza que tú tomas y tienes como cierta y segura para tu vida, o es la que te arrebatará a la “final trompeta”? Algún día será manifiesto el Señor, pero ¿dónde, y cómo? A los ojos de toda criatura que entonces esté y viva, y en Gloria. La palabra “manifiesto” es la griega phaneroo. De acuerdo al Léxico significa: hacerse manifiesto, aparecerse, mostrarse. El Señor Jesucristo está en este momento compartiendo el trono de Su Padre. En algún día futuro recibirá muchas coronas y reinará sobre la tierra tal como ahora gobierna en el cielo. Esta manifestación o aparición en gloria es la gran coronación. Pero observe el versículo de nuevo: Entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria. ¡Oh que momento tan maravilloso será este, si es que aparezcamos entonces con Él! Y nada se dice de resurrección, ni la resurrección puede estar aquí implicada, sino que estos que con Él aparezcan ya han sido juntos y reunidos a Él en un tiempo anterior de tiempo al acontecimiento. Eso es lo que sin duda alguna implica phaneroo. Son y están con Él manifiestos.
Yo vengo siendo un cristiano desde hace ya mucho tiempo, pero tan solo hace relativamente muy poco tiempo he venido a darme cuenta que mi lugar, mi ciudadanía cierta y verdadera, no es de la tierra sino que estaba por Dios señalada en el más alto de los cielos (Filipenses 3:20). Yo no sabía ni tan siquiera que fuese santo. De hecho, sostenía de mí propio una opinión bien distinta cuando leyendo la Biblia reconocía cuán corto me quedaba en comparación del verdadero cristiano que en ella se reflejaba. Pero en la gracia del Espíritu Santo vine a comprobar que yo era santo en Cristo Jesús, y que estaba muerto en mí mismo, al igual que todos los creyentes lo son y están verdaderamente.
A medida que estudiaba la Biblia, vine a ser consciente del hecho de estar confundido con muchas cuestiones sin respuesta, queriendo encajar en ella lo que me enseñaban mis maestros. Me maravillaba preguntándome la razón por la cual la iglesia durante el periodo cubierto por los Hechos fuese tan distinta de la iglesia actual y vigente. ¿Por qué no tenemos ahora los dones de sanidades o las lenguas? ¿Por qué no podemos ahora levantar a los muertos? ¿Por qué no observamos ahora la Pascua como lo hacían aquellos? ¿Por qué ahora los Gentiles pueden tomar parte en los servicios de la iglesia cuando entonces no podían? ¿Por qué había creyentes muriéndose (Ananías y Safira) cuando acudían a las asambleas, y hoy en día hasta los predicadores van detrás de ganancias deshonestas sin que nada les suceda? Podría recordar muchas más cuestiones aquí, ¿puedes tú acordarte de alguna más? Muchos me decían que hablaban en lenguas, por ejemplo, pero en ninguno de ellos se había dado lo que en la casa de Cornelio, o en el día de Pentecostés, que súbitamente el Espíritu Santo descendiese sobre ellos y de una manera espontánea comenzasen a hablar en lenguas. La gran totalidad de aquellos que confiesan hablar en lenguas, en cambio, tenían que tomar clases y seminarios donde se daban por labios humanos las indicaciones necesarias para producir dichas lenguas, y además, se nos exhortaba diciendo que, las demás manifestaciones, serían iguales de fácil de producir, si se tomasen clases y seminarios más avanzados. Y sin embargo, ¿a cuántos muertos has visto tú levantarse por el poder de tus o sus manifestaciones? ¿Cuántos cojos has visto salir corriendo y saltando? ¿A cuántos leprosos has visto ser limpiados? La gran mayoría de estos cristianos ha sido cegados por las enseñanzas de maestros igual de confusos y avergonzados que se sienten ellos propios, y además, se oponen al Espíritu Santo y no quieren de Él recibir la simple y sencilla Palabra de Su boca, y así deambulan por un desierto mucho más penoso que aquel que tuvo que atravesar Israel debido a su incredulidad y dureza de corazón.
Y así anduve yo en mi sujeción a los líderes y coordinadores avergonzado y confuso, y sin asirme nunca de la Cabeza del Cuerpo. Pues, al no ver en mi vida las afamadas manifestaciones y dones expuestas en las epístolas de Pablo antes de dar a revelar en el Gran Secreto, para una iglesia anterior y distinta, estos líderes y coordinadores me decían siempre que en algo me hallaba yo en falta. Que no creía lo suficiente, que no hablaba en lenguas lo suficiente, y que, si en mi vida no hubiese la prosperidad y abundancia que ellos garantizaban, eso sin duda sucedía por no dar yo con generosidad de mi compartimiento de abundancia.
Pero cuando por fin me di cuenta de que la iglesia aquella que estos líderes confunden y mezclan con la revelada en el Gran Secreto, tendría por fuerza que pasar a través de la gran tribulación y ser arrebatada a la final trompeta (la séptima del Apocalipsis), y dándole oídos por fin al Espíritu Santo cuando leí Colosenses, fui consciente de haber hallado de Su parte una respuesta para deshacer toda mi confusión y vergüenza, pues, ¿cómo podría la iglesia actual de hoy en día venir a ser arrebatada a la final trompeta, cuando la coronación que se nos presenta aquí en Colosenses tiene que tener lugar en algún tiempo anterior? Nosotros no podemos ser arrebatados cuando ya lo hayamos sido anteriormente. Y como siempre sucede cuando dejamos de lado los preconceptos aprendidos de labios humanos, vi bien que la llave siempre la tuve a la mano en la Escritura. La llave se halló siempre en Hechos 28:28. Todos mis obstáculos mentales sucedían por no haberme dado cuenta de que yo no era un Judío, o Gentil injertado en el olivo natural Judío, y así, intentaba siempre apoderarme de las bendiciones de los tales Judíos, ignorando o mezclando en un puzle sin solución lo que Pablo había escrito para los Gentiles por la nueva revelación del Espíritu Santo. Al no dividir correctamente la Palabra de verdad dejándome guiar por el Espíritu solo, estaba siendo un obrero que precisaba ser avergonzado. Y así me sucedía. Tan solo deseaba seguir oyendo a los hombres para que desenterrasen alguna vía por la cual pudiese aclarar todas mis confusiones. Eso fui lo que hice en mis primeros treinta años de cristiano. Me sucedía lo mismo que a Moisés cuando fue reprendido por Jehová: Guio durante cuarenta años a Israel por el desierto y sin embargo no consiguió él propio introducirse en la Tierra Prometida.
Ahora bien, ser un Cristiano es bastante más que simplemente creer que haya un Dios en el cielo y asistir a las reuniones de iglesia de vez en cuando sujetándose a sus líderes. Está escrito que Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia. Pero ¿cómo puede alguno creer a Dios si no sabe con toda claridad lo que Dios le haya dicho personalmente? No dice que Abraham creyese al predicador o a los diversos maestros de la Biblia, y que le fuera contado por justicia, sino que creyó a Dios Mismo. ¿Sabes lo que ha dicho y le has creído? Tan solo hay una vía por la cual encuentres lo que Dios haya dicho, y es por ti mismo leer y estudiar Su Palabra – las Santas Escrituras. El apóstol Pablo, bajo la inspiración del Espíritu Santo, pudo decir que él completó las Escrituras. Así que yo ya no iré a procurar otras revelaciones de ningún otro tipo desde que Pablo las finalizase escribiendo su última epístola a Timoteo. Tan solo la Biblia es lo que preciso para llegar a saber lo que Dios haya dicho. Y es preciso tener claro y añadir aquí, que, no podremos comprenderla plenamente, a menos que seamos enseñados por el Espíritu Santo.
Para el verdadero Cristiano es un tremendo regocijo estudiar la Biblia, pues bien sabemos que es el registro que Dios ha ofrecido de Su amado Hijo, el único camino verdadero para conocerle. Ahora, cuando el Espíritu Santo preside y está presente en nuestro estudio, desde Génesis hasta apocalipsis encontramos a Cristo; algunas veces escondido, tal como en Ester, otras más claramente evidente, como en Isaías. En Mateo lo vemos como el Rey de Israel, en Marcos como el verdadero siervo del Señor, Lucas lo muestra como el Hijo del hombre, y Juan como el Hijo de Dios que otorga la verdadera vida a los hombres.
Pero el apóstol lo muestra como el gran Reconciliador de las naciones que habían sido destituidas de la gloria de Dios. Así que nosotros, por tanto, que en otro tiempo habíamos estado alejados de la ciudadanía de Israel y éramos ajenos a los pactos de la promesa, hemos ahora venido a tener acceso a través de Él a Dios. En esta dispensación, nosotros, en igualdad con el Judío que crea, hemos sido llamados a formar parte del Cuerpo de Cristo (vea Efesios).
Esta es la tal Iglesia escondida en el Gran Secreto, la tal iglesia que será puesta de fuera o “arrebatada” antes que aquella anterior a Hechos 28:28, que vendrán a serlo a la final trompeta. ¡Oh Dios mío, qué claro se vuelve ahora todo! Nuestro llamamiento es el supremo, anterior y más alto en Cristo Jesús, así que no hay por qué ser ignorantes y confundir las bendiciones de la iglesia de los Judíos…para vergüenza y confusión nuestra, cuando tenemos más altas riquezas disponibles y expuestas tan solo en el Gran Secreto, y aguardando que alguno se apropie de ellas… ¡por la fe sola!
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