¿Qué Es El Verdadero Cristianismo?
Es impresionante la manera como los hombres y las mujeres "creyentes" tratan a Dios y Su divina Palabra. Si fuesen incrédulos los que así se comportasen hacia Su Persona, lo entenderíamos, pero me refiero a cristianos activos y comprometidos en sus respectivas iglesias seculares. Hoy, una hermana cristiana muy comprometida en reuniones y seminarios cristianos, llegó de un curso cristiano al cual asistieron centenares de personas de manera visiblemente emocionada, y cuando comenzó a referir su encuentro con aquellas centenas de creyentes que allí se encontraban, nos refirió que el cristiano que dio la palestra les refirió que el creyente siente placer proveniente de su lóbulo cerebral izquierdo, con el cual se deleita imaginando una comunión con Dios y del cual se alimenta, como el sentido por alguien drogado. A esta hora, y sin poder quedarme callado, pregunté a la asistencia cuál sería la relación que existía entre todas esas sandeces que la hermana profería por sus labios y lo que nos dejo por escrito el Maestro en la Biblia, diciéndonos con toda claridad que tan solo aquellos que se volvieran como los niños podrían entender los asuntos del Reino de los cielos. Se armó un revuelo espantoso en la asistencia, y todos los cristianos confesos, a voces y sintiendose ofendidos, confesaron que cada uno puede muy bien como quiera interpretar lo que está escrito en la Biblia. Ni uno solo pensaba lo contrario, y nadie piensa entre ellos que Dios tenga un significado comprensible en la Biblia, sino que cada uno diserta sobre ella y la entiende como quiere.
Se podrá imaginar lo que sucedería si fuese esta la vía por la cual los hombres estudiasen queriendo aprender sus profesiones? Qué diríamos si un simple ignorante y analfabeto confesase con su boca que sabe todo sobre medicina, sin haber consultado ni tenido nunca en cuenta los libros que la enseñan ni a sus profesores? Qué pensaríamos, si cada estudiante de abogacía interpretase las leyes como quisiese y le diese el sentido que le diese la gana? No se ofenderían los ingenieros civiles si alguno quisiese disertar sin conocer los materiales? Por supuesto que sí, y el rigor y la exactitud que son necesarios y obligatorios para cualquier profesión, están fuera de discusión para todos los mortales en esta materia. Cualquiera que no siguiese esta regla sería considerado de necio y de loco. Y, sin embargo, qué sucede con la Escritura, siendo la Salvación que conlleva mucho más importante para el hombre que todas las profesiones seculares? Cómo es posible que cualquiera se pueda otorgar para sí y por sí mismo tan estupidamente "la interpretación" vanal conforme a sus desvaríos de lo que Dios sea y haya dejado por escrito?
Y no son, como ya he referido, los incrédulos ni los ateos los que así se comportan; sino que estos ven bien y se dan cuenta de cuán vergonzosa y incongruentemente se comportan los creyentes confesando semejantes tonterías, y, mirando el asunto de fuera, toman al cristiano por payaso y marioneta de sus propias nociones imaginativas, pues nadie en su sano juicio que los escuche los podrá jamás tomar en serio. Pero tiene que haber de parte de Dios alguna claridad a todo este respecto, y nada tiene Él que ver con semejantes desvaríos. Por todo ello vienen Sus Juicios. Así que veamos en este pequeño estudio lo que sencillamente sea el verdadero Cristianismo, sabiendo y teniendo en cuenta que, cada día que pasa, la ensalada mental que afecta a los cristianos y creyentes en general iran en aumento, y que queriendo ser sabios se irán volviendo más necios. Esta es una ciertísima señal de nuestro tiempo, y verdadera señal de la Palabra Profética más cierta y segura.
¿Qué Es El Verdadero Cristianismo?
Filipenses 3
Ya hemos hecho un esfuerzo en presentar la Biblia como siendo la suprema guía y suficiencia completa de la Iglesia, en todas las épocas, en todas las regiones, y bajo todas las circunstancias. Ahora deseamos demostrar el Cristianismo en su inherente belleza divina y excelencia moral, tal como se ilustra en este bien conocido pasaje de Escritura escrito en la prisión de su escritor – el apóstol Pablo. Y tenga el lector en atención que, así como fue la Biblia misma y no algún cualquier sistema especial de teología que de ella deduzcamos lo que procuramos presentarle en estudios anteriores, así, ahora, será el Cristianismo y no cualquier forma de religiosidad humana lo que deseamos presentarle en este estudio.
Además, no será nuestro intento aquí pasar a defender a los hombres ni a sus sistemas, pues, bien sabemos la manera como los hombres se equivocan y fracasan, tanto en sus teologías como en sus éticas normativas. Sin embargo, la Biblia y el verdadero Cristianismo siguen firmes adelante y son inconmovibles. Esto se debe a una misericordia inefable y divina. ¿Quién la puede debidamente valorizar? El hecho de que se nos proporcione así una norma perfecta de divinidad y moralidad, es sin duda alguna un privilegio por el cual nunca podremos llegar a estar suficientemente agradecidos. Tal es la norma que nosotros poseemos en la Escritura. ¡Gracias a Dios! Porque en la Biblia, así como en el Cristianismo que en ella se halla envuelto y se devela nuestros ojos, bien podremos darnos cuenta que, el hombre, tanto puede errar en sus credenciales como fallar en su conducta, pero, la Biblia en cambio, sigue siendo aun así la Biblia, y el verdadero Cristianismo aún sigue siendo el Cristianismo.
Ahora bien, nosotros estamos plenamente persuadidos que este tercer capítulo de Filipenses escrito a seguir a Hechos 28 nos da el modelo de un verdadero Cristiano actual – no como una persona dotada de dones extraordinarios, o visibles manifestaciones inefables. No es a Pablo como apóstol, ni Pablo como instrumento dotado, a quien vemos aquí, sino a Pablo, el mero Cristiano (Juan 17). Nuestra ciudadanía está en los cielos (Filip.3:20); así que nosotros jamás deberíamos darnos por satisfechos intentando aquí descubrir cualquier objetivo que no sea el propio Cristo, sentado ya con nosotros en los celestiales. En absoluto importa cuál sea la posición o circunstancia del hombre. Bien puede ser barrendero, o príncipe, o bien puede estar ubicado en cualquiera de las muchas clases habidas entre estos dos extremos. Para todos sin excepción, viene a ser lo mismo, con tal que solo Cristo sea su objetivo real y personal. Este es precisamente el objetivo del hombre, y jamás será su posición o estatus lo que le otorga su carácter.
El único objetivo y meta de Pablo no era otro sino Cristo Mismo. Ya fuera que estuviese residiendo en cualquier lugar como cuando se hallaba en viaje, así estuviese predicando el evangelio como cuando tan solo recogía algunas ramas secas hateando una hoguera (Hechos 28:3), así estableciendo las iglesias como cuando manufacturaba tiendas…Cristo siempre sería su objetivo en mente. De noche y de día, en casa o en el extranjero, por mar o por tierra, solo o acompañado, en público o en privado… él siempre pudo decir: Una cosa hago (Filip.3:13). Y este hombre, téngalo siempre presente el lector, no era meramente Pablo el laborioso apóstol, o Pablo el santo arrebatado al tercer cielo (2ª Cor.12:2), sino simplemente Pablo el Cristiano, vivo, actuando y de camino – aquel que dirigiéndose a nosotros hoy en día dijo: Hermanos, sed imitadores de mí (Filip.3:17). Así que jamás podremos darnos por satisfechos con nada menos que su mismo objetivo. Es cierto, nosotros fracasamos tristemente, pero aún así y no en tanto, siempre podremos mantener el verdadero objetivo en mente delante de nosotros. Podríamos compararnos con un escolar que se halle queriendo hacer un copia, y si no mantiene el título o razón de su composición en cuenta, su tendencia será mirar la última línea que haya escrito, y así, cada línea sucesiva vendrá siendo peor que la precedente, habiendo olvidado la razón o título de su escrito. Este es nuestro caso y así nos sucede a nosotros. Cuando quitamos nuestra vista del bendito y perfecto título, comenzamos a mirarnos a nosotros propios, a lo que nosotros producimos, a nuestro propio carácter, a nuestros deseos e intereses, a nuestra reputación. Comenzamos a razonar sobre lo que sería consistente con nuestros propios principios, nuestra profesión, o nuestro lugar, en vez de fijar los solos tan solo y sencillamente en aquel único objetivo que el Cristianismo nos presenta: El Propio Cristo.
Pero habrá algunos que cuestionen: ¿Y dónde vamos a encontrar eso? Pues bien, si por esa cuestión quiera darse a entender, ¿dónde vamos a hallarlo entre las numerosas filas de Cristianos hoy en día? La respuesta sin duda sería: ¡Muy difícilmente lo hallaremos allí! Pero es que tenemos el tercer capítulo de la Epístola a los Filipenses, y esto debería ser suficiente para cualquier verdadero Cristiano. Aquí tenemos un modelo de Cristianismo cierto y verdadero, y en su sola sencillez bien puede aspirar cualquiera que lleve Su nombre. Si nuestros corazones van siguiendo cualquier otra cosa, ¡juzguémoslos! Comparemos nuestras líneas con el título encabezado, y así procuraremos obtener y produciremos una fiel copia de Su Persona. De esta manera, aunque frecuentemente lloremos sobre nuestros propios fracasos y caídas constantes, siempre estaremos ocupados con nuestro objetivo apropiado, formando como resultado nuestro carácter Cristiano. Así, pues, que nunca lo olvidemos, que es tan solo el objetivo en mente lo que forma y produce el verdadero carácter Cristiano. Si es el dinero y la riqueza mi objetivo, mi carácter será sin duda codicioso y avaro; si es el poder, seré ambicioso; si son los libros, literato; y si es Cristo, soy un Cristiano. Aquí no estamos tratando de un asunto referente a la vida o a la salvación, sino tan solo y sencillamente del Cristianismo práctico. Si alguien preguntase cuál sería una simple definición de un Cristiano, bien podríamos responder: Un Cristiano es un hombre que tan solo hace una cosa (como Pablo): tener a Cristo siempre como su objetivo en mente. Esto es sumamente sencillo, pero a lo cual tan solo aquellos que se hagan como los niños referidos por el Maestro podrán tener acceso. Es ciertamente lamentable la manera cómo tantos y tantos “cristianos” con minúscula están prestando actualmente atención tan solo a las cosas terrenales, pero aun así, cualquier verdadero Cristiano puede acceder a su poder, y exhibir así un discipulado mucho más vigoroso y saludable en este mismo día que aquella gran mayoría pseudo-cristiana.
Y ahora finalizaremos este breve y apresurado estudio de este tema tan amplio y de tanto peso con una o dos líneas acerca de la Esperanza Cristiana.
Este, nuestro tercer y último punto, lo presentaremos de una manera bastante característica, al igual que hemos hecho con los dos anteriores. El lugar del Cristiano ha de hallarse en Cristo; el objetivo del Cristiano es conocer a Cristo; y la esperanza del Cristiano es venir a ser semejante a Cristo. ¡Cuán bella y perfecta es esta conexión que existe entre estas tres cosas! Así que nos damos cuenta que estamos en Cristo justicia nuestra, anhelando conocerle como mi objetivo, más y más ardientemente anhelaré ser semejante a Él, y una tan bendita esperanza solo vendrá a poder realizarse cuando le conozcamos tal y cómo Él es. Teniendo una justicia perfecta, y un objetivo perfecto, tan solo desearemos una cosa más, y es dejar de lado cualquier cosa que nos impida disfrutar de nuestro bendito objetivo: Nuestra ciudadanía se halla en los cielos; desde donde también aguardamos al Salvador, el Señor Jesucristo; el cual transformará nuestro vil cuerpo de carne, para que sea hecho semejante a Su cuerpo glorioso, según la operación de aquel poder con el cual puede también sujetar a Sí mismo todas las cosas (Filip.3:20, 21 – V.M.).
Y por fin, colocando todas estas cosas juntas, obtendremos un panorama muy completo del verdadero Cristianismo. Aquí no podremos ahora extendernos en detalle sobre alguno de estos tres puntos anteriormente señalados; pues, ciertamente, bien podremos ver que cada uno por separado demandaría un tomo completo para desarrollarlo como conviene. Por eso, pediremos a los lectores interesados procurando la verdad que dedique el tiempo necesario estudiando estos maravillosos temas. El lector tiene que sobreponerse a las imperfecciones e inconsistencias de la mayoría Cristiana, y tiene que fijamente poner sus ojos tan solo en la grandeza moral del Cristianismo verdadero que se ejemplifica en la vida y el carácter del hombre cuyo modelo presentamos a consideración en este estudio. Y así poder decir: Que los demás hagan lo que quieran y les dé la gana, en cuanto a mí, mi corazón jamás se sentirá satisfecho con nada menos que Mi precioso modelo. Quitaré del todo mi vista de los hombres y los fijaré solo en Cristo; en Él tan solo hallaré mi deleite como mi justicia, mi objetivo, y mi esperanza.
Que así sea en nuestras vidas, por amor de Cristo Jesús, amén.
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