¿Por Dónde Debo Comenzar a Leer Las Escrituras? Segunda Parte
Por
Stuart Allen
Traducción: Juan Luis Molina
SEGUNDA PARTE
DISPENSACIÓN
EL CREYENTE EN RELACIÓN AL PROPÓSITO DE DIOS PARA EL
CIELO Y LA TIERRA
Habiendo
observado cuan maravillosamente Dios en Su Palabra trata con el individuo y su
gran necesidad, y cómo un pecador puede encontrar la solución completa en
Cristo, el siguiente punto que tenemos que considerar es que Dios tiene un
propósito a gran escala, y todo verdadero creyente debería procurar descubrir
cuál sea su relación hacia dicho propósito.
El propio
hecho de la creación implica un propósito, pues es impensable que Dios la
hubiera creado por capricho o una mera coincidencia. El apóstol Pablo en el
tercer capítulo de Efesios, después de tratar con la revelación que le fue dada
por el Cristo ascendido concerniente a la iglesia que es Su Cuerpo, declara:
De acuerdo al propósito eterno (literalmente, “el plan de las edades”) que Él se propuso (o planeado) en Cristo Jesús nuestro Señor (vers.11).
Así como
ya hemos visto que la salvación individual y la redención se centran en Cristo,
así también sucede con este gran propósito o plan de Dios. Una parte de este
propósito con respecto a la tierra se revela en Isaías 45:18:
…El Mismo Dios que formó la tierra y la hizo….la hizo
para ser habitada.
Por tanto
la tierra fue entendida ser un lugar de habitación para el hombre que había
sido hecho a la imagen de Dios con el objetivo de producir una raza física, que
tendría también que portar dicha imagen. Dios pretendió reproducirse a Sí Mismo
en una forma limitada en una raza humana sin pecado a quien le fue otorgado el
privilegio del gobierno y dominio. Salmos 8:4-8 lo expresa de la siguiente
manera:
¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?...Le has
hecho que tenga el dominio sobre las obras de Tus manos. Pusiste todas las
cosas debajo de sus pies.
Nos parece
una idea evidente que, antes de la creación de Adán, Dios hubiese creado seres
celestiales – ángeles de varios rangos para los cielos. Colosenses 1:15-17
(R.S.V.) dice concerniente a Cristo:
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de
toda la creación; porque en Él todas las cosas fueron creadas, en el cielo y
sobre la tierra, visible e invisible, sean tronos o dominios o principados o
autoridades – todas las cosas fueron creadas a través de Él y por Él. Él es
antes de todas las cosas y en Él todas las cosas están sujetas.
Y en Job
38:6, 7 leemos:
¿Sobre qué están fundadas sus bases (de la tierra)? O
¿Quién puso su piedra angular, cuando alababan todas las estrellas del alba, y
se regocijaban todos los hijos de Dios?
Dios por
tanto debe tener un propósito para los cielos así además como para la tierra,
pero el grueso de la Biblia
trata con la parte terrenal del plan divino.
No en
tanto, como ya hemos visto, la tierra se vio envuelta en pecado y muerte, y a
través de la caída previa de Satán, la autoridad suprema celestial, también
parte de esos cielos se vieron envueltos
igual. Todo esto significa nada más y nada menos que, el propósito original de
Dios, llegó a ser espoliado, y el clamor principal de la Biblia es revelar cómo Dios en Su decisiva sabiduría,
amor y poder, opera la anulación de esta caída, aboliéndola y trayendo de
vuelta una nueva creación tan limpia y hermosa como lo era al principio.
Cualquier cosa que Dios pretendiera hacer cuando al principio la creó se
mantiene vacía y en desorden hasta que
esta gigantesca obra acabe de cumplirse. Todo esto se asocia en la frase “el propósito
de las edades”, y es de nuestra responsabilidad adquirir un profundo
conocimiento de este asunto estudiando la Palabra de Dios y cuidadosamente observando qué
es lo que revela concerniente a este propósito.
En este
punto debe ser establecido que iremos a procurar entre los selectos pasajes de
Escritura, y que así nuestra lectura desde este punto no serán los libros de la Biblia , tanto como los
capítulos y versículos que sean relevantes. Después de tener bien claro esto,
la lectura de todos los libros pueden seguirse libremente.
A la hora
de trazar los propósitos de Dios terrenales, primero que nada observamos el
hecho de que Dios emplee agentes o medios humanos para llevar a cabo Su
voluntad. No significa que Él se vea forzado a eso, pues Su ilimitado poder,
tal como trajo en concreción la creación Él solo cuando nada había, bien podría
haber llevado a cabo lo que quisiese sin intermediarios. Pero siendo un Dios de
gracia y condescendiente, quiso emplear agentes humanos, aunque fuesen
imperfectos. Por eso levantó al pueblo de Israel, y durante siglos los entrenó
en Su verdad, para que a Su tiempo pudiesen actuar como Sus agentes y llevasen
Su conocimiento y el de Su salvación hasta los confines de la tierra (el único
remedio efectivo para el pecado y la muerte, tal como ya hemos visto).
Comienza
con Abraham, y si el lector vuelve sus páginas a Génesis 12:1-3, leerá de su
divino llamamiento con el expreso propósito de Dios:
Pero Jehová había dicho a Abram: Sal de tu tierra y de tu
parentela, y de la casa de tu padre, a la
tierra que te mostraré: y haré de ti
una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás
bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren
maldeciré: Y serán benditas en ti todas
las familias de la tierra.
El lector
debe observar que hay “siete voluntades futuras” de Jehová sin condición
alguna, Dios le deja ver muy claramente a Abraham lo que pretende hacer y
llevar a cabo. Eso conllevaba darle una posteridad (una simiente) y un
territorio, un hogar donde habitarían. Las fronteras geográficas de este don
del territorio se hallan establecidas en Génesis 15:18:
En aquel mismo día hizo Jehová un pacto con Abram,
diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el rio de Egipto hasta el
rio grande, el rio Éufrates.
Aquí una
vez más debemos observar que todo hasta aquí es incondicional, y tanto es así
que Abram es puesto a dormir en profundo sueño (vers.12). No cabe en la cabeza
de nadie que Dios estuviese ofreciendo una herencia espiritual, puesto que el
territorio se especifica desde el rio Nilo por el lado derecho hasta el
Éufrates, y si el lector consulta un mapa del Medio Oriente, verá que se indica
una vasta porción de tierra. Después de esto, Abram es convidado por Dios a
explorarlo:
Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su
ancho; porque a ti la daré (Gén.13:17).
Uno de los
más graves problemas del mundo moderno es el Medio Oriente, particularmente
Palestina y el problema en cuanto a quién debe ocuparla y controlarla, si
Judíos o Árabes. Es en vano para los políticos y líderes argumentar sobre este
tema de la ocupación de esta porción de la tierra. El hecho permanente es que,
básicamente, el territorio ni le pertenece al Judío ni al Árabe, Su dueño es el
Señor:
El territorio no se venderá para siempre, porque él (el
territorio) Mío es… (Lev.25:23).
De Jehová es la tierra (el territorio) y su plenitud (Salmo 24:1).
Por
consiguiente, Dios le ofrece el territorio a quien Él quiera y no puede haber
discusión sobre esto. Él se propuso que esta vasta porción de tierra en el
centro del planeta sería la casa de los descendientes de Abraham que viniesen
de la semilla de Isaac y de Jacob. Este don o regalo no depende sobre la base
del mérito; no se trata de que Israel
sea mejor que las naciones Árabes. Sino antes bien que Dios se la ofreció a
Israel puesto que es lo que estaba en el corazón de Su plan de bendición
mundial (todas las familias de la tierra). Con toda seguridad que llevará a
cabo y buen fin todo lo que se haya propuesto sin tener para nada en cuenta los
sentimientos Judíos o Árabes, ¡ni tampoco los de cualquier otra nación! La Biblia expone muy
claramente que el Señor no se ha olvidado de los Árabes. También tendrán su
porción territorial a su debido tiempo.
Es obvio
mirando toda la historia pasada que los descendientes de Abraham nunca han
llegado a ocupar la totalidad de este territorio, puesto que la Palestina que hoy en día
conocemos ocupa solo una pequeña parte suya. Tiene por tanto por obligación que
haber una futura ocupación total, porque la Palabra de Dios y Sus promesas no pueden ser
quebrantadas.
Aquí
debemos resaltar que llegó a haber una previa imagen parecida con esta larga
heredad durante el reinado de Salomón. En 1ª Reyes 4:21 y 2ª Crónicas 9:26 se
nos dice que su dominio ocupó desde el rio Éufrates hasta los bordes de Egipto.
Esta porción no es tan extensa como la prometida en Génesis 15, puesto que no
incluye a Egipto desde las fronteras del Nilo, y aunque es cierto que Salomón,
por políticas y comerciales razones, fue capaz de controlar una territorio
fuera de Palestina, sin embargo las doce tribus no llegaron a ocupar sino una
pequeña parte del territorio tal como 1ª Reyes 4:25 declara:
Y Judá e Israel vivían seguros cada uno debajo de su
parra y debajo de su higuera, desde Dan hasta Beerseba, todos los días de
Salomón.
Las
referencias de un nada evidenciarán que esto se refiere al extremo norte y sur
de Palestina solamente, y por tanto estos fueron los días más expansivos
territoriales de la historia de Israel, bien se puede concluir diciendo que los
Judíos nunca han llegado a disfrutar plenamente el territorio completo
prometido por Dios en Génesis 15:18. Los días de Salomón por tanto no son el
cumplimiento de esta promesa como algunos expositores han juzgado y declarado.
Tan solo son una sombra reflejada suya, dejando el pleno cumplimiento para un
día futuro en el cual Dios honrará Su palabra a la letra tal y como siempre lo
ha ido haciendo hasta ahora.
La siguiente cosa que debemos observar es que,
en la promesa incondicional hecha a Abraham, la ofrenda de una posteridad y el territorio con sus
fronteras prescritas están siempre
ligadas y van juntas. Esta promesa concerniente a la semilla y al
territorio le fue vuelta a repetir al hijo de Abraham: Isaac.
Habita como forastero en esta tierra…porque a ti y a tu
descendencia daré todas estas tierras…y todas las naciones de la tierra serán
benditas en tu simiente (Gén.26:3, 4)
Y después
a Jacob, el hijo de Isaac:
Yo soy Jehová el Dios de tu padre Abraham, y el Dios de
Isaac: la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia…y
todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente (Gén.28:13, 14).
Esta
divina promesa por tanto concierne a los doce hijos de Jacob de los cuales se
expandió la nación de Israel.
Sin
embargo, Israel había sido avisado por Dios a través de Moisés de que si
pecasen y se inclinasen a la apostasía serían severamente disciplinados por Él,
y además serían depuestos temporalmente de este territorio (Deut.28:58-68).
Este pasaje debería ser leído de una manera que sería demasiado largo expresar
aquí. La historia nos demuestra que eso sucedió en tres ocasiones:
(1 ) Su
experiencia en Egipto resultó de una hambre habido en Canaán y su subsecuente
esclavitud bajo el Faraón y la redención por Dios a través de Moisés.
(2) Esta segunda resultó proveniente de la
desintegración moral que siguió al reinado de Salomón y a la división del reino
de Israel en dos partes. La parte norte fue llevada en cautiverio por Asiria en
el año 721 antes de Cristo, y poco después el reino del sur de Judá vino a ser
cautivo de la misma manera a manos de Nabucodonosor, en el 606 antes de Cristo.
Su retorno al territorio se indica por Jeremías en el cap.29:10, 11, quien
predice que este cautiverio duraría 70 años.
(3) La tercera y última dispersión en el año
70 después de Cristo con la destrucción de Jerusalén bajo manos de Tito, tal
como Cristo predijo en Mateo 24. Esta destrucción fue seguida por la
desertificación de todo el territorio.
Israel ya
ha comenzado a volver a este territorio en el siglo actual que lo ha visto
erguirse como nación de nuevo. Dos millones de Judíos (al tiempo del autor
escribir este artículo – entre mediados y finales del siglo 20) ya se hallan
instalados en una parte de su antiguo territorio. Esto sin embargo no es el
definitivo cumplimiento de las profecías concernientes a la final reunificación
de Israel. Pero esto demuestra con toda claridad que el selectivo amor que Dios
muestra al pueblo de Israel no está exento ni les libra de la disciplina.
Tienen que aprender lo que el apóstol Pablo posteriormente escribió:
Cualquier cosa que un hombre siembre, eso también segará.
Porque aquel que siembre para su carne de su carne segará corrupción… (Gál.6:7, 8).
Pero esta
disciplina es temporal y nunca resulta en su repudiado estado permanentemente
por parte de Dios, siendo que la razón
para eso sea Su segura e incondicional promesa hecha con sus padres como ya
hemos visto. Jeremías 31:10 lo expresa en estos términos:
Aquel que dispersa a Israel también lo recoge
Y no debía
ser necesario enfatizar que el Israel literal que Dios esparció en juicios debe
ser el mismo Israel que acabará finalmente siendo restaurado. Los libros
proféticos de la Biblia
expresan estos dos aspectos de los tratos de Dios con los juicios de Israel por
su pecado y apostasía, y la restauración al territorio prometido de acuerdo con
la inmutable voluntad de Dios.
Es importante que nos demos cuenta que, debido
al propósito divino, Israel no podrá jamás
venir a ser exterminada. Siempre va lado a lado de sus gravosos
perseguidores. La permanencia de la raza Judía a través de todas las
vicisitudes que han sufrido durante los siglos es una indicación de la verdad
de la Palabra
de Dios. El profeta Jeremías en su capítulo 31, versículos 35 a 37 la declara en una
figura de imposibilidad:
…el Señor, que dio al sol por lumbrera por el día y las
ordenanzas de la luna y las estrellas por lumbrera por la noche, que divide el
mar cuando rugen sus olas; el Señor de los ejércitos es Su nombre: si estas
ordenanzas salieran de Mis pensamientos, dice el Señor, entonces la simiente de
Israel también cesaría de ser una nación delante de mí para siempre. Así dice
el Señor: Si el cielo arriba pudiese ser medido, y las fundaciones de la tierra
sacadas a descubierto, también Yo cortaré fuera toda la simiente de Israel por
todo cuanto han hecho, dice el Señor
Dios aquí lanza
un desafío para todos. Si la inmensidad de la creación puede ser completamente
sopesada, o medida o investigada; entonces también Él cortaría a este pueblo.
Pero es que a pesar de los avances científicos, el hombre tan solo a surcado la
superficie de nuestro sistema solar y no ha ido más lejos, así que este desafío
se mantiene cierto y seguro como lo estará siempre.
Posteriormente,
en el testimonio del apóstol Pablo, hace la siguiente pregunta:
Y digo yo entonces: ¿Ha abandonado Dios a Su pueblo? (es
decir, Israel)…Dios no ha abandonado a Su pueblo a quien antes conoció (Rom.11:1-6)
Y la
emergencia de Israel como una nación nos muestra una vez más que esto es cierto
todavía hoy en día. Existe un pueblo permanente terrenal de Dios cuyo destino
es habitar en el Medio Oriente en la más larga porción de territorio desde el
Nilo hasta el Éufrates. Esto se debe a
que este pueblo y este territorio están exactamente en el programa de Dios para
bendición del mundo y el establecimiento de Su Reino sobre la tierra.
En cuanto
a la cualidad del territorio en sí
mismo, no es necesario decir que cualquier cosa que Dios ofrezca debe ser de lo
mejor. Se describe como “un buen territorio, “una tierra donde fluye leche y
miel”
Tierra de la cual Jehová Tu Dios cuida; siempre están
sobre ella los ojos de Jehová Tu Dios, desde el principio del año hasta el fin.
(Deut.11:12).
Con las
lluvias de la primavera y del otoño es una sobre excedente fértil tierra,
también rica en minerales y petróleo tal como las naciones de la tierra han
aprendido tan bien. Los profetas están repletos de descripciones concernientes
a la reunificación de Israel hacia esta tierra prometida. A medida que vamos
dando porciones de la Biblia
que conllevan el plan divino, los pasajes siguientes deben ser cuidadosamente
ponderados:
Isaías 11; 14:1-3; 43:1-7; y capítulos 60-62, Jeremías
30:111; 31:1-13, 28-40; 32:36-44; 33:14-26, Ezequiel 11:15-21; y capítulo 37;
39:25-29, Oseas 3, Joel 3, Amós 9, Miqueas 4, Zacarías 8.
Está claro
que, los pasajes anteriores no son los únicos que tratan con el futuro de
Israel y su restauración a la tierra prometida. Que esto solamente se puede
referir al territorio literal prometido a Abraham y a su simiente por la frase Tu propio territorio, o El Territorio que Yo juré darle a tus padres
(Ezequiel 20:42; 34:13; 39:28). Esto prohíbe de manera efectiva cualquier
tipo de espiritualización y transferencia a la Iglesia.
El plan de
Dios por tanto para abarca todo el mundo
fue escoger a un pueblo, enseñarles Su verdad y darles Su conocimiento, (lo
cual llevó muchos siglos) y el camino de salvación por el sacrificio de Cristo,
y así equipándoles para comunicar este vital evangelio – “las buenas nuevas” a
toda la humanidad. Israel sería el agente o medio divino, una gran nación
misionera para alcanzar este propósito de Dios, para que Su Reino con toda su
multiforme bendición pudiera venir a ser realizado en la práctica por toda la
tierra.
En Éxodo
19, Moisés está siendo instruido para decirle a Israel:
Bien has visto tú lo que Yo hice en Egipto, y cómo os he
cargado en las alas de águilas y os he traído hasta Mí. Ahora, por tanto, si
vosotros obedecéis Mi voz, y guardáis Mi pacto, vosotros seréis Mi especial
posesión entre todos los pueblos; porque toda la tierra es Mía, y vosotros
seréis para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Estas son las
palabras que hablarás a los hijos de Israel (Éxodo
19:4-6 R.S.V.).
Dios
comienza a explicar la razón por la cual escogió a Israel. Ellos serían un
canal puro (una santa nación de sacerdotes) y además una expresión del reino
terrenal en miniatura. Y como tales tenían que ser la primera nación de la
tierra:
Y el Señor hará de ti la cabeza, y no la cola; y estarás
encima solamente, y no estarás debajo… (Deut.28:13).
Existe no
en tanto aquí en todo esto un punto débil. Estas promesas fueron condicionadas a la completa obediencia
de Israel. Antes de haber sido ratificado el pacto de la ley de Dios con ellos,
ya lo habían quebrado por la adoración idolátrica del buey dorado, y su
historia se halla repleta de idolatría y rebelión. Esto fue de hecho
desastroso, y si no fuera porque llegaron a venir revelaciones posteriores de
parte de Dios de Su misericordia y amor, no podría haber habido un futuro para
Israel, ahora bajo la maldición de una ley quebrada. Sin embargo, esto es
precisamente lo que hallamos, porque del mismo modo que el Sacrificio único de
Cristo sobre la cruz es suficiente para expiar al pecador hoy en día, pues
igual es la gran obra redentora suficiente para expiar a la nación pecadora
Judía, y esto es lo que expresa en Nuevo Pacto que Dios hizo posteriormente en
los días de Jeremías con este pueblo.
El
capítulo 31 es muy importante, pues es donde se registra. Observe que su tema
asiente es la restauración a su territorio (Jer.31:7 – 14; 28-30) y a seguir la
revelación del Nuevo pacto que no es condicional
como el primero, sino de entera gracia:
He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré
NUEVO PACTO con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que
hice con sus padres; porque ellos invalidaron Mi pacto, aunque fui Yo un marido
para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel
después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré
en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no
enseñarán más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a
Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más
grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más
de su pecado. (Jeremías 31:31-34).
Dios
claramente contrasta estos dos pactos que había realizado entre Él Propio y la
nación de Israel: el primero con su alto estándar de conducta asiente delante
de los hijos de Israel, y el alcanzar de sus promesas estaba condicionado sobre
la obediencia de Israel. Era, como hemos visto, débil por causa de la carne, la vieja natura pecaminosa. La nación
Judía no guardó ni podía guardar el pacto por causa de eso. En consecuencia, el
Señor hace este Nuevo Pacto de gracia con el mismo pueblo. Este incondicional: la cláusula condicional
“Si haces o dejas de hacer” no aparece ni una sola vez. Esta vez, en vez de
ordenarle a Israel que guarde Su ley, Dios toma la iniciativa poniéndola en sus corazones, y así pasa
a ser una fuerza interior, la cual les capacita para venir a ser el reino
sacerdotal que había sido la voluntad de Dios para ellos desde el principio.
Y no solo
eso, sino que además bajo el Nuevo Pacto, todos sus pecados y fracasos han sido
lavados y limpios, perdonados por el Señor. Y así vienen al conocimiento pleno
de Él Propio para ser capaces de expandir e impartir este conocimiento al resto
de la humanidad. Este Pacto no pudo haber entrado en operación hasta que fuese
ratificado por la ofrenda del Señor Jesucristo sobre la cruz. A la hora de la
cena de pascua el Señor les dijo a Sus discípulos Judíos:
Tomad y comed; éste es Mi cuerpo. Y tomando Él la copa, y
dando gracias, la repartió entre ellos, diciendo: bebed todos de ella; porque
esta es Mi sangre del nuevo pacto (testamento A.V.), la cual es derramada para
muchos: para la remisión (perdón) de sus pecados (Mat.26:26-28).
Debería
quedarnos muy claro que, este maravilloso y de más amplio alcance pacto, es
relativo a las dos partes: Por un lado Dios, e Israel por el otro; y nadie
tiene el derecho de injertar nada más aquí en este Pacto, tal y como se
acostumbra hacer para sostener ciertas ideas teológicas. Y si se pregunta: ¿Se
incluye a los Gentiles en éste pacto? La respuesta es “SÍ”, si se asocian con
Israel – tal como sucedía durante el periodo cubierto por el Libro de los
Hechos de los Apóstoles, y este punto lo consideraremos posteriormente. Pero
ahora debemos recordar que Dios puede tratar con los pecadores sobre la base y
fundamento de la libre gracia, aparte de cualquier pacto. Sin embargo
concerniente a Israel se basa sobre el Nuevo Pacto, para que pueda haber un
futuro para ellos en el plan de Dios, y hemos señalado cuán importante
considera Dios todo esto lanzándonos el desafío para alterar el funcionamiento
de la creación y solo entonces Él cortaría y abandonaría a este pueblo pecador
y así cesaría de ser una nación delante de Sus ojos para siempre (Jeremías
31:35-37).
A pesar
del fracaso Judío, la ceguera y dureza de corazón durante este periodo, tiene
que haber un glorioso futuro para ellos y esta Palabra profética lo asegura de
manera muy clara.
Ya hemos
visto que, para cumplir Su propósito de bendición mundial, Dios escogió una
nación, las ofreció una promesa de un hogar en el centro de la tierra, pero no
solo eso, sino que además les prometió un líder y Rey de Su elección. En la
promesa original Dios le dijo a Abraham: Reyes
provendrán de ti (Gén.17:6-16). Dándose a conocer el propósito, vuelve a
repetirse expandido a Isaac y a Jacob, y después en Génesis 49:10: en su
profético sumario de la Israel
futura, Y Jacob, bajo la divina iluminación, dice: El cetro no saldrá de Judá, ni el cuerpo de gobierno de entre sus pies
(o posteridad), hasta que Shiloh venga, y ante Quien se rinda obediencia del
pueblo. La palabra hebrea tiene una alternativa, Sheloh que significa “De Cuyo es” y la traducción Griega del
Antiguo Testamento (la
Septuaginta ) tiene Aquel
por Quien es debida. La frase “de entre sus pies” significa su posteridad. La totalidad del
versículo entonces se leería: El cetro no
saldrá de Judá, ni un legislador de su posteridad hasta que llegue a venir
Aquel de Cuyo sea debida la obediencia del pueblo. El versículo se refiere
siempre de manera práctica al Mesías e indica que la soberanía nunca vendría a
ser depuesta de Judá hasta que el Mesías viniera de Cuyo sería el reino y
reinar: Hasta que llegue Aquel Cuyo
derecho sea se repite en Ezequiel 21:27 donde Dios asocia esta soberanía
una vez más con Cristo.
Así vemos
que al principio en la historia de Israel había un concepto de un futuro reino
terrenal y de un divino Gobernador. La enseñanza concerniente a este futuro Rey
se incorpora en las promesas dadas a David. Los pasajes Escriturales para leer
aquí son 2ª Samuel 7; 1ª Crónicas 17 y el Salmo 89.
En Samuel
7:16 Dios le dice a David a través de Natán:
…Y tu casa y tu reino será establecido para siempre
delante de ti; tu trono será firme para siempre.
Esto se
repite en el Salmo 89, el Salmo de la fidelidad de Dios a Su palabra y Sus
promesas, pues la palabra fidelidad aparece
“siete veces” (vers.1, 2, 5, 8, 24, 33, y 49, siendo que a veces se pone por
ella “verdad”, debería no en tanto leerse “fidelidad” tal como la R.V .). Los versículos 3, 4,
35-37 asocian claramente la “simiente” (posteridad) con “el trono” y esto
declara Dios que será para siempre (o
eternamente) establecido. Y también se declara que Su voluntad no alterará
o quebrará Su pacto (34). Que Cristo, siendo como es el gran hijo de David,
cumple esta promesa, tal como enfatizan tanto el Antiguo como el Nuevo
Testamento. En la maravillosa profecía relativa al nacimiento de Cristo en
Isaías 9:6, 7 (R.V.) leemos:
Porque un Niño nos es nacido, para nosotros un Hijo es
ofrecido: y el gobierno sobre Sus hombros, y Su nombre será llamado Maravilloso,
Consejero, Grande Dios, Padre Eterno (o Padre de las edades), Príncipe de Paz.
De la abundancia de Su gobierno y paz no habrá fin, sobre el trono de David y
Su Reino, establecido y erguido con Juicio (justicia) y con derecho desde aquí
y por los siglos de los siglos – el celo del Señor de los ejércitos realizará
esto.
El santo
Niño a ser nacido es Emmanuel, Dios con
nosotros, y se asocia con el trono de
David y el cumplimiento de este propósito divino que será continuo y
eterno. ¡Por la declaración del celo de
Dios o su ardiente deseo de realizarlo, vemos lo vital que es en el plan de
Dios para la bendición mundial! En Jeremías 23: 5, 6 (R.Y.) el reinado del Rey
que es el hijo de David se retrata como viniendo a suceder en un tiempo cuando
Judá e Israel vengan a ser salvos y habiten confiados:
He aquí, vienen los días dice el Señor, en que Yo
levantaré a David un justo Renuevo, y Él reinará como Rey y tratará sabiamente,
y ejecutará el juicio y la justicia en el territorio. En Sus días Judá será
salvo, e Israel habitará confiado: y este es Su nombre por el cual será
llamado: El Señor es nuestra justicia (Jehová Tsidkenu).
A esto le
sigue la reunificación de Israel y su ocupación de la tierra prometida. La
misma verdad se enfatiza en el capítulo 33:14-26, que también deberá ser leído.
Es demasiado largo como para citarlo aquí. En él dice Dios:
Si vosotros lográis quebrar Mi pacto del día, y Mi pacto
de la noche, de tal forma que allí no haya día y noche en sus estaciones;
entonces también podré Yo quebrar Mi pacto con David Mi siervo, para que no
tenga hijo que reine sobre su trono… (vers.20,
21).
Y no solo
eso, sino que además cuando estas profecías se cumplan, el propio David vendrá
a ser levantado de la muerte y actúa como príncipe y el vice-regente de Cristo
sobre el trono de Israel. Ezequiel 37:22-25 indica que Israel en ese futuro día
tendrá un Rey sobre ellos y entonces en los versículos 24 y 25 dice Dios:
Y Mi siervo David será rey sobre ellos; y todos ellos
tendrán un solo pastor: además andarán en Mis ordenanzas, y observarán Mis
estatutos y los pondrán por obra. Y
habitarán en el territorio que Yo le di a Jacob Mi siervo, donde vuestros
padres habitaron, y allí habitarán, ellos y sus hijos, y los hijos de sus
hijos para siempre: Y David Mi siervo será su príncipe para siempre.
Así, pues,
aunque habría un periodo cuando el trono de David estuviese vacío, sin embargo
eso solo sería temporal, y el tiempo habría de llegar en el cual Israel se volviera
para el Señor y el David resucitado vendría a ser su rey, reinando con y en
favor de Cristo.
Amós 9:11
también declara que el tabernáculo de David sería restaurado en los últimos
días y en Zacarías 14, después de del segundo aviento de Cristo, cuando Sus
pies vuelvan a posarse sobre el Monte de los Olivos (Zac.14:4), el profeta
declara: Jehová (en la Persona de Cristo) será rey sobre toda la tierra (vers.9) así como un Rey para Israel.
Existen
muchas evidencias en el Antiguo Testamento, por tanto, de que Dios planeó un
literal cumplimiento de Su promesa a David concerniente al trono de Israel, y
que vendría finalmente a ser cumplido en Cristo. Más adelante veremos en el
testimonio del Nuevo Testamento más detalles sobre este más que importante tema
o sujeto principal y observaremos cómo este propósito se viene a llevar a
cabo.
EL TESTIMONIO DEL NUEVO TESTAMENTO CONCERNIENTE AL
REINADO DE CRISTO Y A LA
FASE TERRENAL DE SU REINO
El Evangelio
de Mateo comienza con una genealogía de Cristo, el Hijo de David, y el Hijo de Abraham. Como el hijo de David que
era, el Señor Jesús tiene el derecho al trono. Como el hijo de Abraham, Él
tiene el derecho al territorio. En el capítulo dos se hace la siguiente
pregunta: ¿Dónde está Aquel que ha nacido
(siendo) rey de los Judíos? (2:2). El ángel que visitó María antes del
nacimiento del Señor, hablando por Dios, dijo:
El Señor Dios le dará a Él el trono de Su padre David; y
Él reinará sobre la casa de Jacob para siempre: y de Su reino será dicho que no
tiene fin (Lucas 1:32, 33).
El Trono de David tan solo
pudo significar una cosa para María: la posición de rey sobre Israel y la casa de Judá ciertamente la tuvo que
entender hablando de la nación que descendía de Jacob y no la iglesia. Cuando
Herodes demandó saber dónde debía nacer el Cristo, el sumo sacerdote y los
escribas citaron Miqueas, el cual, siglos antes, había señalado a Belén como
lugar de Su nacimiento, concluyendo:...Porque
de ti saldrá un Gobernador que gobierne a Mi pueblo Israel (Mat.2:4-6). La
misma verdad resalta también el Apóstol Pablo:
Yo ahora digo que Jesucristo fue un ministro de la
circuncisión (Israel) para la verdad de Dios, para confirmar las promesas
hechas a los padres, y para que los Gentiles glorifiquen a Dios por Su
misericordia (Rom.15:8, 9).
…los que son mis parientes según la carne (Israel)…de los
cuales, según la carne, vino Cristo… (Rom.9:3-5).
Y además
tenemos la declaración expresa del Señor Mismo concerniente a quienes Él había
sido enviado:
Yo no he sido enviado, sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mat.15:24).
Y no solo
limitó Su ministerio a la escogida nación, sino que además les puso la misma
limitación al ministerio de los Doce cuando les ordenó:
Por camino de Gentiles no vayáis… sino antes id a las
ovejas perdidas de la casa de Israel (Mat.10:5,
6).
Todos los
que no se hayan dado cuenta de la “centralidad” de Israel en el plan de Dios
para abarcar al mundo entero tendrán mucha dificultad en este punto, puesto que
son incapaces de reconciliar el concepto de Cristo como Salvador del mundo con
ésta limitación a Israel, pero una vez que se entiende desaparecen todos los
obstáculos en el hecho de que los Judíos deben ser primeros en los tratos de Dios en el periodo del Antiguo
Testamento y ahora en el Nuevo
Testamento. Cuando el Señor Jesús
vino a ellos en la carne, lo hizo como Su Rey y Sacerdote. Él será un Sacerdote sobre Su Trono, dijo Zacarías (6:12, 13). Como
Rey que era, bien podía administrar el justo gobierno, primeramente a Israel, y
después a toda la humanidad. En cuanto a ser Sacerdote y Ofrenda, bien puede
tratar y remover del todo la piedra de tropiezo del pecado, con la finalidad de
que el reino de Dios pueda venir a ser una realidad y no meramente una quimera.
La
tragedia sucedió cuando en la plenitud del tiempo vino su Salvador y su Rey, y
esta favorita nación escogida por Dios le repudió en Su tripartita capacidad
como Profeta (Mat.12:41), Sacerdote (12:6) y Rey (12:42). El antecesor, Juan el
Bautista, había preparado el camino para el Rey y teniendo Su venida en vista
predicó que el reino se hallaba cercano (Mat.3:2) para el reinado terrenal del
pueblo, cuyas “buenas nuevas”, les fueron pronunciadas también por el propio
Cristo (Mat.4:17). Pero en las palabras
de la parábola dijeron: no queremos que
este hombre reine sobre nosotros (Lucas 19:14). ¡Prefirieron libertar a un
criminal antes que a su rey! En medio de sus burlas colgado sobre Su cruz
escribieron: Este es Jesús, el rey de los
Judíos (Mat.27:37) ¡pero es que este título era absolutamente cierto y
verdad! ¡Cuán inesperado y gravoso le debió resultar al corazón de Dios este
repudio! Cualquiera puede darse cuenta aquí de lo que hubiera sucedido si Él
hubiese empleado seres humanos para llevar a cabo Su voluntad después de un tan
terrible resultado. El hecho de no haberlo hecho así solo magnifica tanto Su
carácter como la prolongada paciencia del Dios de toda gracia.
Tan solo
unos cuantos respondieron a la enseñanza del Señor, tales como Natanael, que
confesó Tú eres el Hijo de Dios; Tú eres
el Dios de Israel (Juan 1:49). La gran mayoría en cambio mostró su
incredulidad y su repudio, pues cuando el Señor Jesús se introdujo en
Jerusalén, cumpliendo la profecía de Zacarías (9:9) He aquí tu Rey viene hacia ti (Mat.21:5), pareciera que lo habían
recibido, pero fue tan solo un breve devaneo emocional muy vacío, puesto que
pocos días después la misma multitud se ven gritando: ¡Crucifícale, crucifícale!
¿Acaba
así, entonces? ¿Es este el final del programa de Dios para la bendición mundial
y el fracaso de Su promesa a Abraham, Isaac, Jacob y David concerniente a la
semilla, el territorio y el Rey? El libro que sigue al desarrollo de los cuatro
evangelios nos lo dirá. Este libro es los Hechos de los Apóstoles, y es la
porción de santa Escritura que ahora precisamos de leer con cuidado.
EL TESTIMONIO DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES
HACIA EL REINO TERRENAL DE CRISTO
Con el
terrible fracaso de Israel, precisamos descubrir ahora si es que Dios continúa
Su plan hacia la bendición mundial sin Israel y emplea otros medios, o si es
que en Su gran paciencia y benignidad les da otra nueva oportunidad para
arrepentirse y responderle afirmativamente. Los Hechos de los Apóstoles que
llevan a cabo la narrativa desde el ministerio terrenal del Señor muestran
claramente que Dios en Su gran misericordia toma la segunda decisión.
Lucas, que es quien escribe los Hechos,
también escribió el tercer Evangelio, el cual, evidentemente, originalmente fue
la primera parte de los Hechos. En el
último capítulo de su Evangelio registra el hecho de que el Señor Jesús
apareció a los once después de Su resurrección, y que les abrió los ojos de sus
entendimientos para que pudieran comprender las Escrituras (Lucas 24:45). En el
primer capítulo de los Hechos que conecta el último capítulo del Evangelio,
Lucas nos dice que por un periodo como de seis semanas el Señor apareció a los
once y les explicó las Escrituras del Antiguo Testamento. ¡Qué gran momento
debió haber sido! ¡Qué privilegio poder escuchar la viva Palabra exponiendo a la Palabra escrita y serles
por Él dada una correcta comprensión de Sí Mismo!
Y el
resultado de todo esto fue que le preguntaron: ¿Restaurarás el Reino a Israel en ese tiempo? Parece que estos hombres fueron llevados a
pensar que el reino terrenal y la posición de Israel todavía se encontraban
vigentes en la voluntad de Dios. Debemos observar que “restaurar” no significa
“traer algo nuevo”, sino traer de vuelta alguna cosa que ya existía
anteriormente. Este no era “otro nuevo”, sino el reino que había venido siendo
el gran sujeto de revelación a través de todos los profetas del Antiguo
Testamento.
El Señor
no les corrigió por hacer una tal pregunta. Era solo el elemento tiempo el que
no podía revelar, porque si lo hubiera hecho, eso significaría necesariamente
que en Su previo conocimiento Israel iría a repudiar de nuevo la ofrenda del
Dios misericordioso y la restauración, y eso fue lo que el Señor en Su
sabiduría se recusó a responder, ni les dio base alguna para esperar una tal
decisión Judía. El acontecimiento siguiente en el registro es el concerniente
al reemplazo del lugar de Judas con los once. El número doce debe ser completado.
Es difícil entender la necesidad para eso si es que Dios hubiese repudiado a
Israel en este punto y hubiese comenzado a llamar al Cuerpo de Cristo en el
cual el Judío como nación ya no existiese, (Col.3:8-11). Pero en el reino
terrenal el Señor Jesús había hecho una promesa relativa a los doce apóstoles
diciendo que se sentarían sobre doce tronos, juzgando a las doce tribus de
Israel (Mat.19:28 – observe que son doce tronos, no once).
Las
aptitudes o calificaciones para el desempeño de un apóstol se ven si se compara
Hechos 1:21, 22 con las palabras del Señor en Juan 15:27. La idea que prevalece
aquí es la capacidad de llevar consigo un testimonio personal resultante del
hecho de haber sido un testigo ocular hacia la vida y las obras del Señor – desde
el comienzo de Su público ministerio pasando a través de todo él hasta Su
muerte y resurrección. Dos hombres había que cumplían ese requisito, y los
apóstoles sabiamente levantaron los ojos al Señor para que escogiera entre
ellos. El señalado de Su voluntad fue Matías y tomó el lugar de Judas, y el
Espíritu Santo confirmó Su elección en el día de Pentecostés, puesto que Su
divino poder reposó sobre Matías del mismo modo que sobre los restantes once,
así que, si no hubo engaño, ¡Dios lo quiso! Decimos esto porque algunos
expositores no dudan en decir que aquí los apóstoles cometieron un error.
¡Habrían sido más pacientes esperando que fuese Pablo quien pasase haciendo
parte el doceavo apóstol! Pero es que Pablo no cumplía la condición
anteriormente expuesta y deliberada por el Señor y, tal como dejo bien claro él
mismo: su ministerio fue distinto al de
los Doce.
Ahora
llegamos a Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo tal como prometido por
el Señor Jesús, y Su divino entrenamiento de los Doce con vista a su posterior
ministerio del reino. Es muy importante darnos cuenta que Pentecostés era la
tercera de las fiestas de Jehová, dadas a Israel y registradas en Levítico 23.
Simbólicamente escenifican el programa terrenal de Dios para Israel desde el principio
con la Pascua
(el Calvario) para la afirmación del reino de Dios en la tierra (Tabernáculos).
La iglesia que es Su Cuerpo no tiene aquí cabida, pues se asocia con los
propósitos celestiales de Dios y en este tiempo se hallaba todavía escondido en
la mente de Dios y por tanto velados (Efesios 3:1-11; Col.1:24-27).
A la hora
de explicarles el significado de Pentecostés a los Judíos reunidos, Pedro se
refirió al segundo capítulo de la profecía de Joel. Es importante observar que
esta citación aparece en un asentamiento de restauración. Dios dice:
Te restauraré los años que devoró la langosta (Joel 2:25)
Y en los
versículos 26 y 27 leemos:
Y diréis… alabado sea el nombre del Señor vuestro Dios,
porque ha hecho maravillosamente con vosotros…y sabréis que Yo estoy en el
medio de Israel, y que Yo soy el Señor vuestro Dios, y nadie más: y Mi pueblo
jamás será avergonzado.
E
inmediatamente a seguir vienen las palabras que Pedro citó como estando
cumpliéndose en los acontecimientos descritos en Hechos 2 (para más detalles sobre este tema vea del mismo autor – Pentecostés, publicado por The Berean
Publishing Trust, 52 a
Wilson Street, London EC2A 2ER).
Llegando
ahora al capítulo tres, nos gustaría dejar claro al lector que este es un muy
importante capítulo para comprender si es que se desea llegar a deducir el
continuo propósito de Dios en este punto de tiempo. Comienza con el registro de
la sanación del hombre cojo hecha por Pedro a la puerta del Templo y esta
sanidad no fue sino una ilustración de lo que Dios podría hacer por Israel,
enfermo como estaba con incredulidad y dureza de corazón. Con gran claridad de
lenguaje les acusa de asesinar al Príncipe de vida y les echa en rostro la
enormidad de su crimen. Y después dice:
Arrepentíos, por tanto, y convertíos (volveos, lit.es decir, volveos a Dios), para que vuestros pecados sean quitados,
cuando los tiempos de refrigerio vengan de la presencia del Señor y Él envíe a
Jesucristo, a quien ya se os ha predicado anteriormente: A Quien los cielos
deben recibir hasta el tiempo de la restauración (R.V.) de todas las cosas, del cual Dios había
hablado por la boca de todos Sus santos profetas (es decir: los libros
proféticos del Antiguo Testamento) (Hechos 3:19-26).
La
implicación de estos versículos fue absolutamente crítico para Israel. El
moribundo Salvador había orado por la nación: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23:34), y
esa oración se hubiera respondido allí y entonces para Israel, con tan solo
haberse arrepentido y vuelto para Dios. En cuyo caso sus pecados hubieran sido
perdonados, y su Salvador y Rey hubiese retornado para ellos, y entonces el
reino predicho en tan maravillosos términos por los profetas del Antiguo
Testamento habría venido a ser una realidad. El periodo cubierto por los Hechos
de los Apóstoles (algunos 35 años) es el registro de la gran paciencia y bondad
de Dios aguardando por este arrepentimiento y obediencia de parte de Israel. Si
ignoramos este hecho no podremos comprender uno de los más importantes
propósitos de este tan significativo periodo.
Cuando
Israel fracasó en su fidelidad hacia Dios durante los tiempos del Antiguo
Testamento la restauración siempre se efectuaba volviéndose para Dios. Consulte
las siguientes referencias – Deuteronomio 4:30, 31; 2ª Crónicas 6:26, 27;
Nehemías 1:8, 9; Zacarías 1:2, 3. En cada caso en el Griego del Antiguo
Testamento la palabra “volverse” es la misma que la empleada por Pedro cuando
incitaba a sus coterráneos Judíos a “convertirse”. Está claro que nadie sabía
en ese tiempo si es que Israel se iría o no a arrepentir. Sin duda aquellos que
fueron salvos debieron orar y esperar que ese fuese el caso, pues, de haber así
sucedido, el segundo adviento de Cristo habría tenido lugar entonces y su
esperanza se habría venido a realizar. Esto es por lo que todas las epístolas
escritas durante los Hechos resaltan la proximidad de la venida del Señor (Vea del mismo autor: El
Insondable Propósito de Dios, pag.42, 43).
Este no
era un concepto cristiano que estuviese equivocado, tal como piensan algunos, y
que tuviera que ser enmendado teniendo en vista lo que sucedió en la historia
posterior. La actitud de la nación de Israel es la clave aquí. A medida que se
fueron sucediendo los acontecimientos, Israel no respondió de manera positiva a
la misericordia del Señor y de ahí que la realización del reino de Dios sobre
la tierra fuese pospuesta y con él la inminencia de la Segunda Venida del
Señor. Será útil observar el esquema de los acontecimientos durante los Hechos
y podemos hacerlo de la siguiente manera:
JERUSALÉN Judíos
solamente
Restauración
ANTIOQUÍA
(Fuera de Palestina) Judíos y Gentiles Reconciliación
ROMA Gentiles solamente Repudio
El círculo del testimonio se ensancha a medida que nos
adentramos en los Hechos. Comienza en Jerusalén (la ciudad del gran Rey). Sale
fuera del territorio con el comienzo del ministerio de Pablo y se introducen a
los Gentiles al propósito Escritural tal como ya hemos visto, acabando por fin
en Roma con el repudio de Israel hacia la ofrenda misericordiosa de Dios. Pero
durante todo el proceso, el Judío, como el agente o medio central del propósito
relativo al reino terrenal que era, siempre venía
primero.
Pedro dice:
A vosotros (Judíos) primeramente, habiendo Dios a Su Hijo
Jesús, le envió para bendeciros (Hechos 3:26).
Y Pablo, en su primer
discurso registrado en Antioquía, declara:
Era necesario que la Palabra de Dios se os
hablase (a los Judíos) en primer lugar.
(Hechos 13:46).
Por la misma razón, el
pueblo de Israel debía tener consigo el evangelio primero (Romanos 1:16) y
además el jucio (Rom.2:5-9). Ahora comprendemos bien la razón por la cual Pablo
a través de de todos sus viajes misioneros fue yendo siempre antes que nada a
los Judíos (Hechos 14:1; 17:1, 10; 18:1-4, 19). Entre tanto que existiera la
posibilidad de venir a realizarse el reino sobre la tierra, el pueblo de Israel
debía ocupar el primer lugar.
El plan de Dios, tal
como se revela durante los Hechos, se demuestra por el énfasis dado a la
resurrección de Cristo. Este es el gran fundamento sobre el cual reposa la Cristiandad. La
salvación del pecador depende totalmente sobre ella (Rom.10:8, 9; 1ª
Cor.15:1-4). Pero en los Hechos su relación a Israel también se resalta, y este
hecho casi siempre se pasa por alto en el medio evangelista. En su discurso
Pentecostal, Pedro declara que Cristo fue levantado para sentarse sobre el
trono de David (Hechos 2:26-30), y ya hemos visto cuán importante es el pacto
de Dios hecho a David con respecto al trono de Israel. Al tiempo de Su
nacimiento, a María se le había prometido que a Cristo le sería dado el trono
de Su padre David y que reinaría sobre Israel (Jacob, Lucas 1:32-35), y eso
todavía se mantiene vigente, de acuerdo a la declaración de Pedro, durante el
periodo cubierto por los Hechos.
El Apóstol Pablo, en
su discurso en Antioquía, ya lo había aludido, proclamando que Dios, de acuerdo a Su promesa levantó para
Israel un Salvador (Hechos 13:23), y asociando la resurrección con las seguras misericordias de David (vers.34).
Estas son Sus promesas en pacto
concerniente al Trono tal como se promete en el Salmo 89 y por todas partes en
el Antiguo Testamento. Pedro de nuevo en Hechos 5:30, 31 declara que la resurrección de Cristo se debió para dar
arrepentimiento a Israel y la remisión de los pecados. ¿¡Cómo podría estar más claro!? A menos que
nuestras mentes estén confundidas y blindadas por la tradición, ya habremos
comprendido que Dios no acabó con Su pueblo terrenal cuando crucificaron a Su
Hijo, Quien era su Mesías y Rey, sino que les dio una segunda oportunidad para
recibirle con mansedumbre. Todavía podían haber sido una luz para los Gentiles y para salvación hasta los confines de la
tierra (Hechos 13:46, 47) tal como Pablo les declaró. El registro de los
Hechos demuestra que cada paso fue siendo tomado de acuerdo a la revelación del
Antiguo Testamento, y Pablo no duda en declarar en Hechos 26:22 que su
ministerio había sido llevado a cabo estrictamente en línea con el Antiguo
Testamento:
Pero habiendo obtenido ayuda de Dios, así continúo
hasta este día, testificando tanto a pequeños como a grandes, no diciendo cosa alguna que no hayan dicho
los profetas y Moisés que sucedería.
Esta importante declaración hecha por el apóstol nos
ofrece la base Escritural de su ministerio hasta este punto de tiempo, y
debería resguardarnos para no introducir aquí nada de fuera del Antiguo Testamento.
Si tenemos en consideración las palabras de Pablo, no podremos por tanto
incluirle el posterior ministerio que se le dio a seguir a los Hechos, y por
medio del Cristo ascendido, que dice
respecto al Gran Secreto propósito de Dios concerniente al Cuerpo de Cristo, el
cual se hallaba escondido en Dios, sin haberlo dado a conocer a edades o
generaciones de todo el pasado (Efesios 3 y Col.1), es decir: se mantuvo oculto
en todo el periodo del Antiguo Testamento y hasta que Pablo tuvo la experiencia
estando prisionero del Señor en Roma.
Será de ayuda, además, que nos demos cuenta de la
posición que ocupan los milagros en el ministerio terrenal del Señor y la
continuación de esos milagros durante el periodo siguiente registrado en los
Hechos. Pedro declara en Hechos 2:22:
Jesús de
Nazaret, un hombre aprobado de Dios entre vosotros, por milagros y maravillas y señales que Dios iba
haciendo por Él entre vosotros.
No significa que Cristo operase los milagros para probar
que Su reclamo al lugar del Mesías fuese genuino. Sino antes bien producía los
milagros especiales que habían sido predichos en el Antiguo Testamento que lo
probarían. Isaías había proclamado que Dios vendría a Israel (y esta venida
incluía la venganza contra los enemigos de Israel) y en ese entonces:
Los ojos
de los ciegos serán abiertos, y se abrirán los oídos cerrados de los sordos: y
entonces también saltarán los cojos como las corzas, y las lenguas de los mudos
cantarán (A.V. Isaías 35:5, 6).
Fueron estos particulares milagros los que el Señor Jesús
produjo diariamente delante de Su pueblo terrenal cuando vino a ellos en la
carne. Cuando la fe de Juan el Bautista tambaleaba y se cuestionaba si Cristo
sería el verdadero Mesías que le seguiría, el Señor se refirió a estos
evidentes milagros para reforzarle su convicción (Mat.11:2-5). Estos milagros
continúan a través de todo el periodo de los Hechos hasta su último capítulo, y
entonces cesan. El Señor confirmaba la palabra con las señales que le seguían (Marcos 16:20), y tal como Hebreos 2:4
lo exhibe: Dando Dios también testimonio,
tanto con señales como con maravillas, además de diversos milagros.
Estas milagrosas señales fueron por tanto una
confirmación para todos los que creían (1ª Cor.1:6, 7) y un divino testimonio
contra todos los que no creían (1ª Cor.14:21, 22). Entre tanto que el escogido
pueblo Israel existiese como una nación delante de Dios, los confirmatorios
milagros continuaros sucediendo, pero sin embargo cuando Israel al final de los
Hechos fue dejado de fuera por Dios en incredulidad, los evidentes milagros
cesaron. Observe que, durante los Hechos, un pañal o delantal de ropa de Pablo
enviado era suficiente para sanar de manera milagrosa (Hechos 19:11, 12); y sin
embargo posteriormente tiene que dejar a Trófimo en Mileto enfermo (2ª
Tim.4:20) y a Timoteo le avisa para que tome un poco de vino a causa de sus
frecuentes enfermedades (1ª Tim.5:23). Epafrodito se encuentra al borde de la
muerte (Filip.2:26, 27) y sin embargo Pablo no puede curarle. ¡Y bien estamos
seguros de que lo habría hecho si pudiera! ¡¿No os parece?!
Si llegamos a entender la aparición Escritural de estos
milagros y vemos que eran la confirmación de Dios del ministerio del reino
terrenal, vendremos a ser sabios sin
sacar de su sitio este divino aparecimiento, y no trataremos de ponerlos
en este presente y actual periodo, cuando esta fase del reino de Dios se halla
ahora pos-puesta. Bien vemos que fijar nuestros ojos hacia lo que está
sucediendo en los círculos Cristianos tan solo nos puede llevar a confusiones,
malentendidos y divisiones. Deberíamos mantener en nuestros pensamientos que
miles de Israelitas vivían fuera del territorio de Palestina y eran denominados
“la Dispersión ”.
Eran en su mayoría los descendientes de aquellos Judíos que habían sido
deportados bajo los Asirios y Babilonios invasores siglos atrás. No eran menos
verdaderos Judíos aunque viviesen fuera de la tierra prometida. Era por tanto
necesario que ellos también escuchasen la ofrenda misericordiosa de Dios para
Israel, al igual que la habían oído los residentes en el territorio. El
ministerio terrenal del Señor y el posterior de Pedro y de los Doce dan la
última de sus oportunidades para arrepentirse y venir a asociarse con las
divinas promesas del Nuevo Pacto. Pablo y los demás apóstoles ligados con él
son enviados y alcanzan a los Judíos dispersos en Asía Menor, y comienza en
Antioquía, fuera de Palestina.
Cuando el apóstol escribió su última epístola del periodo
de los Hechos, es decir, la epístola a los Romanos, levantó esta cuestión: ¿No
han oído? (referido a Israel). Y la respuesta es: ¡Sí, con toda seguridad! (Rom.10:18), pero esta afirmación no habría
sido cierta anteriormente. Ahora toda la nación había oído la ofrenda de Dios
del perdón de los pecados y la restauración, y se hallaban por tanto ¡sin excusa!
Con la mano poderosa de Dios finalmente Pablo en los
Hechos alcanza Roma, y había venido haciendo todo el camino siempre lo mismo,
es decir, vino al Judío primeramente y reuniendo a sus líderes exponiéndoles
una vez más el gran tema del reino terrenal de Dios expandido en el Antiguo
Testamento (Hechos 28:17, 23). Asevera que todavía está preso por la esperanza de Israel (vers.20) lo que sería
incongruente si es que Israel como una nación hubiera sido puesta de parte por
Dios en la crucifixión. Su declaración ante Agripa registrada en el capítulo 26
deja ver con toda claridad el significado que para él tenía por la esperanza de Israel:
Y ahora
aquí estoy siendo juzgado por la esperanza de la promesa hecha de Dios a
nuestros padres: la promesa que a nuestras Doce tribus (no “diez” tribus, observe por favor) se les dio a guardar (vers. 6, 7).
Esta esperanza no se hallaba plenamente realizada en
cuanto a la salvación del individuo Judío como pecadores. Es relativa a las
promesas que ya hemos considerado, la cual hizo Dios a los padres: Abraham,
Isaac y Jacob (concerniente a la nación y al territorio de la promesa) y hasta
este punto de tiempo todavía era posible de cumplimiento. Nada más y nada menos
era la esperanza de Israel, la cual se basaba sobre la obra de su Rey-Sacerdote
en la cruz del Calvario, y era esta la esperanza que Pablo exponía de las
Escrituras del Antiguo Testamento a los líderes de los Judíos en Roma. El
resultado de esta conferencia se ve en los versículos 24, 25 de Hechos 28; Y ni
tan siquiera allí llegó a haber una unánime respuesta positiva hacia la verdad
del mensaje del reino, y entonces se hace evidente, en este preciso punto de
tiempo, que la paciente bondad de Dios con este pueblo sale de escena y
desaparece. Israel, en su totalidad, había escuchado bien la ofrenda de
misericordia y una vez más la repudia, como ya habían hecho igual con el
ministerio del Señor Jesús hacia ellos previamente. Y entonces, por tercera vez
y última en el Nuevo Testamento, las terribles palabras de Isaías 6 son
pronunciadas por Pablo hacia ellos. Pablo no fue sino el canal: porque las Palabras,
esas fueron de Dios el Espíritu Santo:
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