El Reino de Dios CAPÍTULO 5
El Reino de Dios
En el Cielo y Sobre la Tierra
CAPITULO 5
STUART ALLEN
Trad.
Juan Luis Molina
El Testimonio del Nuevo Testamento
concerniente al Reino de Dios
El Reino de Dios en el ministerio
terrenal de Juan el Bautista y el Señor Jesús
Ahora pasamos al testimonio del Nuevo Testamento
concerniente al reino de Dios. Y la cuestión pertinente es saber si este reino,
como se presenta en el Nuevo Testamento, significa o no, exactamente lo mismo
que en los libros del Antiguo Testamento. Hay muchos expositores que darían un
decisivo “No” a esta pregunta. Insistirían diciendo que, en el Nuevo
Testamento, el reino de Dios es completamente espiritual, residiendo solo en el
corazón y en la mente de aquellos que sean salvos.
Antes de que lleguemos a cualquier
conclusión acerca de esto, deberíamos procurar para descubrir lo que en el
Nuevo Testamento se halle escrito con respecto al Antiguo Testamento, es decir,
cómo sus escritores lo interpretan. Existen cerca de 400 referencias hechas al
Antiguo Testamento y una cosa está clara. Los autores del Nuevo Testamento
difieren del método alegórico recurrente en aquellos tiempos, particularmente
de los escritos de Philo. “Escrito está” se tiene en cuenta como el
asentamiento de su significado, y las palabras son por tanto empleadas en su
sentido corriente o normal. El Apóstol Pablo declaró que no había
enseñado otra cosa fuera de “las cosas que los profetas y Moisés dijeron que
habían de suceder” (Hechos 26:22, 23) y si hubiese alguna duda del significado
del Antiguo Testamento, una tal declaración no tendría valor alguno. Además,
los creyentes en Berea examinaban las enseñanzas de Pablo con el Antiguo
Testamento (Hechos 17:10, 11) y eso habría sido imposible si es que su
significado fuese incierto. El Señor Jesucristo también hizo constantes referencias
al Antiguo Testamento. Reprendía a sus adversarios porque no creían a Moisés.
Él dijo:
“Porque si creyeseis a Moisés, me
creeríais a Mí, porque de Mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos,
¿cómo creeréis a Mis palabras?” (Juan 5:46, 47).
Y después de Su resurrección tomó la
misma actitud. Reprendió a los dos discípulos en el camino de Emaús y les dijo:
“¡Oh insensatos y tardos de corazón para
creer todo lo que los profetas han dicho!” (Lucas 24:25-27).
Lo que escribieron los profetas por tanto
debe haber sido comprendido, o de otra forma una tal acusación habría sido
injusta. Además, como ya hemos visto, tenemos con nosotros una guía divina en
cuanto a la interpretación del reino profetizado en el Antiguo Testamento,
puesto que las profecías que se dieron sobre Su primera venida y la
proclamación del reino se cumplieron literalmente. El lugar de Su
nacimiento fue literal – Belén (Miqueas 5:2). Los evidentes milagros que
produjo de sanidad fueron literales, tal como Isaías 35:5, 6 había predicho.
No fueron menos que catorces las profecías literalmente cumplidas en las
veinticuatro horas de su crucifixión (Para comprobar esta evidencia vea el
libro del mismo autor Los insondables propósitos de Dios. Pags.10-14. The
Berean Publishing Trust.).
Siendo
así, cuando comparamos la vía en que se presenta el reino en el Antiguo y el
Nuevo Testamento solo podemos concluir que son uno y el mismo. Porque de haber
diferido la doctrina del Nuevo Testamento del reino de Dios del Antiguo habría
sido indicado al comienzo del ministerio de Juan el Bautista y del Señor para
que no hubiese malentendidos.
¿Pero
qué es lo que hallamos? En los registros del Evangelio el reino se presenta sin
ninguna explicación o explanación. Esto deja claro que no era necesario, pues
el Antiguo Testamento tenía dado a entender con suficiente claridad el carácter
de este reino y el Señor y Sus discípulos hablaron al pueblo terrenal de Israel
a quien habían sido cometidos los “oráculos de Dios” esto es, el Antiguo
Testamento (Romanos 3:1, 2) por tanto una tal explicación era
innecesaria.
G.N. Peters en su libro El Reino
Teocrático hace la siguiente observación:
“El Nuevo Testamento comienza el anuncio
del reino en términos expresivos que dejan ver su previo y claro conocimiento…la
predicación del reino, se anuncia sencillamente, sin el menor intento de explicar
su significado y naturaleza, en el mismo lenguaje que era común para los
judíos – todo presupone que era un tema familiar para todos. Juan el
Bautista, Jesús y los Setenta enviados, todos proclamaron el reino por una vía
sin definición o explicación que indicase que sus oyentes no
estuviesen al tanto de su significado” (1:181).
No hay nada que nos intime a pensar que
el reino del Nuevo Testamento tuviese alguna diferencia del concepto que tiene
en el Antiguo Testamento y Nicodemo, un maestro de Israel, fue reprendido por
el Señor por no comprender los requisitos básicos de Su reino que el Antiguo
Testamento habían dejado tan claro (Juan 3:10).
El Anuncio del Reino Terrenal
En el registro de la Natividad de los
Evangelios la asociación con el Antiguo Testamento se indica claramente. En el
Evangelio de Mateo tenemos catorce literales cumplimientos de la profecía del
Antiguo Testamento introducidos por palabras tales como “ Porque era necesario
que se cumpliese la
Escritura que fue dicha por (hupo) el Señor a través (dia)
de los profetas” (1:22; 2:5, 15, 17, 23; 4:13, 14, 15; 8:17; 12:17; 13:35;
21:4; 26:56; 27:9), asociando así directamente de manera muy sólida el reino
que había sido anunciado con el Antiguo Testamento.
Juan, el hijo de Zacarías y de Elisabet,
iría delante de Cristo “en el espíritu y poder de Elías” para preparar el
camino entre el pueblo escogido de acuerdo a la profecía de Malaquías (Lucas
1:17; Mal.3:1). El ángel Gabriel le reveló a María que su Hijo:
“Será grande, y será llamado Hijo del
Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre
la casa de Jacob para siempre, y Su reino no tendrá fin” (Lucas 1:32, 33).
El “trono de David” no debe ser entendido
como el trono de Dios en el cielo, ni la “casa de Jacob” como si fuera la Iglesia , el Cuerpo de
Cristo. María debía entenderlo en los términos del Antiguo Testamento y no de
otra manera, y esto se confirma por la canción que hace de alabanza. Ella se
refiere a l promesa antigua de ayuda “a Su siervo Israel en memoria de Su
misericordia, como lo había dicho Dios a nuestros padres, a Abraham y a su
simiente para siempre” (Lucas 1:54, 55).
Zacarías, en su profética declaración,
habla del “Señor Dios de Israel,” de “la redención de Su pueblo”, de “la casa
de Su siervo David”, de “los santos profetas de Dios” del Antiguo Testamento
que prometieron que Israel sería librado de sus enemigos”, del “santo pacto” de
Dios y del “juramento” hecho a Abraham y de la visitación del “nacimiento del
sol de justicia” (vea Malaquías 4:2).
Simeón, ya lo hemos referido, aguardaba
“por la consolación de Israel” (Lucas 2:25-33) y Ana, una profetisa,
habló de “todos los que aguardaban por la redención de Jerusalén” (Lucas
2:36-38). Mateo comienza su registro con la genealogía de Cristo, pero ubica al
“Hijo de David” (el rey), ante el hijo de Abraham, porque el Evangelio de Mateo
presenta al Señor Jesús como el Rey de Israel y al reino íntimamente asociado
con este pueblo. Los hombres sabios (Magoes) vinieron e indagaron por Aquel
“que era nacido Rey de los judíos” (Mat.2:2. Cuando Herodes indagó del
sumo sacerdote y de los escribas acerca del lugar donde el Cristo debía de
nacer, ellos le dijeron:
“En Belén de Judea: porque así está
escrito por el profeta: y tú Belén, de la tierra de Judá, no eres la más
pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que
apacentará a Mi pueblo Israel” (Mat.2:5, 6).
Pareciera de poca importancia el saber el
exacto lugar donde Cristo debió nacer. La virgen María estaba residiendo en
Nazaret, sin embargo la
Palabra de Dios es siempre Verdad y debe cumplirse a la
letra. Consecuentemente la providencia de Dios decide que el viaje se emprenda a
Belén y de allí tuvo que salir el divino Gobernador de Israel, tal como el
Antiguo Testamento tan claramente profetizó en conexión con el establecimiento
del reino de Dios.
Posteriormente, al cierre de Su
ministerio terrenal, el Señor Jesús se acercó a la ciudad de Su repudio y
muerte, esto es, Jerusalén. Entonces instruyó a dos de Sus discípulos a tomar
un pollino (al pollino y a su madre) y dijo “el Señor los necesita”
(Mat.21:3). Esto cumplía como ya hemos referido la profecía de Zac.9:9:
“Alégrate mucho, hija de Sion; da voces
de júbilo, hija de Jerusalén: he aquí tu Rey vendrá a ti, justo y salvador,
humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Mat.21:5).
Dos animales se mencionan en la profecía
y dos son los utilizados en el cumplimiento cuando el Rey de Israel se
presentó por última vez a la nación de Israel. Aquí una vez más tenemos una
sólida asociación entre las profecías del Antiguo Testamento del Rey de Israel
descendido de la línea de David desde el ángulo humano siendo cumplido a la
letra en el Nuevo Testamento y no en una vía espiritualizada cualquiera.
Otra asociación la encontramos en el
registro de la prisión de Juan el Bautista cuando su fe comenzó a declinar.
Para confirmarle el Señor le envió dos discípulos de Juan para recordarle:
“Id, y hacer saber a Juan as cosas que
oís y veis: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los
sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el
evangelio” (Mat.11:4, 5).
Si Juan estuviese equivocado en su
concepto del reino del Antiguo Testamento, ahora sería el momento de
corregirlo. Pero el Señor no lo hizo así. En vez de eso se dirigió a Juan
recordándole Isaías 35:5, 6:
“Entonces los ojos de los ciegos serán
abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como
un ciervo, y cantará la lengua del mudo…”.
Y actuando de esa manera dio una guía
válida en cuanto a la interpretación de esta profecía. ¿Ignoró por acaso su
significado literal y la espiritualizó de alguna manera? Muchos expositores así
lo harían e imaginarían estar haciendo lo correcto alcanzando el corazón de la
profecía. Pero estaría equivocados, porque hasta los más ínfimos pormenores
fueron cumplidos literalmente en el ministerio del Señor y es digno de
observar que de seis de los puntos mencionados, no menos de cinco se
relacionan a las humanas necesidades que son puramente físicas. Solamente
uno podría considerarse espiritual y es el evangelio que estaba siendo
predicado.
Así pues, la fe de Juan sería restaurada
tomando las profecías del Antiguo Testamento del reino en el sentido literal
común de las palabras y obviamente, con este divino ejemplo, sucederá con
nosotros si es que valoramos el verdadero entendimiento de la Palabra de Dios.
En el registro de Marcos del comienzo del
ministerio del Señor tenemos una declaración del evangelio que el Señor
proclamaba:
“Después que Juan fue encarcelado, Jesús
vino a Galilea proclamando el reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha
cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed el evangelio”
(Marcos 1:14, 15).
No tenemos el derecho de incluir nuevos
elementos en estas “buenas nuevas” que no se hallen en el registro divino. No
tenemos mención alguna al pecado aquí ni de la muerte expiatoria de Cristo.
Estas “buenas nuevas” se refieren al “reino” y su proximidad, y fue predicado a
los súbditos del reino, el pueblo de Israel, un pueblo “escogido” de antemano
por el Señor a través de la revelación del Antiguo Testamento (Lucas 1:17), un
pueblo que ya había sido instruido en tipo y sombra que “sin derramamiento de
sangre, no hay remisión” (perdón de pecados Heb.9:22). Se anunciaba que las
profecías del reino de Dios sobre la tierra era ahora posible de cumplimiento,
que el Rey se hallaba entonces presente y el reino por tanto estaba “a la
mano”, es decir, cercano. Esto es lo que se les encomendaba creer para que se
volviesen en arrepentimiento (cambio de pensamientos) al Señor.
Si así lo hacían experimentarían un
“nuevo nacimiento” y estarían listos y preparados para entrar en él (Juan 3:3).
Así vemos que el reino de Dios, en relación a la tierra, no es ni totalmente
espiritual ni totalmente material, sino una mezcla de ambas cosas. Básicamente,
es espiritual, pero cuando se establezca deberá ser y será físico y
con resultados materiales que afectarán por fin a todo el mundo.
Nada más ni da menos que esto asentará
adecuadamente el gobierno de Dios sobre la tierra, como se retrata en las
santas Escrituras. Será entonces el tiempo cuando el alabado reino terrena se
cumpla:
“…Venga a nosotros Tu reino. Sea hecha Tu
voluntad así en la tierra como en el cielo”.
El Reino de Dios y el Reino del Cielo
Antes
de extendernos más adelante debemos considerar el significado Escritural de
estas dos frases anteriores. ¿Son idénticas o tiene cada una su peculiar
significado? Antes que nada observe que el “reino del cielo” se confina al
Evangelio de Mateo donde aparece 32 veces. Su esfera se define en la “oración
del Señor” – “Venga a nosotros Tu reino, sea hecha Tu voluntad así en la
tierra como en el cielo (Mat.6:10) y posteriormente se ejemplifica por el
Señor en el Sermón de la
Montaña en Su cita del Salmo 37:9 “los mansos heredarán la
tierra”(Mat.5:5 y vea Salmos 37:9, 11, 22, 29, 34). No será preciso decir
que esto no es equivalente de “ir al cielo” si es que las palabras tienen algún
significado. Este reino es la realización de la promesa de Deuteronomio 11:21,
“los días de los cielos sobre la tierra” y el cumplimiento de aquello
que a Nabucodonosor se le dio a ver, esto es, que “los cielos gobiernan”, y que
“el Altísimo gobierna en medio de los reinos de los hombres” (Dan.4:25,
26. En otras palabras, es el reino declarado en las Escrituras del Antiguo
Testamento.
El
reino de Dios es más amplio en su alcance y es universal en cuanto a la
soberanía de Dios sobre toda la creación que incluye tanto el cielo como la
tierra. Consecuentemente, encontramos esta frase en los escritos de Pablo tanto
al final de su vida como al principio de su ministerio. Esto lo veremos
posteriormente.
En
los Evangelios las dos frases se utilizan algunas veces intercambiadas tal y
como las siguientes referencias nos muestran:
“Arrepentíos, porque el reino de los
cielos se ha acercado” (Mat.4:17).
“El reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos” (Marcos 1:15).
“Benditos los pobres de espíritu; porque
de ellos es el reino de los cielos” (Mat.5:3).
“Bienaventurados vosotros los pobres,
porque vuestro es el reino de Dios” (Lucas 6:20).
“Dejad a los niños venir a Mí...porque de
los tales es el reino de los cielos” (Mat.19:14).
“Dejad a los niños venir a Mí…porque de
los tales es el reino de Dios” (Marcos 10:14).
“Difícilmente entrará un rico en el reino
de los cielos” (Mat.19:23).
“Cuán difícilmente entrarán en el reino
de Dios los que tengan riquezas” (Lucas 18:24).
“El más pequeño en el reino de los
cielos, mayor es que él (Juan el Bautista) (Mat.11:11).
“El más pequeño en el reino de Dios es
mayor que él” (Lucas 7:28).
“A vosotros os es dado a saber los
misterios del reino de los cielos” (Mat.13:11).
“A vosotros os es dado conocer los
misterios del reino de Dios” (Lucas 8:10).
Hay cinco pasajes en Mateo donde el Señor
se aleja del uso corriente y utiliza la frase “el reino de Dios” (Mat.6:33;
12:28; 19:24; 21:31 y 43). Debido a que estas dos frases sean algunas veces así
empleadas en los Evangelios, no debemos sin embargo asumir que sean idénticas
en significado en todas sus ocurrencias en el Nuevo Testamento. El reino de los
cielos es el reino mediante del Antiguo Testamento que hemos estado estudiando,
y hemos visto que se refiere al dominio de Dios sobre la tierra que se realiza
al tiempo de la Segunda
Venida cuando “el Hijo del hombre venga en Su reino”
(Mat.16:28) y tome el control, mientras que, como ya hemos señalado, el reino
de Dios lo abarca todo, incluyendo la fase celestial de la soberanía de Dios.
La razón por la cual se pueden usar de manera intercambiada en los Evangelios
se debe a que el aspecto menos amplio (el reino del cielo) está incluido en el
más amplio (el reino de Dios). Bien podemos decir que Londres esté en
Inglaterra, o que está en Gran Bretaña, pero sería equivocado concluir por eso
que Londres e Inglaterra sean términos idénticos.
Solamente a los israelitas se dio a
conocer el reino de los cielos, y la razón se torna clara por nuestro estudio
del Antiguo Testamento, porque Dios había determinado que ellos serían el
centro suyo y el medio por el cual la humanidad lo conocería, esparciendo su
conocimiento sobre toda la tierra y siendo Jerusalén su centro y ciudad
capital. Aquellos que ignoren el Antiguo Testamento en la consideración del
tema del reino, se acarrean dificultades por sí propios que son imposibles de
solucionar. El Apóstol Pablo insiste diciendo que Cristo fue un ministro de la circuncisión
(Israel) para la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a
los padres – Abraham, Isaac y Jacob, con el propósito de que la bendición
alcanzase posteriormente al mundo entero:
El Salvador le dijo a mujer Gentil:
“…Yo
no soy enviado sino a las ovejas perdidas de Israel” (Mat.15:24).
Estas
palabras son perfectamente claras y provienen de Aquel que dijo “Yo soy la Verdad ” (Juan 14:6). Además
no solo limitó Su ministerio terrenal a Israel, sino que impuso también la
misma limitación sobre el ministerio de los doce:
“A
estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de
gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a
las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mat.10:5, 6).
Aquellos
que espiritualizan e ignoran el Antiguo Testamento se desconciertan por estas
declaraciones y se maravillan; si estuviesen en lo cierto, ¿cómo sería posible
que Él fuese el Salvador del mundo al mismo tiempo? Pero es que el problema se
lo acarrean ellos propios y nace por desagregar el testimonio de la Biblia como un todo concerniente
al gran sujeto del reino de Dios. La venida del Señor Jesucristo a Su propio
pueblo terrenal fue absolutamente crucial para ellos y para y para la
realización de los propósitos del reino terrenal de Dios. El tan de largo
tiempo aguardado reino del Antiguo Testamento se hallaba entonces cercano con
la presencia del Rey por medio. Cristo dijo:
“Mas
si por el dedo de Dios echo fuero los demonios (y los echó), ciertamente el
reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lucas 11:20).
“…Y dirán: ¡Helo aquí, o helo allí!;
porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:21).
Este último versículo es uno de los
favoritos de los que espiritualizan las Escrituras, y señalan con él que el
reino se halla en el medio de los creyentes solamente. Pero el contexto se
mantiene en contraste con este punto de vista. Dean Alford, en su Nuevo
Testamente para los Lectores Ingleses, escribe:
“El malentendido que somete estas
palabras “en medio de vosotros” significando un sentido espiritual, “en
vuestros corazones”, debería haberse prevenido si reflexionamos que se hayan
dirigidas a los Fariseos, en cuyos corazones, con toda certeza, el reino
no se hallaba.”
M.R. Vincent, citando a Trench, dice: “La
totalidad del pasaje del reino de los cielos estando entre los hombres, en vez
de los hombre estar en medio del reino, es moderno” (Estudios de la Palabra en el Nuevo
Testamento Vol.1.pag.401).
En la Persona y presencia del divinamente comisionado
Rey, el reino estaba realmente “en medio de los hombres, a pesar de la actitud
que tomasen, tanto si fueran a favor como en contra de Él. Se hallaba por tanto “a la mano” o
próximo, y eso mismo señalan tanto Juan el Bautista como el propio Señor en sus
respectivas declaraciones de las buenas nuevas (evangelio) del reino. Debido a
este hecho, hay algo que necesariamente le sigue, y es que Israel tiene que
tomar una decisión definitiva en cuanto a su recepción o repudio de Su Mesías y
Rey.
Este fue el punto de tiempo más
vital y crucial en su historial,
pero desde el principio los líderes dejaron clara su actitud. Fueron
completamente antagónicos. Se manifestaron violentamente contra la limpieza
hecha por Él en el Templo y la sanidad que realizó del hombre ciego de
nacimiento al día de Sábado. Odiaron las acusaciones que les hacía. El Señor
les llamó “hipócritas”, y “una perversa y adúltera generación” (Mat.16:3, 4),
les dijo que “los publicanos y las prostitutas” entrarían antes en el reino que
ellos propios (Mat.21:31). Los denominó “hijos del infierno”, “guías de ciegos”
que “colaban el mosquito y tragaban el camello”, “llenos de robo y de
injusticia”, “sepulcros blanqueados…llenos de huesos de muertos y de toda
inmundicia”, una “generación de víboras” (Mat.23:15, 24, 25, 27, 33). Ellos
eran “de su padre, el diablo” (Juan 8:39-44).
Todo esto solo hizo que aumentase el odio
que le profesaban y la determinación de librarse de Él. ¿Y cuál fue la actitud
del pueblo en general? Al principio Su ministerio causó y produjo un tremendo
interés, pues los discípulos le reportaron que todos le procuraban (Marcos
1:37). Pero era de una manera superficial. Solamente estaban interesados en los
efectos externos de Sus milagros. Leemos que “muchos creyeron en Su nombre,
cuando vieron los milagros que hacía, pero que Jesús propio no se fiaba de
ellos, porque sabía lo que había en el corazón de todos los hombres (Juan
6:15). En lo superfluo, parecía que el pueblo estuviese preparado para aceptar
sus reclamos de soberanía real, pero después en el mismo capítulo el Seños
desenmascara el vacío entusiasmo de sus corazones. Y les dijo:
“En verdad, en verdad os digo que me
procuráis, no porque hayáis visto las señales (escritas), sino porque
comisteis el pan y os saciasteis” (6:26).
La misma falsa actitud se evidenció en
Nazaret. En la sinagoga “todos daban buen testimonio de Él, y estaban
maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca” (Lucas 4:22).
Pero poco después, cuando el Señor hizo referencia a la bendición para con los
Gentiles se llenaron de ira, y levantándose, le echaron fuera de la
ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba la ciudad
de ellos, para despeñarle” (vers.28, 29).
Muy cerca del final de Su ministerio
tenemos el registro de las multitudes gritando “Hosana, hosana” y pocos días
después el mismo pueblo estaba clamando “Crucifícale, crucifícale, porque no
tenemos otro rey sino el Cesar”. Aun mismo su propia familia y amigos que le
eran más próximos, no comprendieron Sus actos y palabras: “…los suyos vinieron
para prenderle; porque decían: está fuera de sí”.
Es evidente en el onceavo y doceavo
capítulo del Evangelio de Mateo que los acontecimientos estaban produciendo y
ocasionando una crisis total. Allí leemos:
“Entonces comenzó a reconvenir a las
ciudades en las cuales había hecho muchos de los milagros, porque no se habían
arrepentido” (Mat.11:20).
Y todo esto a pesar del hecho de que
estos evidentes milagros fuesen aquellos predichos de antemano en el Antiguo
Testamento identificándole como el Mesías y Rey de Israel (Isaías 5:5, 6). El
Señor aún va más lejos y llega a decir que mismo Sodoma se habría arrepentido
si hubiesen testificado sus moradores tan tremendas obras realizadas (vers.23).
Cuán cierto es el dicho de que un incremento de luz trae consigo un aumento
también de las responsabilidades (compare Amós 3:2). Sería imposible
que fuese de otra manera.
El
Señor Jesús entonces se presentó a Sí propio como Uno mayor que el Templo con
su sacerdocio (12:6), mayor que el profeta Jonás (vers.39), y mayor que el rey
Salomón (vers.42) y en cada una de estas capacidades, Profeta, Sacerdote, y Rey
fue repudiado por la nación. La generación más favorecida desde la caída del
hombre se apartó deliberadamente de Aquel que es Rey de reyes y Señor de
señores y tomando esa decisión fue repudiada por el propio Señor. Es importante
observar la insistencia de Cristo sobre la culpabilidad de esta generación. Fue “mala”, “adúltera”, “infiel” e
“perversa” (12:39; 16:4; 17:17). No es de extrañar que dijera que el reino se
les quitaría de sus manos y le sería dado a otra nación (vea 21:43). Aquí
debemos tener cuidado y juzgar que se refiera a una nación Gentil. Porque la
palabra se emplea de Israel en Juan 11:51 y Hechos 24:17. Ya hemos visto
anteriormente que el claro testimonio de la Palabra de Dios se basa en que los pactos y las
promesas de Dios a Israel son irrevocables, tal como en Jeremías 33:24-26,
Romanos 9:3-5; 11:25-29 y otras Escrituras nos muestran con toda claridad.
El cumplimiento de estas divinas promesas
bien pudo ser interrumpido a través del fracaso de la nación, pero nunca puede
ser alterado o abrogado. Oseas reveló que a través de la apostasía de Israel,
serían puestos de parte en incredulidad temporariamente y pasarían a ser lo-ammi
– “no es Mi pueblo”. Sin embargo serían restaurados y vendrían a ser “Mi
pueblo” nuevamente (Oseas 1:9, 10; 2:23). La restauración final de Israel hará
con que la nación finalmente crea, sea salva y le sea de nuevo encomendada la
misión por Dios, tal y como el estudio del Antiguo Testamento nos revela. La
diferencia entre estas dos “naciones” es moral y espiritual, y no racial.
El repudio del Señor llevado a cabo por
Israel claramente registrado en Mateo 11 y 12 es seguida por una mudanza en Su
ministerio. Por primera vez el Señor Jesús introduce las parábolas en Sus
enseñanzas tal y como se deduce por el comentario hecho por los discípulos en
Mateo 13:10. Además, un estudio de la respuesta del Señor en cuanto al motivo
de hablar en parábolas nos da un concepto muy diferente del punto de vista
popular hacia ellas. A menudo la enseñanza parabólica ha sido construida como
una vía fácil para enseñar a los niños dándoles sencillas historias e
ilustraciones. Pero esta idea se deshace por lo que el Señor dijo que
servirían:
“Entonces, acercándose los discípulos, le
dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? Él respondiendo les dijo: Porque a
vosotros os es dado a conocer los misterios (secretos) del reino de los cielos,
pero a ellos no se les ha concedido…Por eso les hablo en parábolas: porque
viendo no ven; y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que en ellos se cumple
la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo
veréis, y no percibiréis; porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y
con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con
los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y
Yo los sane. Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven; y vuestros oídos
porque oyen” (Mat.13:10-16).
Ciertamente está claro por estas palabras
que las parábolas velan la verdad, en vez de simplificarla y facilitar
su comprensión. Los líderes y las personas en general habían cerrado
deliberadamente sus ojos y oídos al ministerio del Señor, de tal manera, que en
vez del entendimiento divino, la oscuridad y la confusión inevitablemente
surgieron. El registro de Isaías 6 citado por el Señor, que aparece en tres
solemnes ocurrencias en el Nuevo Testamento, muestra claramente la cause del
repudio hacia Su persona y Su proclamación como rey. Cada una de estas citas
sucede en un tiempo de gran crisis para Israel (Mat.13:14-15; Juan 12:37-40;
Hechos 28:17, 23-28) y son de suprema importancia en el resultado del propósito
de las edades que se relaciona con el reino sobre la tierra.
No solo tenemos la primera ocurrencia de
las parábolas en Mateo 13, sino también de la palabra “misterio”. Es importante
que nos demos cuenta de que esta palabra en el original no significa algo
escondido o misterioso, sino antes bien aquello que sea secreto y que no
pueda ser conocido a menos que sea revelado. Al repudiar a su Mesías, Israel
cegó sus propios ojos y en consecuencia el Señor ahora vela la verdad para
ellos presentándola en forma parabólica y les habla de los secretos (misterios)
en conexión con el reino del cielo. El fracaso se encuentra
generalmente por detrás de esta palabra “misterio”.
Tenemos
ocho y no siete parábolas del reino de los cielos registradas en Mateo 13, y se
agrupan como vemos a seguir.
Es
digno de observar que las cuatro parábolas habladas fuera de la casa a
las multitudes nos den el aspecto externo del reino de los cielos que
estaba acabando en fracaso, mientras que las cuatro restantes, pronunciadas en
el interior de la casa en privado a los discípulos, nos dan el aspecto interno
guardado en Dios del reino y revela su cumplimiento al final de la edad a
pesar de la rebelión humana y la
Satánica oposición.
A
1-9 El Sembrador. La siembra en cuatro tipos de suelo. |
a| Israel no entiende
| Las cuatro primeras
B| La cizaña.
Buenos y malos
juntos.
|
parábolas
Separados en la
cosecha
\ relatadas fuera de
(al fin del
siglo)
/ la casa para
El malo echado al horno de
fuego |
grandes multitudes
Allí serán el lloro y el crujir de dientes |
C| 31, 32.
El Árbol de la Mostaza. Un
árbol.
|
D| La Levadura.
Escondida en tres
medidas
|
…………………………..
D| 44. El Tesoro. Escondido en un
campo.
|
C|
45, 46. Buenas Perlas. Una
perla.
|
B| 47-50. La Red de pesca. Buenos
y malos juntos. \
Las cuatro últimas
Separados al fin del siglo. /
parábolas
El malo
es
echado
| relatadas en el interior de
en
el horno de fuego, y |
la casa para
allí será el lloro…
|
los discípulos
a| Los díscípulos entienden.
|
A| 51, 52. El Escriba. El Tesoro abierto a los de la casa
|
Otras parábolas nos dan más luz sobre
diferentes aspectos del reino terrenal. El hombre noble que se va a un país
lejano para recibir un reino y regresar. Los conciudadanos del noble muestran
su odio diciendo “No queremos que este hombre rene sobre nosotros” (Lucas
19:14), y su clamor, “no tenemos otro rey, sino el Cesar” (Juan 19:15), fue una
exacta predicción del repudio de Cristo llevado a cabo por Israel. Cuando
regresa, el hombre noble (Cristo en Su Segunda Venida) recompensa a Sus siervos
por sus obras durante Su ausencia. Pero ejecuta Sus juicios sobre los
conciudadanos que le repudiaron en Su primera venida. Esto implica que Israel
mantendrá su enemistad y ceguera hasta el fin del siglo y el tiempo de la Segunda Venida
llegue para reinar en la tierra.
No se nos da ninguna pista en cuanto a la
duración del intervalo existente entre las venidas del Señor, pero tampoco hay
garantía alguna para tratarlo como una revelación del siglo veinte
de la era actual, porque en la parábola el Señor regresa en el tiempo de
vida de los mismos siervos a quienes les había encomendado el dinero. Los
Hechos de los Apóstoles nos dan la llave para este problema.
Por Mateo16:21 tenemos la segunda fecha
en el Evangelio, y ahora por primera vez el Señor Jesús revela que Su repudio
sería cierto y que acabaría en muerte:
“Desde entonces comenzó Jesús a
declararle a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho
de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto,
y resucitar al tercer día” (Mat.16:21).
Esta fue realmente la primera vez que les
declaró abiertamente Su muerte, y se comprueba por la reprensión de Pedro en el
versículo siguiente. Los discípulos nunca habían concebido que el reino pudiese
de esa manera fracasar, y además, después de todas las maravillosas enseñanzas
y de los milagros producidos que le confirmaban como el Mesías. Él había
demostrado la autoridad del Mesías en medio de la enfermedad sanando a los
leprosos y a otros muchos que sufrían de fiebres y parálisis. Había demostrado
Su autoridad en el medio demoniaco (Mat.8:16, 17); en el medio humano (8:18-22;
9:9); en el medio del pecado (9:1-8); en el medio de la muerte (9:18-26); en el
medio de la ceguera (9:27-34).
Y sin embargo, a pesar de todo esto, Él
revela que debe morir a manos de los líderes del pueblo. Pero hay algo que debe
antes suceder. Él había dicho que debía ir a Jerusalén (Mat.16:21)
no solamente para morir allí, sino antes de eso hacer Su presentación oficial
como Rey de Israel y así cumplir a la letra la profecía que Zacarías predijo
algunos siglos atrás:
“Alégrate mucho, hija de Sion, …he
aquí tu rey vendrá a ti, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un
pollino hijo de asna” (Zac.9:9; Mat.21:1-5).
Como preparación para este acontecimiento
el Señor escoge un bando de setenta mensajeros que son enviados delante de Él
para preparar la venida del rey:
“Después de estas cosas, designó el Señor
también a otros setenta a quienes envió de dos en dos delante de él, a toda
ciudad y lugar adonde él había de ir (Lucas 10:1).
La misión de los Setenta fue más limitada
que la de los Doce. Estos doce fueron enviados a todas “las ovejas perdidas de
Israel” (Mat.10:6). Los Setenta fueron encargados de ir solamente por donde el
Rey pasaría en Su último viaje a Jerusalén. Una vez más, tenían que anunciar la
proximidad del reino tanto si lo recibían como si no, diciendo, “el reino de
Dios se ha acercado a vosotros” (Lucas 10:9).
Una
combinación de circunstancias resultó en una gran multitud del pueblo de Israel
acudiendo a Jerusalén. Esto se evidencia en los registros de los cuatro
evangelistas, pues cada uno de ellos registra este más importante evento en la
historia del reino. Grandes multitudes le siguieron (Mat.19:2). Lucas dice que la
multitud se apiñaba (11:29). “En esto, juntándose por millares la multitud,
tanto que unos a otros se atropellaban” (12:1) y “Grandes multitudes iban con
él” (14:25).
El
levantamiento de Lázaro había también causado un gran revuelo. “Mucha gente
había acudido para poder ver a Lázaro también, a quien Él había levantado de la
muerte” (Juan 12:9). El hecho de que Lázaro estuviese vivo hacía
imposible negar la realidad del milagro. Y además de todo esto, la fiesta anual
de la Pascua
estaba muy próxima y un gran número de Judíos acudía a celebrarla en Jerusalén,
tanto de las tierras alrededor como de los que estaban en la Dispersión habitando en
el extranjero.
Así
que Dios sabía de antemano que una gran e importante porción de la nación
escogida estaría reunida en Jerusalén para asistir a la entrada real del Mesías
en la ciudad capital como el Rey de Israel. Los actos de las personas
demostraron que fueron conscientes de la ocasión: “Y la multitud, que era muy
numerosa, tendía sus mantos en el camino” (Mat.21:8) formando así una alfombra,
un acto reservado solamente para aquellos que ocupaban el más alto rango (2ª
Reyes 9:13). Además tomaron ramas de palmeras para recibirle (Juan 12:13), una
demostración en el Oriente para dar la bienvenida a un rey o conquistador. Sus
gritos de regocijo son registrados por cada uno de los evangelistas: “¡Bendito
el reino de nuestro padre David que viene en el nombre del Señor!” (Marcos 11:10). “¡Bendito el Rey que
viene en el nombre del Señor; paz en el cielo y gloria en las alturas!” (Lucas
19:38). “¡Bendito es el Rey de Israel que viene en el nombre del Señor!” (Juan
12:13). Antes de este tiempo Él había pedido silencio a Sus seguidores
concerniente a Su reclamo como Mesías. Ahora declara abiertamente que “si estos
callaran, las piedras clamarían” (Lucas 19:40). La hora de la presentación
oficial había llegado.
Así vino a suceder el más impresionante
de los días en toda la historia de Israel, cuando el Señor apareció en triunfo
a la capital de Jerusalén y se presentó a Sí propio como su Rey, cumpliendo
literalmente la profecía de Zacarías. Él en ese momento afirmó Su Señorío
limpiando el Templo por segunda vez echando fuera a los que compraban y vendían
en él. Así fue afirmada Su autoridad como Rey. A esto le siguieron más señales
evidentes de sanidad, porque Mateo dice “Y vinieron a Él en el Templo ciegos y
cojos, y los sanó” (21:14).
El punto crucial se alcanzó en Su sentido
lamento sobre Jerusalén:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los
profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a
tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no
quisiste!” (Mateo 23:37).
“Cuántas veces quise…y no
quisiste”. Aquí tenemos el problema de la divina soberanía combinada con la
responsabilidad humana que es insoluble para nosotros los limitados humanos.
Pero ambas son verdad y no antagónicas la una a la otra. Hay muchos
credos que expresan una a expensas de la otra y que por tanto de tal modo solo
obtienen la mitad de la verdad, y son desequilibrados a ese respecto.
Tanto si lo comprendemos como si no, ambas
son verdad, y si somos prudentes, siempre mantendremos en mente esta
cuestión. Nunca debemos pensar que Dios estuviese actuando de manera fingida en
estas últimas y graves escenas de la historia de Israel en la vida terrenal del
Señor. Chafer escribe lo siguiente:
“Esta primera oferta del reino había sido
previamente tipificada en Kadesh-Barnea. Entonces, a esta misma nación, que ya
había experimentado las amarguras del desierto, le fue dada una oportunidad
para inmediatamente entrar en su tierra prometida. Y así, dándoles a decidir,
fracasaron recusándose a entrar (debido a su incredulidad, Heb.3:19), y
regresaron al desierto por cuarenta años más con otros juicios añadidos sobre
sus cabezas. Bien podían haber entrado en el territorio en bendición. Dios
sabía que no lo harían; sin embargo fue a través de su decisión que la
bendición fuera pospuesta. Posteriormente fueron traídos al territorio de nuevo
a seguir a sus juicios y aflicciones en el desierto. Esta vez, sin embargo, se
llevó a cabo sin referencia a su propia decisión” (El Reino en Historia y
Profecía. Pag.56).
Así, de la misma forma, su incredulidad y
repudio de Cristo resultó en la posposición del propósito terrenal del reino de
Dios. A pesar de que el Señor Jesús derramase Su corazón sobre Su endurecido
pueblo y su ciudad, Él dejó claro que este repudio no sería ni podría ser para
siempre:
“Porque os digo que desde ahora no me
veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor”
(Mat.23:39).
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