El Reino de Dios CAPÍTULO 2
El Reino de Dios
En el Cielo y Sobre la Tierra
Un Estudio del
Reino de Dios
A través de la Biblia
STUART ALLEN
Trad. Juan Luis Molina
Capítulo 2
EL
REINO DE DIOS EN EL LIBRO DE JUECES Y LOS REYES DE ISRAEL Y JUDÁ
Después de la vida y
muerte de Moisés, Dios escogió a Josué en su lugar y le prometió instruirle y
guiarle como líder de la misma manera que lo había hecho con Moisés. “Como
estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te desampararé” (Josué 1:5).
Los líderes que sucedieron a Josué fueron denominados shophetim o
jueces. Estos jueces fueron igualmente escogidos por Dios. “Y Jehová levantó
jueces…y cuando Jehová les levantaba jueces, Jehová estaba con el juez…”
(Jueces 2:16-18). Su función principal no se limitaba al liderazgo, sino a la
restauración a Dios cuando la nación se alejaba tan frecuentemente del Señor.
Volvían a restaurar la autoridad de la ley en medio de un tiempo oscuro y
peligroso cuando “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 17:6)
produciendo corrupción y anarquía, tal y como hoy en día vemos suceder a
nuestro alrededor, cuando Dios y los parámetros de Su Palabra están siendo
dejados de lado e ignorados.
Los doce jueces de
Israel fueron mediadores por Dios igual que lo fueron Moisés y Josué. Las
palabras de Gedeón dejan ver con claridad esta labor: “Los israelitas dijeron a
Gedeón: Se nuestro señor tú, y tu hijo, y tu nieto…y les dijo Gedeón: No seré
señor entre vosotros…Jehová señoreará sobre vosotros” (Jueces 8:22, 23).
A los jueces les fue
otorgado una especial capacitación del Espíritu comenzando con Otoniel (Jueces
3:9, 10). Lo mismo sucedió en el caso de Gedeón (6:34), de Jefté (11:29) y de
Sansón (13:24, 25; 15:14) y así continuó hasta llegar al periodo inicial de los
reyes de Israel (1ª Samuel 10:1, 6; 16:13. A pesar de las tinieblas y de las
dificultades de este periodo, el Señor, como Gobernador de Israel, protegió a
la pequeña nación de Israel y le mostró que la expresión de Su reino no se
vería doblegado por las poderosas naciones a su alrededor.
El último y más grande
de los jueces fue Samuel, y este juez fue un eslabón entre este periodo y el
tiempo del gobierno de los reyes que vino a seguir después. “Y Samuel creció, y
Jehová estaba con él, y no dejó caer en tierra ninguna de sus palabras” (1ª
Sam.3:19). No fue sino hasta el fin de su vida que una crisis relativa al
gobierno se dio y vino a suceder:
“…todos los ancianos de
Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: He aquí
tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos
ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1ª Sam.8:4,
5).
Este fue el colmo de la
regresión de Israel en este tiempo de anarquía, porque no fue otra cosa sino el
repudio de la teocracia y las palabras del Señor lo dejan ver muy claramente a
Samuel, “porque no te han desechado a ti, sino a Mi me han desechado, para
que no reine sobre ellos” (1ª Sam.8:7).
En consecuencia y
resultado se dio entonces un cambio de administración para el de los reyes, los
cuales, aunque Dios los permitió, fueron un insulto para Él. Peters en su libro
El Reino Teocrático dice así:
“Ningún otro insulto
podría habérsele dirigido más bajo a Dios que una tal requisición. Este insulto
muestra el repudio al Ser que había condescendido en ser Su Gobernador, y con
el repudio perdieron la bendición que Él les había prometido, y el designio que
tenía como objetivo así alcanzar, en una manera directa, teniéndole como Rey
sobre la nación” (1:226).
No es de admirar que
Samuel denunciase al pueblo diciendo: “Vosotros habéis desechado hoy a vuestro
Dios” (1ª Samuel 12:17).
¿Por qué razón
permitiría Dios que tal cosa sucediese? Nos inclinamos a pensar que, algunas
veces, la única vía por la cual aprende la gente cuyos pensamientos se guían
por líneas equivocadas, sea la vía del sufrimiento. La trampa en la cual los
israelitas cayeron fue la de querer ser “como las demás naciones”. En este
tiempo actual también los creyentes caen en la tentación de ser iguales al
mundo que nos rodea, olvidándose de que aquellos que no tienen a Cristo están
siendo controlados por Satanás y el poder de sus tinieblas (Efesios 2:1-3;
6:12). Lejos de satisfacer al creyente, el mundo y sus ofertas tentadoras
solamente pueden guiar al alejamiento de Cristo, aunque den una temporal
satisfacción y paz mental. No puede suceder de otra manera.
Por eso permitió el
Señor que Israel fuese gobernado por un rey humano, aunque bien les avisó a
través de Samuel de las consecuencias que acarrearían por ese medio. En 1ª
Samuel 8:10-18 Samuel describe el carácter y la posible tiranía que un tal rey
les acarrearía con toda la miseria subsecuente, pero a pesar de ello, el pueblo
no quiso escucharle. Volvieron a decir “No, sino que habrá rey sobre
nosotros, y nosotros seremos también como todas las naciones…” (vers.19, 20).
Samuel entonces dejó saber esta respuesta al Señor y la réplica Divina fue “Oye
su voz, y pon rey sobre ellos” (vers.22). Así vino a suceder que Saúl, el
escogido del pueblo, fue erguido como rey de Israel.
Saúl tuvo un buen
comienzo y el Señor no apartó entonces de él Su Espíritu. “He aquí la compañía
de los profetas que venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino
sobre él con poder, y profetizó entre ellos” (1ª Samuel 10:10). Pero no pasó
mucho tiempo para que comenzase a deteriorarse por su desobediencia hasta que
Dios le dijo a Samuel:
“¿Hasta cuándo llorarás
a Saúl, habiéndolo Yo desechado para que no reine sobre Israel? (1ª
Samuel 16:1) y un poco después leemos:
“El Espíritu de Jehová
se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová” (1ª
Samuel 16:14).
Su gradual corrupción
posterior fue muy rápida, y acaba recurriendo a una médium espiritista, por lo
cual le juzgó Dios y le quitó su vida:
“Así murió Saúl por su
rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la Palabra de Jehová, la cual
no guardó, y porque consultó una adivina, y no consultó a Jehová; por esta
causa lo mató, y traspasó el reino a David hijo de Isaí” (1ª Crón.10:13, 14).
Así le sucedió al
escogido del pueblo Saúl el hijo de Kish. Ahora entonces interviene Dios con Su
escogido, David el hijo de Isaí.
Es muy significativo que
el Señor en Su previo conocimiento hubiera dejado registrado que la selección
de un rey humano hecha por Israel en vez de Él Propio vendría a tener lugar en
el futuro. El Señor por tanto estableció las leyes claramente que delimitaban
el tipo de persona que cumpliría este oficio y que obtuviese Su permiso:
“Cuando hayas entrado en
la tierra que Jehová tu Dios te da, y tomes posesión de ella y la habites, y
digas: Pondré un rey sobre mí, como todas las naciones que están en mis
alrededores; ciertamente pondrás por rey sobre ti al que Jehová tu Dios
escogiere…pero él no aumentará para sí caballos…ni tomará para sí muchas
mujeres, para que su corazón no se desvíe, ni plata ni oro amontonará para sí
en abundancia…entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, y
lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida…” (Deut.7:14-20).
El reino terrenal del
Antiguo Testamento alcanza en su historia su zenit bajo sus primeros tres
reyes, cada uno de los cuales sube al trono por el permiso de Jehová. David fue
de hecho escogido por Dios. Él le había dicho a Samuel:
“¿Hasta cuándo llorarás
a Saúl, habiéndolo Yo desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno
de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he
provisto de rey” (1ª Samuel 16:1).
“Y Samuel tomó el cuerno
del aceite, y lo unió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante
el Espíritu de Jehová vino sobre David” (1ª Samuel 16:13).
Al final de su vida
David señala al escogido de Dios como su sucesor:
“Y de entre todos mis
hijos (porque Dios me ha dado muchos hijos) eligió a mi hijo Salomón para que
se siente en el trono del reino de Jehová sobre Israel.” (1ª Crón.28:5).
Es importante observar
que Salomón, el último de los reyes escogidos directamente por Dios, sea además
el último rey del reino unido de Israel. A partir de Saúl y hasta Salomón se
dio una tremenda expansión y transformación del reino de Israel. Las grandes
conquistas militares de David abrieron el camino para la obra más pacífica de
Salomón. Los Filisteos, durante mucho tiempo los más poderosos enemigos de
Israel, fueron derrotados y puesto debajo de yugo en sujeción (2ª Sam.5:17-25).
La ciudad de Jerusalén fue capturada y hecha la capital de la nación (2ª
Sam.5:6-10). Los reinos hostiles de Moab, Amón y Edom fueron reducidos y
pasaron a ser tributarios. Otros reyes, oyendo lo que estaba sucediendo,
vinieron a David procurando la paz (2ª Samuel 8:2-15).
Salomón, cuando comenzó
su reinado, procedió expandiendo el reino a través de fortificaciones
estratégicas en puntos estratégicos (1ª Reyes 9:15-19). Aumentó con creces
riquezas fabulosas, pero lo hizo con el permiso de Dios, otorgado por la sabia
decisión en su juventud de Dios en vez de las riquezas. “Y así toda la tierra
procuraba a Salomón, para oír su sabiduría, la cual había llenado Dios en su
corazón” (1ª Reyes 10:23, 24 y vea 1ª Reyes 3:5-14). Pero el don de Dios no
vale nada si no se emplea. Y esta fue la razón por la cual Salomón fracasó
lamentablemente. Aunque él fuese “el más sabio de todos los hombres” (1ª Reyes
4:31), acabó sin embargo su vida como un idólatra ordinario. No solo eso, sino
que además su fracaso a la hora de emplear su sabiduría en la obediencia al
Señor fue la causa de su apostasía o alejamiento. Transgredió las reglas
divinas que Dios había decretado observar por los reyes que ya hemos aludido:
Multiplicó jinetes y carros, lo equivalente a los armamentos actuales (1ª Reyes
10:26-29); se hizo de un harem de 1000 mujeres y multiplicó sus esposas (1ª
Reyes 11:1, 3, 4), tomándolas provenientes de las naciones a su alrededor,
cosechando en consecuencia que “volviera su corazón a otros dioses” (vers.4).
Además eso supuso que sus hijos nacieran de madres paganas y que fuesen
influenciados por sus falsas religiones. A medida que fue creciendo en poder su
ambición aumentaba también y se vio envuelto en tremendos proyectos
arquitectónicos y con este fin reclutó un cuerpo de 30.000 hombres de todo
Israel, a los cuales obligaba a trabajar en el Líbano cuatro meses al año.
¡Parecía la esclavitud de Egipto! No es de admirar que cuando Roboam, el hijo
de Salomón, ocupó el trono, el pueblo se aproximó de él y le dijo:
“Tu padre agravó nuestro
yugo, mas ahora disminuye tú algo de la dura servidumbre de tu padre, y del
yugo pesado que puso sobre nosotros, y te serviremos” (1ª Reyes 12:4), pero
Roboam neciamente acató el consejo de sus imberbes amigos en vez de los avisos
de los más ancianos y fieles, y no solo recusó los pedidos del pueblo sino que
de hecho les aumentó su fardo impuesto por su padre (vers.13-15). El resultado
fue la rebelión y la diseminación del reino en dos partes tal como Dios había
avisado a Salomón que sucedería a causa de su pecado:
“Y dijo Jehová a
Salomón: Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado Mi pacto y Mis
estatutos que Yo te mandé, romperé de ti el reino, y lo entregaré a tu siervo.
Sin embargo, no lo haré en tus días, por amor a David tu padre; lo romperé de
la mano de tu hijo. Pero no romperé todo el reino, sino que daré una tribu a tu
hijo, por amor a David Mi siervo, y por amor a Jerusalén, la cual Yo he
elegido” (1ª Reyes 11:11-13).
Este desastre político
había sido previsto de una manera significativa por Samuel y ahora tiene su
cumplimiento, desbaratando el propósito de Dios de que el Israel unido fuese
el foco central para Su propósito terrenal y que Jerusalén fuese la capital y
ciudad principal del mundo.
“Y dijo Jehová a Samuel:
Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti,
sino a Mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las
obras que han hecho desde que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a Mí y
sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo. Ahora, pues, oye su voz;
mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales como les tratará el rey
que reinará sobre ellos. Y refirió Samuel todas las palabras de Jehová al
pueblo que le había pedido rey. Dijo, pues: Así hará el rey que reinará sobre
vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a
caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles
y jefes de cincuentenas; los pondrá así mismo para que aren sus campos y
sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus
carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y
amasadoras. Así mismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y
de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y
vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros
siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con
ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos.
Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová
no os responderá en aquel día. Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y
dijo: No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como
todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros,
y hará nuestras guerras” (1ª Samuel 8:7-20).
La fabulosa riqueza de
Salomón y su corte se detallan en 1ª Reyes 4:22-24 y 10:21-25 “Y todos los
vasos de beber del rey Salomón eran de oro, y así mismo toda la vasija de la
casa del bosque del Líbano era de oro fino; nada de plata, porque en tiempo de
Salomón no era apreciada”. El oro y los objetos preciosos inundaron el reino en
grandes cantidades (1ª Reyes 9:26-28; 10:1, 2, 14, 22). Hizo además con que la
plata fuese como piedras (vers.27). A pesar de todo esto, halló por experiencia
que la verdadera satisfacción y contentamiento no pueden nunca provenir de las
cosas materiales y así lo expresó en el libro de Eclesiastés (vea 2:1-11).
Todo era “vanidad y
vejación de espíritu” (Ecles.2:11) o dicho en lenguaje actual era prácticamente
vacío y sin forma alguna. Ojalá que este mensaje pudiese ser escuchado hoy en
día cuando el gran dios del materialismo es adorado por millones de almas y son
engañadas pensando que eso les traerá el gozo y la felicidad. En los años
siguientes al reinado de Salomón bajo los reyes de Israel y Judá, la
degradación política y espiritual llegó a ser muy profunda y cierta. Después de
Salomón, los reyes ya no fueron elegidos directamente por Jehová. Tomaron el
trono o bien por herencia o por la fuerza, y la nación finalmente llegó a caer
tan bajo que fueron los poderes extranjeros quienes decidían la persona que
debería ocupar el trono (2ª Reyes 23:34; 24:17).
Con una o dos
excepciones, los reyes de la nación dividida fueron corruptos que guiaron al
pueblo a posteriores desastres y humillaciones. Sin embargo, es importante
observar que, aun siendo los escenarios tan oscuros, Dios levantaba verdaderos
testigos por Sí Mismo en el ministerio de los profetas que llegaron a ser Sus
portavoces, pues Él nunca se dejó a Sí Mismo quedar sin darse a conocer y ser
fiel testigo a Su verdad. El ministerio de estos profetas fue paralelo con
aquellos de los Jueces que procuraban traer de vuelta a pueblo a Jehová cuando
se hallaban en apostasía. Los profetas fueron más que simples predictores del
futuro. Se ocupaban con las necesidades de la nación, espirituales y morales,
para que fueran instauradas en el tiempo que vivían.
Pero al mismo tiempo, en
sus escritos, produjeron una serie de proféticas verdades que deberían guiar y
darles ánimo al fiel remanente en Israel durante los “muchos días” que la
nación permaneciese “sin un rey” y “sin un efod” (Oseas 3:4). El ministerio
profético por tanto cubre la degradación final y el fin del reino histórico.
No solamente escribieron
y hablaron para fortalecer la fe, sino que avisaban constantemente a la nación
de las consecuencias de su pecado. Los 70 años de esclavitud en Babilonia
debieron demostrarle a Israel que la divina elección no anula la
responsabilidad humana. Sin embargo muy pocos comparativamente aprendieron y lo
retuvieron consigo. La actitud de la mayoría les decía a los videntes: “No
veáis” y a los profetas: “No nos profeticéis” (Isaías 30:10). La última cosa
que pretendían escuchar era hablar del castigo por su rebelión continua y su
fracaso.
Aquí lo más importante
de observar y lo más significativo es que, a pesar de toda la degradación de
Israel, no se ve ni un mínimo rasgo de que los pactos incondicionales de Dios
fuesen cortados o que hubiesen sido anulados y sin valor. Los hombre bien
pueden fracasar en sus responsabilidades ante el Señor, pero Él nunca fracasa
en guardar Su Palabra y Sus promesas. “Porque Yo Jehová no mudo; por eso no
habéis sido vosotros los hijos de Jacob consumidos” (Malaq.3:6) y
posteriormente dice, “Mi pacto no será quebrado, ni se mudarán las cosas que
salieron de Mis labios” (Salmo 89:34).
Concerniente al pacto
del reino Jeremías escribe:
“Porque así ha dicho
Jehová: No faltará a David varón que se siente sobre el trona de la casa de
Israel…Si pudierais invalidar Mi pacto con el día y Mi pacto con la noche, de
tal manera que no haya día ni noche a su tiempo, podrá también invalidarse Mi
pacto con Mi siervo David, para dejar de tener hijo que se siente sobre su
trono” (Jer.33:17, 20, 21).
Cuando tomamos en
consideración el miserable fracaso de Israel, es maravilloso darnos cuenta que
el gran propósito del reino de Dios para con la tierra y el cielo debe
mantenerse y permanecer, y finalmente recibirá un glorioso cumplimiento, aunque
este gran objetivo pueda llevar un largo periodo de tiempo ser alcanzado,
debido al fracaso del hombre.
El fin del Reino
Teocrático del Antiguo Testamento
Hay una serie de
disputas de opiniones acerca del tiempo exacto en que el histórico reinado de
Dios en Israel finaliza. Algunos lo relacionan con los 70 años de la cautividad
en Babilonia como su término; otros lo dan por finalizado cuando el Nuevo
Testamento comienza. Pero hay algo que era muy evidente y ese algo era la
presencia constante del Señor con Su pueblo terrenal, simbolizado por el shekinah
de gloria desde el Sinaí en adelante hasta el punto donde Ezequiel vio esta
gloria desvaneciéndose lentamente desde el Templo y finalmente desaparecer. El
profeta data este acontecimiento en el sexto año del cautiverio del rey
Joaquín. En una visión, el proféta ve la terrible apostasía del pueblo en
Jerusalén. El propio fue cautivo en Babilonia, pero la visión le mostró con
toda claridad lo que estaba ocurriendo en el territorio de Israel. Vio a 70 de
los ancianos de Israel adorando a los ídolos, “reptiles y bestias abominables
que habían sido pintadas en las paredes del Templo” (Ezeq.8:10). En la puerta
del norte de la casa, Ezequiel contempló “mujeres clamando por Tamuz” (8:14),
un dios pagano, correspondiente al Adonis griego. La adoración de este dios se
acompañaba de licenciosas orgías y eran tan depravadas que llegaron a ser
prohibidas por Constantino.
Después al profeta lo
vemos en “el patio interior” donde veinticinco hombres se hallaban adorando al
sol naciente y estos hombres eran sacerdotes, los líderes religiosos de la
nación (8:16). El solemne veredicto de Dios se da en el vers.18:
“Pues también Yo
procederé con furor; no perdonará Mi ojo, ni tendré misericordia; y gritarán a
Mis oídos con gran voz, y no los oiré.”
La paciencia de Jehová
se agotó con la nación idólatra y ahora determina esconder Su presencia de Su
pueblo terrenal y abandonarlos durante un periodo indefinido. Concerniente a
Sus regulaciones Dios le dijo al rey:
“Y tú, profano e impío
príncipe de Israel, cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la consumación de la
maldad: así ha dicho Jehová el Señor: Depón la tiara, quita la corona; esto no
será más así; sea exaltado lo bajo, y humillado lo alto. A ruina, a ruina, a
ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga Aquel cuyo es el
derecho, y yo se lo entregaré.” (Ezeq.21:25-27).
El reino ha llegado a su
fin del mismo modo que lo concerniente al Antiguo Testamento. Así lo expresó
Oseas:
“Porque muchos día
estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin estatua,
sin efod y sin terafines. Después volverán los hijos de Israel, y buscarán
a Jehová Su Dios, y a David su rey, y temerán a Jehová y a Su bondad en el
fin de los días” (Oseas 3:4, 5).
Así como vimos que el
símbolo externo de la presencia del Señor con Israel era el sekinan de
gloria que comenzó a estar asociado con Israel al comienzo del histórico
reino en Sinaí, cuando “Jehová había descendido sobre él en fuego” (Éxodo
19:18), así vimos además que, “la gloria de Jehová reposó sobre el monte Sinaí”
(Éxodo 24:15, 16).
Fue en este punto que
Israel recibió las leyes del reino y su constitución, finalizando con el
Tabernáculo siendo inundado con la gloria del Señor (Éxodo 40:34).
Posteriormente, en el tiempo de Salomón, cuando ya había terminado de edificar
el magnífico Templo en el territorio de Israel, leemos que:
“Vino fuego del cielo…y
la gloria del Señor llenó toda la casa” (2ª Crón.7:1).
En el intervalo se nos
asegura que “La columna de nube no se apartó de ellos de día, para guiarlos por
el camino, ni de noche la columna de fuego, para alumbrarles el camino” (Nehem.9:19).
Así era el sekina de gloria la visible evidencia de la presencia
personal del Señor en el reino de Israel a través de su historia hasta llegar a
los días de Ezequiel. Sin embargo, el profeta describe en los capítulos 8-11 la
visión de esta gloria desvaneciéndose lentamente de la nación, a medida que
Jehová escondía Su presencia de este pueblo que había caído tan bajo en la
idolatría y apostasía. Lo hizo con disgusto y pesar, porque primeramente toda
la gloria se posó “en el umbral de la casa” (10:4) y después alzaron los
querubines sus alas “y la
Gloria de Jehová se elevó de en medio de la ciudad y
se puso sobre el monte que está al oriente de la ciudad” (11:23) y desde este
instante en adelante el símbolo de la visible apariencia de Dios desapareció.
Más tarde se edificó un
templo para reemplazar aquel tan majestuoso que Salomón había edificado, pero
no se nos registra que la gloria de Dios estuviese en él. Tres acontecimientos
evidentes y en destaque se combinan entre sí para mostrarnos que había llegado
el fin del reinado histórico de Israel después de aproximadamente ocho siglos
de duración.
(1) Israel había
rebosado su copa de iniquidad “hasta que no hubo remedio” (2ª Cron.36:11-16) y
Dios transfiere la supremacía mundial al poder Gentil. Este acontecimiento se
ve en el sueño dado a Nabucodonosor registrado en Daniel 2 e interpretado por
Daniel bajo la guía de Dios. Babilonia era la “cabeza de oro” (Dan.2:38)
seguida por tres imperios Gentiles en inquebrantable sucesión. Con el reino de
Babilonia tenemos el inicio de “los tiempos de los Gentiles” descritos por el
Señor Jesús en Lucas 21:23, 24 y estos tiempos continuarán hasta el fin del
tiempo de esta era y Su Segunda Venida a la tierra., cuando una vez más el
“Dios del cielo” establezca el reino que salve y restaure a Israel como su
centro, y nunca más vendrá a ser desarraigado o interrumpido (Dan.2:44).
(2) El profeta Jeremías
revela el decreto de Dios, acabando con la sucesión de la familia de Salomón al
trono de Israel. Este fin recayó sobre Conías el hijo de Joaquín. Fue conocido
por dos otros nombres, Jeconías (Jerem.24:1) y Joiacim (2ª Reyes 24:6). La
solemne sentencia del profeta se registra en Jeremías 22:29-30: “¡Tierra,
tierra, tierra! Oye palabra de Jehová: Así ha dicho Jehová: Escribid lo que
sucederá a este hombre privado de descendencia, hombre a quien nada próspero
sucederá en todos los días de su vida; porque ninguno de los de su descendencia
logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá.” Joaquín y su
sucesor Zedequías fueron llevados cautivos por Nabucodonosor a Babilonia y
acabaron muriendo en aquel lugar. Pareciera que hubiese un obstáculo en el
hecho de que Joaquín tuviese efectivamente un hijo en la cautividad, aunque la
línea familiar culminase en José, el marido de la virgen María (Mat.1:12-16).
Pero es que José no era el padre del Señor Jesucristo, quien era de la semilla
de María, descendiente de David a través de Natán (Lucas 3:31) y no a través de
Salomón. Joaquín fue descrito por tanto como “sin hijos” tal como el
registro genealógico registra de la línea de la familia real.
(3) El tercer
acontecimiento significativo fue la desaparición de la gloria del Señor de
Israel a la cual nos hemos referido. Aunque llegó a haber una medida de
restauración para el territorio después de los 70 años de cautiverio de Israel,
no en tanto la nación nunca llego a tener una plena posesión del mismo, y el
largo periodo de tiniebla del repudio de Israel descrito por Oseas comenzó
cuando Israel estaría “muchos días sin un rey, y sin príncipe y sin
sacrificio”, hasta el tiempo futuro de la Segunda Venida de
Cristo cuando se “vuelvan y procuren al Señor Su Dios…y teman la bondad del
Señor en los últimos días” (Oseas 3:4, 5). Estos días también son futuros para
nosotros hoy en día.
A pesar de todo esto, no
debemos caer en el error que muchos han caído, pensando que al final del
Antiguo Testamente Israel fuese totalmente desechado por el Señor. El
providencial cuidado de Dios todavía se mantuvo sobre la apóstata nación,
puesto que, como ya hemos visto, había sido declarada por Dios ser una nación eterna,
en el centro mismo de su plan de reinado para la tierra, y las gratificantes
promesas dadas a los patriarcas concernientes a la semilla y al territorio
no pueden cumplirse sin ellos. Por mucho que espiritualice no se podrá dar un
verdadero cumplimiento de estas maravillosas promesas y mucho menos cuando
vemos al final de la profecía de Ezequiel a la gloria del Señor volviendo a
Israel en el mismo exacto orden en que desapareció (Ezeq.43:1-7). El profeta
describe un templo que deberá ser erguido y en donde Dios declara que Su gloria
lo inundará (43:5) y añade a este respecto:
“…el lugar de Mi trono,
y el estrado de Mis pies, donde habitaré en medio de los hijos de Israel
para siempre…” (vers.7).
Hay algo que tiene que
quedar claro de una vez por todas; y es que el reino terrenal de Dios no vendrá
jamás a ser erguido o establecido a través de esfuerzos humanos. El tiempo está
reservado, cuando el Señor Mismo escriba Sus leyes en los corazones de sus
ciudadanos a través del Nuevo Pacto hecho con Israel y Judá (Jer.31:33) y
cuando su Gobernador no sea otro sino el Rey Mesiánico, el propio Cristo,
perfecto en carácter, sabiduría y poder. Esto supone que Dios intervendrá una
vez más en los asuntos humanos, tal como hizo en el Éxodo de Israel de Egipto y
en el monte Sinaí donde el reino tuvo sus principios. Si esto es no fuera
cierto, entonces no hay esperanza alguna para este mundo. El Señor Jesús
predijo un tiempo de angustias sin paralelo en el mundo entero, como nunca
antes se haya manifestado ni vendrá después a volver a experimentarse,
declarando que si Dios no interviniese acortándolo, “ninguna carne sería salva”
(Mateo 24:15-22). En otras palabras, el hombre se aniquilaría a sí propio, y
bien sabemos además que tiene toda la capacidad y habilidad para llevarla a
cabo. Sin embargo Él les asegura a los discípulos que habrá una intervención
divina, y que será ni más ni menos Su retorno a la tierra “con poder y gran
gloria” (vers.30). Por fin Aquel que es “Rey de reyes y Señor de señores”
acabará de una vez por todas con la pesadilla del dominio del pecado y por
primera vez desde la caída de la humanidad en Adán se conocerá lo que sea el
perfecto gobierno y la justicia, porque “Él reinará en justicia” sobre el
mundo.
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