El Reino de Dios CAPÍTULO 2


El Reino de Dios

En el Cielo y Sobre la Tierra 

Un Estudio del

Reino de Dios

A través de la Biblia 

 STUART ALLEN

 

Trad. Juan Luis Molina

 

Capítulo 2

 

 

EL REINO DE DIOS EN EL LIBRO DE JUECES Y LOS REYES DE ISRAEL Y JUDÁ

 

Después de la vida y muerte de Moisés, Dios escogió a Josué en su lugar y le prometió instruirle y guiarle como líder de la misma manera que lo había hecho con Moisés. “Como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te desampararé” (Josué 1:5). Los líderes que sucedieron a Josué fueron denominados shophetim o jueces. Estos jueces fueron igualmente escogidos por Dios. “Y Jehová levantó jueces…y cuando Jehová les levantaba jueces, Jehová estaba con el juez…” (Jueces 2:16-18). Su función principal no se limitaba al liderazgo, sino a la restauración a Dios cuando la nación se alejaba tan frecuentemente del Señor. Volvían a restaurar la autoridad de la ley en medio de un tiempo oscuro y peligroso cuando “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 17:6) produciendo corrupción y anarquía, tal y como hoy en día vemos suceder a nuestro alrededor, cuando Dios y los parámetros de Su Palabra están siendo dejados de lado e ignorados.

Los doce jueces de Israel fueron mediadores por Dios igual que lo fueron Moisés y Josué. Las palabras de Gedeón dejan ver con claridad esta labor: “Los israelitas dijeron a Gedeón: Se nuestro señor tú, y tu hijo, y tu nieto…y les dijo Gedeón: No seré señor entre vosotros…Jehová señoreará sobre vosotros” (Jueces 8:22, 23).

A los jueces les fue otorgado una especial capacitación del Espíritu comenzando con Otoniel (Jueces 3:9, 10). Lo mismo sucedió en el caso de Gedeón (6:34), de Jefté (11:29) y de Sansón (13:24, 25; 15:14) y así continuó hasta llegar al periodo inicial de los reyes de Israel (1ª Samuel 10:1, 6; 16:13. A pesar de las tinieblas y de las dificultades de este periodo, el Señor, como Gobernador de Israel, protegió a la pequeña nación de Israel y le mostró que la expresión de Su reino no se vería doblegado por las poderosas naciones a su alrededor.

El último y más grande de los jueces fue Samuel, y este juez fue un eslabón entre este periodo y el tiempo del gobierno de los reyes que vino a seguir después. “Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer en tierra ninguna de sus palabras” (1ª Sam.3:19). No fue sino hasta el fin de su vida que una crisis relativa al gobierno se dio y vino a suceder:

“…todos los ancianos de Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1ª Sam.8:4, 5).

Este fue el colmo de la regresión de Israel en este tiempo de anarquía, porque no fue otra cosa sino el repudio de la teocracia y las palabras del Señor lo dejan ver muy claramente a Samuel, “porque no te han desechado a ti, sino a Mi me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1ª Sam.8:7).

En consecuencia y resultado se dio entonces un cambio de administración para el de los reyes, los cuales, aunque Dios los permitió, fueron un insulto para Él. Peters en su libro El Reino Teocrático dice así:

“Ningún otro insulto podría habérsele dirigido más bajo a Dios que una tal requisición. Este insulto muestra el repudio al Ser que había condescendido en ser Su Gobernador, y con el repudio perdieron la bendición que Él les había prometido, y el designio que tenía como objetivo así alcanzar, en una manera directa, teniéndole como Rey sobre la nación” (1:226).

No es de admirar que Samuel denunciase al pueblo diciendo: “Vosotros habéis desechado hoy a vuestro Dios” (1ª Samuel 12:17).

¿Por qué razón permitiría Dios que tal cosa sucediese? Nos inclinamos a pensar que, algunas veces, la única vía por la cual aprende la gente cuyos pensamientos se guían por líneas equivocadas, sea la vía del sufrimiento. La trampa en la cual los israelitas cayeron fue la de querer ser “como las demás naciones”. En este tiempo actual también los creyentes caen en la tentación de ser iguales al mundo que nos rodea, olvidándose de que aquellos que no tienen a Cristo están siendo controlados por Satanás y el poder de sus tinieblas (Efesios 2:1-3; 6:12). Lejos de satisfacer al creyente, el mundo y sus ofertas tentadoras solamente pueden guiar al alejamiento de Cristo, aunque den una temporal satisfacción y paz mental. No puede suceder de otra manera.

Por eso permitió el Señor que Israel fuese gobernado por un rey humano, aunque bien les avisó a través de Samuel de las consecuencias que acarrearían por ese medio. En 1ª Samuel 8:10-18 Samuel describe el carácter y la posible tiranía que un tal rey les acarrearía con toda la miseria subsecuente, pero a pesar de ello, el pueblo no quiso escucharle. Volvieron a decir “No, sino que habrá rey sobre nosotros, y nosotros seremos también como todas las naciones…” (vers.19, 20). Samuel entonces dejó saber esta respuesta al Señor y la réplica Divina fue “Oye su voz, y pon rey sobre ellos” (vers.22). Así vino a suceder que Saúl, el escogido del pueblo, fue erguido como rey de Israel.

Saúl tuvo un buen comienzo y el Señor no apartó entonces de él Su Espíritu. “He aquí la compañía de los profetas que venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos” (1ª Samuel 10:10). Pero no pasó mucho tiempo para que comenzase a deteriorarse por su desobediencia hasta que Dios le dijo a Samuel:

“¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo Yo desechado para que no reine sobre Israel? (1ª Samuel 16:1) y un poco después leemos:

“El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová” (1ª Samuel 16:14).

Su gradual corrupción posterior fue muy rápida, y acaba recurriendo a una médium espiritista, por lo cual le juzgó Dios y le quitó su vida:

“Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la Palabra de Jehová, la cual no guardó, y porque consultó una adivina, y no consultó a Jehová; por esta causa lo mató, y traspasó el reino a David hijo de Isaí” (1ª Crón.10:13, 14).

Así le sucedió al escogido del pueblo Saúl el hijo de Kish. Ahora entonces interviene Dios con Su escogido, David el hijo de Isaí.

Es muy significativo que el Señor en Su previo conocimiento hubiera dejado registrado que la selección de un rey humano hecha por Israel en vez de Él Propio vendría a tener lugar en el futuro. El Señor por tanto estableció las leyes claramente que delimitaban el tipo de persona que cumpliría este oficio y que obtuviese Su permiso:

“Cuando hayas entrado en la tierra que Jehová tu Dios te da, y tomes posesión de ella y la habites, y digas: Pondré un rey sobre mí, como todas las naciones que están en mis alrededores; ciertamente pondrás por rey sobre ti al que Jehová tu Dios escogiere…pero él no aumentará para sí caballos…ni tomará para sí muchas mujeres, para que su corazón no se desvíe, ni plata ni oro amontonará para sí en abundancia…entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida…” (Deut.7:14-20).

El reino terrenal del Antiguo Testamento alcanza en su historia su zenit bajo sus primeros tres reyes, cada uno de los cuales sube al trono por el permiso de Jehová. David fue de hecho escogido por Dios. Él le había dicho a Samuel:

“¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo Yo desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey” (1ª Samuel 16:1).

“Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo unió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David” (1ª Samuel 16:13).

Al final de su vida David señala al escogido de Dios como su sucesor:

“Y de entre todos mis hijos (porque Dios me ha dado muchos hijos) eligió a mi hijo Salomón para que se siente en el trono del reino de Jehová sobre Israel.” (1ª Crón.28:5).

Es importante observar que Salomón, el último de los reyes escogidos directamente por Dios, sea además el último rey del reino unido de Israel. A partir de Saúl y hasta Salomón se dio una tremenda expansión y transformación del reino de Israel. Las grandes conquistas militares de David abrieron el camino para la obra más pacífica de Salomón. Los Filisteos, durante mucho tiempo los más poderosos enemigos de Israel, fueron derrotados y puesto debajo de yugo en sujeción (2ª Sam.5:17-25). La ciudad de Jerusalén fue capturada y hecha la capital de la nación (2ª Sam.5:6-10). Los reinos hostiles de Moab, Amón y Edom fueron reducidos y pasaron a ser tributarios. Otros reyes, oyendo lo que estaba sucediendo, vinieron a David procurando la paz (2ª Samuel 8:2-15).

Salomón, cuando comenzó su reinado, procedió expandiendo el reino a través de fortificaciones estratégicas en puntos estratégicos (1ª Reyes 9:15-19). Aumentó con creces riquezas fabulosas, pero lo hizo con el permiso de Dios, otorgado por la sabia decisión en su juventud de Dios en vez de las riquezas. “Y así toda la tierra procuraba a Salomón, para oír su sabiduría, la cual había llenado Dios en su corazón” (1ª Reyes 10:23, 24 y vea 1ª Reyes 3:5-14). Pero el don de Dios no vale nada si no se emplea. Y esta fue la razón por la cual Salomón fracasó lamentablemente. Aunque él fuese “el más sabio de todos los hombres” (1ª Reyes 4:31), acabó sin embargo su vida como un idólatra ordinario. No solo eso, sino que además su fracaso a la hora de emplear su sabiduría en la obediencia al Señor fue la causa de su apostasía o alejamiento. Transgredió las reglas divinas que Dios había decretado observar por los reyes que ya hemos aludido: Multiplicó jinetes y carros, lo equivalente a los armamentos actuales (1ª Reyes 10:26-29); se hizo de un harem de 1000 mujeres y multiplicó sus esposas (1ª Reyes 11:1, 3, 4), tomándolas provenientes de las naciones a su alrededor, cosechando en consecuencia que “volviera su corazón a otros dioses” (vers.4). Además eso supuso que sus hijos nacieran de madres paganas y que fuesen influenciados por sus falsas religiones. A medida que fue creciendo en poder su ambición aumentaba también y se vio envuelto en tremendos proyectos arquitectónicos y con este fin reclutó un cuerpo de 30.000 hombres de todo Israel, a los cuales obligaba a trabajar en el Líbano cuatro meses al año. ¡Parecía la esclavitud de Egipto! No es de admirar que cuando Roboam, el hijo de Salomón, ocupó el trono, el pueblo se aproximó de él y le dijo:

“Tu padre agravó nuestro yugo, mas ahora disminuye tú algo de la dura servidumbre de tu padre, y del yugo pesado que puso sobre nosotros, y te serviremos” (1ª Reyes 12:4), pero Roboam neciamente acató el consejo de sus imberbes amigos en vez de los avisos de los más ancianos y fieles, y no solo recusó los pedidos del pueblo sino que de hecho les aumentó su fardo impuesto por su padre (vers.13-15). El resultado fue la rebelión y la diseminación del reino en dos partes tal como Dios había avisado a Salomón que sucedería a causa de su pecado:

“Y dijo Jehová a Salomón: Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado Mi pacto y Mis estatutos que Yo te mandé, romperé de ti el reino, y lo entregaré a tu siervo. Sin embargo, no lo haré en tus días, por amor a David tu padre; lo romperé de la mano de tu hijo. Pero no romperé todo el reino, sino que daré una tribu a tu hijo, por amor a David Mi siervo, y por amor a Jerusalén, la cual Yo he elegido” (1ª Reyes 11:11-13).

Este desastre político había sido previsto de una manera significativa por Samuel y ahora tiene su cumplimiento, desbaratando el propósito de Dios de que el Israel unido fuese el foco central para Su propósito terrenal y que Jerusalén fuese la capital y ciudad principal del mundo.

“Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a Mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a Mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo. Ahora, pues, oye su voz; mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales como les tratará el rey que reinará sobre ellos. Y refirió Samuel todas las palabras de Jehová al pueblo que le había pedido rey. Dijo, pues: Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá así mismo para que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Así mismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día. Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras” (1ª Samuel 8:7-20).

La fabulosa riqueza de Salomón y su corte se detallan en 1ª Reyes 4:22-24 y 10:21-25 “Y todos los vasos de beber del rey Salomón eran de oro, y así mismo toda la vasija de la casa del bosque del Líbano era de oro fino; nada de plata, porque en tiempo de Salomón no era apreciada”. El oro y los objetos preciosos inundaron el reino en grandes cantidades (1ª Reyes 9:26-28; 10:1, 2, 14, 22). Hizo además con que la plata fuese como piedras (vers.27). A pesar de todo esto, halló por experiencia que la verdadera satisfacción y contentamiento no pueden nunca provenir de las cosas materiales y así lo expresó en el libro de Eclesiastés (vea 2:1-11).

Todo era “vanidad y vejación de espíritu” (Ecles.2:11) o dicho en lenguaje actual era prácticamente vacío y sin forma alguna. Ojalá que este mensaje pudiese ser escuchado hoy en día cuando el gran dios del materialismo es adorado por millones de almas y son engañadas pensando que eso les traerá el gozo y la felicidad. En los años siguientes al reinado de Salomón bajo los reyes de Israel y Judá, la degradación política y espiritual llegó a ser muy profunda y cierta. Después de Salomón, los reyes ya no fueron elegidos directamente por Jehová. Tomaron el trono o bien por herencia o por la fuerza, y la nación finalmente llegó a caer tan bajo que fueron los poderes extranjeros quienes decidían la persona que debería ocupar el trono (2ª Reyes 23:34; 24:17).

Con una o dos excepciones, los reyes de la nación dividida fueron corruptos que guiaron al pueblo a posteriores desastres y humillaciones. Sin embargo, es importante observar que, aun siendo los escenarios tan oscuros, Dios levantaba verdaderos testigos por Sí Mismo en el ministerio de los profetas que llegaron a ser Sus portavoces, pues Él nunca se dejó a Sí Mismo quedar sin darse a conocer y ser fiel testigo a Su verdad. El ministerio de estos profetas fue paralelo con aquellos de los Jueces que procuraban traer de vuelta a pueblo a Jehová cuando se hallaban en apostasía. Los profetas fueron más que simples predictores del futuro. Se ocupaban con las necesidades de la nación, espirituales y morales, para que fueran instauradas en el tiempo que vivían.

Pero al mismo tiempo, en sus escritos, produjeron una serie de proféticas verdades que deberían guiar y darles ánimo al fiel remanente en Israel durante los “muchos días” que la nación permaneciese “sin un rey” y “sin un efod” (Oseas 3:4). El ministerio profético por tanto cubre la degradación final y el fin del reino histórico.

No solamente escribieron y hablaron para fortalecer la fe, sino que avisaban constantemente a la nación de las consecuencias de su pecado. Los 70 años de esclavitud en Babilonia debieron demostrarle a Israel que la divina elección no anula la responsabilidad humana. Sin embargo muy pocos comparativamente aprendieron y lo retuvieron consigo. La actitud de la mayoría les decía a los videntes: “No veáis” y a los profetas: “No nos profeticéis” (Isaías 30:10). La última cosa que pretendían escuchar era hablar del castigo por su rebelión continua y su fracaso.

Aquí lo más importante de observar y lo más significativo es que, a pesar de toda la degradación de Israel, no se ve ni un mínimo rasgo de que los pactos incondicionales de Dios fuesen cortados o que hubiesen sido anulados y sin valor. Los hombre bien pueden fracasar en sus responsabilidades ante el Señor, pero Él nunca fracasa en guardar Su Palabra y Sus promesas. “Porque Yo Jehová no mudo; por eso no habéis sido vosotros los hijos de Jacob consumidos” (Malaq.3:6) y posteriormente dice, “Mi pacto no será quebrado, ni se mudarán las cosas que salieron de Mis labios” (Salmo 89:34).

Concerniente al pacto del reino Jeremías escribe:

“Porque así ha dicho Jehová: No faltará a David varón que se siente sobre el trona de la casa de Israel…Si pudierais invalidar Mi pacto con el día y Mi pacto con la noche, de tal manera que no haya día ni noche a su tiempo, podrá también invalidarse Mi pacto con Mi siervo David, para dejar de tener hijo que se siente sobre su trono” (Jer.33:17, 20, 21).

Cuando tomamos en consideración el miserable fracaso de Israel, es maravilloso darnos cuenta que el gran propósito del reino de Dios para con la tierra y el cielo debe mantenerse y permanecer, y finalmente recibirá un glorioso cumplimiento, aunque este gran objetivo pueda llevar un largo periodo de tiempo ser alcanzado, debido al fracaso del hombre.

El fin del Reino Teocrático del Antiguo Testamento

Hay una serie de disputas de opiniones acerca del tiempo exacto en que el histórico reinado de Dios en Israel finaliza. Algunos lo relacionan con los 70 años de la cautividad en Babilonia como su término; otros lo dan por finalizado cuando el Nuevo Testamento comienza. Pero hay algo que era muy evidente y ese algo era la presencia constante del Señor con Su pueblo terrenal, simbolizado por el shekinah de gloria desde el Sinaí en adelante hasta el punto donde Ezequiel vio esta gloria desvaneciéndose lentamente desde el Templo y finalmente desaparecer. El profeta data este acontecimiento en el sexto año del cautiverio del rey Joaquín. En una visión, el proféta ve la terrible apostasía del pueblo en Jerusalén. El propio fue cautivo en Babilonia, pero la visión le mostró con toda claridad lo que estaba ocurriendo en el territorio de Israel. Vio a 70 de los ancianos de Israel adorando a los ídolos, “reptiles y bestias abominables que habían sido pintadas en las paredes del Templo” (Ezeq.8:10). En la puerta del norte de la casa, Ezequiel contempló “mujeres clamando por Tamuz” (8:14), un dios pagano, correspondiente al Adonis griego. La adoración de este dios se acompañaba de licenciosas orgías y eran tan depravadas que llegaron a ser prohibidas por Constantino.

Después al profeta lo vemos en “el patio interior” donde veinticinco hombres se hallaban adorando al sol naciente y estos hombres eran sacerdotes, los líderes religiosos de la nación (8:16). El solemne veredicto de Dios se da en el vers.18:

“Pues también Yo procederé con furor; no perdonará Mi ojo, ni tendré misericordia; y gritarán a Mis oídos con gran voz, y no los oiré.”

La paciencia de Jehová se agotó con la nación idólatra y ahora determina esconder Su presencia de Su pueblo terrenal y abandonarlos durante un periodo indefinido. Concerniente a Sus regulaciones Dios le dijo al rey:

“Y tú, profano e impío príncipe de Israel, cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la consumación de la maldad: así ha dicho Jehová el Señor: Depón la tiara, quita la corona; esto no será más así; sea exaltado lo bajo, y humillado lo alto. A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga Aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré.” (Ezeq.21:25-27).

El reino ha llegado a su fin del mismo modo que lo concerniente al Antiguo Testamento. Así lo expresó Oseas:

Porque muchos día estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin estatua, sin efod y sin terafines. Después volverán los hijos de Israel, y buscarán a Jehová Su Dios, y a David su rey, y temerán a Jehová y a Su bondad en el fin de los días” (Oseas 3:4, 5).

Así como vimos que el símbolo externo de la presencia del Señor con Israel era el sekinan de gloria que comenzó a estar asociado con Israel al comienzo del histórico reino en Sinaí, cuando “Jehová había descendido sobre él en fuego” (Éxodo 19:18), así vimos además que, “la gloria de Jehová reposó sobre el monte Sinaí” (Éxodo 24:15, 16).

Fue en este punto que Israel recibió las leyes del reino y su constitución, finalizando con el Tabernáculo siendo inundado con la gloria del Señor (Éxodo 40:34). Posteriormente, en el tiempo de Salomón, cuando ya había terminado de edificar el magnífico Templo en el territorio de Israel, leemos que:

“Vino fuego del cielo…y la gloria del Señor llenó toda la casa” (2ª Crón.7:1).

En el intervalo se nos asegura que “La columna de nube no se apartó de ellos de día, para guiarlos por el camino, ni de noche la columna de fuego, para alumbrarles el camino” (Nehem.9:19). Así era el sekina de gloria la visible evidencia de la presencia personal del Señor en el reino de Israel a través de su historia hasta llegar a los días de Ezequiel. Sin embargo, el profeta describe en los capítulos 8-11 la visión de esta gloria desvaneciéndose lentamente de la nación, a medida que Jehová escondía Su presencia de este pueblo que había caído tan bajo en la idolatría y apostasía. Lo hizo con disgusto y pesar, porque primeramente toda la gloria se posó “en el umbral de la casa” (10:4) y después alzaron los querubines sus alas “y la Gloria de Jehová se elevó de en medio de la ciudad y se puso sobre el monte que está al oriente de la ciudad” (11:23) y desde este instante en adelante el símbolo de la visible apariencia de Dios desapareció.

Más tarde se edificó un templo para reemplazar aquel tan majestuoso que Salomón había edificado, pero no se nos registra que la gloria de Dios estuviese en él. Tres acontecimientos evidentes y en destaque se combinan entre sí para mostrarnos que había llegado el fin del reinado histórico de Israel después de aproximadamente ocho siglos de duración.

(1) Israel había rebosado su copa de iniquidad “hasta que no hubo remedio” (2ª Cron.36:11-16) y Dios transfiere la supremacía mundial al poder Gentil. Este acontecimiento se ve en el sueño dado a Nabucodonosor registrado en Daniel 2 e interpretado por Daniel bajo la guía de Dios. Babilonia era la “cabeza de oro” (Dan.2:38) seguida por tres imperios Gentiles en inquebrantable sucesión. Con el reino de Babilonia tenemos el inicio de “los tiempos de los Gentiles” descritos por el Señor Jesús en Lucas 21:23, 24 y estos tiempos continuarán hasta el fin del tiempo de esta era y Su Segunda Venida a la tierra., cuando una vez más el “Dios del cielo” establezca el reino que salve y restaure a Israel como su centro, y nunca más vendrá a ser desarraigado o interrumpido (Dan.2:44).

(2) El profeta Jeremías revela el decreto de Dios, acabando con la sucesión de la familia de Salomón al trono de Israel. Este fin recayó sobre Conías el hijo de Joaquín. Fue conocido por dos otros nombres, Jeconías (Jerem.24:1) y Joiacim (2ª Reyes 24:6). La solemne sentencia del profeta se registra en Jeremías 22:29-30: “¡Tierra, tierra, tierra! Oye palabra de Jehová: Así ha dicho Jehová: Escribid lo que sucederá a este hombre privado de descendencia, hombre a quien nada próspero sucederá en todos los días de su vida; porque ninguno de los de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá.” Joaquín y su sucesor Zedequías fueron llevados cautivos por Nabucodonosor a Babilonia y acabaron muriendo en aquel lugar. Pareciera que hubiese un obstáculo en el hecho de que Joaquín tuviese efectivamente un hijo en la cautividad, aunque la línea familiar culminase en José, el marido de la virgen María (Mat.1:12-16). Pero es que José no era el padre del Señor Jesucristo, quien era de la semilla de María, descendiente de David a través de Natán (Lucas 3:31) y no a través de Salomón. Joaquín fue descrito por tanto como “sin hijos” tal como el registro genealógico registra de la línea de la familia real.

(3) El tercer acontecimiento significativo fue la desaparición de la gloria del Señor de Israel a la cual nos hemos referido. Aunque llegó a haber una medida de restauración para el territorio después de los 70 años de cautiverio de Israel, no en tanto la nación nunca llego a tener una plena posesión del mismo, y el largo periodo de tiniebla del repudio de Israel descrito por Oseas comenzó cuando Israel estaría “muchos días sin un rey, y sin príncipe y sin sacrificio”, hasta el tiempo futuro de la Segunda Venida de Cristo cuando se “vuelvan y procuren al Señor Su Dios…y teman la bondad del Señor en los últimos días” (Oseas 3:4, 5). Estos días también son futuros para nosotros hoy en día.

A pesar de todo esto, no debemos caer en el error que muchos han caído, pensando que al final del Antiguo Testamente Israel fuese totalmente desechado por el Señor. El providencial cuidado de Dios todavía se mantuvo sobre la apóstata nación, puesto que, como ya hemos visto, había sido declarada por Dios ser una nación eterna, en el centro mismo de su plan de reinado para la tierra, y las gratificantes promesas dadas a los patriarcas concernientes a la semilla y al territorio no pueden cumplirse sin ellos. Por mucho que espiritualice no se podrá dar un verdadero cumplimiento de estas maravillosas promesas y mucho menos cuando vemos al final de la profecía de Ezequiel a la gloria del Señor volviendo a Israel en el mismo exacto orden en que desapareció (Ezeq.43:1-7). El profeta describe un templo que deberá ser erguido y en donde Dios declara que Su gloria lo inundará (43:5) y añade a este respecto:

“…el lugar de Mi trono, y el estrado de Mis pies, donde habitaré en medio de los hijos de Israel para siempre…” (vers.7).

Hay algo que tiene que quedar claro de una vez por todas; y es que el reino terrenal de Dios no vendrá jamás a ser erguido o establecido a través de esfuerzos humanos. El tiempo está reservado, cuando el Señor Mismo escriba Sus leyes en los corazones de sus ciudadanos a través del Nuevo Pacto hecho con Israel y Judá (Jer.31:33) y cuando su Gobernador no sea otro sino el Rey Mesiánico, el propio Cristo, perfecto en carácter, sabiduría y poder. Esto supone que Dios intervendrá una vez más en los asuntos humanos, tal como hizo en el Éxodo de Israel de Egipto y en el monte Sinaí donde el reino tuvo sus principios. Si esto es no fuera cierto, entonces no hay esperanza alguna para este mundo. El Señor Jesús predijo un tiempo de angustias sin paralelo en el mundo entero, como nunca antes se haya manifestado ni vendrá después a volver a experimentarse, declarando que si Dios no interviniese acortándolo, “ninguna carne sería salva” (Mateo 24:15-22). En otras palabras, el hombre se aniquilaría a sí propio, y bien sabemos además que tiene toda la capacidad y habilidad para llevarla a cabo. Sin embargo Él les asegura a los discípulos que habrá una intervención divina, y que será ni más ni menos Su retorno a la tierra “con poder y gran gloria” (vers.30). Por fin Aquel que es “Rey de reyes y Señor de señores” acabará de una vez por todas con la pesadilla del dominio del pecado y por primera vez desde la caída de la humanidad en Adán se conocerá lo que sea el perfecto gobierno y la justicia, porque “Él reinará en justicia” sobre el mundo.

 

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