El Reino de Dios. CAPÍTULO 6


El Reino de Dios. En el Cielo y Sobre la Tierra

Capítulo 6

Nota del traductor;

Oh Dios mío! Cómo quisiera que la Iglesia entera fuese como los de Berea! Cómo desearía que todos fuesen llevados a comerse este estudio que aquí os envío! Por eso lo envío en abierto para todos los que tengo en mi ordenador su dirección! - Sin embargo, me inclino a pesar de mi deseo, a que solo lo leerán unos cuantos viejos y unas pocas mujeres. He criado demasiados enemigos a mi vuelta que tienen por diabólico lo que escribo. Así que no me hago ilusiones con este trabajo del cual me glorío. Si bien yo solo he dado voces en el desierto, advirtiendo a todos que son tiempos peligrosos; y que por tanto, todos deberíamos poner nuestros ojos en la Palabra profética más segura. Pues aunque todos me condenen por hereje, yo estoy con Cristo y no ellos; y Digo y a gritos, clamo a voces, que deberíamos poner todos los ojos "en lo que tenemos delante" o "a la mano". Y afirmo con denuedo que La Revelación sale solo hoy de la Cabeza - conectaos pues a la Cabeza, y solo y ella os enseñará al Padre y a Sus propósitos secretos.

El Reino de Dios "En" el Cielo es lo que os pongo a todos delante, y ese Mismo Reino con Su Rey "Sobre" la Tierra está previsto en la Escritura como lo que sin duda alguna vendrá a suceder adelante. Esta revelación, este sueño y esta visión, se hallan en la Escrita desde hace ahora cerca de seis mil año, y nunca desde entonces ha sido puesto de parte ni olvidado. Yo creo que noventa y cinco por ciento en la Escritura refleja al Reino, y menos de un cinco por ciento lo que dirige a se dirige a los Gentiles o a la Iglesia de Dios, aunque esta última congregación posea consigo la mejor parte. El Reino Es, Ha Sido, y Será el tema principal en los propósitos de Dios desde el principio del mundo. Antes de la fundación del mundo, tenía otros secretos más grandes nuestro Abba Padre; pero, después de su comienzo: Es el plan Divino principal en la Biblia. Es el plano de redención de nuestro Abba Padre que finalmente tendrá lugar en Su Reino, con Su Rey escogido de antemano. Es absurdo que la Iglesia cambie perversamente ese sujeto principal de la Biblia, adjudicándose para sí propia este divino cometido. Porque en consecuencia de su latrocinio no podrá ver jamás las riquezas que se hallan en este bendito Reino que abarca tanto a Judíos como a Gentiles, tanto a varones como a hembras por igual, tanto a siervos como a libres! - afecta a toda lengua y nación de la Tierra, y no solo a la Iglesia.

Pero la Iglesia vive huérfana del conocimiento de Dios en Su Palabra profética más segura, y se dedica tenazmente en cambio a "predicar" y "enseñar" el Evangelio de la Reconciliación, diciendo a todo el mundo que se vuelvan para Dios a través de sus predicaciones, con las cuales ellos demuestran ser Sus ministros, debido a las señales y milagros que efectúan en Su respaldo. Así se vuelve y escoge antes "ser visible" y no "invisible" la iglesia hoy en día. Y en vez de procurar Su verdadera vida en los celestiales, se extienden a lo que se quedó en la tierra, sin tener en cuenta "el repudio" que el mundo expresó sobre aquellos "que le oyeron". Claro está, los "incrédulos" los miran, y se ríen de ellos; pues nunca vieron a un muerto resucitar ni a un cojo que ande; y si ha visto alguna vez a un ciego viendo, lo cual yo a nadie conozco, muchas más señales han visto producidas con los medicamentos y drogas de los humanos. Así que todos los toman por feriantes ambulantes. Adjudicándose ser descendientes de una "Iglesia" cualquiera, que esté en la Biblia, estas "iglesias visibles" se pierden todas lo mejor. Se pierden todas en el "Gran Secreto" y tropiezan en el "Llamamiento Supremo": Tratan estas "dos revelaciones secretas" del mismo modo que tratan a la "Cabeza del Cuerpo". Han oído hablar de todo, además lo creen, pero añaden todas estas buenas nuevas a las convicciones que ellos tenían de antemano en su evangelio, y así las desvalorizan por completo. Las adulteran, echándole agua al Vino Gran Reserva. Con "la Cabeza" sucede lo mismo. Todos leemos y entendemos, y sabemos como la Cabeza sola comanda los miembros. Todos hemos sabido que solo ella nos guía a toda la Verdad, espiritualmente hablando. Sin embargo, las iglesias visibles, establecen todas (SIN EXCEPCIÓN) sus propias jerarquías; y todas enseñan que Dios se apartará de la vida que se separe de sus ministros escogidos. De alguna manera, o de otra más refinada y escondida, todas ejercitan esta presión contradictoria a la Revelación que oímos todos Escrituralmente.

El resultado es bien evidente. Andamos todos como ovejas sin pastor, y basta, como he repetido muchas veces en mis "diabólicos escritos", que nos demos una vuelta y repasar las páginas de Face-Book, donde de una manera o de otra, siempre nos llegan de nuestros más próximos hermanos cristianos sus "predicaciones" diarias. Sería una labor lastimable ahora citar aquí algunas noticias diarias actuales de estas "ferias ambulantes" denominadas "iglesias cristianas". Desde los de la "palabra correctamente divididas" hasta las más mundanas en sus "tolerantes" ideales: todas extienden sus ojos y deseos por este mundo que nos rodea. Así, frases del día, noticias de los medios informativos, apéelos al "amor libre", y toda suerte de deseos del "corazón" para que los creyentes tengan seguridad, y paz, y prosperidad, todo sirve en esta gran feria de vanidades!

Sin embargo de Su Palabra profética más segura nada sabemos. Nada nos llega por estos electrónicos medios mundanos. Las noticias que se nos presentan en las epístolas de Face -book, nada nos esclarecen sobre el tema. Y si alguna noticia refiere el Apocalipsis, o las cosas que tienen que suceder, son generalmente las más estúpidas de todas. Y los "creyentes" las toman todas por "asuntos peligrosos" casi con razón! - De tal manera ha oscurecido Satanás ese bendito Libro, que no solo se ha prohibido leer en las iglesias, sino que han convencido a sus seguidores que resulta peligroso acercarse a Sus contenidos escritúrales. Como resultado, las estupideces que se escriben sobre estas cosas ciertas y seguras por suceder, confunden a todos. Porque ciertamente ninguno sabe en la verdad de la Cabeza lo que "verdaderamente" en breve va a suceder. Y en general todo lo que en estos medios declaran sobre el tema son solo supersticiones, y opiniones sentimentales. Así que la iglesia las ignora, y no sabe nunca si están ciertas o erradas, como debería conocer si es que la Cabeza se lo enseñase; y en resultado se extiende antes de alma y corazón para su predicación en la tierra. Este evangelio le parece más seguro. No lo aceptan mejor los humanos, en vez de tomarnos por loco?

Pero por eso precisamente se escribe en el primer versículo del Apocalipsis, que bendito será cualquiera que escuche las palabras de "esta profecía". Porque en los asuntos que el diablo ha escondido más profundamente, ha puesto el Espíritu Santo Sus joyas más bellas para quien las procure.

Todo esto os escribo para "obligaros" amorosamente a leer este documento del Reino de Dios "EN" el Cielo, que próximamente aparecerá "SOBRE" la Tierra. Yo envío sencillamente el capítulo que acabé de traducir de este estudio maravilloso. Al acabar de traducirlo enviaré el trabajo completo. Juan Aillón lo ha ido publicando por capítulos en su blog, de allí podréis retirar sus capítulos previos.

Intentad por todos los medios quitaros de encima todo lo que hayáis aprendido, y acercaros a este estudio con un poquito del espíritu de los de Berea. También convido aquí a que cada uno revierta lo que aquí se exponga y que nos deje ver los errores que contenga. Eso sería maravilloso! aunque hasta ahora, mis detractores y enemigos, ninguno se ha dignado a contradecir las voces que pego en el desierto. Solo se han distanciado de lo que escribo, y han promulgado que por Belcebú escribo lo que envío. Que tengo "espíritu de encantamiento", y que todas mis obras son "peligrosas". Pero de resto, ninguno ha salido a la arena dispuesto a contrarrestar mis gritos con sus armas teosóficas para contradecir lo que digo.

Pues bien, a todos digo, leed, no mis escritos, sino sencillamente este "pneumático" que aquí delante os pongo antes para juicio. Aunque, como digo, solo unos pocos locos y unas pocas mujeres lo leerán...y se regocijarán con las joyas del Reino.

Juan Luis Molina

El Reino de Dios

En el Cielo y Sobre la Tierra

 

Un Estudio del

Reino de Dios

A través de la Biblia

 

 

 STUART ALLEN

 

Trad. Juan Luis Molina

 

CAPÍTULO SEIS

 

El Reino de Dios en los Hechos de los Apóstoles

 

Ahora vamos a considerar el reino de Dios tal y como se presenta en los Hechos de los Apóstoles, y aquí, tenemos una base tan importante, que si erramos al interpretarlo y lo malentendemos nos oscurecerá todo el tema. Una correcta apreciación de este libro es absolutamente vital para que obtengamos una sana comprensión Escritural en cuanto a la elaboración de los propósitos del reino de Dios después de la crucifixión. Existen ocho referencias al reino en los Hechos (1:3, 6; 8:12; 14:22; 19:8; 20:25; 28:23, 31).

 

Es importante observar que el final del Evangelio de Lucas coincide en su registro con el capítulo primero de los Hechos de los Apóstoles. En ambos contextos hallamos al Señor instruyendo a Sus discípulos en las Escrituras del Antiguo Testamento (Lucas 24:25-27, 44-47; Hechos 1:1-4). El tema se centraba sobre “el reino de Dios” (vers.3). ¡Cuán privilegiados fueron estos discípulos escuchando a la Palabra Viva exponer la Palabra escrita durante seis semanas! A pesar de ello, sería bien probable que algunos de ellos no comprendiesen bien lo que el Señor les dijo; pero ese no fue el caso, pues la declaración en Lucas 24:45 nos confirma que: “Entonces, les abrió su entendimiento para que comprendiesen las Escrituras”. Hacemos mención de este hecho porque somos conscientes de que, hay algunos, que no dudan en afirmar haber algunos errores de parte de los Apóstoles en los primeros capítulos del libro de Hechos. Aunque estos críticos no hayan vivido sino cerca de 2000 años después, y no hayan experimentado estas instrucciones personales del Señor Jesús, pareciera que conociesen mejor los hechos que estos privilegiados discípulos.

 

Resultante de lo que el Señor les había enseñado durante cuarenta días y el divino entendimiento que les dio, los discípulos le preguntaron:

 

Entonces, los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? (Hechos 1:6).

 

La palabra “entonces” (“por tanto” en las vers. inglesas) indica que su cuestión sería la más lógica en cuanto a la enseñanza que el Señor les había proferido y no debido a una inferior  inteligencia de parte de los discípulos, y mucho menos a la incompetencia de parte de su divino Maestro. Debería ser obvio que el propósito del reino terrenal y el lugar central suyo de Israel  todavía sería el sujeto dominante en la voluntad revelada de Dios. La palabra griega traducida “restaurar” significa restaurar algo a su forma original o estado. Esto no indica nada nuevo, sino volver a restaurar alguna cosa que ya existió anteriormente, y no podría ser ninguna otra cosa sino el reino teocrático del Antiguo Testamento que hemos estado considerando y la palabra “Israel” solo puede significar y referirse a la nación histórica, los descendientes literales de Abraham.

 

El Señor Jesús no tuvo intención de corregir a los discípulos por haber hecho una tal pregunta referente al reino, lo cual hubiera sido necesario si es que este reino hubiese pasado a ser enteramente espiritual, sin conexión alguna con el pueblo terrenal. La única cosa que no pudo responderles fue del elemento del tiempo. Cuando ese reino viniese a ser restaurado sería condicional, igual que lo había sido al tiempo en el cual tanto Juan el Bautista como el Señor Jesús anunciaron que este reino estaba próximo. Israel fue entonces puesto a prueba. No podía ser de otra manera, a menos que pudiésemos descartar por completo la responsabilidad humana cuando la verdad divina se proclama, en cuyo caso no tendría sentido alguno en la proclamación de la verdad. Israel estaba ahora, en la sabiduría de Dios puesto a prueba una vez más como veremos. Si se hubiese revelado el resultado de esta prueba antes de haber sido aplicada se habría cancelado la resultante responsabilidad. El Señor fue tan prudente revelando el hecho que aunque Su paciencia se mantuviese todavía para el pueblo de Israel, Él sabía que  recusarían una vez más arrepentirse y volverse para Él. Como ya hemos referido, Dios no estaba fingiendo. Su misericordia y paciencia con este pueblo fue extraordinaria y real, como se puede claramente ver cuando estudiamos esta porción de la Palabra de Dios sin los obstáculos de la tradición limitando nuestros pensamientos.

 

Lo siguiente que encontramos en el registro se centra sobre la labor de los once rellenando el vacío ocasionado por la apostasía de Judas. El número doce debía ser repuesto. Este punto puede ser bien entendido si sabemos que los propósitos del reino terrenal se hallaban vigentes todavía, pues en el tal reino el Señor había hecho la promesa de que, cuando fuese erguido, doce apóstoles se sentarían sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel (Mat.19:28). Observe que eran doce tronos y no once. ¿Quién estaba capacitado para ocupar una tal posición? La condición se declara en Hechos 1:21, 22:

 

“Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección.”

 

Esto concuerda con las palabras de Cristo en Juan 15:27:

 

“Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio.”

 

La idea subyacente aquí es la capacidad de dar un testimonio personal por ser un testigo ocular de la vida y obras del Señor Jesús desde el principio de Su público ministerio hasta la Resurrección.

 

Dos hombres cumplían estas condiciones, José, llamado Justo, y Matías (Hechos 1:23), y los apóstoles esperaron que el Señor les indicase cuál de estos hombres sería el escogido, y el lector debería observar que en el día de Pentecostés, el Espíritu Santo y Su divino poder reposó sobre Matías de igual manera que sobre los once, indicando que ninguna equivocación se había cometido sobre esta materia. Matías fue sin duda el escogido por Dios y el número 12 (el número de Israel) fue restaurado. Aquellos que dicen haber aquí un error apostólico están ciertamente acusando al Espíritu Santo de equivocarse invistiendo a la persona equivocada.

 

La restauración no haría sentido alguno si es que Israel hubiese sido repudiado en la Cruz, y si el reino terrenal, del cual Israel es el centro, hubiese sido puesto de parte por Dios.

 

El siguiente gran acontecimiento que sucede fue Pentecostés, y es vital que obtenga su lugar apropiado en el segundo capítulo de los Hechos. Son tantos los que juzgan que la iglesia Gentil tuvo aquí su comienzo, que debemos observar y darle una mayor atención a los hechos Escriturales. La Pascua era una de las fiestas de Jehová indicada en Levítico 23. Ya nos hemos referido a esta fiesta. Primero venía la Pascua (tipificando el Calvario) y los Panes sin Levadura (el nuevo andar cristiano, vers.5-8), después as Primicias (Resurrección 9-14), seguida por Pentecostés (Restauración 15-21).

 

Los acontecimientos registrados en Hechos 2 fueron el comienzo del cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento. Pedro afirma en la explicación de los acontecimientos de aquel día lo siguiente:

 

“Esto es lo que fue dicho por el profeta Joel” (2:16).

 

Si queremos entender el significado del día de Pentecostés seremos sabios por tanto si mantenemos en mente estas pistas divinas y no ir más allá del ámbito de la profecía de Joel. Este libro, bajo la inspiración del Espíritu Santo, nos dará una mejor y más correcta interpretación de lo que esta fiesta significa en la elaboración del propósito de Dios que todas las creencias tradicionales de los hombres. En él, la cita de Joel sucede en un asentamiento de la restauración. Dios dice:

 

“Os restituiré (a Israel) los años que comió la oruga” (Joel 2:25).

 

Los versículos 26 y 27 acaban con:

 

“…Y alabaréis el nombre de Jehová vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros…y conoceréis que en medio de Israel estoy Yo, y que Yo soy Jehová vuestro Dios, y no hay otro; y Mi pueblo (Israel) nunca jamás será avergonzado.”

 

Después, inmediatamente a seguir, vienen las palabras que el Apóstol Pedro cita en Hechos 2:16.

 

La profecía de Joel revela la restauración y la generosa bendición de Israel después del juicio por sus pecados y el castigo de Dios de sus opresores Gentiles. No admira que los discípulos preguntasen al Señor “¿Restaurarás de nuevo el reino a Israel?” (1:6). Las palabras de Joel se hallan divididas por las expresiones “derramaré” y  “daré a ver” con siete puntos relativos a cada una:

 

Derramaré Mi Espíritu

(1)   Sobre toda carne |

(2)   Hijos                   |

(3)   Hijas                   |  Siete puntos

(4)   Ancianos             |  comenzados

(5)   Jóvenes               |  en Pentecostés

(6)   Siervos                |

(7)   Siervas                |

 

Daré (a ver) Prodigios

(1)   En el cielo                  |

(2)   La tierra                     |

(3)   Sangre                        | Siete puntos

(4)   Fuego                         | en la Conclusión

(5)   Columnas de humo    |

(6)   Sol                              |

(7)   Luna                           |

 

Hechos 2 registra el comienzo del derramamiento del Espíritu sobre Israel tal y como los profetas del Antiguo Testamento predijeron. Si ellos hubiesen respondido la segunda serie de siete puntos afectando a la creación física habrían tenido su comienzo y el Día del Señor habría culminado en la Segunda Venida de Cristo y el asentamiento del reino. Aquello que solamente se cumplió parcialmente en Pentecostés tendrá lugar completamente al fin de este presente tiempo actual, pues la Palabra de Dios no puede fracasar en ninguna de Sus particularidades (Mateo 24:29, 30).

 

Aquellos que fueron salvos en aquel tiempo formaron un primer núcleo del reino venidero – una “primicia” como Santiago lo expresa (Santiago 1:18). Y ahora llegamos al tercer capítulo de los Hechos, y no hay duda que este sea uno de los más vitales capítulos del Nuevo Testamento. Su importancia ha sido ignorada por tantos que es impresionante considerar que su testimonio sea tan claro y transparente. Comienza con la sanación del hombre cojo a la puerta del Templo que se hallaba en esta condición desde su nacimiento. Según las palabras de Pedro, este hombre fue inmediata y totalmente sanado. Este fue un gran milagro hecho sobre una persona bien conocida, y aún mismo los gobernantes de Israel tuvieron que admitir que “una notable señal” había sido producida (Hechos 4:15, 16).

 

El resultado fue una gran reunión de una vasta audiencia para ver aquel hombre que ahora andaba, alabando a Dios a gran voz (Hechos 3:8-11 e Isaías 35:5, 6).

 

Pedro empleó esta oportunidad para hacer la importante declaración que se extiende hasta el final del capítulo. Y se dirigió a sus oidores como “Varones Israelitas” (3:12) y “hermanos” (vers.17). Su autoridad provenía del “Dios de Abraham, y de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres” (vers.13) y al cierre les recuerda que ellos eran “los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres”. Este era aquel único e incondicional pacto hecho con Abraham, Isaac y Jacob concerniente a la simiente y al territorio. Israel de hecho se hallaba igual de cojo que el hombre que tenían a su frente, cojo y tullido a través de su incredulidad y dureza de corazón. Pedro les dice efectivamente que lo que Dios había hecho por aquel hombre cojo, lo haría para ellos también, aun cuando habían asesinado a su Mesías, el Autor de la vida (vers.13-15). A pesar de este culminante pecado, ahora se extendía sobre ellos el manto de la misericordia y del perdón de Dios. El Salvador había anteriormente orado al Padre, diciendo, “perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34) y los Hechos contienen el registro de esta impresionante extensión de misericordia ofrecida por un Dios paciente y compasivo hacia Su pueblo terrenal, Israel.

 

El punto crucial de la declaración de Pedro se alcanza en el cap.3 vers.19. Vamos a exponerla tal como se presenta en la Versión Autorizada y después en una Versión más actual, la Nueva Versión Estándar Americana:

 

“Arrepentíos, por tanto, y convertiros, para que vuestros pecados sean borrados, cuando llegue el tiempo del refrigerio proveniente de la presencia del Señor, y Él envíe a Jesucristo, lo cual fue predicado entre vosotros: A Quien los cielos deben recibir hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, que Dios había hablado por la boca de todos Sus santos profetas desde el comienzo del mundo. Porque Moisés verdaderamente les dijo a los padres: Un Profeta os levantará Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a Él oíd en todas las cosas que os diga. Y vendrá a suceder, que toda alma, que no escuche aquel Profeta, vendrá a ser destruido de entre el pueblo. Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, han igualmente profetizado de estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto hecho por Dios con nuestros padres, diciéndole a Abraham: Y en tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra. A vosotros Dios primeramente, habiendo levantado a Su Hijo Jesús, envió para bendeciros, para que cada uno de vosotros se vuelva de su iniquidad” (Hechos 3:19-26 A.V.).

 

“Arrepentíos por tanto y volveos, para que vuestros pecados puedan ser borrados, con el fin de los tiempos de refrigerio puedan venir de la presencia del Señor; y que Él pueda enviar al Jesucristo designado para vosotros, a Quien los cielos deben recibir hasta el periodo de la restauración de todas las cosas, acerca de las cuales Dios habló por boca de Sus santos profetas desde los tiempos antiguos. Moisés dijo, el Señor os levantará para vosotros un Profeta como a mí de entre vuestros hermanos; a Él debéis atender y tener en cuenta en cada pormenor que os comunique. Y sucederá que cada uno de los que no  escuche aquel Profeta será efectivamente destruido de entre el pueblo. Y de igual manera, todos los profetas que han hablado, desde Samuel y sus sucesores en adelante, también anunciaron estos días. Es a vosotros que sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con vuestros padres, diciéndole a Abraham: y en tu simiente todas las familias de la tierra serán bendecidas. Por vosotros primeramente, Dios levantó a Su Siervo, y lo envió a bendeciros para que cada uno de vosotros se vuelva de sus perversos caminos” (Hechos 3:19-26 Nueva Versión Estándar Americana).

 

La importancia de estos versículos difícilmente puede ser enfatizada como debe ser. La misericordia de Dios todavía no se ha apartado del pueblo de Israel y por eso les ordena, a través de los labios de Pedro que se arrepientan, que muden su actitud mental y se vuelvan a Dios. Si así lo hiciesen, sus pecados serían completamente olvidados y borrado aun cuando en verdad habían asesinado a Su Mesías y Rey, y entonces, habría sucedido lo que tan a menudo se ignora por los lectores y estudiantes de la Biblia, Cristo hubiese sido enviado para ellos. Esta fue una ofrenda extraordinaria con tremendas implicaciones envueltas. No era nada menos sino la posibilidad real e inmediata en aquel tiempo de la Segunda Venida de Cristo y el reatar de nuevo los objetivos del reino terrenal que habían sido quebrados por el repudio y crucifixión de Aquel que era el Rey de Israel.

 

Inmediatamente a seguir a este tiempo de la restauración predicha de antemano tan plenamente por el Antiguo Testamento,  hubiera entonces sido enviado. La cuestión de los discípulos “restaurarás de nuevo el reino a Israel en ese tiempo, vista a la luz de todo esto, tiene su real punto y relevancia, y fue el resultado natural proveniente de los cuarenta días de instrucción que habían recibido del levantado Salvador. Este “tiempo de restauración” que había sido el tema principal de todos los profetas del Antiguo Testamento no fue nada menos que el gran reino mediador que hemos estado estudiando. Eran de hecho buenas nuevas para la pecadora Israel y contenían resumiendo aquel “evangelio de la circuncisión” (Israel) referido en Gálatas 2:7, 8) que fue relacionado al apostolado de Pedro.

 

La palabra “convertíos” en Hechos 3:19 A.V. significa volverse y este fue el continuo mandato del Antiguo Testamento hecho a Israel para la restauración del divino favor o gracia cuando hubieron pecado y se habían alejado.

 

“Cuando estuvieres en angustia, y te alcanzaren todas estas cosas, si en los postreros días te volvieres a Jehová tu Dios…Él no se olvidará de ti (Deut.4:30, 31).

 

“Si los cielos se cerrasen y no hubiere lluvias, por haber pecado contra ti, si oraren a ti hacia este lugar, y confesaren tu nombre, y se convirtieren de sus pecados, cuando los afligieres, Tú los oirás en los cielos, y perdonarás el pecado de Tus siervos” (2ª Crón.6:26, 27).

 

“Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: Si vosotros pecareis, Yo os dispersaré por los pueblos; pero si os volviereis a Mí…aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré… (Nehem.1:8, 9).

 

“Se enojó Jehová en gran manera con vuestros padres…Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Volveos a Mí, dice Jehová de los ejércitos, y Yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac.1:2, 3).

 

En cada uno de los casos la traducción griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta) emplea la palabra de Pedro traducida “convertíos” para la palabra “volveos”, así que este mandato del Apóstol en Hechos 3 no era nada nuevo para Israel, sino que reforzaba lo que las sagradas Escrituras habían ya enfatizado repetidas veces en el pasado.

 

Pedro les recuerda a sus oyentes que, siendo como eran la raza escogida y el medio humano para propagar el reino, ellos eran los hijos de los profetas (Hechos 3:25) y añade:

 

“…y del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra.

 

Una vez más regresamos a la llave del texto en Génesis 12 que es el germen del propuesto gran reino previsto por Dios, mostrando claramente que Su plan para la bendición de la humanidad a través de Israel todavía se hallaba vigente en Su entendimiento si tan solamente Israel se arrepintiese y se volviese para Él. Todo esto se ignora o pasa por alto si es que algo enteramente nuevo se introduce en esta junción, combinado con la idea errada de que Israel ya había sido puesto de parte y desechado por Dios. Y si esto fuera cierto, entonces sería inexplicable por qué el Judío todavía se mantenía primero a través de todo el periodo de los Hechos.

 

Pedro acaba su discurso diciendo:

 

“A vosotros (Israel) primeramente Dios, habiendo levantado a Su Hijo, lo envió para que os bendijese” (Hechos 3:26).

 

El apóstol Pablo, en su discurso registrado en el cap.13 resalta la misma verdad, diciendo:

 

“A vosotros (Judíos) era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios” (Hechos 3:26).

 

¿Por qué iría a ser necesario a menos que Génesis 12:1-3 estuviese aún vigente? Como el registro de los Hechos nos muestra, Pablo siempre se dirigía primeramente a los Judíos (vea Hechos 14:1; 17:1, 10; 18:1-4, 19) y en Romanos asegura que el evangelio era para el Judío primeramente, así como el juicio de parte de Dios (Rom.1:16; 2:8, 9). El Señor se propuso que los miles de israelitas llamados “la Dispersión” viviendo fuera de Palestina  escuchasen la oferta de misericordia así como aquellos en el territorio lo habían hecho bajo el ministerio terrenal de Cristo. Consecuentemente, a cada uno de los centros donde Pablo llevaba el evangelio en Asia Menor, primeramente se dirigía a la sinagoga, y este hábito se mantuvo cuando por fin llegó a Roma como prisionero (Hechos 28:17, 23).

 

Romanos fue la última de las epístolas que Pablo escribió durante el periodo de tiempo cubierto por los Hechos, y en Romanos 10:18 pregunta: “Pero digo, ¿no han oído (Israel)? Antes bien…

 

Pero esto no hubiese sido cierto antes de que el ministerio de Pablo comenzase para aquellos Israelitas viviendo fuera del territorio. La nación entera se había sido puesta ahora bajo la gran responsabilidad de establecer el reino con el retorno de Cristo, sobre su arrepentimiento, y el Señor, en Su infinita paciencia y conmiseración, aguardó la correcta respuesta de Israel a través de todo el periodo cubierto por los Hechos.

 

En los primeros capítulos de los Hechos, no era solo “al Judío primeramente”, sino al Judío solo y exclusivamente y solo a los Gentiles que estuviesen asociados con Israel como prosélitos (Hechos 2:10), es decir, conversos y simpatizantes con el Judaísmo. La idea popular de que, en el día de Pentecostés, Pedro predicó a los gentiles del mismo modo que a los israelitas y de que estaban incluidos en los 3000 salvos es totalmente insostenible. A los paganos no se les permitía participar en las fiestas de Jehová, ni ellos estaban interesados en participar con ellos excepto por mera curiosidad. Además, la actitud de Pedro hacia Cornelio y la actitud de la madre iglesia en Jerusalén descrita en Hechos 10 y 11 sería incomprensible si es que los Gentiles estuviesen presentes. Fue necesaria una especial visión proveniente de Dios para inducir a Pedro que tratase con el Gentil Cornelio, y tampoco se puede atribuir a estrechez e intolerancia por parte de Pedro, pues sencillamente él solo estaba siendo obediente a los mandatos de Dios en cuanto a la separación de las naciones Gentiles circundantes como estaba expuesto en el Antiguo Testamento. Cuando el Apóstol subió a Jerusalén se nos dice que:

 

“…disputaban con él los que eran de la circuncisión, diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos? Entonces comenzó Pedro a contarles por orden lo sucedido…” (Hechos 11:2-4).

 

Pedro tuvo que justificar sus actos delante de la asamblea y el registro continúa diciendo:

 

“Entonces, oídas estas cosas (en la iglesia de Jerusalén), callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡de manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hechos 11:18), lo cual hubiera sido enteramente incongruente si es que los Gentiles hubiesen sido contemplados y salvos antes de este punto. Además, tenemos la sorpresa con la cual se depararon los creyentes Judíos que acompañaron a Pedro registrada en el cap.10:

 

“Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. Y lo fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo.” (Hechos 10:44, 45).              

 

Posteriormente vamos a tratar con la importancia de la admisión de los Gentiles durante el periodo de los Hechos, y cuando lo hagamos, tendremos mucho cuidado dividiendo la Escritura y poniendo de lado las ideas populares que se han asociado con este tema.

 

No hay duda de que un Mesías crucificado representaba un grave problema para los Judíos, los cuales aguardaban un poderoso libertador del yugo impuesto por Roma. Pedro respondió a estas cuestiones en su primer discurso resaltando la resurrección del Señor Jesús para demostrar Su identidad y Su derecho al trono de David. Esto ya había formado una parte importante del pacto incondicional hecho por Dios en los registros de la Escritura del Antiguo Testamento con las cuales ya hemos tratado anteriormente. Que aquel Mesías, siendo como era, un verdadero descendiente de David, se sentaría sobre su histórico trono, Dios ya lo había mostrado con un juramento:

 

“En verdad juró Jehová a David, y no se retractará de ello: De tu descendencia pondré sobre tu trono” (Salmo 132:11), y esto fue lo que Pedro enfatizó en Hechos 2:29-31:

 

“Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David…siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que reinase sobre su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo…”

 

Esto provee otro seguro enlace con el reino Mesiánico del Antiguo Testamento.

 

La resurrección de Cristo en los Hechos resalta especialmente dos aspectos que son generalmente ignorados y pasados por alto: (1) La restauración del trono de David, como fue prometido por Dios con un juramento (Hechos 2:29-31) y (2) da la oportunidad del arrepentimiento (un cambió de corazón y pensamiento).

 

La respuesta de Pedro a las acusaciones del sumo sacerdote contra él y sus asociados se relata en Hechos 5:29-32:

 

“Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con Su diestra por Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen.”

 

Son muchas las verdades que se levantan del supremamente importante hecho de que Cristo se levantase del sepulcro como el conquistador de la muerte y que ahora viva para siempre para Su pueblo. Estas verdades se tratan generalmente en la literatura de Cristo, sin embargo los dos aspectos y efectos de la resurrección del Señor Jesús mencionados anteriormente son casi siempre ignorados o pasados por alto. Sin embargo son absolutamente esenciales y necesarios para la correcta interpretación de los Hechos de los Apóstoles. No se puede dejar de pensar que presentan muchos problemas para algunas interpretaciones que son comúnmente consideradas como “ortodoxas”. El trono de David es un elemento vital del reino Mesiánico y el arrepentimiento de Israel es absolutamente crucial para su establecimiento, como el tercer capítulo ha demostrado, y si se hubiese realizado, habría sido seguido por Su Segunda Venida a la tierra y el asentamiento de aquel gran reino planeado por Dios.

 

Cuando se considera todo el contenido del remarcable capítulo no podemos hacernos una idea de cómo las palabras podrían haber sido más claras y transparentes acerca de este divina oferta hecha de nuevo del Rey y de Su reino para la nación de Israel. Bien se puede objetar que la palabra “reino” no aparezca, pero la realidad suya se encuentra en la frase “la restauración de todas las cosas que Dios había hablado por la boca de Sus profetas desde el comienzo del mundo” (Hechos 3:19-22, 24).

 

Es importante notar que el Señor predijo especialmente esta oferta renovada en Su ministerio terrenal. En forma parabólica, un cierto rey hizo una fiesta de boda para su hijo (Mat.22:1-7). Dos invitaciones se envían para aquellos que fueron “convidados”. La primera describe el ministerio de Juan el Bautista y el Señor y el resultado fue que “ellos no vinieron”. La segunda anunció que la fiesta estaba “preparada”, “los toros y los animales engordados ya habían sido muertos” y “todas las cosas estaban listas”. Este elemento sacrificial apunta claramente a la redención cumplida por la muerte del Señor en el Calvario y al ministerio que se siguió durante los Hechos. Una vez más se repudia el llamamiento seguido de violenta oposición. El remanente “tomando a Sus siervos, los afrentaron y los mataron” (vers.5 y 6). Esto ocurrió literalmente tal y como se registra en los Hechos con el encarcelamiento y muerte de los discípulos y sus asociados. Ya no hay más invitaciones posteriores, sino la venida de los juicios. El rey envía sus ejércitos, destruye a los asesinos e incendia su ciudad – una predicción de la terrible destrucción de Jerusalén en el año 70 de nuestra era.

 

En Lucas 13:6-9 tenemos la parábola de la higuera estéril. El pueblo de Israel se compara en la Escritura por lo menos a tres árboles, la higuera, el olivo, y la vid. Los tres años que el dueño vino procurando frutos de la higuera es una referencia especial a los tres años del ministerio público del Señor hacia Israel. En su abierta oposición y dureza de corazón fueron de hecho “estériles”, pero en vez de ser cortado al final de los tres años al árbol se le da una nueva oportunidad:

 

“Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después” (vers.8 y 9).

 

La posterior oportunidad para producir fruto corresponde a la renovación de la oferta de la divina misericordia en los Hechos, pero no sucede sino al final del libro que el árbol es “cortado”, aunque no “desenraizado”, de otra manera Israel no podría tener lugar en el futuro propósito de Dios. Y Romanos 11 nos asegura que Aquel que cortó “las ramas” de Israel, puede y llevará a cabo el injerto suyo de nuevo (vers.23, 24) a Su señalado tiempo que sucederá en la Segunda Venida de Cristo, cuando el “Libertador venga sobre Sion y aparte la impiedad de Jacob (Israel)” porque “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (es decir, sin mudanzas de pensamientos de Su parte, vers.29).

 

Así, por tanto, vemos que tanto figurativamente como literalmente, el periodo de los Hechos es una posterior oportunidad para que Israel se arrepintiese y se volviera para Dios, y entonces su divino destino se habría cumplido trayendo en evidencia el reino mediante.

 

Los Evidentes Milagros de los Hechos

 

En el registro de Lucas de los Hechos tenemos 30 específicos milagros documentados, siendo muchos de ellos son tan espectaculares como los contenidos en los cuatro Evangelios. Y no solo eso, sino que además tenemos por lo menos nueve declaraciones concernientes a la prevalencia de milagros durante este periodo

 

Muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles” (2:43).

 

“Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo” (5:12).

 

“…sacaban a los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos…y todos eran sanados” (5:15, 16).

 

“Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo” (6:8).

 

“Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía” (8:6).

 

“El cual (el Señor) daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se hiciesen por las manos de ellos (Pablo y Bernabé) señales y prodigios” (14:3).

 

“Entonces toda la multitud calló, y oyeron a Bernabé y a Pablo, que contaban cuan grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles” (15:12).

 

Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo; de tal manera que aún se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían” 19:11, 12).

 

Por fin, en la isla de Malta, también tenemos la sanidad efectuada del hombre con disentería y “también los otros que en la isla tenían enfermedades, venían y eran sanados” (28:9).

 

Es importante observar que estos milagros fueron tan evidentes al final del Libro de Hechos como al principio. Algunas veces se representa que los milagros se encuentran al principio del registro de Lucas y que luego súbitamente desaparecen. Eso no es lo que sucedió, sino que hacen parte integrante de la historia de todo el Libro y continúan hasta su conclusión. Entonces es cuando cesan según la Escritura. Después del periodo de los Hechos, Pablo tiene que dejar a Trófimo en Mileto enfermo (2ª Tim.4:20). También Epafrodito se hallaba desesperadamente enfermo, “enfermo de muerte” pero el Apóstol no puede sanarle. Timoteo, en su física debilidad, se le aconseja a que “beba un poco de vino debido a sus constantes enfermedades”  (1ª Tim.5:23) y este aviso proveniente de aquel mismo hombre que había realizado tan espectaculares sanidades anteriormente! Todos ellos fueron próximos amigos y valiosos colaboradores. Podemos estar seguros de que el Apóstol los hubiese sanado si es que todavía estuviese disponible la divina habilidad para realizar las señales, así como ellos propios las podrían haber ocasionado por sí mismos. Pero todo lo que pudo decir ahora es que Dios tuvo misericordia de él al sanarlos (Filip.2:25-27).

 

Pero los milagros de los Hechos no se limitaron a las sanidades. Incluían también la expulsión de demonios (5:16; 16:16-18); levantar a los muertos (9:36-42; 20:7-12); maravillas físicas (4:31; 8:39); liberaciones milagrosas (8:19-22; 16:26; inmunidad de los peligros comunes (27:23-26; 28:3-5); juicios inmediatos sobre los que se oponían (5:11; 13:11); ministración directa angelical (12:7-8, 23); y milagrosas visiones y comunicaciones (9:3-6; 10:9-16).

 

Los milagros efectuados por el Señor Jesús fueron Sus divinas credenciales. Pedro declara:

 

“Varones Israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de Él, como vosotros mismos sabéis” (Hechos 2:22).

 

No es que Cristo realizase milagros que probasen ser Él el Mesías – porque Satanás también puede operarlos, y al final de nuestra era la Palabra de Dios nos avisa de que muchos serán engañados por el hombre de pecado: “inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos” (2ª Tes.2:8, 9 y vea Apoc.13:11, 13-15).

 

Los milagros de los Evangelios y de Hechos fueron aquellos predichos por el Antiguo Testamento como siendo característicos de la venida y el ministerio del Mesías (Isaías 35:5, 6). Fueron señales, es decir, sirvieron para indicarle a Israel Quien solamente poseía las marcas de las Escrituras del Antiguo Testamento (Rom.3:1, 2). Esto fue el cumplimiento de la promesa dada por el Señor en Marcos 16:17, 18:

 

“Estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”*

*Si alguno tiene dificultades en aceptar el texto de estos últimos versículos del Evangelio de Marcos, les aconsejamos a leer los escritos de Burgon sobre ellos. Nosotros juzgamos que las dudas  expresadas por los escolares se levantan por la ausencia de estas instantáneas y milagrosas sanidades después del año 70 de nuestra era, llevándolos a  cuestionar su genuinidad.

 

Todos estas cosas fueron eventos de relevo e importancia del periodo de los Hechos. Hebreos 2:3, 4 nos lo confirma:

 

“…una salvación tan grande. La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que le oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según Su voluntad.

 

Estas señales y maravillas fueron por tanto una confirmación para aquellos de Israel que creyeron (1ª Cor.1:6, 7) y un divino testimonio contra aquellos que no creyeron (1qa Cor.14:21, 22). Entre tanto que el pueblo escogido existiese como nación en su relación de pacto hacia Dios, estos evidentes milagros persistieron, pero cuando Israel es puesto aparte en incredulidad al final del Libro de Hechos, cesaron por completo para la finalidad que tenían.

 

Pero observe que no estamos diciendo que los milagros cesasen. Pues el poder  de Dios no ha menguado. Él todavía es capaz de sanar y de operar milagros en este periodo, si Él así lo determina. Pero no serán las evidencias del reino mediante de Dios en relación a la tierra.

 

Aquellos de los Evangelios y Hechos fueron milagros especiales que testificaban la verdad de este reino terrenal. Fueron casi todos públicos y espectaculares en su carácter. Al menos 20 de los Milagros en los Hechos fueron presenciados por testigos, algunas veces por grandes multitudes, como en el día de Pentecostés. Algunos de esos milagros produjeron un santo “denuedo” y un pio “temor” entre los creyentes (Hechos 4:29-31). Algunos silenciaron a los más vehementes opositores que no pudieron negar su autenticidad. Fueron forzados a admitir que, “señal manifiesta ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar” (4:15, 16).

 

No puede haber duda por la santa Escritura que fueron de una clase especial y que se asociaban con la confirmación del reino terrenal y que a la conclusión del periodo de los Hechos los grandes y públicos milagros llegaron a su fin. Sacarlos fuera de este divino asentamiento y contexto como se hace tan a menudo hoy en día, puede ser peligroso, porque le da a Satanás, el gran enemigo de Dios y los creyentes, la oportunidad de falsificar estos milagros y de engañar a los incautos. Esto es por lo que aún mismo durante los Hechos cuando daban su testimonio, Dios les dio junto con el don el discernimiento de espíritus a los creyentes que los capacitaba para que infaliblemente separasen la verdad del error. Por eso el aviso en 1ª Juan 4:1-3. Algunos admiten la ausencia de tales Milagros en la edad presente, pero argumentan que eso se deba a la poca espiritualidad de los creyentes, y dicen que si hubiera un reavivamiento y un profundo compromiso hacia los asuntos de Dios, estos Milagros volverían a suceder una vez más. Esta es en gran escala la actitud predominante de los actuales movimientos Pentecostales. La respuesta para este gran sector está muy clara: Ya hubo grandes reavivamientos espirituales en el pasado y el asentamiento de líderes espirituales se ha sucedido, tales como Lutero, Calvino y otros, y sin embargo no hubo correspondencia alguna del reavivamiento de los grandes y públicos milagros como los ocurridos en los Hechos.

 

Ahora en esta era, tenemos el silencio de Dios (vea El Silencio de Dios por Sir Robert Anderson, publicado por Kregel en U.S.A), un silencio de abundante gracia. Además, al tiempo de estos milagros especiales también hubo dones Pentecostales tal y como se detalla en 1ª Cor.12 que ocurrieron. Y que estos dones no tuvieron al principio conexión alguna con la espiritualidad está claramente evidenciado por el hecho de que la más carente de espiritualidad y carnal iglesia, la de Corintia, tuvo con ella una gran abundancia de estos dones Pentecostales!

 

Antes de acabar la consideración de los milagros que ocurrieron durante el periodo de los Hechos, será bueno que veamos el contraste entre el primer milagro realizado por Pedro y Pablo. Pedro comenzó sanando a un Judío tal como se detalla en Hechos 3:1-9, tipificando lo que Dios estaba preparado para hacer por Israel en la sanidad y restauración espiritual si tan solamente se hubiesen arrepentido y vuelto hacia Él, mientras que el primer milagro de Pablo cegó a un Judío (Hechos 13:6-11) durante un cierto tiempo, una profética previsión de la ceguera espiritual que iría a caer sobre la nación en el último capítulo de los Hechos (28:25-28) por su consciente alejamiento del Señor. En el caso de Elimas, no fue permanente, sino por “algún tiempo” (13:11) y sabemos por Romanos 11 que la ceguera de Israel tampoco es permanente, sino hasta que “la plenitud de los Gentiles” haya sido incorporada (Rom.11:25), aunque su periodo de oscuridad haya sido hasta ahora tan largo, cerca de 2000 años hasta el día actual.

 

Antes de que todo esto sucediese, Pablo les avisó, en su primer discurso registrado:

 

“Mirad, pues, que no venga sobre vosotros lo que está dicho en los profetas: Mirad, oh menospreciadores, y asombraos, y desapareced; porque yo hago una obra en vuestros días, obra que no creeréis, si alguien os la contara” (Hechos 13:40, 41).

 

Al mismo tiempo les recuerda de la posición tan privilegiada que Dios les había concedido en Su plan de emplearlos para alcanzar a los Gentiles, de hecho para ganar al mundo entero con el evangelio y el mensaje del reino. En este recuerdo Pablo citó a Isaías 42:6 y 49:6:

 

“Pues así nos ha mandado el Señor, diciendo: Te he puesto para luz de los Gentiles, a fin de que seas para salvación hasta lo último de la tierra” (Hechos 13:47).

 

Este es un breve resumen conciso de la posición de Israel en cuanto al plan de Dios. En la última citación de Isaías, es difícil determinar si es que Cristo sea referido o Israel, sin embargo es verdad dicho de ambos y en este versículo Pablo condena a los Judíos que se estaban oponiendo. Es importante comprender que, durante los Hechos, la bendición de los Gentiles se obtenía a través de Israel, y que los creyentes Gentiles fueron asociados con Israel, pero nunca de ellos por separado: “Alegraos Gentiles con Su Pueblo (Israel)” (Rom.15:10). “…los Gentiles han sido hechos participantes de sus (de Israel) bienes espirituales (Rom.15:27).

 

A medida que avanzamos con nuestro estudio, una asociación posterior entre el libro de los Hechos y el Antiguo Testamento se descubre por el hecho de haber por lo menos veinte citaciones del Antiguo Testamento en los Hechos tanto en el cumplimiento de lo que entonces estaba ocurriendo como profético de lo que iría a suceder en el futuro. Los capítulos iniciales por tanto de este libro no son el comienzo de un propósito enteramente nuevo como generalmente se enseña, sino una continuación de aquello que había ya sido revelado acerca del plan divino del reino en el Antiguo Testamento y declarado estar “cercano” o “a la mano” en el ministerio del Señor Jesús para Israel. La historia de los Hechos continúa posteriormente aquello que el Señor comenzó a realizar y a enseñar (Hebreos 2:3) con respecto a este reino. Israel y la esperanza de Israel, tal y como se describe en el tercer capítulo domina el libro de los Hechos. Es una lástima que haya expositores de esta más que importante porción del Nuevo Testamento que cierran sus ojos para todo esto y que procuren minimizar o dejar de lado la posición que ocupa aquí Israel. Haciendo esto, perdieron una llave divina para su interpretación y no admira nada que se sumergieran en contradicciones con las epístolas escritas durante este periodo y las posteriores.

 

El hecho que permanece es que la fabulosa oferta del perdón y el envío de nuevo del Mesías registrado en el cap.3 se indican en todas las epístolas escritas durante el periodo de los Hechos. Debería estar claro que la doctrina de las epístolas escritas en ese tiempo debe ir mano a mano con la doctrina de los Hechos y cualquier interpretación que no armonice con esto debe ser sospechosa.

 

Una vez que la Segunda Venida de Cristo era una garantizada posibilidad durante los Hechos (y debe haberlo sido si es que el tercer capítulo sea verdad, porque Dios no es un hipócrita ni juega con Sus promesas), las epístolas escritas durante este periodo entonces deben reflejar esta enseñanza. En 1ª Tesal.1:9, 10 se nos dice que los santos tesalonicenses estaban “esperando por Su Hijo proveniente del cielo” y Pablo no duda en incluirse a sí propio entre los que estén “vivos y permanezcan hasta la venida del Señor” (1ª Tes.4:15-17).

 

La segunda epístola fue escrita a los mismos cristianos para corregir la falsa impresión concerniente a Su segunda venida, pero sigue describiendo “su reunión junto con Él” (2ª Tes.2:1), un tiempo en el cual se daría por fin el “reposo” de sus incisivas tribulaciones y pruebas, y no en la muerte, sino en la revelación de Cristo proviniendo del cielo (1:7).

 

¿Cómo sería posible que alguien juzgase estas palabras como si fuesen referentes a una todavía futura y distante segunda venida? ¿Cómo podría un acontecimiento que no tendría lugar en los más de 1900 años posteriores liberarlos de sus actuales y severas pruebas y sufrimientos? Pero si esta venida era entonces una realidad cercana posible de cumplirse, entonces esta promesa tenía un verdadero significado y les daría una real esperanza para soportar las tribulaciones.

 

Cuando llegamos a 1ª Corintios leemos en 1:6, 7 “…de tal manera que nada os falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”, y en 7:29 “…el tiempo es corto: resta, pues, que los que tienen esposa, sean como si no la tuvieran”. ¿Por qué? Pues porque “Maran-atha”, el Señor viene” (1a Cor.16:22), y sin embargo después de los Hechos, el Apóstol aconseja a las viudas que se casen (1ª Tim.5:14). A los creyentes Romanos Pablo les escribió, “el Dios de paz aplastará en breve a Satanás debajo de vuestros pies” (16:20), “la noche está avanzada, y se acerca el día (el día está a la mano, en las versiones inglesas)  (13:12). En Hebreos 10:37 leemos “porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará”. Y una vez más en 1ª Cor.10:11 Pablo escribe “Y estas cosas…están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos.”

 

A estas referencias debemos añadirles el testimonio de Pedro, Santiago y Juan. Pedro declara que el fin de todas las cosas se acerca (1ª Pedro 4:7). Santiago asegura que “la venida del Señor se acerca…el juez está delante de la puerta (Sant.5:7-9). Juan, en su primera epístola afirma que “ya es el último tiempo (literalmente la última hora)…así ahora han salido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo” (1ª Juan 2:18).

 

Con todas estas referencias de Escritura, no deberían caber dudas en la mente de aquellos que creían la Palabra de Dios de que la promesa del retorno de Cristo en Hechos 3 de traer en evidencia el reino, que todos los profetas habían predicho de antemano, era una gloriosa realidad, y que fue mantenida tenazmente por aquellos que estaban siendo salvos por la gracia en ese tiempo.

 

La única alternativa pareciera ser que Cristo no regresó debido a la indiferencia y falta de preparación de los creyentes, o entonces que estaban todos equivocados y que no fuesen sino vanas suposiciones de su parte. La primera no es verdad, una vez que no tiene base Escritural posible, y la alternativa última es exactamente la opinión de los expositores actuales que no dudan en decir con eso que Cristo también cometió un error con respecto a Su Segunda Venida.

 

La Tenaz Oposición de Israel en los Hechos

 

En este respecto encontramos que la actitud de Israel tal y como se registra en los Hechos sigue el mismo modelo que en los Evangelios. En vez de regocijarse con gratitud por la ofrenda misericordiosa de Dios y el perdón de su gran pecado asesinando a su Rey Mesías y la promesa de Su retorno si se arrepintiesen, Israel y sus líderes endurecieron sus corazones todavía más y comenzaron la salvaje persecución de los creyentes predicha por el Señor. Esteban es apedreado hasta la muerte. Pedro es encarcelado, Jacobo es ejecutado. Pablo es igualmente hecho prisionero en más de una ocasión y también apedreado y dejado muerto (Hechos 14:19, 20). Su larga lista de sufrimientos registrada en 2ª Corintios 11 nos trae a la mente el tremendo coste de los fieles en ese tiempo. La oposición al ministerio del Apóstol proviene insistentemente de Israel y no de los Gentiles. De hecho, al principio, es Roma la que protege a Pablo. No admira por tanto el veredicto que el Señor hizo sobre las naciones expresado en Romanos 10:21:

 

“Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor”.

 

Aquellas amorosas manos se extendieron hacia el perdón y a la bendición de esta escogida nación, pero no obtuvieron nada de eso. Antes bien perseveraron en su tenaz oposición hacia el Señor y a Sus ministros, alejándose más y más de Él y cayendo más profundamente en la tiniebla del repudio.

 

Como hemos visto, Pablo fue enviado y se dirigió al Judío primeramente, afirmando que era necesario hacerlo así (Hechos 13:46), necesario, debido a la central posición de Israel en los propósitos de Dios para el asentamiento de Su reino terrenal. Y esta actitud se mantiene hasta el final del libro del mismo modo que aparece al principio en sus capítulos iniciales. Es por tanto del todo incorrecto ubicar la actual puesta de lado de Israel en incredulidad en cualquier punto anterior a Hechos 28.

 

La verdad es que Pablo solo se volvió localmente de los Judíos cuando estos hicieron evidente que se oponían violentamente a su ministerio (vea Hechos 13:45-48; 18:5, 6) y que entonces apeló a los Gentiles está claro por el registro, pero fue solamente un apartarse local, porque posteriormente se nos dice que el Apóstol, cada vez que se dirigía un nuevo destino, permanecía yendo primeramente a la sinagoga del lugar y testificando allí una vez más (Hechos 14:1, 18, 19 etc.). En el capítulo 20 tenemos un resumen hecho por Lucas del discurso de Pablo ante los ancianos de la iglesia de Éfeso, y es de suma importancia debido a la aclaración que nos aporta de su ministerio hasta este punto de tiempo. Pablo les dice:

 

 “Y como nada que fuese útil he rehuido de anunciaros…por tanto, yo protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos, porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios (Hechos 20:20-27).

 

Aquí tenemos las marcas de su fiel ministerio. Del verdadero Cristo que le había sido revelado y encomendado dar a conocer, Pablo no rehusó nada; había dado a conocer todas las cosas. ¡Quisiera Dios que todos los siervos del Señor pudieran decir lo mismo!

 

Pero las implicaciones de estas declaraciones son generalmente ignoradas y pasadas por alto. Durante el periodo de tiempo cubierto por los Hechos, Pablo escribió siete epístolas, si incluimos Hebreos (aunque esta no sea popular entre los escolares actuales). Son estas, en su orden: Gálatas, 1ª y 2ª Tesalonicenses, 1ª y 2ª Corintios, Hebreos y Romanos. Posteriores a los Hechos tenemos otras siete más, cinco de las cuales escritas en prisión, y están marcadas con un asterisco: *Efesios, *Colosenses, *Filemón, *Filipenses, 1ª  Timoteo, Tito, y *2ª Timoteo. Insistimos en que, las siete epístolas escritas durante el periodo de los Hechos deben reflejar las condiciones y la doctrina de los Hechos. No puede haber una dicotomía aquí, enseñando los Hechos una cosa y estas epístolas de este periodo enseñando otra distinta en contradicción.

 

Si Pablo había dado a conocer todas las cosas y no retuvo consigo nada por detrás de la doctrina que Cristo le había hasta entonces revelado, entonces debe haber revelado la posterior enseñanza concerniente al Cuerpo de Cristo dada en Efesios y Colosenses. Pero en las epístolas posteriores esta revelación se adjunta con un secreto (o misterio) que Dios tenía consigo guardado y que era desconocido hasta que Él lo dio a conocer a través del prisionero Pablo (Efesios 3:1-11; Col.1:1:24-28). Además, esta iglesia que ahora aparece no es una evolución de la de los Hechos, sino una nueva creación (Efesios 2:13-16) y esta nueva creación es denominada un nuevo hombre. En ninguna otra parte de sus epístolas escritas en el periodo de los Hechos utiliza Pablo la palabra misterio o secreto, concerniente al llamamiento y constitución de la iglesia Pentecostal, ni tampoco había nunca antes revelado la Cabeza de Cristo para Su Cuerpo que es vital para su relación con Él y se señala y resalta de manera tan enfáticamente solo en Efesios y Colosenses.

 

Si este importantísimo asunto le hubiese sido revelado en las más tempranas epístolas, habría sin duda alguna hecho parte de su comisión enseñándolo durante los Hechos, de otra manera el reclamo que hace de no haberles rehusado dar a conocer todo lo concerniente con aquella iglesia no haría sentido alguno y sería falso. Si tan solo retenemos lo que esté escrito, estaremos a salvo de confusiones. El Apóstol Pablo en Romanos 11 describe aquella iglesia como el fiel remanente Judío – el “remanente de acuerdo a la elección de gracia” (vers.5). a la cual estaban siendo añadidos creyentes Gentiles. Cuando el apóstol Pedro citó Joel 2:28-32 lo hizo en un contexto de la restauración de Israel y el último versículo dice así:

 

“Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual Él habrá llamado” (Joel 2:32).

 

Ahora bien, el fiel remanente Judío se asociaba indisolublemente con el reino Mesiánico y el retorno de Cristo para asentarlo y esto se halla por tanto en completo acuerdo con la tendencia del propósito de Dios establecido a través de los Hechos.

 

Vayamos al discurso de Pablo delante del rey Agripa registrado en Hechos 26. En este discurso Pablo ofrece un claro testimonio en cuanto a los contenidos de su ministerio hasta ese punto de tiempo. Y dice así:

 

“Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres soy llamado a juicio; promesa cuyo cumplimiento esperan que han de alcanzar nuestras doce tribus, sirviendo constantemente a Dios de día y de noche” (vers.6 y 7).

 

Tenemos varios puntos importantes aquí. Su esperanza, declara él, estaba asociada con los patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob. No puede haber duda alguna a lo que esto se refiere. Anteriormente en este estudio hemos demostrado que Dios hizo promesas incondicionales a estos padres concernientes a una eterna posteridad (una simiente) y una larga porción de territorio como hogar de ellos en el Medio Oriente de la cual Palestina es solamente una porción. Por eso, él dice las doce tribus estaban aguardando. Observe que son doce y no diez como algunos quisieran que creyésemos. Una vez más se nos recuerda el hecho de que Israel no haya sido puesto de parte por Dios sino al final del libro de Hechos. En Romanos, la última de las epístolas que escribió en este periodo, él declara que Dios no había desechado a Su pueblo, al cual antes conoció (Romanos 11:1, 2). Cualquiera puede deducir que esta idea asienta todo el asunto de vez para todo aquel que crea y quiera firmemente asentar su doctrina sobre la Palabra de Dios. Pero no es así, porque se dice y enseña que Israel fue desechado al tiempo de la crucifixión, o a la muerte de Esteban, o en Hechos 13, o en cualquier otro momento; sin embargo la Escritura inspirada con toda claridad nos dice que ocurrió en Hechos 28. Y no solo eso, sino que en los versículos 22 y 23 de Hechos 26 se nos dice: “Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder: Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz a los Judíos y a los Gentiles”.

 

Esta declaración es muy valiosa, pues nos demuestra que el Apóstol estaba dando su testimonio en las bases del Antiguo Testamento. Siendo así, él hasta esta altura no podría haber declarado el misterio, el gran Secreto concerniente al Cuerpo de Cristo, por la sencilla razón de que no se hallaba revelado en el Antiguo Testamento, sino que en aquel tiempo todavía permanecía “escondido en Dios” (Efesios 3:9).

 

Cuando llegamos al capítulo 28, nos encontramos con la segunda grande crisis para Israel. La primera había tenido lugar cuando Cristo se presentó a Sí mismo públicamente como Mesías y Rey de Israel (Mat.21). Esta posterior sucedió al tiempo cuando pudo llegar a decirse con verdad que la Dispersión (los israelitas viviendo fuera del territorio de Palestina) hubo escuchado el evangelio y la gran oferta renovada del reino del mismo modo que aquellos Judíos viviendo en el territorio. Y ahora ellos tenían que decidirse por una vía o por otra, si se arrepentirían y se volverían para el Señor, pero su actitud durante todo el periodo dejó bien claro la vía que irían a tomar.

 

Pablo ejerció su derecho como ciudadano romano para apelar al Cesar, para que en la  providencial gobernación de Dios, llegase a Roma como prisionero. Él nos dice en su epístola a los Romanos que había planeado muchas veces visitar Roma y encontrarse con los creyentes allí, pero que había sido prevenido de hacerlo (Rom.1:13). Difícilmente se habría imaginado que esta visita sucediese siendo un prisionero, y no como un hombre libre, aunque él sabía y se reconocía en el hecho de que era el “prisionero de Cristo Jesús” (Efes.3:1). Ciertamente no se consideraba a sí propio meramente como un prisionero de Nerón. Antes de llegar a Roma, su barco naufragó en Malta, y en aquel lugar siguió ejercitando su divino don de sanidades, evidentemente en varias ocasiones, puesto que no solo curó al padre de Publio de disentería, sino a todos los demás en la isla que tenían enfermedades (Hechos 28:8, 9). Y no solo eso, sino que habiendo sido mordido por una serpiente venenosa, no llegó a sentir sus maléficos efectos, así que la promesa del Señor en Marcos 16:17, 18 todavía se hallaba vigente y en operación.

 

Así que llegó a Roma, como tenía por hábito, se juntó con los principales Judíos para exponerles el motivo de sus actos. Se debía, nos dice, “por la esperanza de Israel” que él se hallase encadenado (vers.20). Ahora bien, la esperanza de Israel no es idéntica con la esperanza del Cuerpo de Cristo, aunque haya muchos a los cuales les gustaría que fuese para abolir el gran problema que se les presenta con la presencia de la nación escogida tan tardíamente en los Hechos. Estos aseguran que “la esperanza de Israel” significa Cristo personalmente. Claro que en cierta medida tienen algo de verdad en esta confesión, porque el Señor Jesús es la esperanza de todo aquel que cree de entre Su gente, tanto terrenal como celestial. Pero si este fuese el caso, ¿por qué entonces no lo refirió Pablo así? Nadie exaltó tanto al Señor Jesús como Pablo y no hay razón alguna de por qué no les recordase a los Judíos que el propio Cristo era su esperanza si fuese eso lo que quería resaltar. Lo que resulta fatal para esta idea es que Pablo ya había anteriormente descrito la esperanza de Israel en Hechos 26:6, 7 que hemos considerado encima, que es el cumplimiento de las promesas de Dios hechas a los patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob concerniente a la semilla y al territorio. Cualquiera que ignore este punto, se recusa frontalmente a ver los hechos Escriturales tan claramente expuestos.

 

Pablo vuelve posteriormente a describir esta esperanza en Romanos 15 citando a Isaías 11:

 

“…dice Isaías: Estará la raíz de Isaí, y el que se levantará a regir los gentiles; los gentiles esperarán en él. Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer…” (vers.12 y 13).

 

Ahora bien, Isaías 11 es un gran capítulo hablando del Milenio y describe la justicia del gobierno y del reinado del Señor Jesús sobre las naciones Gentiles y la reunificación de Israel en el territorio ofrecido a Abraham y a su simiente. Esto se apropia plenamente con el contexto y el divino propósito descrito en los Hechos concerniente al reino mediante del Antiguo Testamento y no es apropiado ni con el llamamiento o la esperanza y destino del pueblo celestial, el Cuerpo de Cristo tal y como se revela en Efesios y Colosenses “entronado en los lugares celestiales en Cristo Jesús” (Efesios 2:6) y que es “bendito con todas las bendiciones espirituales” ALLÍ. Porque de estos los miembros de esta compañía se urge a que pongan sus ojos allí y no en las cosas obre la tierra (Col.3:2).

 

La siguiente cosa que leemos es que Pablo agendó otro encuentro con los líderes Judíos en su aposento (28:23). Muchos se acercaron y pasó el día entero “exponiéndoles y testificando acerca del reino de Dios, persuadiéndoles concerniente tanto de la ley de Moisés como de los profetas desde la mañana hasta por la noche” (vers.23). Esto no se podía haber referido al Cuerpo de Cristo. Puesto que no era el sujeto de la ley del Antiguo Testamento y los profetas, esta compañía había siempre estado escondida en Dios en todo aquel tiempo, perteneciendo así a los secretos propósitos de Dios (Efesios 3:3, 9). Lo que les relató obviamente fue acerca las cosas que pertenecían al reino, del cual,  Israel era su centro humano y el tema de todos los profetas (Hechos 3:19-26).

 

El resultado de su larga exposición fue completamente inconclusito. Si bien es cierto que “algunos creyeron” (vers.24), en su gran mayoría no hubo consenso ni acuerdo entre ellos, y esto solo confirmaba el hecho de que tanto dentro como fuera de la nación de Palestina la actitud había sido la misma, una dureza de corazón y enemistad contra el Mesías, y entre tanto que persistía, la realización de la fase terrenal del reino de Dios se hizo imposible en su concreción.

Es bastante evidente que el Apóstol Pablo realizó aquí los propósitos del Señor, porque cita las Isaías 6:9, 10 por tercera y última vez en el Nuevo Testamento como palabras del Espíritu Santo a sus padres, y ahora también para ellos (25-27). Cada vez que se citan estos versículos se hizo en un tiempo de crisis en la historia de Israel. En el Antiguo Testamento, donde aparecen por primera vez, el tiempo fue de rebelión de parte de Israel, llevándolos inexorablemente al juicio de la cautividad en Babilonia y a la dispersión. La primera vez que se cita en el Nuevo Testamento fue pronunciada por el Señor Jesús en Mateo 13:13-15 después de dejar claro que había sido repudiado como Profeta, Sacerdote y Rey (Mat.11 y 12). Él dirigió Sus solemnes contenidos señalados a los líderes de la nación y les dijo que por su actitud de enemistad y repudio hacia Su persona estaban cumpliendo la profecía de Isaías 6 en su ceguera espiritual, sordera y dureza de corazón.

 

La segunda vez que se cita aparece en la crisis cuando, después de Su triunfal entrada en Jerusalén como su Rey, el líder de la nación de nuevo le repudia. De hecho ya estaban preparados para asesinarle (Juan 11:53; 12:12-16, 37-41). La tercera citación y final crisis tiene lugar como estamos viendo al final de los Hechos, cuando junto con el registro de los evangelios, los Judíos, tanto en el interior como fuera de Palestina, dejan ver claramente su tenaz oposición y repudio de la renovada oferta que Dios les hizo de la realización del reino a través del envío y retorno de Cristo, siendo que esa oferta estaba condicionada sobre su arrepentimiento y vuelta para Dios.

 

Fue justo en este punto que Israel cayó en su tiniebla y ceguera, la cual ha persistido hasta el tiempo presente. Individuos Judíos han venido a ser salvos y a obtener un conocimiento de Cristo, pero la nación todavía sigue repudiando a Cristo tal como lo hicieron en los días del Nuevo Testamento. Como dice Isaías, han cerrado sus ojos deliberadamente, tapado sus oídos y endurecido sus corazones contra Él, y tampoco van a mudar de actitud hasta que vean el retorno de Cristo en gran poder y gloria, cuando vean Aquel que traspasaron y por fin se convenzan de su terrible pecado crucificándole y entonces se volverán a Él y creerán (Zac.12:9-14). Entonces tendrá lugar nada menos la gloria del Segundo Adviento del Señor al Monte de los Olivos para quebrar el estupefacto corazón de Israel y para efectuar el Nuevo Pacto de gracia que hizo Dios entre Él propio y ellos, tratando expresamente con el corazón y mente (Jer.31:31-37).

 

Su actual endurecida condición es la misma negación  del Nuevo Pacto que solo nos muestra que no se halla en operación hoy en día. Es un error imaginarse que la salvación por gracia solamente pueda ejercitarse bajo el Nuevo Pacto. La misericordia de Dios y Su abundante gracia puede derramarse a los pecadores hoy en día sin tener en cuenta las condiciones del pacto. No puede haber dudas de que, por una cuidadosa y honesta consideración de las Escrituras, Hechos 28 es el punto donde el Señor deja de parte a Israel en incredulidad, y no en Hechos 2 o Hechos 13. Es aquí donde pasan a ser en las palabras de Oseas, lo-ammi, no es Mi pueblo. Ellos son el centro de la revelación, humanamente hablando, desde Génesis 12 hasta el último de los capítulos de los Hechos y el gran sujeto por el cual pasa toda la fase del reino terrenal de Dios.

 

Antes de seguir adelante, es necesario considerar el significado Escritural de la palabra “iglesia”. Existen tantas y tan variadas ideas concernientes a esta palabra que nuestra examinación suya por la Escritura se hace esencial. En la Palabra de Dios se emplea por lo menos de seis diferentes maneras:

 

(1)   Antes de nada se emplea de Israel como una nación. Esteban los denomina la “iglesia en el desierto” (Hechos 7:38). Hablaremos más acerca de esto posteriormente.

(2)   La sinagoga Judía: “Si no los oyere a ellos, dilo a la Iglesia” (Mat.18:17). (Observe que a palabra “congregación” en Santiago 2:2 no es ekklesia, la iglesia, sino sunagogue y la frase debería haber sido traducida “porque si en vuestra sinagoga entra un hombre…”).

(3)   El gremio de los artesanos Efesios mencionados en Hechos 19:39, 41, “una legítima asamblea”.

(4)   Separadas asambleas en diferentes localidades: “La iglesia de Dios que está en Corinto” (1ª Cor.1:2). “Las iglesias de Dios” (1ª Cor.11:16; 1ª Tes.2:14). “Las Iglesias de Cristo” (Rom.16:16).

(5)   La “iglesia del primogénito” (Heb.12:23).

(6)   “La iglesia, que es Su Cuerpo” (Efes.1:22, 23).

 

Debe así estar claro por estos usos que se debe tener cuidado con esta palabra. Algunas veces nos encontramos con “una iglesia única” en la literatura religiosa, pero esto no sucede en la Biblia. Hay un Cuerpo único, pero ese es un asunto diferente. Lo que llega a ser sorprendente para muchos cristianos es que la palabra “iglesia” se utilice respecto a Israel como una nación. La palabra original significa “una compañía de gente llamada con algún propósito”, cristiano o secular. Claro está que Israel fue una nación “llamada” por Dios y separada por Él de todas las demás naciones para el propósito del reino que Él tenía en mente. Fueron por tanto una iglesia en el sentido Escritural.

 

Considerando la palabra “iglesia”, tal y como se relaciona al pueblo de Israel, nos deberíamos dar cuenta de que esta palabra, tal como se aplica para ellos propios, era un hecho bien conocido para los Judíos. La traducción griega del Antiguo Testamento, la Septuaginta, estaba en común acuerdo en la era del Nuevo Testamento y empleada libremente por el Señor y los Apóstoles, y la palabra iglesia (ekklesia) aparece 96 veces. Generalmente es la traducción de la hebrea qahal, traducida “congregación” en la A.V y se empleaba hablando de otras cuatro palabras hebreas.

 

Vamos a dar algunos ejemplos del empleo en la Septuaginta:

 

“Y Salomón permaneció en pie delante del altar del Señor en la presencia de toda la iglesia de Israel.

“Y en aquel tiempo Salomón celebró un banquete, y todo Israel con él, una gran iglesia…(1ª Reyes 8:22, 65).

“Y David  dijo a toda la iglesia de Israel…” (1ª Crón.13:2).

“Así que Salomón, y toda la iglesia con él, subieron al lugar alto que estaba en Gibeón…” (2ª Crón.1:3).

“Por tanto, no habrá quien a suerte reparta heredades en la iglesia de Jehová” (Miqueas 2:5).

 

Es interesante notar que Hebreos 2:12 cite la versión Septuaginta del Salmo 22:22. El Salmo dice así:

 

“Declararé Tu Nombre a Mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré”

 

Así que es una equivocación limitar la palabra “iglesia” al Cuerpo de Cristo como a menudo se hace. En el sentido Escritural existen más de una iglesia en la Biblia, aunque sea cierto que solo haya un solo Cuerpo: y que esa expresión contenga precisamente la iglesia ministrada por el Apóstol Pablo (Colos.1:23:25).

 

El empleo y uso de la palabra “iglesia” en el Antiguo Testamento debe surgirnos en la mente cuando consideramos Mateo 16:18 y la declaración del Señor “tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia…”. La única iglesia que Pedro podría haber entendido por estas palabras tenía que haber sido su propia nación, y si el Señor hubiese querido decir la iglesia que solo fue revelada posteriormente en Efesios y Colosenses, entonces con toda certeza hubiese sido necesario que le diese alguna explicación y corrección, sin embargo no fue lo que sucedió.

 

La nación de Israel fue una iglesia en el sentido Bíblico de la palabra, una compañía de personas llamadas aparte con un propósito especial, y por eso es que Esteban la denominó como “la iglesia en el desierto” (Hechos 7:38). Esta nación y especialmente la generación a la que el Señor fue enviado en la carne, fue juzgada repetidas veces como siendo “perversa y adúltera” por Él propio. Pero siempre hubo en su seno un fiel remanente justo a través de su historia y hubo además en el tiempo de vida del Señor y en el periodo de los Hechos que siguió después. El Señor estuvo edificando otra iglesia de Israel y este es el argumento en Romanos 11 cuando dice: ¿ha desechado Dios a Su pueblo? El Apóstol pregunta, y la respuesta es un definitivo ¡No!, Dios no había desechado a Su pueblo (Israel) (vers.2). Y pasa luego a referir su pasada historia en fracasos constantes. Aun mismo en el tenebroso periodo de los días de Elías, Dios se reservó a 7000 hombres que no habían doblado sus rodillas ante la imagen de Baal (vers.4). La conclusión es por tanto, que: “Así también aun en este tiempo (aquel de la epístola de Romanos) ha quedado un remanente escogido por gracia (vers.5).

 

Esta compañía fue seguramente una iglesia en el sentido Bíblico y este remanente es por tanto el título Escritural de la iglesia de Pentecostés. Será muy ventajoso que guardemos todo esto en mente, en vez de aplicarnos a nosotros mismos este título. Esta “separada compañía” se componía predominantemente de los de Israel, pero durante los Hechos, el propósito del Señor se alargaba incluyendo también a los creyentes Gentiles. ¿Por qué motivo hizo esto? Muchos dirían que fue debido a que estaba entonces llamando y edificando el Cuerpo de Cristo. Sin embargo esa no es la razón que se nos da en la Escritura. Y es a este punto tan importante que ahora llamamos nuestra atención.

 

 

El Motivo para la Admisión de los Gentiles en el Periodo de los Hechos

 

Al tiempo en el cual Dios había estado concentrando Su atención sobre Israel en el Antiguo Testamento y además a través del ministerio terrenal del Señor Jesús, los Gentiles no habían sido olvidados. Aun mismo al principio, Dios le reveló a Abraham que Su plan no se restringiría a Israel, sino antes bien, a través de ellos, todas las familias de la tierra vendrían a ser finalmente benditas (Gén.12). Siendo así, la bendición de los Gentiles nunca había sido un secreto o había estado escondido, al contrario del llamamiento del Cuerpo de Cristo, así que Dios, poniendo a los creyentes Gentiles en la bendición durante los Hechos, no estaba haciendo nada nuevo fuera de Su propósito ya revelado. Aunque si lo hacía como si fuese “antes de tiempo”.

 

Su designio se resumía a emplear un salvo y preparado Israel que abarcase a todas las naciones del mundo. Sin embargo, durante el periodo cubierto por los Hechos de los Apóstoles, Él comenzó a salvar a los Gentiles, y a “injertarlos” en el remanente de Israel con un expreso propósito:

 

“Digo, pues, ¿han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para (con el objetivo de) provocarles a celo” (Rom.11:11).

“… ¿No ha conocido esto Israel? Primeramente Moisés dice: Yo os provocaré a celo con un pueblo que no es pueblo. Con pueblo insensato os provocaré a ira” (Rom.10:19).

 

Aquí tenemos la divina razón dada para la salvación de los Gentiles y su bendición en este tiempo, a saber,  para agitar llamando a celo a la nación de Israel con el objetivo de que produjesen fruto en vez de afondarse en incredulidad y en el repudio de Cristo. Pero ¿cuántas vece se nos ha dado esta razón cuando se nos expone el libro de Hechos? Cualquiera diría que en  verdad, prácticamente, NUNCA, y así una llave divina en exposición es desechada y puesta siempre de lado.

 

Para explicar este punto posteriormente y redundarlo, el Apóstol Pablo da la ilustración del árbol del olivo y su injerto en Romanos 11:16-24. Ya hemos anteriormente referido a Israel se asocia generalmente con árboles en la Palabra de Dios. La nación se asocia a la viña que Dios sacó de Egipto (Salmos 80:8), pero una vid qué fue estéril a la hora de producir sus frutos (Jer.2:21; Isaías 5:1-7).

 

Del mismo modo fue asociado con una higuera estéril (Lucas 13:6-9) y además a un olivo:

 

“Olivo verde, hermoso en su fruto y en su parecer, llamó Jehová tu nombre…” (Jer.11:16).

 

Esta era la intención del Señor para esta nación, pero llegó a ser completamente estéril a través de su alejamiento e infidelidad. Sin embargo Dios en Su inconmensurable paciencia todavía se mantiene firme por Israel aun cuando crucificasen a Cristo como ya hemos visto. Todavía seguían siendo “el verde y hermoso olivo” del Señor, y si hubiesen querido, habrían producido sus frutos para Él volviéndose para Él y se hubiesen realmente arrepentido. Por causa de eso, Pablo no duda en emplear esta ilustración hablando de lo que actualmente está sucediendo durante el periodo aquel de Hechos y explicando la razón y el por qué estaban siendo salvos y admitidos los creyentes Gentiles en ese tiempo.

 

A medida que Pablo fue viajando en su labor misionera por nuevos campos, él antes que nada siempre se dirigía primero al pueblo escogido, el pueblo de Israel, y les daba a conocer todo esto y su esperanza. En cada una y todas las veces que esto sucedía, los Judías se opusieron, y a menudo además violentamente. Pablo entonces les decía que habían tenido su oportunidad y que, al ser por ellos repudiada de aquella manera, se volvería para los Gentiles. En lenguaje parabólico el Apóstol describe todo esto en Romanos 11 diciendo que “algunas ramas habían sido desgajadas” (vers.17, 20) debido a su incredulidad. Esto sucedió en Antioquía y en Corinto entre otras localidades. En su lugar, los creyentes Gentiles vinieron a ser “injertados” como ramas de “olivo silvestre” injertadas en el buen olivo, para hacer parte suya y participar de la “raíz y de la rica savia del olivo” (vers.17).

 

Algunos se mofarán pensando en la ignorancia de Pablo de jardinería, porque normalmente se “escoge” injertar la rama buena en el “silvestre”. Sin embargo, son ignorantes del hecho actual de que, en el caso de la cultura olivo, la práctica es al revés, y que mismo hacia el año 40 después de Cristo, Lucius Columella, un escritor latino en agricultura, expone esta práctica recurrente en aquel tiempo. Pero el apóstol Pablo les da un aviso a los creyentes Gentiles para permanecer “en la fe” (vers.20):

 

“… No te ensoberbezcas, sino teme: porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera, tú también serás cortado” (Rom.11:20-22).        

 

Estos versículos presentan un problema imposible de ultrapasar para casi todos los expositores evangélicos, puesto que contradicen todo aquello que se expone y está revelado en Romanos de 1 a 8, especialmente los versículos finales del último capítulo de esta sección (el octavo) donde el Apóstol claramente declara que nada puede deshacer la justificación dada al creyente o separarlo del amor de Cristo:

 

“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom.8:38, 39).

 

Si todo esto es cierto, y ciertamente lo es, ¿por qué motivo los creyentes al tiempo de la epístola de los Romanos podrían ser cortados? Solamente puede haber una respuesta Escritural, y esa respuesta tiene que ver con el privilegio dispensacional. Estos privilegios dados a los Judíos, como los escogidos de Dios que eran, tenían muchas ventajas en toda manera (Rom.3:1, 2) y algunos de esos privilegios fueron nombrados por el Apóstol en el noveno capítulo (vers.3-6), y forman una lista impresionante. El privilegio de compartirlos con Israel, o en las simbólicas palabras, “has sido hecho partícipe de la raíz y de la buena sabia del olivo (Israel)” es lo que el infiel Gentil creyente podía perder y perdería. Una vez que esto se entiende, no hay conflicto alguno con los previos capítulos: porque irrevocables son los llamamientos de Dios. Una vez que la nación de Israel había sido temporalmente puesta de parte en incredulidad y sin provecho por el Señor en la presente era actual, no existen bases Escriturales para intentar hacer con que la posición del olivo refleje el llamamiento y la constitución del Cuerpo de Cristo, el cual se revela solo en Efesios y Colosenses, pues esa es una imposible labor.

 

En la iglesia del periodo de los Hechos, los Judíos todavía estaban primeros y los creyentes Gentiles participaban del pacto bendito de la nación. Esto con toda seguridad no podría ser una descripción verdadera del Cuerpo de Cristo como se revela en Efesios y Colosenses, escritas como fueron estas epístolas después de Hechos 28, cuando Israel fue puesta de parte en incredulidad y pasó a ser inutilizada por Dios. Los miembros Gentiles del Cuerpo de Cristo NO son injertados en el árbol del olivo de Israel con su terrenal esperanza, porque la suya no solamente es una celestial esperanza y llamamiento en carácter, sino en esfera y destino asegurado, asociado con la diestra mano de Dios donde el Señor Jesucristo se halla exaltado “sobre todo nombre que se nombra”.

 

De cualquier manera, como ya hemos señalado, no existe una tal nación de Israel provechosa hoy en día en la cual podamos ahora ser injertados. El Cuerpo de Cristo es un llamamiento y constitución donde ya no hay ni Judíos ni Gentiles. En esta iglesia la posición de cada uno de estos ha desaparecido, y en su lugar, de los dos, tanto de entre Judíos como de Gentiles, Dios ha creado un nuevo hombre (Efesios 2:15, 16) con la esperanza del “llamamiento supremo” o “llamamiento de lo alto” (Filip.3:14) para la gloria del más santo cielo de todos, donde el Señor Jesús se halla ahora entronado y donde Dios los reconoce ya sentados con Él en los lugares celestiales (Efesios 2:6) y esta esfera se halla por encima de lo que todo hombre se hubiera podido imaginar (Efesios 1:19-23).

 

Antes de terminar la consideración del reino propuesto de Dios como se reveló en los Hechos de los Apóstoles, hay otro aspecto de la verdad que debe ser examinado. Al mismo tiempo que la esperanza de Israel es dominante a través de todo este periodo como ya hemos visto, Dios también iba al tiempo revelando algunas cosas más altas y grandes en respuesta de la fe. Génesis 13:14-17 y 15:18 define la extensión de la herencia terrenal de Abraham y su simiente, que había asegurado para ellos en y a través de Cristo. Pero en el onceavo capítulo de Hebreos se revela una herencia con la cual el Antiguo Testamento guardó silencio: “Por la fe Abraham…habitó como extranjero en la tierra prometida…porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb.11:8-10).

 

Y no solo Abraham, sino además todos los de su simiente que se listan en este capítulo y otros previos que vivieron y exhibieron la leal fe del vencedor, emulando aquel y a su ejemplo. De ellos se dijo “que anhelaban una (ciudad) mejor, un mejor país, esto es celestial, por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad” (vers.16). Esta ciudad se nombra en el capítulo 12, versículo 22:

 

“Sino que os habéis acercado al Monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial

 

El Libro del Apocalipsis describe esta ciudad celestial en detalle con toda su gloria y maravilloso colorido (21:10-27). Hay un pormenor que haremos bien en observar. Aunque una ciudad celestial, no permanece en el cielo. Tres veces en este libro se nos recuerda de este hecho por el Espíritu Santo:

 

“Aquel que venciere…Yo escribiré sobre él…el nombre de la ciudad de Mi Dios, la cual es la nueva Jerusalén que desciende del cielo de Mi Dios”

“Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descendiendo de Dios desde el cielo”.

“Y él…me mostró la gran ciudad, la santa Jerusalén, descendiendo del cielo de Dios” (Apoc.3:12; 21:2, 10).

 

Estos versículos describen la Jerusalén celestial como descendiendo del cielo a la nueva tierra, así que su final objetivo es terrenal, aunque se distinga de la nueva tierra. Es por tanto sin base Escritural considerar esta ciudad como el equivalente del cielo, aunque sea más ciertamente celestial en carácter.

 

Aquí tenemos una esfera de bendición para los redimidos que sean considerados por Dios como fieles y recompensados por Él como tales. Ciertamente no podemos dudar, leyendo las estupendas palabras de Apocalipsis 21, que esta esfera sea más alta y más maravillosa que la parte de territorio prometida inicialmente a Abraham, y eso se confirma por Hebreos 11:16:

 

“Pero anhelaban una MEJOR (ciudad), esto es celestial”

 

El propio Dios describe esta como siendo mejor, y por tanto debe serlo así. Él debió haberle revelado la gloria de esta ciudad a Abraham, tal y como lo hizo después con el apóstol Juan. Habiéndose fortalecido en la fe, Abraham respondió creyendo todo lo que Dios le había mostrado de esta más alta esfera de gloria. La epístola de los Hebreos nos urge hasta alcanzar la perfección; y  “a no retroceder  yendo a perdición” (10:39) y la gente de Dios siempre se ha ido dividiendo en dos clases. Hay aquellos creyentes que crecen en gracia y conocimiento de la Verdad de Dios y cuya fe alcanza la mejor y más alta posición que Dios ha revelado en Su Palabra. Estos se extienden adelante en plenitud de fe, sin tener en cuenta cualquier pérdida o sufrimiento que esta carrera pueda producir.

 

La otra clase de creyentes, aunque sean salvos, no crecen espiritualmente. Son más bien atraídos por el mundo y todas sus atractivas ofrendas. Es el AHORA lo que ellos quieren; lo posterior que sea divina recompensa les resulta incongruente e ilógico, y nada significa para ellos. Los tales son descritos en 1ª Cor.3. Por gracia, estos también se hallan sobre la bendita Fundación – Cristo, pero son edificados sobre Él con los malos materiales de la carne y del mundo, y en el día cuando “cada obra del hombre sea probada” por el fuego del justo juicio de Dios, ellos sufrirán la pérdida de la recompensa, aun cuando ellos mismos vengan a ser salvos (vers.15).

 

Por otra parte, la obra y servicio de aquellos creyentes que hayan progresado espiritualmente y vengan a adquirir la madurez espiritual “permanecerán” en la prueba de la santidad de Dios y reciben una recompensa (vers.14). s muy importante distinguir estas dos diferentes aunque paralelas líneas de verdad. La salvación es un don libre por la gracia y se recibe por la fe en Cristo solamente (Efesios 2:8, 9). No sucede por obras o méritos y no puede ser obtenida por ningún acto humano, sino que está eternamente asegurada en el Señor Jesús. En contraste con esto, la recompense por el servicio fiel se obtiene por el creyente y depende solo y exclusivamente del andar Cristiano, y la testificación y la práctica respuesta a los clamores de la verdad de Dios. Una tal recompensa solo puede perderse por la infidelidad o inclinación hacia la carne (Col.2:18; 3:24, 25; Apoc.3:11; 1ª Cor.3:14, 15). El creyente no puede operar su salvación, pero aprende por la gracia a operar en práctica para la gloria del Señor (Filip.2:12, 13), con el día futuro de prueba en mente. –cualquier clase de dificultad en la Biblia y falsa enseñanza hoy en día es causada por la confusión de estos dos aspectos diferentes de verdad o por enfatizar una a expensas de la otra.

 

Por eso tenemos aquellos que  dicen que podemos ser salvos hoy en día y perder mañana dicha salvación, y aquellos que aceptan esto como verdad nunca pueden tener la divina seguridad de su salvación, y por tanto no pueden tener base segura alguna sobre la cual puedan vivir, ser salvos y servir a Señor en esta vida presente.

 

Al confundir la verdad de Dios, no pueden ver que “Aquel que comenzó en ellos la buena obra (es decir, la salvación) la perfeccionará hasta el fin, hasta el día de Jesucristo (Filip.1:6). La obra vital de salvación que solamente Dios puede providenciar y comenzar en el creyente, está completa y finalizada por Él, porque Dios no hace Su obra a medias ni deja las cosas tan fundamentales para Su gran propósito basarse sobre nada tan inseguro como los actos humanos.

 

Al mismo tiempo la justicia de Dios distingue entre quien sea fiel e infiel entre Sus hijos y no podría ser de otra manera. El Señor Jesús como juez justo que es, no se equivocará ni dará un falso veredicto sobre el servicio y testimonio del creyente (2ª Tim.4:7, 8).

 

El fiel descrito en Hebreos 11 no solamente creyó a Dios por salvación, sino a toda Su revelación posterior, y fue voluntarioso pasando por circunstancias extremas de prueba y sufrimiento para obtener la tal ciudad y país mejor, la Jerusalén celestial, y la mejor resurrección con ella asociada (vers.35 y vea 32-40). Al igual que Moisés, ellos temían con reverencia ante la recompensa del premio (vers.26).

 

 Así vemos que ésta más alta esfera de bendición se reserva para los fieles desde el tiempo de Abel para frente, a través de la semilla de Abraham, y continuando en el tiempo hasta el periodo de los Hechos de los Apóstoles. Fue traída e instaurada antes del periodo de los salvos de Pentecostés, y se mantuvo para ellos como una recompensa, así como para todos los creyentes de los días del Antiguo Testamento. Su esperanza, como ya hemos visto, se conectaba con la semilla  y el territorio, y fue el reino mediador que se ilumina y vislumbra tan grande en el Antiguo Testamento como su base, traído en proximidad o cercanía por el ministerio terrenal del Señor Jesús y los doce que le oyeron.

 

Su premio fue el mejor país, la Jerusalén celestial, que tiene que descender del cielo y forma parte de la nueva tierra en el fin de las edades. A estos deben ser añadidos los vencedores al final de esta edad que se desarrolle bajo la terrible tiranía del Anticristo. El Señor les dio la exhortación en Apocalipsis 2:10: “sed fieles hasta la muerte, y Yo os daré la corona de vida”. Este es el periodo culmen de la tribulación y prueba en toda la historia del mundo, tal y como el Señor lo predijo en Mateo 24:21, 22:

 

“Porque habrá entonces gran tribulación, cual no ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, serán acortados.”

 

Muchos entregarán su vidas sin hesitación para el Señor, antes que recibir la marca de la bestia y participar en la adoración del Satán al cual representa. No en tanto, el apóstol Juan los ve recibiendo su corona, lo cual nos recuerda la recompensa y el reinado, en Apocalipsis 20:4:

 

“Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos: y vivieron y reinaron con Cristo mil años. “

 

Estos formarán parte de los fieles de Hebreos 11 y constituirán “la iglesia del primogénito” (Hebreos 12:22, 23). Y permitamos recordar que la posición del primogénito fue única en su privilegio. Ellos no solamente viven con Cristo sino que además reinan con Él durante el Milenio, compartiendo Su administración del reino mediador terrenal proveniente de la Jerusalén celestial. Posteriormente, después del reinado de los mil años, cuando la creación de un nuevo cielo y tierra tenga lugar, Juan los ve formando la Novia, la esposa del Cordero (Apoc.21:1, 2, 9, 10).  

 

Esta más alta esfera de bendición por tanto es especial de recompensa y privilegio, y mientras que la Jerusalén celestial deba ser distinguida del reino sobre la tierra durante el Milenio, finalmente se une con la nueva tierra y deja los cielos, como ya hemos visto y se muestra en Apoc.21:9, 10, 24-27.

 

 

El Reino de Dios en las Epístolas del Periodo de los Hechos

 

La palabra reino, relativa al propósito de Dios, aparece 12 veces en estas epístolas (Rom.14:17; 1ª Cor.4:20; 6:9; 15:24, 50; Gál.5:21; 1ª Tes.2:12; 2ª Tes.1:5; Hebr.1:8; Santiago 2:5; 2ª Pedro 1:11). En estas referencias se señala y enfatiza la faz espiritual del reino:

 

“El reino de Dios no consiste en comida o en bebida; sino en justicia, y en paz, y gozo en el Espíritu Santo” (Rom.14:17).

 

También su poder:

 

“El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1ª Cor.4:20).

 

Existe un gran privilegio siendo pertenencia suya:

 

“…para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual así mismo padecéis” (2ª Tes.1:5),

 

Y una heredad en sí puede ser derrotada por el pecado (Gál.:21). No hay nada en estas apariciones u ocurrencias que contradiga lo que hemos descubierto hasta ahora. De hecho el reino tal y como se proclama en los Hechos y en las epístolas escritas durante este periodo debe ser el mismo. No puede haber dos diferentes reinos siendo predicado por la misma gente al mismo tiempo. Si esto sucediese no habría nada cierto, sino confusión entre la gente de Dios, especialmente, entre los jóvenes conversos. Cualquier sistema de interpretación que deje ver  esto debe ser sospechoso, y existen variadísimas interpretaciones que es justo esto mismo lo que mejor hacen y llevan a cabo precisamente.

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