El Apóstol Pablo debió haber escrito muchas cartas privadas que, o bien no
han sido preservadas, o bien que no hiciesen parte de la Santa Escritura.
Sin embargo, la carta escrita a Filemón es una excepción, y deberíamos estar
agradecidos de que podamos leer hoy en día este delicioso ejemplo de la
correspondencia privada de Pablo, pues, aunque la carta incluya la iglesia en
casa de Filemón, está claro que se dirigía de manera personal al propio Filemón,
tratando en ella el asunto de su criado huido de nombre Onésimo. La epístola se
conecta íntimamente con la epístola Colosense. Ambas cartas fueron entregadas
en mano por el mismo portador, Onésimo (Tiquico se juntó con él llevando la epístola
a los Colosenses; vea Col.4:9). Las personas que en la carta envían sus saludos
son las mismas, a excepción de uno: Jesús llamado Justo (Col.4:11). En las dos
cartas se nombra a Arquipo (Fil.2; Colos.4:17). Tanto Pablo como Timoteo se
hallan en el encabezado de ambas epístolas, y en cada una de ellas nos aparece
Pablo como prisionero (Fil.9; Colos.4:18). De todo esto se deduce que las epístolas
fueron escritas alrededor del mismo tiempo y desde el mismo lugar, esto es,
desde Roma; también alrededor de este tiempo fue escrita la epístola a los
Efesios (en el año 61 o 62 después de Cristo).
El testimonio antiguo en cuanto a la autenticidad de la epístola a Filemón
proviene de Origen, Tertuliano, Eusebio y Jerónimo. Paley en su Horae
Paulinae ha demostrado con pruebas contundentes su autenticidad en las diseñadas
coincidencias entre ella y la epístola a los Colosenses.
Para comprender bien la carta es necesario que conozcamos algunos de sus
antecedentes. Onésimo, de Colosas (“uno de vosotros” (Colos.4:9), un
esclavo de Filemón, había huido de su maestro a Roma, probablemente después de
haberle robado parte de sus bienes (Filem.18). Y una vez aquí llegado, bajo la
maravillosa providencia del Señor, vino a entrar en contacto con Pablo en su
prisión, lo cual resultó en su salvación personal, y ahora, bajo el aviso de
Pablo, Onésimo vuelve para Filemón, a quien el Apóstol ruega que le reciba
de manera favorable, no ya como siendo un mero esclavo huido, sino como un
verdadero hermano en Cristo.
Han surgido muchas conjeturas por el moderno escritor John Knox en su Filemón
Entre las Cartas de Pablo, haciendo de Arquipo el propio esclavo y Filemón
un obispo o supervisor de las iglesias. Aunque su punto de vista sea presentado
de manera persuasiva, se levantan más obstáculos que soluciones, siendo que la
explicación anterior que hemos dado sea mucho más apropiada y de acorde con los
hechos. Siendo así, ya no haremos más posteriores consideraciones sobre las
ideas de Knox.
Alford cita elocuentes comentarios de Lutero sobre la epístola que son del
tipo siguiente:
Esta epístola muestra un correcto, noble, y amoroso
ejemplo del amor Cristiano. Aquí vemos cómo el propio S. Pablo se entrega a sí
propio en intercesión por el pobre Onésimo, y por todos sus medios contiende
por su causa con su amo, y así se pone y se presenta a sí mismo como si fuera
Onésimo, y como si hubiera sido él propio quien le hubiera causado infamia a
Filemón. Y al mismo tiempo, hizo todo esto, no forzosamente, como si tuviera el
derecho de hacerlo, sino negándose a si propio de su derecho, y forzando así a
Filemón a dejar de lado su derecho también sobre Onésimo. Del mismo modo que
actuó Cristo por nosotros con el Dios Padre, así actuó S. Pablo en respaldo de
Onésimo con Filemón; porque Cristo Se despojó a Si Mismo de su derecho, y por
amor y humildad inclinó convenciendo al Padre a que abandonase Su ira y poder,
y a tomarnos en Su gracia por causa de Cristo, el Cual tan amorosamente
contendió por nuestra causa, y con todo Su corazón se entregó a Sí Mismo por
nosotros, poniéndose en nuestro lugar. Pues, a mi modo de pensar, todos
nosotros somos Onésimo.
Esclavitud
Este tema con el cual trata Filemón, refleja las condiciones prevalecientes
del Imperio Romano. La esclavitud era una institución establecida desde hacía
mucho tiempo atrás, y era acepte socialmente por todos como siendo una característica
de vida normal. El tratamiento de los esclavos era en todos los aspectos en
extremo duro y penoso. Eran considerados como meros objetos, y no como
personas, y su amo tenía el absoluto y completo derecho sobre ellos. El Obispo
Lightfoot hace sobre la materia el siguiente comentario:
…estas vastas masas de seres humanos no tenían
protección alguna de la ley Romana. El esclavo no tenía relaciones, ni derechos
conyugales. La cohabitación le estaba permitida conforme a su dueño le
placiese, pero no el matrimonio. Su compañera algunas veces se le asignaba
echando a suerte. El esclavo se hallaba siempre a la absoluta disposición de su
amo; por la más mínima de las ofensas podía ser azotado, mutilado, crucificado,
echado a las bestias salvajes (del libro La Epístola a Filemón).
Ahora podemos entender bien el motivo por el cual Onésimo decidió huir a un
lugar tan lejano como Roma, temiendo lo que su amo podría hacerle si fuese
hallado. Cuando consideramos la salvajería que había asociada con el
tratamiento del esclavo, nos quedamos sorprendidos de que hubiese una tal
condenación de la esclavitud en el Nuevo Testamento. Algunos han tratado de
excusar tal esclavitud diciendo que se refiere en el Antiguo Testamento (en el
Libro de Levítico sobretodo), pero no hay comparación posible. En aquellos días
no había una tal esclavitud, sino que detrás de ese título había un servicio
asalariado. La justicia de la ley de Dios muestra que el siervo tenía sus
conflictos y que estaba protegido de las injurias injustas. Jamás podía ser
maltratado (Lev.25:43) y ninguno podría ser forzado en tales servicios. Un
tratamiento de ese tipo estaba punido con la muerte (Éxodo 21:16). En caso de
pobreza, un empleo como este servía realmente como medio de subsistencia
(Lev.25:39) y nunca podía extenderse por más que seis años (Deut.15:12). Había
prescripciones legales para aquellos siervos que llegasen a entablar una
aproximación amorosa en la relación con la casa de su amo y no desease
abandonarlos al fin de los seis años (Deut.15:16, 17), mostrando así que
posiblemente unas tales condiciones de servicio tenían por detrás a menudo una
bendita relación entre el siervo y el amo.
Así que la relación entre el amo y el siervo en el Antiguo Testamento no
tiene comparación alguna con la esclavitud del mundo Romano. No será de más
referir que combatir de esta manera la esclavitud en los tiempos del Nuevo
Testamento debía ser tomado por demasiado revolucionario, y que habría atraído
la oposición de las autoridades. La idolatría también hacia parte de la vida
social del Imperio Romano, y sin embargo los apóstoles la combatieron de manera
impar.
Si el Nuevo Testamento no condena el elemento esencial de la esclavitud, ¿qué
es lo que hace enseñando acerca de la mudanza de pensamiento del cristiano
sobre el tema, y sustituyéndola así por una radical transformación en la
actitud a ser adoptada a su respecto? La declaración de Colosenses 4:1 debió
haber sido escuchada y tenida como un grito revolucionario:
Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros
siervos, sabiendo que también vosotros tenéis un Amo en los cielos.
Y la obligación para los esclavos se expresa de esta manera:
Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales,
no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón
sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para
el Señor, y no para los hombres (Colos.3:22).
Cuando estas directrices se llevaban a cabo por ambas partes, toda la
situación se transformaba. El esclavo tenía que recibir una adecuada y
apropiada recompensa, y cuando así se aplicaba, se elevaba su posición para ser
como un hombre libre bajo contrato. Esto significa que, en vez de no venir a
ser retribuido o a recibir tan solo unas migajas por su trabajo, vendría a
recibir alimento, ropa y todo lo necesario para el sustento de una vida
familiar. Estas circunstancias fueron por tanto muy distintas del desgraciado
servilismo de los esclavos en la casa pagana Romana. Le daba un respeto propio
al siervo, y si éste era un creyente, una conciencia de su responsabilidad
hacia el Señor, sabiendo que aun mismo en su condición de siervo podría
glorificar al Salvador.
En Filemón se alcanza un objetivo. Si por un lado no se niega la relación
del siervo y del amo, por otra parte una nueva relación permuta la relación
habida anteriormente, donde ahora amos y siervos son, antes que nada, hermanos
en Cristo. En esta posición, el título legal de “esclavo” cesa de tener una
real importancia. Así, pues, aunque el Nuevo Testamento no condene abiertamente
la esclavitud, hace imposible su continuación a medida que el evangelio
progresaba a través del mundo entonces civilizado.
Antes de exponer la epístola, vamos a mostrar su estructura:
A Saludos 1-3
B Haciendo siempre mención de ti en mis oraciones|
C Tenemos un gran gozo en tu amor 7 4-6 |Pablo y Filemón
D Consuelo de los santos 7 |
E Tengo mucha libertad (pero no uso de ella) – antes bien te ruego 8,9
F Onésimo, útil para ti y para mí 10, 11
G Recíbele, (como a mí mismo) 12
H Me sirviese en tu lugar 13
H Tu beneficio 14, 15
F Onésimo, amado por ti y por mí 16
G Recíbele como a mí mismo 16, 17
E Por no decirte (pero podría). Si en algo te dañó…ponlo
a mi cuenta 18, 19
D Conforta mi corazón 20 |
C Tenga yo algún provecho de ti 20 | Pablo y Filemón
B Espero que por tus oraciones 22 |
A Saludos finales 23-25.
El balance de cada punto no precisa de muchas explicaciones y, una vez más,
comprobamos la perfección de la
Palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo.
Pablo comienza la carta describiéndose a sí mismo como “el prisionero de
Jesucristo”. Esto nos trae a la memoria Efesios 3:1, aunque en ninguna otra epístola
comienza de esta manera. Generalmente hay una referencia hacia el apostolado.
Un Apóstol es aquel que está revestido con la autoridad y el poder ofrecido de
Quien le envía, Cristo Jesús, y, escribiendo a algunas de las iglesias, era
necesario recordarles la posición que el Señor resucitado le había otorgado. A
los Filipenses y Tesalonicenses les omite el título, pero eso se debe a que
ambas iglesias estaban vinculadas con él en lazos de lealtad hacia la verdad, y
así, pues, no era necesario reafirmarles este hecho. Ni tampoco sería necesario
en el caso de Filemón, un amado hermano en el Señor. Pablo ruega, no ordena,
aunque tuviera todo el derecho de hacerlo.
Pablo aquí asocia a su hijo Timoteo consigo mismo en la fe, como lo había
hecho en su 2ª epístola a los Corintios y en 1ª y 2ª Tesalonicenses, Filipenses
y Colosenses. Timoteo parece que estuvo con el Apóstol durante una gran parte
de sus tres años en Éfeso (Hechos 19:22), y debió por tanto haberse encontrado
algunas veces con Filemón. En el versículo dos se mencionan a Apia y a Arquipo.
J.B. Lightfoot sugiere que habría algún tipo de parentesco de sangre entre
ellos:
La carta nos presenta una casa de familia común en una
pequeña ciudad en Frigia. Se nos mencionan cuatro miembros de la familia: el
padre, la madre, el hijo y el esclavo (Introducción a Filemón).
También señala que Arquipo, el hijo de Filemón, estaría posiblemente
ministrando a la iglesia en Laodicea, la cual se hallaba tan solo a una corta
distancia de Colosas, y en la epístola a los Colosenses, se incluye un mensaje
para Arquipo con los saludos enviados por vía de los Colosenses a los santos en
Laodicea (Col.4:17). Por eso podemos deducir que el aludido precisase ser
recordado de las responsabilidades que el Señor le había encomendado en Su
servicio. De ahí que el Apóstol le urgiera a cumplirlas. Sin embargo, Arquipo
debió haber sido un creyente que creciese en la gracia, de otra manera Pablo no
podría haberle descrito como un “compañero de milicia” (vers.2). La milicia de
los soldados no es para los infantes, y ya debió haber probado muchas de las
dificultades que se hallan y aparecen en el camino del peregrinaje. Tal vez se
hallase cansado y sin coraje, y por eso mismo precisase que el Apóstol le
animase a no volverse atrás y avivara su testimonio.
Pablo emplea sustratiotes, “soldado compañero”, tan solo con otro
creyente, su valeroso amigo Epafrodito (Filemón 2:25) quien había arriesgado su
vida por el evangelio y por tanto sabía bien lo que “soportar penalidades”
significada verdaderamente. El Apóstol asocia la iglesia en la casa de Filemón
con ellos en el versículo dos, y como ya se nos había demostrado en otras epístolas,
el local de las asambleas de los creyentes se hallaba en un u otro hogar, no
habiendo edificios de iglesias hasta el tercer siglo después de Cristo.
¡Qué gran honor sería este! Y cualquiera puede fácilmente comprender la
necesidad de la hospitalidad cristiana para que cada creyente pudiera sentir la
ternura de ser bienvenido cuando se reuniesen alrededor de la Palabra de Dios. El hogar
es donde la realización práctica de la verdad debe surgir y tener lugar, y en
este punto todos precisamos de gracia, paciencia y longanimidad para que
nuestra propia manifestación de Cristo y el amor cristiano pueda ser
evidenciado en abundancia.
En cuanto al pensamiento de Apóstol acerca de Filemón, le viene
inmediatamente a su mente su amor y su fe, antes que nada demostrados hacia el
Señor, y después hacia Su gente. Le agradece a Dios por lo siguiente:
Doy gracias a mi Dios, haciendo siempre memoria de ti
en mis oraciones, porque oigo del amor y de la fe que tienes hacia el Señor Jesús,
y para con todos los santos; para que la participación de tu fe sea eficaz en
el conocimiento de todo el bien que está en vosotros por Cristo Jesús. Pues
tenemos gran gozo y consolación en tu amor, porque por ti, oh hermano, han sido
confortados los corazones de los santos (vers.4-7).
El amor práctico en el Nuevo Testamento resulta de la fe hacia el Señor
Jesucristo. Él es la base de todo el amor y fe, y tan solo cuando estas gracias
son reconocidas como provenientes de, y fundamentadas sobre Él, pueden fluir de
manera prácticamente válida hacia los demás. En el caso de Filemón, a Pablo le
agradaba ser capaz de decirle que todo esto habría sucedido para que los
creyentes que estaban en contacto con Filemón pudiesen ser consolados por él.
De esta manera, la “comunión” (participación) de su fe vendría a ser “eficaz”
junto con “todo el bien”, “por Cristo Jesús”, es decir, con Cristo como el
objetivo final. “Todo el bien” tan solo podía significar la gran sanidad
espiritual que reside solamente en el Señor Jesús. A su medida, Filemón era
partícipe de todo esto por la fe, no solo para su propio disfrute, sino con el
objetivo de compartirlo con otros para que también con él pudiesen crecer en la
gracia y el reconocimiento de la Verdad. Esto era lo que a Pablo, el prisionero de
Jesucristo, le daba tanto regocijo y consuelo. No debía haber muchas cosas en
la prisión Romana que le confortasen, pero la gracia de Dios manifiesta en la
vida de Filemón si que le resultaba un consuelo, así como además para todos
aquellos miembros del Cuerpo de Cristo que se encontraban en el hogar de Filemón.
La sección siguiente de la epístola comienza con “para qué” (dio) lo
cual asocia el tema principal de su carta con estas introductorias reseñas. En
estos pensamientos no hay intención de tan solo dar pulidas presentaciones,
pues es solamente debido al amor práctico que caracterizaba la vida y el
testimonio de Filemón, por lo que Pablo podía escribirle de la manera que lo
hizo con respecto a Onésimo.
Una vez que ambos se movían en una atmósfera de amor cristiano, el Apóstol
pudo dirigirle un ruego en respaldo del esclavo huido, no en términos de un
mandamiento apostólico, sino antes bien como un intento en el trato de reavivar
un voluntarioso consentimiento. Pablo no deja de lado su apostólica autoridad.
De hecho le afirma que tendría derecho de con ella darle órdenes a su amigo
Filemón (vers.8). Pero no hace uso de ello “por causa del amor” y en vez de
ordenarle “le ruega”. El propio hecho de que el Apóstol esté dispuesto a
renunciar de sus justos reclamos como un apóstol muestra que estos reclamos no
son debidos a un egoísmo espiritual. Él no se aferra a su dignidad, pues la
posición personal no significa nada para él. Sin embargo en otras ocasiones si
que reforzó lo más posible su posición como un apóstol de Cristo, cuando creyó
oportuno y vio necesario insistir con ello en respuesta hacia todos aquellos
que le negaban y a él se oponían para introducir falsas doctrinas (Gálatas 1:1;
2ª Cor.11:5). En el contexto que estamos estudiando, Pablo se describe a sí
mismo como el “anciano” (vers.9) pero es posible que diga “Pablo, el embajador”
tal como la Versión
Revisada Estándar lo traduce. Tan solo hay diferencia de una
letra en el griego entre las dos palabras: presbutes “anciano”, y presbeutes,
“embajador”. Lightfoot señala que en este periodo presbeutes se
escribía generalmente sin la segunda “e”, así que sería válido tomarlo como “embajador”,
y esta cualidad se apropia mejor al contexto y nos recuerda 2ª Cor.5:20, donde,
como un “embajador”, le ruega a los hombres, antes que ordenarles. Pablo continúa
ahora diciendo:
Te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis
prisiones, el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil
(vers.10,
11).
Así que Pablo pudiera ser que estuviese resaltando su posición como un
embajador y prisionero de Cristo Jesús. Hay un juego de palabra en el nombre “Onésimo”
que significa “provechoso”, o “útil”. En el pasado era un “inútil”: y ahora
como creyente en Cristo había pasado a ser útil para ambos, tanto para Filemón
como para Pablo. En vez de prestar servicio de mala voluntad como incrédulo,
ahora había aprendido a servir “en sencillez de corazón, temiendo a Dios”
(Colos.3:22, 23) y ésta completa mudanza de corazón había beneficiado al Apóstol
del mismo modo que beneficiaría también posteriormente a Filemón. Onésimo había
adquirido un personal conocimiento de la salvación a través del testimonio del
Apóstol, aun cuando estuviese encadenado, y por tanto había sido renacido
espiritualmente, pasando así a ser su “hijo” en la fe. Y no solo eso, sino que
desde su conversión había sido muy capaz de servir y ayudar a Pablo en su prisión
Romana, y por eso sería con un sentimiento de profunda pérdida personal que
Pablo le dejaba marcharse volviéndose para Colosas:
(Onésimo) al cual vuelvo a enviarte; tú, pues, recíbele
como a mí mismo. Yo quisiera retenerle conmigo, para que en lugar tuyo me
sirviese en mis prisiones por el evangelio (vers.12, 13).
Vamos a dar el mismo pasaje conforme a la Versión Nueva
Internacional, la cual lo pone de manera admirable:
Le estoy enviando, a quien considero ser mi propio
corazón, de vuelta para ti. Hubiese deseado mucho retenerlo conmigo para que
pudiese tomar tu lugar ayudándome mientras me encuentro encadenado por causa
del evangelio. Pero no quise hacer nada sin tu consentimiento, para que
cualquier favor de tu parte fuese espontaneo y no forzosamente.
El Apóstol manifiesta claramente lo mucho que le cuesta enviar de vuelta a
Onésimo para Filemón. Enviaba con él parte de sí mismo. Con mucho agrado le
hubiese retenido, y bajo un cierto punto de vista habría sido justo que así lo
hiciera, pues Filemón se hallaba en deuda para con Pablo debido a la gran
cantidad de bendiciones que había recibido a través de él.
El pensamiento de Pablo ahora se dirige a otro aspecto de la situación que
afecta el orden providencial de las circunstancias. Era evidente que el Señor
había estado supervisando todo lo que le había sucedido a Onésimo para su
beneficio espiritual y, además, para el consuelo del Apóstol. Ciertamente todas
las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios (Rom.8:28). Al mismo tiempo,
Pablo, quería que Filemón supiese los verdaderos acontecimientos que estarían
por detrás de la situación, para que su reacción en respuesta no fuese forzada,
sino espontanea (daremos la traducción de la Versión Nueva
Internacional):
Pero nada quise hacer sin tu consentimiento, para que
cualquier favor tuyo sea espontaneo y no forzado. Tal vez la razón de que él se
separase de ti por un corto espacio de tiempo fuese que tú pudieras recibirle
para siempre, no ya como un esclavo, sino mejor que un esclavo, como un querido
hermano. Él es muy querido para mí, pero cuánto más querido para ti, tanto como
hombre como un hermano en el Señor (vers.14-16 N.I.V).
Pablo veía la mano de Dios en todas las circunstancias que envolvían a Onésimo.
La Versión
Autorizada (y la Reina Valera ) se pierde casi completamente este
punto de vista, traduciendo equivocadamente echoristhe como voz activa
(se apartó) cuando es pasiva (se apartase o separase). A pesar de su total
responsabilidad en la decisión, el huido esclavo se hallaba en todo momento en
las manos de Dios, Quien es soberano. El Apóstol contrasta el corto periodo de
ausencia de Onésimo con la eventual salida, con una reunión que nunca vendría a
tener fin, ni tan siquiera por muerte. Filemón había ciertamente perdido un
esclavo, pero ahora vendría a recibir mucho más que un esclavo, esto es, un
hermano en Cristo. El Apóstol no niega que Onésimo sea todavía un esclavo. Él
no dice, “no ya un esclavo”, sino “no ya como un esclavo”, lo cual es
muy diferente. No tenía que ser considerado meramente como un esclavo (aunque
lo fuese), sino como “más que un mero esclavo”. Toda la relación se había
transformado, y ahora eran creyentes compañeros perteneciendo al mismo Señor y
Salvador. Y no solo esto, sino que ahora tenía que ser amado como tal, con el
mismo amor de Cristo que Pablo le había mostrado.
El Apóstol ahora le hace su pedido a Filemón directamente:
Así que, si me tienes por compañero, recíbele como a mí
mismo
(vers.17).
Pablo elabora la nota personal en este pedido de una manera irresistible.
Si Filemón considera a Pablo realmente como un compañero en el testimonio por
el Evangelio y el “buen depósito” de la verdad, entonces debía permitir recibir
de vuelta de brazos abiertos a Onésimo como si fuese el propio Pablo quien le
visitase. No hay duda en cuanto a la deuda que Filemón tenía para con Pablo
desde el punto de vista espiritual, pero requiriendo la misericordia para el
esclavo, el Apóstol no ignoraba lo que había sucedido. Filemón había sido
injuriado por los actos de Onésimo, y debía ser hecha la restitución.
Sin embargo, Pablo se interpone a sí mismo como fiador para la restauración
de la deuda:
Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta. Yo
Pablo lo escribo de mi mano, yo lo pagaré; por no decirte que aun tú mismo te
me debes también (vers.18, 19).
Es evidente que la deuda de Filemón para con Pablo era mucho mayor que la
deuda de Onésimo a Filemón. Onésimo había venido a obtener un conocimiento de
la salvación y de las consecuentes riquezas de la gracia y gloria a través del
ministerio de Pablo, y este hecho constituía en sí una deuda que él no podría
restaurar, así que la deuda que Pablo había tomado a su cargo estaba realmente
más que cancelada.
El último requisito del Apóstol es que Filemón le dé un motivo de regocijo.
Deseaba tener un provecho de su parte en el Señor, consolándole así su mente y
corazón (vers.20). Está seguro de que Filemón actuará de la manera sugerida en
la gracia, y no solo eso, sino que hará aún más de lo que Pablo le ha pedido. ¿Significaría
esto que Pablo esperaba que Filemón hiciera de Onésimo un hombre libre? La
opinión de P.N. Harrison y J. Knox (Onésimo y Filemón y Filemón entre
las cartas de Pablo) es que Filemón no tan solo llevó a cabo eso mismo,
sino que además enviaría de vuelta a Onésimo para Pablo, y que a seguir Onésimo
vendría a ser un obispo en Éfeso. No podemos saberlo realmente, pero ¡que feliz
resultado habría sido si es que así hubiera ocurrido! Pero tanto si esto sucedió
como si no, Onésimo llegó a disfrutar de la liberación que hay en la comunión
en Cristo.
Pablo a seguir se propone visitar a Filemón si el Señor quiere. Tal como en
Filipenses 1:19, esperaba venir a ser liberado de la prisión a través de las
oraciones de Filemón (vers.22). Una vez más se da énfasis a la gran importancia
del ministerio de intercesión y los grandes objetivos que con él se pueden
cumplir, lo cual debería ser mantenido en el pensamiento por todos nosotros. ¡Qué
gran privilegio supone ser capaces de mover la Mano que mueve el universo! No solamente la oración,
sino además el deber cristiano de la hospitalidad se halla muy enfáticamente
asociada con ella en las epístolas (Romanos 12:13; 1ª Tim.3:2; Tito 1:8;
Heb.13:2; 1ª Pedro 4:9), pues, como hemos visto, el hogar cristiano era el
centro del testimonio cristiano durante los dos primeros siglos.
La epístola acaba con la referencia a los cinco creyentes mencionados en el
último capítulo de Colosenses: Epafras, Marcos, Aristarco, Demas, y Lucas (vea
la exposición del último capítulo de Colosenses) y además una final referencia,
tal como en todas sus epístolas, a la gracia del Señor Jesucristo:
La gracia del Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu
(vers.25).
Así acaba esta deliciosa y muy personal carta del Apóstol de los Gentiles.
Deberíamos estar profundamente agradecidos de que el Espíritu Santo considerase
apropiado inspirarla e incluirla en las sagradas Escrituras, habiéndola
preservado a lo largo de los siglos para nuestra instrucción, guía y eterno
provecho.
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