Las Epístolas Desde la Prisión
 
CAPÍTULO DOS DE LA EPÍSTOLA A LOS EFESIOS
 
 
El contraste entre la muerte espiritual y la vida espiritual en Cristo
 
Para poder exhibir la magnitud del cambio producido por la obra redentora de Cristo para el creyente y su presente posición en la exaltación de Cristo, Pablo ahora retoma dos aspectos característicos en el pasado. Esto se indica por la palabra pote, “en un tiempo” o “en otro tiempo”, en los versículos dos y once, y estas referencias al pasado son vistas en dos ángulos diferentes. Uno es básico, recordándonos nuestra terrible necesidad como pecadores bajo el dominio del pecado y de la muerte. El otro es dispensacional, mostrando la gran incapacidad de no pertenecer a la nación del pacto, Israel, que había sido tan rica y abundantemente bendecida por Dios (Rom.9:3-5).
 
La suprema exaltación del Señor Jesucristo a la más alta cima de gloria, y la iglesia que es Su Cuerpo que con Él aquí se asocia, es como una preciosísima joya que brilla de la forma más resplandeciente cuando se pone en contraste con la tiniebla del pecado y de la muerte y el poder de Satanás, con la terrible esclavitud que conlleva. Pero es que así se describe con precisión la condición de todos los hombres por naturaleza, tanto si son conscientes de eso como si no. Pablo nos recuerda que, en otro tiempo, vivíamos nuestras vidas, debido al hecho de que fuéramos pecadores, andando de acuerdo a la corriente sistemática de este mundo, bajo el dominio de Satán, “el príncipe (o gobernador) de la potestad (o poder) del aire” cumpliendo nuestros deseos, los cuales en realidad no serían otros sino los de Satán, aunque no fuésemos conscientes de eso, pues este gran poder no es perceptible para los sentidos. En otras palabras, nosotros éramos hijos de ira, al igual que todos los demás que no conocen a Dios y Su salvación, la cual tan solamente se halla en Cristo Jesús:
 
Y Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás /Efesios 2:1-3).
 
Existe con toda claridad un contraste aquí entre el supereminente poder de la resurrección que operó en (energeo) Cristo cuando fue levantado de la muerte, y el Satánico poder que opera en (energeo) todos los que no son salvos. Debemos recordar al lector que el Satán de la Escritura no guarda relación alguna con el concepto medieval suyo que lo presenta como un monstruo de cuernos y pezuñas que está constantemente incitando a los hombres y a las mujeres a cometer actos groseros y perversos. Él es el “ángel de luz” de 2ª Corintios 11:14, que está totalmente deseoso sobre todo de mostrarse respetuoso y de maneras refinadas, verificando así y tratando de impedir que se entre en contacto con el Salvador de los pecadores, Quien es tan solamente el Único que puede quebrar el dominio de Satán. Cristo sigue siendo todavía el Salvador y Libertador que otorga la verdadera libertad. “Si el Hijo os libertares, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). Y esta completa libertad puede ser experimentada por todo aquel que ponga su absoluta confianza en Él. A nadie se le obliga a permanecer en la esclavitud de Satán. La gran liberación de este estado miserable y desesperanzado se deja ver muy claramente por el Apóstol Pablo en los versículos siguientes:
 
Pero Dios, que (Quien) es rico en misericordia, por Su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en delitos y pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con Él nos resucitó, y así mismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús (Efesios 2:4-6).
 
La palabra “pero” indica un cambio radical y completo. Aquí tenemos el gran contraste, operado por Dios, el cual estalla con su poder más extremo hasta los lugares celestiales donde ahora Cristo se halla supremamente exaltado y entronado. El Propio Dios, incitado por Su sobreexcedente gran amor y gracia, nos vivifica espiritualmente, nos resucita juntamente y nos sienta juntamente en la gloria del más santo de los cielos en y  con Cristo Jesús. No hay un contraste tan maravilloso y grande como este que pueda ser imaginado. Esto constriñe al Apóstol a pararse en seco en uno de sus característicos paréntesis, “por gracia sois salvos” ¡puesto que ciertamente nada más que una sobreabundante gracia podría haber cumplido algo así tan maravilloso y extraordinario! Esto es algo único en la esfera de la revelación Escritural. Nunca había sido anteriormente ninguna de las compañías de redimidos tan sumamente favorecida como ésta, habiendo sido bendecida en el más alto de los cielos, donde Dios se halla entronado. Este es el clímax de la revelación para los Hijos de Dios, puesto que nadie puede estar en una más alta posición que el Propio Dios.
 
En los días del Antiguo Testamento Israel había sido amplia y abundantemente honrada por Dios, y Pablo recopila sus bendiciones otorgadas por Dios en Romanos 9:3-5, pero jamás, ni tan siquiera en sus sueños más abstractos, se podrían haber imaginado que ellos, como una nación, que pudiesen venir a ser bendecidos en el más alto de los cielos. Esto estaba reservado para el Cuerpo de Cristo. Y sin embargo ¡cuán pocos son los que se regocijan en tales riquezas de gracia y gloria! Lo que la gran mayoría de los creyentes precisa hoy en día es de un hambre espiritual que les incite a procurar y a darse cuenta de estas cosas, y liberación tanto de la ceguera de sus ojos como de un corazón incrédulo que fracasa a la hora de conocer y tomar a la letra a Dios en Su palabra.
 
Pero la cima de gloria que se da a conocer en Efesios dos no para por aquí, pues el versículo siete sigue diciendo:  
 
Para mostrar en los siglos venideros las riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
 
Si la redención nace de las riquezas de la gracia de Dios (1:7), ¿qué es lo que puede estar envuelto en estas sobreexcedentes riquezas que venga a ser manifiesto en las edades venideras? Nuestros pensamientos son sobrepasados por la grandeza de todo esto, y ¡cuán maravilloso futuro tenemos reservado!
 
Observe que la palabra “siglos” (o “edades”) está en plural, con lo cual se nos muestra que el Milenio no es la última edad o siglo, ni tampoco es el concepto Judío de las “dos edades correctas”. Nosotros no sabemos exactamente cuántas edades o siglos vendrán a suceder en el futuro, pero podemos estar seguros de un gran hecho, esto es, que así como cada edad sucede a edad, la coronaria exhibición de la gracia de Dios se nos va mostrando en Su bondad para con nosotros, revelada en gradual medida creciente en toda su plenitud y maravilla.
 
El pequeño paréntesis del versículo cinco concerniente a la gracia se ensancha ahora. Para Pablo la gracia era ilimitada y sin fin, y él refiere y muestra la gracia más que cualquier otro escritor del Nuevo Testamento. Los versículos ocho y nueve nos dan tal vez el más conciso resumen del evangelio de gracia contenido en el Nuevo Testamento:    
 
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe (Efesios 2:8, 9).
 
La salvación del pecador proviene únicamente por la gracia de Dios, y venimos a poseerla solamente por la fe o confianza en Cristo, y totalmente aparte de cualquier acto cristiano que el pecador pueda haber realizado o realizar. Cristo ha cumplido nuestra salvación, y la fe en Él es el medio por el cual la recibimos y venimos a poseerla. “No es por obras, para que nadie se gloríe”.
 
Si el hombre fuese capaz de hacer algo en conexión con su salvación, entonces tendría  de qué gloriarse, pero Dios ha dispuesto que eso sea imposible, pues tan solo Él debe tener toda la gloria salvando a la humanidad. Esto es un don divino, no tan solo la fe, sino todo lo envuelto, la gracia por la fe de salvación. ¿Cuántos hay hoy en día que  extiendan la mano de la simple fe y tomen gratuitamente la salvación? Las personas están más comprometidas intentando producir su salvación por sus propios esfuerzos, no dándose cuenta que todos sus intentos están condenados al fracaso. El camino de salvación de Dios les parece demasiado fácil, demasiado simple. Y sin embargo permanece siendo verdad, y Él todavía se halla sentado en un trono de gracia y misericordia, aguardando el arrepentimiento y la confianza de aquellos por quienes el Señor Jesús murió. “He aquí, ahora es el tiempo aceptable; he aquí, ahora es el día de salvación” (2ª Cor.6:2). Hay una cierta urgencia acerca de todo esto que no debía ser ignorada, pues hay un fin para esta era de gracia y de la paciencia de Dios para con el pecado, y el día oportuno puede perderse para siempre.
 
El supremo llamamiento en Cristo Jesús comienza con gracia y con ella continúa a través de las edades venideras. Gracia y fe son lo opuesto a las obras o a los humanos esfuerzos tal como Romanos 11:6 nos deja ver claramente: “Y si por gracia, ya no es por obras: de otra manera la gracia ya no es gracia”. “Mas al que no obra, sino cree en Aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. (Rom.4:5).
 
Al mismo tiempo que esto sea cierto, no debemos cometer el error de pensar que no haya lugar para las buenas obras en la consideración de Dios. Aunque no podamos ser salvos por nuestras buenas obras, también es verdad que fuimos salvos para buenas obras. Este es uno de los propósitos de la nueva creación de Dios:  
 
Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (vers.10).
 
En otras palabras, las buenas obras nunca podrán ser la base de la salvación del creyente, pero deben ser el fruto o resultado suyo en su vida diaria, así que el versículo diez nunca debe separarse del versículo nueve para obtener así la verdad completa. Hay miles de creyentes que nunca llegan a tener este punto claro, resaltando una de las partes a expensas de la otra, o poniéndolas en el orden equivocado. Debemos ser cuidadosos para no hacernos ideas fatalistas acerca de estas buenas obras. El Señor no fuerza al creyente a producir buenas obras, sino que le prepara por la redención y la gracia para que pueda producir estas aceptables obras denominadas el fruto del Espíritu, las cuales son de acuerdo a Su pensamiento y voluntad. Por eso Pablo pudo escribirle a Tito sin que de manera alguna se contradijese a sí propio:
 
Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras (Tito3:8).
 
 
El contraste entre el alejamiento de Dios de los Gentiles en la carne y la aproximación en Cristo Jesús
 
El versículo once inicia otra sección y vuelve una vez más a mirar atrás en el pasado, pero desde un punto de vista diferente, y trata con la condición de los Gentiles no salvos, no ya como pecadores en el punto de vista de Dios santo, sino como estando entonces alejados de la nación escogida de Israel:
 
Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los Gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo (Efesios 2:11, 12).
 
Tal como ya hemos visto, en el medio humano de la carne, Israel poseía todas las bendiciones terrenales, y de nuevo es referido al lector Romanos 9:3-5 donde se refiere este asunto en detalle. Esta nación, escogida por Dios, y apartada para Su servicio, para llevar el conocimiento Suyo y de Su verdad hasta los confines de la tierra, se hallaba en una posición única. Tenían que ser una nación santa, un reino de sacerdotes (Éxodo 19:4-6). Tan solo a ellos encomendó Dios las santas Escrituras (el Antiguo Testamento, Rom.3:1, 2). Estaban en lazos de proximidad con Jehová por pacto, y la circuncisión era el signo externo de su participación en estos pactos (Génesis 17:10-14) y de las maravillosas e incondicionales promesas que Dios le hizo a Abraham, y a ellos, siendo su posteridad. El clímax sucedió con la venida de Cristo en la carne a Israel…de quienes son los patriarcas, y de los cuales según la carne vino Cristo… (Rom.9:5; 15:8 y compare con Mateo 15:24). No hay que admirarse de que el Salmista escribiera:
 
Ha manifestado…Sus estatutos y Sus juicios a Israel. No ha hecho así con ninguna otra de las naciones; y en cuanto a Sus juicios, no los conocieron (las demás naciones). Aleluya. (Salmos 147:19, 20).
 
A todo esto era tan ajeno el Gentil no salvo y tan alejado y advenedizo cuanto se podía ser. Grandes civilizaciones se levantaron y desaparecieron, dejando sus marcas en la historia de la humanidad, pero ninguna de ellas se podía siquiera comparar con la nación elegida de Israel en cuanto a divinos privilegios, y la única esperanza de cancelar y anular esa condición residía en convertirse en un Judío prosélito y olvidarse del estatus Gentil. Aparte de eso, el Gentil era totalmente ajeno a los pactos de comunión con Dios (la incircuncisión). No tenía al Mesías (Cristo) que tenía Israel (Rom.9:5), sino que se hallaba sin esperanza y sin Dios en un mundo donde solo residía el poder de Satanás (1ª Juan 5:19). ¿Podría haber algo peor? Tal como ya hemos visto, a menos que Dios interviniera, no había posibilidad alguna de liberación y venir a ser anulada esta separación de Él. Y esto fue lo que sucedió según se nos muestra en el versículo trece. Exactamente igual que la palabra “pero” nos mostró el gran contraste realizado por Dios en el versículo cuatro, así ahora y aquí la palabra “pero” nos guía para que veamos cómo Dios anuló y canceló esta separación en Cristo:
 
Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.
 
Tan solamente la obra redentora del Señor sobre la cruz pudo y puede anular y cancelar el terrible estado del incrédulo Gentil. Lo que es prácticamente imposible para la capacidad o habilidad humana y sus esfuerzos, Dios ha cumplido maravillosamente por la ofrenda de Su amado Hijo en su respaldo y sustitución. En el Cuerpo de Cristo, el creyente Gentil se identifica con Él en muerte, sepultura, resurrección y ascensión, y se halla tan próximo a Él, que la juntura viene a ser ilustrada por la figura de la Cabeza y el Cuerpo. 
 
Tan cerca, tan sumamente cercano a Dios
Que más próximo no puedo estar
Pues en la persona de Su Hijo
Yo me hallo tan cerca cuanto Él está
                                 (Catesby Paget)
 
El versículo catorce continúa:
 
Porque Él nuestra paz, que de ambos pueblos (Judíos y Gentiles creyentes) hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en Su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz. (Efesios 2:14, 15).
 
Ninguna disputa racial o en la distinción de clases fue jamás tan grande como la separación habida entre el Judío y el Gentil anterior a la revelación dada en la epístola a los Efesios. Una de las más grandes marcas distintivas de Efesios relativa al Misterio o Secreto dado a conocer en el tercer capítulo es la anulación llevada a cabo por Cristo de esta conflictiva separación en la creación de este “nuevo hombre”, el Cuerpo reunificado del cual Él es la Cabeza. El versículo catorce lo explica además como el derribo de la pared de separación entre el Judío y el Gentil.
 
Esta es una alusión  a la pared literal de separación en el área del Templo en Jerusalén que dividía el patio exterior de los Gentiles del interior del Templo en el cual solamente los Judíos adoradores podían introducirse. Había carteles escritos en Griego y Latín avisando a los Gentiles para mantenerse fuera bajo pena de muerte. Dos copias de esta inscripción se han encontrado, una en 1871, y la otra en 1935. El propio Pablo tuvo una mala experiencia con esta prohibición cuando, unos pocos años antes, había corrido el rumor de que había tomado consigo a Gentiles introduciéndose con ellos en el lugar santo del Templo y violado su santidad, escapando por muy poco de venir a ser muerto por eso (Hechos 21:28).
 
Esta “pared intermedia de separación” era un símbolo de la tremenda barrera entre Judíos y Gentiles representando la ley de Dios dada a través de Moisés a Israel. Tanto  considerada en sus aspectos moral, ceremonial, como civil. Incluía además las especiales “ordenanzas” o “decretos” instituidos por la iglesia Hebrea en Jerusalén de acuerdo con la voluntad de Dios (observe Hechos 15:28), que representaban el mínimo de la ley que los Gentiles conversos tenían que observar (Hechos 15:28, 29; 16:4), tratando de impedir que los creyentes Judíos no se ofendiesen. Estos decretos y la ley en sí misma son las tales “ordenanzas” de Efesios 2:15. No tienen referencia alguna a la Cena del Señor ni al bautismo de agua. Habían sido causa de la “enemistad” que el versículo quince nos dice haber sido abolida por Cristo en este nuevo llamamiento.
 
De igual manera, Colosenses 2:14 muestra que el “acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria” había sido anulada quitándola de en medio y clavándola en la cruz de Cristo. Habiendo quitado estas barreras imposibles de ultrapasar “en la carne” o la esfera humana, Dios había ahora creado (no meramente “hecho”) en Cristo Jesús, proponiéndoselo en Sí Mismo, de los dos (es decir, el creyente Judío y el Gentil), un nuevo hombre, haciendo la paz (Efesios 2:15).
 
Tengamos claro una cosa: El llamamiento revelado en Efesios posterior a Hechos veintiocho es algo nuevo. No es una “evolución” o meramente una mejoría de la posición que había vigente durante los Hechos, donde el Gentil fue comparado a un olivo silvestre injertado en el verdadero olivo de Israel (Jer.11:16, 17; Rom.11:17-22), y hecho partícipe de las “cosas espirituales” de Israel (Rom.15:27). En este nuevo llamamiento, Israel, como nación con todas sus bendiciones del pacto, ya no tiene lugar, ni tampoco lo tiene el Gentil como tal, con la repetida incapacidad que ya hemos considerado. En este “nuevo hombre” ya no hay ni Griego ni Judío, ni circuncisión o incircuncisión (Colos.3:11).
 
La novedad de este llamamiento revelado en Efesios se resalta todavía más por la palabra “creado” en vez de “hecho”. Siempre que leamos en la Escritura acerca de una nueva creación, esencialmente, siempre la encontramos conectada con el desaparecimiento de las cosas anteriores.
 
Si alguno está en Cristo, nueva creación es: las cosas viejas pasaron: he aquí, todas son hechas nuevas (2ª Cor.5:17).
 
Vi un nuevo cielo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron…las primeras cosas pasaron (Apoc.21:1, 4).
 
Porque, he aquí, yo crearé nuevos cielos y nueva tierra, y de lo primero no habrá memoria (Isaías 65:17).
 
La esencia de la divina creación es que las cosas antiguas desaparecen y vienen en concreción en su lugar cosas nuevas. La revelación Efesia de la iglesia o su llamamiento es un nuevo comienzo, una nueva creación, aunque sin duda en su comienzo consistiese de los creyentes del periodo de los Hechos, cuyos ojos, vinieron a ser alumbrados por el Espíritu Santo (Efesios 1:17, 18) para que apreciasen las maravillas de este nuevo llamamiento, donde los terrenales privilegios de Israel y los Gentiles con su condición desesperanzada y su alejamiento dejaron de existir.
 
El objetivo de este “nuevo hombre” es que vaya creciendo hasta llegar a alcanzar su “plena madurez” (“un varón perfecto” Efesios 4:13). Esta es la palabra traducida “esposo” en Efesios 5:25 y nunca puede representar una mujer o una esposa. Dios nunca mezcla Sus metáforas y nosotros no tenemos el derecho de tomarle como si así lo hiciera enseñando que esta iglesia tanto pueda ser de igual modo la Esposa del Cordero, que consiste claramente del fiel remanente y vencedores de Israel, tal como son listados y nombrados en Hebreos once. Los creyentes que así lo hacen confunden los distintos llamamientos de Dios, y eso solo puede guiar a una falta de apreciación y comprensión en los variados aspectos del “propósito de las edades” en Cristo (Efesios 3:11). Esta idea confunde un llamamiento en el cual aquellos que sean de Israel son sus principales y prominentes miembros (Apoc.21:12-14), con otro distinto en el cual Israel como tal no tiene cabida, por no hablar de la confusión y mezcla que hacen de la Jerusalén celestial cuyo objetivo sea la nueva tierra (Apoc.21:2, 10), con una posición que se halla “por encima de todos los cielos” (Efesios 4:10), donde el Señor Jesús se halla ahora exaltado.
 
La remoción de la “pared de separación” y de todas las cosas que dividían a los miembros del Cuerpo de Cristo reunido, tanto Judío como Gentil, resulta en la reconciliación, la desaparición de todas las barreras:
 
 Y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades (vers.16).
 
Aquí tenemos otro aspecto de la gran obra de reconciliación sobre la cruz, tratando no tan solo con la relación de Dios hacia el pecador, sino a la relación de cada miembro de este nuevo llamamiento hacia los demás y al Padre. Esto nos lleva al más amplio aspecto de la reconciliación, esto es, el del Cuerpo de Cristo y todos los seres celestiales (principados y potestades). La desaparición de toda “enemistad” y diferencias de posición y bendiciones resulta en “la paz a vosotros que estabais alejados” (los Gentiles) y para “los que estaban cerca” (los Judíos).
 
Por fin se traen todas las cosas al acceso sin restricciones al Padre:
 
Porque por medio de Él ambos tenemos nuestro acceso en un mismo Espíritu al Padre  (vers.18, Rev.Vers.).
 
Para poder apreciar debidamente esta tremenda posición deberíamos volver a recordar de nuevo la privilegiada posición de Israel en su relación de pacto con Dios. Sus bendiciones se hallaban “en la carne”, que es el medio o esfera de la tierra. Aquí Israel no tiene rival, puesto que Dios ordenó que esta nación debería ser “la cabeza, y no la cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo” (Deut.28:13). “Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra” (Deut.28:1), y cuando a esto añadimos todos los demás privilegios naturales y espirituales que son resaltados en otras Escrituras que ya hemos venido citando, bien podemos ver que Israel tenía la preminencia sobre la tierra, y en este respecto era única.
 
Sin embargo en el llamamiento celestial que ahora estamos considerando, todas las bendiciones son y están “en el espíritu”, no solamente en y a través del Espíritu Santo, sino en el medio o esfera espiritual de los lugares celestiales “por encima de todo”, y eso significa que a través de la ofrenda única de Cristo cada miembro puede tener un acceso sin restricciones a Dios.
 
Con todas las ventajas que Israel pudiera haber poseído, un tal acceso no existía para ellos. En los tiempos del Antiguo Testamento Dios condescendió en habitar con Su pueblo en el Tabernáculo y en el Templo, del cual el Lugar Santísimo se llenaba con Su divina Presencia (Éxodo 25:8). Sin embargo los Israelitas vivieron y murieron sin haber tenido acceso ni una sola vez a la presencia de Dios en este tal Lugar Santísimo. La tribu de Leví se aproximaba de él para servir en el “lugar santo” del Tabernáculo, pero nunca se introducían a través del velo al Lugar Santísimo. Aarón, el Sumo Sacerdote, como tipo y figura de Cristo, si lo hacía, pero tan solo una vez al año en el día de la Expiación (lev.16). Así vemos que el libre acceso a la presencia de Dios era prácticamente desconocido durante el tiempo cubierto por el Antiguo Testamento. Dios Mismo, de manera deliberada, se había protegido alrededor con todo tipo de barreras para resaltar sobre Su pueblo terrenal el inestimable privilegio que suponía aproximarse a Él y venir a estar en Su santa presencia, para que no viniera a ser algo liviano y sin valor alguno.
 
Para nosotros los que pertenecemos al Cuerpo de Cristo revelado en Efesios, toda clase de restricciones desaparecieron, y podemos confiadamente acercarnos a Él a través del único Mediador, el Señor Jesucristo, en cualquier tiempo y con toda frecuencia. ¿Apreciamos esto como debe ser y disfrutamos constantemente de tan precioso privilegio?  El Apóstol además nos recuerda que somos “conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (vers.19), y aunque sea absolutamente cierto que en el llamamiento del Cuerpo de Cristo seamos conciudadanos compartiendo juntos en igualdad nuestra celestial ciudadanía (Filip.3:20), no en tanto, es bien probable que aquí se sobreentiendan muchas más cosas. Ya hemos visto que la palabra traducida “santo” o santificado, no necesariamente se limita a un creyente, se emplea del lugar santo así como de una persona santa. Mientras que la epístola a los Hebreos representa al Señor solamente en el más santo de todos los cielos, Efesios revela que cada miembro del Cuerpo único se halla potencialmente sentado juntamente allí, que además tiene una herencia allí, y que es un conciudadano allí. Bien podemos ver, por tanto, que Pablo está queriendo declararnos algo más alto y más maravilloso que tan solamente la idea de que los Gentiles estén ahora siendo bendecidos con los Judíos, pues eso ya con toda claridad había sido revelado como siendo el propósito de Dios a través de Abraham, y fue siempre una verdad del prosélito Gentil. Lo que ahora está revelando es que los creyentes Gentiles que en otro tiempo estaban alejados de Dios, se hallan ahora tan próximos de Él, que pertenecen a lo más santo de todo, al más santo lugar en el cielo donde el ascendido Cristo se ha introducido actualmente (Heb.6:19, 20). ¡Cuán sobreexcedente cambio en la abundante gracia de Dios ha venido a realizarse!
 
Así es cómo la figura de un Templo se despliega por el Apóstol, y esto tiene una segura fundación eterna, “habiendo sido edificados (literalmente) sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo el propio Cristo Jesús la principal piedra angular”, siendo que el término griego deriva de la Septuaginta de Isaías 28:16. ¿Significa que el fundamento fue puesto por los apóstoles y profetas, o que sean ellos propios la fundación? En el capítulo 4:8-11 se ve claramente que, al tiempo de la ascensión, el Señor Jesús da un nuevo orden de apóstoles y profetas que no debe ser confundido con el llamamiento de los doce al tiempo de vida terrenal del Señor, cuyos ministerios fueron dirigidos a Israel (Mat.10:1-8). Ni tampoco son los profetas aquellos del Antiguo Testamento. Debemos observar el orden de las palabras, que no es “profetas y apóstoles”, sino “apóstoles y profetas”, y son los profetas del Nuevo Testamento los que aquí se consideran. El ministerio dado a través del nuevo orden de apóstoles y profetas del cual Pablo era principal, fue una fundación ministerial sirviendo al pueblo de Dios hasta el Nuevo Testamento, y la Palabra de Dios ya escrita, estaba completa. Así que este ministerio se basa sobre la fundación única, Jesucristo (1ª Cor.3:11) pues sobre otra distinta fundación ningún hombre podía edificar. Él es la piedra principal angular sobre quien la totalidad del edificio del Templo se basa, y además el entero propósito de Dios abarcando el cielo y la tierra. Consecuentemente, Pedro también habla del Señor con el mismo título (1ª Pedro 2:6, 7).
 
Es importante observar que el énfasis aquí no es la magnificencia del Templo, como el de Salomón, sino que se hace sobre el hecho de que sea designado para ser un hogar o habitación. Un lugar de habitación para Dios es un objetivo que nunca parece haber sido dejado de lado en ninguna parte de la Escritura. Podemos respetuosamente decir que, cuando Adán y Eva fueron expulsos del Paraíso, el propio Dios ya no halló deleite en él. Noé, de alguna manera un segundo Adán, declaró proféticamente que Dios habitaría en las tiendas de Sem. Moisés es instruido por Dios a erguir el Tabernáculo para que Dios pudiese morar entre Su pueblo. Salomón edificó un templo de acuerdo al plan divino que es habitado por Dios, y Ezequiel vio un día futuro y lejano cuando el propio nombre de Jerusalén sería Jehová-Shammah, “El Señor está allí” , y la presente creación vino a existir en concreción para ser lugar de habitación de Dios (Isaías 40:22). El libro del Apocalipsis, en su zenit declara: El tabernáculo de Dios es con los hombres, y Él morará con ellos (Apoc.21:3).
 
La única cosa que ha obstaculizado e impedido todo esto es el pecado, pues ha formado una gran barrera entre un santo Dios y los hombres pecadores, haciendo una tal unidad imposible. Pero en la iglesia con la cual estamos tratando todas las barreras de cualquier tipo que fueran han sido derribadas  por la obra redentora del Hijo de Dios, así que por fin Dios puede tener una habitación permanente con ellos y en ellos, todas las demás anteriores fueron solo anticipatorias y temporales. Cuando sea finalizado, ¡este Templo vivo será un lugar de habitación para Dios! (Efesios 2:22). ¡Qué gran objetivo, un hogar para Dios en la gloria más alta! ¡Un Templo santo en el Señor! (vers.21).
 
En esta sección de la epístola la idea de un hogar se enfatiza por seis palabras griegas conteniendo la palabra oikos, casa:
 
Extranjeros (2:19) paroikos – los de fuera de la casa.
Familia (2:19) oikeios - los parientes de la familia del Edificio de la casa.
Edificados (2:20 epoikodomeo – edificar encima como sobre un fundamento.
Edificio (2:21) oikodome – El edificio como una casa.
Juntamente edificados (2:22) sunoikodomeomai -  edificando juntos una casa.
Morada (2:22) katoiketerion – una habitación permanente.
 
Así es como Dios nos muestra la culminación de uno de los grandes objetivos de Su propósito en Cristo. Esta iglesia vendrá a tener su hogar permanente en el más santo de todos los lugares celestiales, y el Señor Jesús hallará Su hogar en esta iglesia de gloria, transformada en un Templo santo para Su lugar de habitación. Así como el Templo terrenal de Salomón cuando fue finalizado fue habitado por Dios y lleno con Su gloria (2ª Crón.5:13, 14), de igual manera el Cuerpo de Cristo, cuando el último “miembro” haya sido puesto en este edificio espiritual (“bien coordinado”, compare la misma palabra en 4:16), se convertirá en el Templo santo y en un más alto sentido, vendrá a ser “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1:23). La palabra “templo” no es hieron que indica el Templo en su totalidad, sino naos, la parte más íntima y sagrada, el Lugar Santísimo, que ya hemos considerado en asociación con la palabra “santo”, refiriendo tanto a lugar como a persona.
 
Ciertamente que en este contexto estamos tratando con los “sobre-excelentes” asuntos de Dios, pues estas son las más altas marcas para el redimido en la Escritura. ¿Quién podría llegar a estar más alto que el propio Dios o más cercano a Él que esta iglesia? Haremos bien en hacer una pausa, considerar cuidadosamente y orar, por el espíritu de sabiduría y de revelación (Efesios 1:17), pues si venimos a perder por ignorancia lo que Dios tiene aquí para nosotros, nos habremos perdido ignorando lo mejor de Dios.  

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