Las Epístolas Desde la Prisión9º Parte  

CAPÍTULO TRES DE LA EPÍSTOLA A LOS COLOSENSES

Una vez que hubo magnificado al Señor Jesucristo dándole la preeminencia en la creación material como Creador y en la creación espiritual como Señor y Cabeza de la iglesia que es Su Cuerpo, y habiendo insistido diciendo que la obra redentora de Dios había unificado con Él al creyente en Su muerte, sepultura, vivificación, resurrección y ascensión, el Apóstol Pablo ahora procura darle a conocer a los creyentes Colosenses el resultado práctico de todo esto. No debían ser destituidos o privados de su recompensa, siendo desviados para adorar los falsos poderes espirituales que, ciertamente, habían sido ya derrotados por la victoria del Calvario. Debían considerarse vinculados con el triunfante Señor Jesús en gloria, y no mirar las cosas bajo el punto de vista terrenal:

Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, vosotros también seréis manifestados con Él en gloria (Colos.3:1-4).

Es evidente que la actitud mental tiene aquí una gran importancia. Tal como sucede con el cuerpo, así la mente del creyente, o bien puede aliarse con y ser controlada por, la “carne”, la vieja natura pecadora heredada del Adán caído, o bien puede sujetarse al dominio del “espíritu”, la nueva natura Divina otorgada en la regeneración por el Espíritu Santo. Bajo Su control, la mente humana puede aspirar a las cosas celestiales. El mundo que no ha sido regenerado, con sus caminos y pensamientos, debe en todo ser puesto de lado en lo que al creyente concierne; los lugares celestiales “por encima de todo”, no significa solamente donde el Señor se encuentra, sino también la herencia del creyente, que puede ser, ahora, efectivamente, la esfera de su ocupación mental. Esta herencia no es terrenal, como la de Israel, pues de ella se dice ser una “ciudadanía que se halla en el cielo” (Filip.3:20) como un hecho actual y presente, y se nos asegura, además, como una futura esperanza gloriosa. Lo que tenga y habite por “detrás” de la mente del creyente es sumamente importante, aun mismo los pensamientos que tenga que emplear en su mente consciente en sus quehaceres diarios.

El resultado de todo esto debería reflejarse en la vida del creyente, en sus palabras y actos, así también como en sus pensamientos, y debería además ser un acto continuo hasta que la consumación de su fe venga a alcanzarse, esto es, la realización de la “bendita esperanza” siendo puesto y manifiesto en la gloria donde el Salvador se halla actualmente entronado “por encima de todo”. Ahora el creyente es visto estando sentado juntamente en los “lugares celestiales EN Cristo” (Efesios 2:6). Entonces, cuando alcance su bendita esperanza, estará CON Cristo en la misma exaltada esfera. Cristo Jesús expresa toda nuestra esperanza, y además expresa toda nuestra vida, y cuando esto se entiende y se actúa en conformidad, los pecados de la carne no tienen cabida y desaparecen (Colos.3:5-9). El “viejo hombre” y sus actos son “puestos de lado”, considerando el hecho que ya fue crucificado con el Señor cuando Él murió sobre la cruz. Así el “nuevo hombre” es constantemente “puesto en mente y mantenido”.

“Haced morid” (nekroo) aquí no es bien un imperativo que debamos llegar a cabo, sino que significa “considerarlo como muerto”, es decir, considerar o tener en cuenta la muerte del viejo hombre con el Cristo crucificado, como siendo un hecho actual. Así es como Romanos seis nos asegura que se anula o “sea destruido” (Rom.6:6). Siendo así, ¿para qué intentar luchar y hacer morir lo que Dios ya ha matado, con la idea equivocada de que resida en nosotros la capacidad de vencer la vieja natura pecadora?

La cumbre de la lista de los pecados es la “fornicación”, de la cual cima podríamos pensar que no estaría tan aproximada la maldad de la impureza sexual. Pero el Apóstol insiste diciendo que, aquellos que sean indulgentes en esta materia, son idólatras (Colos.3:5; Efesios 5:5). La palabra griega pleonexia significa el deseo de poseer más de lo que una persona debería tener, particularmente aquello que pertenezca a otra persona. Eso pondría cualquiera que fuese el objeto de deseo en el lugar central que el Señor Jesús debería poseer, y de ahí que venga a ser idolatría. Esto es realmente peligroso, y sobre todo porque puede asumir en apariencia muchas y diversas formas respetables.

En contra de todo esto, el “nuevo hombre”, la vida y poder del Cristo interior, se renueva por el Espíritu Santo “día tras día” (2ª Cor.4:16), y así es como se lleva a cabo la reproducción de Cristo en la vida del creyente, en Su misma imagen. Se va “renovando hasta el conocimiento pleno conforme a la imagen de Quien lo creó” (Colos.3:10 R.V.). Esto nos lleva de vuelta a la creación de Adán, hecho a semejanza de Aquel Quien es la misma imagen del Dios invisible. La vida del creyente no es una mera mejoría o reforma de lo viejo. Es algo completamente nuevo, una nueva creación producida por Dios, y es esta nueva vida la que debería mantener por derecho continuamente y hasta el final de su peregrinaje terrenal.

Pero no son tan solo los malos hábitos los que no deban introducirse en esta nueva creación. Todas las barreras que puedan dividirnos entre unos y otros deben ser abolidas también, tanto si sean raciales (Judíos y Gentiles), culturales, o sociales (tales como la habida entre “esclavos” y “libres”). En el mundo no salvo, estas barreras continúan existiendo, pero en Cristo dejaron de existir completamente. En la esfera espiritual y en Su relación hacia la iglesia que es Su Cuerpo, Cristo es TODO. Estas tres últimas palabras realmente resumen y contienen la Verdad. No hay cosas que le puedan ser añadidas o sustraídas al Señor Jesucristo. Tan solo cuando el creyente, en su experiencia, llega a comprender que esta sea la real y vital relación para él, alcanzará su plena estatura espiritual. Hay muchos “diferentes señores” procurando tener su dominio sobre nosotros, y sin embargo hay solo Uno que tenga el indiscutible derecho de obtenerlo como Señor.

Cuando en verdad lo coronemos “Señor de todo”, entonces por fin estaremos, desde un punto de vista práctico, en la correcta relación hacia Él, una relación en la cual podremos comprender plenamente cuál sea Su plan para nuestras vidas y servicio, ¡y cuán ricas entonces nuestras vidas cristianas y nuestro testimonio vienen a ser!

El resultado de todo esto se vincula con la manifestación en el andar cristiano diario del creyente, en su estimación de sí mismo, su trato hacia los demás y su trato por otros. El fundamento ya había sido señalado en Efesios cuatro y cinco. Tiene que tener la humildad de mente y corazón necesaria que conduzca a la mansedumbre y a la longanimidad. Esto ciertamente no implica debilidad, sino la recusa a la retaliación en frente de la provocación. Estas tres gracias o virtudes deben ser “vestidas” por el creyente continuamente (Colos.3:12-14). Debe haber la gracia del perdón en el caso de que alguien haya actuado erradamente, y todo esto se resume en la más grande de todas las virtudes cristianas, “el amor, que es la marca de la perfección” (o madurez), que se olvida de uno mismo, de sus necesidades, y piensa constantemente en el Señor y lo mucho que le debemos, y a seguir, en las necesidades de los demás. Este es el único vínculo entre creyentes verdaderamente efectivo. Cuando un tal amor se halla continuamente habitando en el pensamiento, desaparecen los malentendidos y las discusiones. Es el vínculo que expresa madurez (perfección), y debería ser siempre evidenciado entre los que han dejado para atrás la infancia espiritual y han crecido en todas las cosas en Cristo (Efesios 4:15). La paz de Cristo surge automáticamente cuando se experimenta y “gobierna el corazón”, así como, además, produce un espíritu agradecido. Ya hemos visto que todo esto es un antídoto contra el deterioro espiritual y el olvido de las muchas misericordias que continuamente podemos disfrutar a diario. El mundo pagano ha ido cayendo cada vez más bajo en las tinieblas, no solo porque “no le glorificaron como Dios”, sino además por no haber sido “agradecidos” (Rom.1:21). Así, pues, bien haremos en guardar siempre el espíritu de gratitud delante de nosotros.

Con la gratitud, viene naturalmente la alabanza:

La Palabra de Cristo more en abundancia en vosotros en toda sabiduría; enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, e himnos y cánticos espirituales, cantando con gracia en vuestros corazones a Dios (Col.3:16).

Está claro que la “Palabra de Cristo” que debe morar en nosotros en abundancia no tiene por qué significar todo lo que hablase en Su ministerio terrenal al pueblo de Israel, pues habría sido muy poco probable que estos Evangelios hubiesen venido a circular en ese tiempo en un lugar tan remoto como Colosas. La Palabra de Cristo conlleva e incorpora toda la revelación del “buen depósito” de la verdad que el Cristo resucitado le había dado a conocer a Pablo, y que tan fielmente había él estado proclamando y enseñando en las iglesias. ¡Es impresionante cuán grande es este tesoro de Verdad que tan solo puede venir a ser apreciado a través de un íntimo y cuidadoso estudio de sus epístolas! Cuando este tesoro de Verdad viene a recibirse y se alcanza personalmente por la fe y el divino entendimiento, poseemos un rico almacén del cual podemos servirnos en cada experiencia, necesidad o emergencia.

¿Será que aquel “vosotros” del versículo 16 significa individualmente, o colectivamente como una asamblea? La respuesta es que ambas cosas. Mientras más habite la Verdad en cada miembro individual, más habitará en la asamblea en su totalidad, y más grande será entonces la posibilidad de que la Verdad de Dios venga a reinar en su interior y que Él venga a ser supremo. La alabanza que naturalmente surge a seguir, tal como Efesios 5:19 declara, se expresa de una tripla manera: “salmos, himnos y cánticos espirituales”. Muy poco material se ha dejado registrado que nos puedan indicar cuáles habrían sido estas alabanzas, aunque, casi con toda certeza, los salmos deben haber sido extraídos del Salterio del Antiguo Testamento; es probable que los himnos lo hayan sido de pasajes de Escritura del Nuevo Testamento; y los cánticos espirituales compuestos por miembros de la iglesia que estuviesen dotados espiritual y musicalmente para expresar la verdad de esta manera. El profesor F.F.Bruce cita a este respecto de Tertuliano (Apología 39) donde al final declara… a cada uno de los presentes se les invita a cantarle a Dios en la presencia de otros, tanto de aquello que conozca de las Santas Escrituras o de su propio corazón, y de Plinio el joven que, dando un informe al Emperador Trajano, declara que los cristianos de Bitinia se reunían en un día fijado de antemano y recitan un himno antifonal a Cristo como Dios (Epístolas X.96). No hay duda de que, la alabanza cristiana, es importante para el creyente, y debe ser lo mejor que podamos rendirle al Señor, pues con toda seguridad no es digno de nada menos que lo mejor. Al mismo tiempo, debemos recordar que la alabanza no debería hacerse solo de labios, sino de una manera continua con nuestras vidas, entregándonos nosotros propios a Su servicio.

El versículo diecisiete por fin resume los versículos anteriores, abarcando cada uno de los aspectos de la vida, y prácticamente expresando la soberanía de Cristo no tan solamente en lo así denominado “sagrado”, sino también en lo secular.

Y todo lo que hagáis, sea en palabra o en hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre a través de Él (Col.3:17).

Hacer esto significa vivir y actuar como los que viven sirviendo de habitación para el Señor Jesús y enteramente bajo Su control como la Cabeza, y una tal obediencia no será un mero estéril deber, sino una gozosa expresión de agradecimiento hacia Su Persona. Las ordenanzas que vienen a seguir cubren de manera breve las mismas bases que Efesios 5:22 – 6:9 y afectan a todos los aspectos del hogar y de la vida profesional. La frase “en el Señor” nos muestra que, para el creyente, las relaciones humanas deben ser consideradas provenientes del básico relacionamiento hacia Cristo. La actitud práctica del marido hacia la esposa y de la esposa hacia el marido debe reflejar el designio original del Creador, siendo ambos conscientes de que, la parte correspondiente de cada uno, sea una ilustración del propio Cristo y la iglesia que es Su Cuerpo. No hay por tanto lugar para argumento alguno de superioridad o inferioridad entre ambos, sino antes bien reinará la armonía, la duradera felicidad y la fructificación en unidad del testimonio cristiano cuando todo esto se lleva a la práctica.

Tenemos además una responsabilidad complementaria entre los padres e hijos. Estos últimos tienen que ser obedientes y, si los padres no disciplinan sabia y amorosamente a los hijos con esta finalidad, ¿cómo van entonces a aprender alguna vez lo que la obediencia al Señor signifique? Muchos son los niños que hoy en día desconocen el significado de esta palabra, y, como consecuencia, no es de admirar el terrible crecimiento de ilegalidades que vemos suceder a nuestro alrededor por todo el mundo.

Por otro lado, a los padres, se les exhorta a no ser ásperos ni a desalentar a sus hijos. La Palabra de Dios no se dirige tan solo a una de las partes, y algunas veces los hijos conflictivos son el producto de un tratamiento poco sabio por parte de los padres. Tenemos además una larga sección dedicada a la relación de los amos y esclavos, probablemente porque la esclavitud hiciese parte de la estructura social de aquel tiempo. La epístola complementar a Filemón nos muestra claramente los deberes prácticos de estas dos clases en la comunión cristiana. El esclavo cristiano y el cristiano que tuviese empleados, ambos tenían que recordar que eran siervos de un Maestro celestial, y que deberían plenamente responder a Quien indiscutiblemente se ocupaba con ambos con la debida y apropiada imparcialidad. En términos legales. Cualquier cosa buena que hagáis, sería reconocido por Él por compensación o recompensa, mientras que lo “malo” sería de igual modo considerado por el “Juez justo”, para el cual no había “acepción de personas”. El Antiguo Testamento requería de igual forma una similar imparcialidad: No harás acepción a la persona del pobre, ni honrarás la persona del poderoso (Lev.19:15) en términos legales. Aquí se tratan algunos rasgos de la extremamente importante doctrina de las recompensas o pérdidas por el servicio del creyente, aunque se trata con más plenitud y detalle en otras epístolas tales como 1ª Corintios, Filipenses y 2ª Timoteo.

 

 

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