LA MAYOR NECESIDAD DEL CRISTIANO Por E.W. Bullinger

Por E.W. Bullinger

Trad:  Juan Luis Molina

Hay una cosa que el cristiano precisa más que cualquier otra. Una cosa sobre la cual todo lo demás reposa; y sobre la cual dependen las demás.

Es cierto de la Palabra de Dios, y también de nuestra propia experiencia, que “no sabemos bien lo que pedir”. Pero “el Mismo Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad”  (Romanos 8:26). Él sabe por lo que debemos orar. Él sabe lo que precisamos. Él hace intercesión por nosotros y en nosotros, y en Efesios 1:17, tenemos Su oración contenida en estas palabras: “que el Dios de nuestro Señor Jesucristo os de espíritu de sabiduría y de revelación en:  

El conocimiento de él."

Ésta, entonces, debe ser nuestra gran necesidad: Un verdadero conocimiento de Dios.  

Si el Espíritu Santo ha puesto esta necesidad delante de todas las demás cosas, debe ser más importante que cualquier otra cosa; claro que si, más que todas las demás juntas.

  Esto, es, lo que reside en el fundamento de la Fe Cristiana; en la esencia de la vida Cristiana.
    Es la esencia de toda confianza.

    No podemos confiar en una persona que no conocemos. Al menos es seguro que no lo hagamos así; y por regla general, no lo hacemos así.

    Pero por otro lado, cuando conocemos una persona a fondo, ¡no tenemos excusa para no poder confiar en ella! No se requiere ningún esfuerzo para confiar cuando conocemos perfectamente a una persona. La dificultad se halla entonces, en no confiar.

¿Y por qué, entonces, no confiamos en Dios? ¿No es clara la respuesta a ésta pregunta? ¡Eso se debe a que no le conocemos!

    Así es como vemos que nuestra gran necesidad es este conocimiento de Dios; el primer gran paso de nuestra carrera Cristiana. Nuestra confianza irá siempre en proporción a nuestro conocimiento.

Si nosotros conociésemos, por ejemplo, una billonésima parte de la infinita sabiduría de Dios, deberíamos vernos tan repletos, que no solamente estamos “queriendo” Su voluntad, sino que estaríamos anhelándola ardientemente. Nuestra mayor felicidad sería dejar que Él cumpliese ya lo que nos ha preparado: Qué Él lo haga todo en nosotros. Si lo conociéramos, diríamos así: “Señor, soy tan necio e ignorante; Soy analfabeto y no sé nada, ni puedo hacer nada; solo veo este momento presente; no sé nada de mañana. Pero Tú puedes ver el fin desde el principio. Tú sabiduría es infinita, y tu amor es infinito; por eso Padre amado, nuestro Salvador y Señor pudo decirte hablando de nosotros, siendo como era Tu amado Hijo, “que Tú los has amado, a ellos, como también a mí me has amado” (Juan 17:23). Lleva a cabo, pues, Tu propia voluntad. Este es mi deseo, el deseo de mi corazón. Esto es lo que más añoro, por encima de todas las cosas”.

Esto va más allá que un simple “querer”. Podemos estar dispuestos a alguna cosa, porque no podemos evitarla. Puede incluso ser una baja manera de fatalismo cristiano. Un mahometano puede así resignarse a la voluntad de su dios. Pero de lo que estamos hablando, va mucho más allá del moderno evangelio de santidad; va más adelante del mero “querer”.   

Los que están en esta más baja condición; no “queriendo”, sino “dispuestos a obrar y esforzarse en el querer” no se dan cuenta que esta condición surge y proviene de no conocer a Dios; no conocen cuan infinito es Su amor, cuan enorme es Su sabiduría, cuan bendita y cuan dulce es Su voluntad. Si ellos supiesen alguna de estas cosas, estarían gimiendo y bramando por Su sola voluntad y querer. El único gran anhelo y ardiente deseo de sus corazones sería  por Él: para que hiciese exactamente aquello que Le place bajo Su punto de vista, en nosotros, y por nosotros, y a través nuestro.

Sin conocer éste secreto, los cristianos, en todas partes, se hallan obrando y laborando para “tener voluntad” mirándose a ellos mismos; y procuran esforzándose por algún “acto de fe” definitivo, que haga algo para sí mismos. En vez de meditar acerca de Su sabiduría y Su amor, se dedican a pensar en sí mismos y en su “entrega”.

Pero toda esta labor es en vano. Aun cuando parece que tiene resultados. Son solamente como las flores de papel imitando una planta. Pueden lucir naturales y lindas; pero no tienen sabia, ni vida; ni fruto, ni semilla. Es un artificial y ficticio intento de producir aquello que, si se conociese a Dios, se produciría a su tiempo, por si mismo, sin esfuerzo alguno: Es cierto, el esfuerzo se detendría y sobresaldría el gran poder de un verdadero conocimiento de Dios. 

El problema que tenemos, y ese problema aparece cuando probamos nuestros corazones a fondo, es que, en el fondo, lo que pensamos es que nosotros conocemos muchas cosas. Tal vez no lo confesamos delante del mundo, y difícilmente lo admitimos por nosotros mismos. Pero ahí está el problema; y la dificultad que tenemos esforzándonos por “tener el deseo”, es la prueba de ello.

Si realmente le conocemos a Él, y hemos creído que Él sabe y conoce mejor que nosotros todas las cosas, y lo que es bueno para nuestro provecho, entonces no habría ningún esfuerzo, sino solamente un bendito, irreprensible e irrefrenable deseo por Su voluntad.

Antes de seguir adelante considerando algunos otros efectos prácticos de este conocimiento, debemos notar el hecho de que existen dos palabras en el original para este conocimiento de Dios, dos verbos que significan conocer. Una vez que son usados algunas veces en el mismo versículo, es muy importante que distingamos cuidadosamente qué es lo que el Espíritu Santo resalta con tanto énfasis. Existen, de hecho, seis palabras griegas que se traducen conocer, pero estas dos son las más comunes.

1. La primera, oida, significa conocer sin aprendizaje o esfuerzo; y se refiere a lo que conocemos por intuición – instintivamente, o como algún hecho o historia.

2. La otra es ginosko, que significa adquirir conocimiento; por esfuerzo, o experiencia, o aprendizaje.   

La vida cristiana práctica

La importancia de obtener conocimiento de Dios es nuestra gran necesidad. Este conocimiento no es solamente la base de confiar en Dios; no solamente el fundamento de la fe cristiana; sino de la vida cristiana. La vida práctica cristiana y nuestro andar estarán en directa proporción a nuestro conocimiento de Dios.   

Vea en Colosenses 1: 9,10, donde tenemos el resultado práctico de la oración en Efesios 1:17. En Efesios 1:17 tenemos la oración propiamente. En Colosenses 1:9, 10, tenemos su aplicación para nuestra corrección e instrucción. Valora cuidadosamente las palabras. “Por esta causa, también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir (“desear”) – ¿Deseamos qué? “Que seáis llenos con el conocimiento (ginosco, es decir, conocimiento adquirido)  de su voluntad en todo espíritu de sabiduría. ¿Por qué? ¿Con qué propósito? ¿Con qué finalidad? “Para que podáis andar  como es digno del Señor y agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”.

Así, pues, para andar como es digno del Señor, ¿debo primero conocerlo? Claro que sí. Efectivamente es así. Si voy realmente a agradarle en todas las cosas, debo saber bien qué es lo que le agrada. ¿Es esto todo lo que se necesita? ¿Es todo lo que tengo que hacer? Si. Eso es todo. Entonces, ¿no tengo que ir de aquí para allá; yendo de convención en convención? No, lo que tengo que hacer es sentarme delante de la Palabra de Dios, y llegar a conocerlo a Él  a través de ese reposo. No hay otra vía para llegar a conocerle. Y Él nos dio Su Palabra, y se revela a Si Mismo dentro de ella, con el propósito de que podamos estudiarla y hallar en ella qué es lo que le agrada; qué es lo que ama, qué es lo que detesta; qué es lo que Él está haciendo. Nos la ha dado para conocer Su sabiduría, Su voluntad, Su infinito amor, Su omnipotencia, Su fidelidad, Su santidad, Su justicia, Su verdad, Su bondad y misericordia, Su paciencia, Su gentileza y elegancia, Su cuidado, y todos Sus innumerables atributos de nuestro gran y glorioso Dios.

Observa bien lo absolutamente necesario que es este conocimiento, si queremos agradar a Dios.

No podemos agradar a ninguno de nuestros amigos hasta que sepamos qué es lo que le agrada. Si vamos a ofrecerle un regalo a cualquiera de ellos, de manera natural pensamos, o tratamos de imaginarnos, qué es lo que precisa o le agradaría tener. Si recibimos un convidado, tratamos naturalmente de acordarnos de qué es lo que le agradaría comer o beber, o en qué desearían ocuparse o recrearse. Si no podemos imaginarnos lo que pueda ser, entonces tenemos este tiempo con la visita, y  no sabemos si acertaremos con él o si no acertaremos en nuestros esfuerzos por agradarle. Podemos vernos en graves apuros y esfuerzos, y sin embargo, después de todo, hasta podemos presentarle tal vez aquello que más detesta. Así sucede también con nuestro Dios.

¿A dónde podemos acudir?

¿Cómo vamos a saber cuáles son las cosas que le agradan a nuestro Padre? ¿Cómo vamos a descubrir aquello que aprueba?

Solamente por Su Palabra.
  Aquí, y sólo aquí podemos obtener Su conocimiento. Aquí solamente aprenderemos la plenitud de la oración del Espíritu por nosotros en Efesios 1:17; y la bendita respuesta práctica suya en Colosenses 1:9, 10. 

Ningún hombre trae ni tiene consigo este conocimiento de Dios de manera intuitiva. Ningún ministro puede ni tan siquiera impartirlo, excepto en y a través del ministerio de esa Palabra. Sus propios pensamientos son vanos y sin valor alguno. Solamente al punto que sea capaz de hacernos entender esa Palabra es que podrá ser de alguna ayuda nuestra. Dios se ha revelado a Sí Mismo en Su Palabra escrita, las Escrituras de la verdad. El propio ministro puede estar equivocado, y pasará muy fácilmente a ser un obstáculo en vez de servirnos de ayuda. Dios se ha revelado a Si Mismo en Su Palabra escrita, las Escrituras de verdad; y en la Palabra Viva Su Hijo, Jesucristo. Y es a través de la Palabra Comunicada  revelada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que comenzamos a adquirir Su conocimiento. El conocimiento de Quien es Vida Eterna.

Esta es la única gran razón de por qué la Palabra Escrita se nos haya otorgado. No se nos ofrece simplemente como un libro de información general, o de referencias; sino que se nos da para que conozcamos al Dios invisible.

¿Por qué la leemos? ¿Con qué objeto abrimos sus páginas? ¿Qué es, o qué buscamos, cuando la leemos?

 ¿Leemos una porción que alguien haya seleccionado para que leamos? ¿Leemos esa parte porque le hemos prometido a alguien que así haríamos? ¿O será que la abrimos, y nos sentamos delante de ella con el único objetivo central de encontrar a Dios; de descubrir Sus pensamientos; para obtener y adquirir el conocimiento de Su voluntad?

Todos los que no estén así conectados hacen su propio dios sacándolo de su imaginación y propios pensamientos. ¡Tienen que recurrir a lo que piensan que es su dios!

Son millares los que hacen sus dioses con sus propias manos. Los sacan de la madera, de la piedra, o de pan. Otros cuantos millares lo sacan de su propia mente. Sin embargo, siendo como son ignorantes de la Palabra de Dios, son y se comportan como  ignorantes del Dios que se ha revelado a Sí Mismo allí.

            Debemos adorar a Dios en espíritu

            Veamos el poder de esta verdad, en la forma en que es aplicado a lo que se denomina “Adoración Pública” o “Servicio Divino”. ¡Cuántos aún adoran “al Dios no conocido”, sirviéndose a sí mismos, y hacen lo que es agradable solo ante sus propios ojos, estudiando sólo lo que les gusta! Ignorantes de la gran verdad de Juan 4:24: “Dios es espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (es decir, verdaderamente en espíritu), ellos hablan del tipo de servicio que prefieren, y dicen: “no me gusta esto para nada”, o “esto me gusta mucho”, como si “los lugares de adoración”, así llamados por ellos, fueron abiertos simplemente para que las personas entren y hagan lo que les plazca, despreciando y sin tomar en cuenta las palabras “es necesario”, que abarcan toda la esfera de lo que debe ser adoración.

            La adoración “debe” ser (como dice la versión inglesa), o es “necesario” que sea sólo con el espíritu. No podemos adorar a Dios - Quien es Espíritu - con los ojos, mirando lo que se hace en estos servicios. No podemos adorar a Dios con nuestra nariz, por oler el incienso, ya sea ceremonialmente o utilizado de otra forma. No podemos adorar a Dios con nuestros oídos, escuchando música, por muy bien que pueda ser “presentada”. ¡No! La adoración no puede ser con cualquiera de nuestros sentidos, o por todos ellos juntos. Debe ser espiritual, y no sensorial. Los adoradores deben ser adoradores espirituales, porque “el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:23).

            ¿Cuántos de estos adoradores frecuentan nuestras iglesias y capillas? ¿Cuántos de ellos siguen adorando “al Dios no conocido” (Hechos 17:23)?

            ¿Será posible que, si se conoce al Dios verdadero  -al grande, al Altísimo y Santo Dios, que no habita en templos hechos por manos humanas, al Dios que habita la eternidad,  al Dios que nada de lo que está bajo los cielos se esconde, y que en Sus propios ángeles halló iniquidad (refiriéndose a los ángeles caídos)- será posible, nos preguntamos, que todo aquel que le conoce pueda imaginar, por un momento, que Él esté “buscando” o pueda estar satisfecho, o aceptar o considerar a una congregación que torna la Biblia en “un libro de palabras”, y escuchan, por ejemplo, a una chica cantando un solo, sosteniendo la más alta nota que puede alcanzar, manteniéndola el mayor tiempo que le sea posible!? ¿Será posible que pensemos que esto es lo que el Majestuoso e Infinito Dios está buscando? ¿Será ésta la ocupación del corazón para con Él, que Él dice que nos “es necesario” tener? ¡Ciertamente que no! y cuanto mayor es la ignorancia de Dios, más vanos y más degradados llegarán a ser las cosas que acompañan a lo que se llama “Adoración Pública”.

            Un verdadero conocimiento de Cristo

            Hasta ahora hemos hablado sólo de un conocimiento de Dios: el Padre. Pero es igualmente de gran importancia que adquiramos un verdadero conocimiento de Cristo. Este es el primer objetivo del cristiano, como también su mayor necesidad. Esto se expone con notable claridad y fuerza en Filipenses 3. En el versículo noveno tenemos nuestra posición en Cristo expresada en las palabras:

“Ser hallado en él”.
     Esto se explica cómo no teniendo nuestra propia justicia, sino la que es por la fe de Cristo, “la justicia que es de Dios por la fe”.

            Vestidos de esta justicia, nada de nosotros mismos es visto o considerado por Dios. Es como las piedras del templo, fueron cubiertas primero con madera de cedro, y la madera de cedro fue cubierta con oro. A continuación, se añade, “no se veía la piedra”. Estas palabras no debieran ser necesarias ni siquiera por gramática, o por lógica, pues ¿cómo podía ser vista la piedra si estaba doblemente cubierta? ¡No! las palabras se añadieron amablemente para enfatizar lo que ilustran por comparación, y para recalcar en nuestra mente el bendito hecho de que, cuando somos cubiertos con la justicia de Cristo no hay nada que sea visto de nosotros mismos en nuestra posición delante de Dios. Estamos efectivamente “en los lugares celestiales en Cristo”, y somos hermosos en toda Su hermosura, perfectos en toda Su perfección, aceptados en todo Su mérito, tan justos como Él es justo, sí, es cierto, tan santos como Él es santo, y tan amados como Él es amado. Todo esto está incluido en estas palabras: “ser hallado en él”.

            Y estando así “hallados en Él” en nuestra posición, tenemos en los versículos 20, 21 nuestra esperanza; la cual, es llegar a ser:
Como Él es

            En la gloria de su resurrección y ascensión en Su venida. De ahí que “esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”.

            Esta es nuestra “bendita esperanza”. Nos hemos referido a ella aquí, aunque no en el orden en que aparece en este capítulo, con el fin de mostrar qué es lo que se encuentra entre el principio y el fin de nuestra carrera cristiana. ¿Qué es lo que va a ocupar el lugar entre estos dos? ¿Qué es lo que debe ocupar nuestros corazones desde el momento en que estamos en Cristo, quien es nuestra vida, hasta el momento en que seamos hechos iguales a Cristo, quien será nuestra gloria? ¿Cuál es el único objetivo que tiene que llenar para siempre nuestros corazones y ocupar nuestras mentes?

 “Que podamos llegar a conocerle a Él”.

            Este es a partir de ahora el gran objetivo del cristiano. Nada más que este fin: el de llegar a conocer a Cristo (porque esta es la palabra que se usa aquí, en Filipenses 3:10). Así como el versículo 9 contiene la explicación de las palabras “ser hallado en él”, así también éste versículo (10) contiene la explicación de cómo y por qué tenemos que llegar a conocer a Cristo. De manera que nosotros no le conocemos mas según la carne; sino que llegamos a conocerlo como el resucitado; como la Cabeza de la Nueva Creación en la resurrección (2 Corintios 5:16,17).

            Porque así es cómo este conocimiento se explica: "a fin de conocerle, y el poder de su resurrección". No estamos hablando de conocer meramente el hecho histórico de su resurrección, sino el “poder” de la misma: es decir, lo que este tremendo poder ha hecho por nosotros. Pero, ¿cómo podemos llegar a conocer este "poder"? ¡Ah! sólo a través de experimentar en “la participación de sus padecimientos”: al aprender que cuando Él, la Cabeza del Cuerpo, sufrió, todos los miembros de ese Cuerpo sufrieron en una misteriosa y bendita “participación con Él”. Así llegaremos a conocer cómo hemos “llegando a ser semejantes a él en su muerte”. Sólo cuando hayamos aprendido lo que sufrimos cuando Él sufrió, y que morimos cuando Él murió, podemos empezar a aprender cómo hemos sido también resucitados con Cristo, y “llegaremos a conocer el poder de su resurrección”.

            ¡Cuán pocos de nosotros sabemos lo que este “poder” es, y cómo nos separa de la vieja creación, y nos asienta en la nueva creación, donde "todas las cosas son hechas nuevas por Dios" (2 Corintios 5:17). Este es, pues, nuestro objetivo, llegar a conocer todo lo que Cristo ha hecho para nosotros en el poder de su resurrección.

            Qué sorprendentes debieron ser estas palabras mientras llegaban a los oídos de los griegos (ya que ésta fue la primera ciudad que Pablo pisó en Europa). Ellos habían sido educados en el gran lema del legislador Solón, el más sabio de los siete sabios de Grecia. Su lema fue puesto según ellos para encarnar  la esencia de toda sabiduría, y éste consistía de sólo dos palabras, que fueron talladas en la entrada a las escuelas y colegios de Grecia:

“Conócete a ti mismo”.

            Sin embargo, qué necias son estas palabras. Porque ¿cómo puede uno saber cualquier cosa de sí mismo, considerándose a sí mismo? Si el individuo mira a los demás, entonces él puede ver lo diferente que es de ellos, y cuán mejor o peor puede ser que ellos.
            Pero es sólo cuando nos comparamos a nosotros mismos con Cristo, quien es la sabiduría y la gloria de Dios, que aprendemos lo que realmente somos, y cuán lejos nos encontrábamos de esa gloria (Romanos 3:23). Es sólo cuando nos pesamos en "la Balanza del Santuario," o por el lado de la plomada de la perfección, que podemos ver, y llegar a conocer, nuestra condición absolutamente perdida y arruinada. Por tanto, este nuevo lema tronó desde los cielos en los los oídos de aquellos que buscaban conocerse a sí mismos.
“A fin de conocerle”.
            Sí, este es nuestro único objetivo. Esto es lo que tendrá el gran poder transformador sobre nuestras vidas. Cada momento empleado en la búsqueda de conocernos a nosotros mismos es un momento perdido, y no sólo perdido, sino que servirá para distraernos y alejarnos de la única cosa que por sí sola puede hacernos lograr nuestro objetivo y nos enseña quienes somos nosotros mismos. Tratar de conocernos a nosotros mismos, no sólo es un fracaso en el intento, sino que dejamos de conocer a Cristo, el único que puede enseñarnos a conocernos a nosotros mismos.

            Y sin embargo, ¿cuántos pasan sus vidas en ésta búsqueda inútil? Van de un lado a otro para oír a este hombre o aquel otro. Y, son constantemente dirigidos a esta ocupación en sí mismos, en la entrega o compromiso a sí mismos, y a examinarse a sí mismos, esto sólo les lleva a tener problemas, o bien, a una alegría que dura sólo mientras el entusiasmo y los sentimientos se mantienen.

            ¡Oh pero qué cosa tan buena es estar ocupado con Cristo!; tenerlo a Él como nuestro objetivo, y el poder de Su resurrección en nuestras vidas. Esto es lo que tendremos, e irá siempre en forma creciente mientras más llegamos a conocer a Cristo.

            Una vez más, ¿qué fue lo que llevó al mundo pagano a toda su oscuridad, corrupción y pecado? Sólo esto: “A ellos no les pareció retener el conocimiento de Dios. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de hombre corruptible" (Romanos 1:22,28).

            Es igual con las personas hoy en día que, ignorantes de Dios como Él se ha revelado a Sí Mismo en Su Palabra, hacen su dios, algunos de ellos con sus propias manos, o en su propia cabeza, vanamente imaginando que Él es lo que ellos creen que Él es, y adorando, como los paganos, “al Dios  no conocido”, alguien como ellos mismos.

            ¿Qué fue lo que llevó a Israel por el mal camino y trajo sobre ellos toda clase de penas y sufrimientos? Isaías comienza con el dictamen Divino, que reúne en la forma más breve la gran causa en la que reside la raíz de todo:

            “El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, Mi Pueblo no tiene conocimiento.”

            Veamos cómo el Señor Jesús confirma esto en Lucas 19:42-44, mientras Él se lamentaba por Jerusalén. Todo se resume en las palabras de apertura y cierre:

¡Oh, si también tú (Israel) conocieses,
a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!

            Y luego, dirigiéndose a la razón para tal juicio, Él añade: “Por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.”

            ¿Y cuál será el fin glorioso de Israel en el día de su restauración? ¡Ah! entonces sucederá que: “Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano diciendo: Conoce a Jehová: porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová” (Jeremías 31:34).

            Y ¿cuál será la gloria de la Creación, y la paz y el gozo de toda la tierra? Esto lo resume todo:

“La tierra será llena del conocimiento de Jehová,
Como las aguas cubren el mar "(Isaías 11:9).

            ¿Y cuál es el secreto que nos hace capaces para gloriarnos sólo en el Señor, y disfrutar de sus bendiciones en este día de nuestra visitación? Se da en Jeremías 9:23,24:

Así dijo Jehová: No se alabe (o se gloríe) el sabio en su sabiduría,
ni en su valentía se alabe (gloríe) el valiente,
ni el rico se alabe (gloríe) en sus riquezas.
Mas alábese (gloríese)
en esto el que se hubiere de alabar (gloriar):
en entenderme y conocerme.

            Así se nos vuelve a recordar, y se nos trae de vuelta al único gran deber, que debería por tanto, absorber nuestros corazones y mentes, y llenar nuestros días y años: esto es, ser constantes en nuestro estudio de la Palabra de Dios, la cual se nos ha dado por un único, gran, expreso, poderoso y superior propósito: la revelación de Sí Mismo, con el fin de que podamos:

Llegar a conocerlo.

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