LAS DOS NATURALEZAS EN EL HIJO DE DIOS Por E.W. Bullinger
Capítulos 4,5 y 6
Trad; Juan Luis Molina
CAPÍTULO 4
EL CARÁCTER Y EL FIN DE LA NUEVA NATURALEZA
Ahora estamos en una posición que nos permite considerar lo que se nos enseña en cuanto a la nueva naturaleza en sí misma. Hemos visto sus varios títulos y características; y ahora deseamos aprender lo que dice acerca de su carácter y fin.
1. NO PUEDE SER MODIFICADA.
En este respecto es igual que la vieja naturaleza: Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”, y permanece siendo espíritu (Juan 3:6). Ningún poder conocido podrá jamás cambiarla o modificar en carne; o alterar sus características. Es divino en su origen, y perfecto en su naturaleza (1ª Juan 3:9; 5:18). Su origen es el Espíritu de Dios (6:63). Su instrumento es la Palabra de Dios (1ª Pedro 1:22, 23; Juan 6:63). No se altera o afecta por ningún tipo de fragilidad, enfermedad, o pecado de la carne. A través suyo somos hechos hijos de Dios; y es el emblema nuestro de que Dios es nuestro Padre. El don de la nueva naturaleza, o espíritu, es denominado nuestro “sello”, que se hace nuestro por convicción o creencia (13) (Efesios 1:13). Una vez que verdaderamente aprendemos y creemos este hecho bendito pasa a ser muy difícil, si no imposible, que oremos así: “no quites de nosotros Tu Santo Espíritu.” (14) ¡No! Dios no puede quitarnos a Sus hijos ese nuevo espíritu que ha puesto dentro de nosotros: porque “tanto los dones como el llamamiento de Dios son irrevocables” (Romanos 11:29). Si Israel, aunque cortado (no echado fuera) durante un cierto tiempo, “son amados por causa de los padres” (Romanos 11:28), los hijos de Dios son amados por causa de Sí Mismo. Porque, como está escrito en Romanos 8:30: “A los que Dios predestinó (para ser conforme a la imagen de Su Hijo, 5:29) a estos también llamó: y a los que llamó Dios, también los justificó: y a los que justificó, también Dios los glorificó”. La Gracia nos asegura la gloria: porque “el Señor da gracia y paz” (Salmos 84:11). Si el Señor da la gracia estamos ciertos que también nos dará la gloria. Debe ser así. Dios no nos ha hecho “perfectos en Cristo Jesús” (Colosenses 1:28) para después juzgarnos “imperfectos”. No hizo que Cristo fuese nuestra justificación y santificación (1ª Corintios 1:30) y después se volvió atrás y deshizo Su propia obra.
Si es que estamos “completos” en Cristo (Colosenses 2:10), no podemos llegar a estar incompletos. Dios no reniega o se olvida de la obra de Sus propias manos (Salmos 138:8). Este misterio, o secreto fue “ordenado por Dios delante del mundo”: y de él se declara haber sido “predestinado antes de los siglos para nuestra gloria” (1ª Corintios 2:7). Podemos estar plenamente seguros por tanto que Su propósito no puede y no pretende acabar en fracaso; y que acabará en “nuestra gloria”. La nueva naturaleza, dada por la pura gracia de Dios, acabará necesariamente en la gloria eterna de Dios. Proviene de Dios, y debe volver a Dios. Esta nueva naturaleza no puede perderse – ¡No!, ni aun por el pecado: porque incluso esta contingencia está prevista en 1ª Juan 2:1, 2. “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo, y él es (y permanece siendo) la propiciación por nuestros pecados”. Es en esta conexión, con el pecado, que se nos recuerda que Dios aun sigue siendo nuestro “Padre”; y que aun seguimos siendo Sus hijos: que nuestra comunión no se quiebra por eso. ¿Y si alguien peca? ¿Qué es lo que ocurre? En ese caso no se nos dice lo que somos, sino lo que Cristo es. No se nos recuerda lo que hayamos hecho, sino lo que él hizo. No se nos dirige hacia nosotros mismos y nuestra confesión, sino que se nos dirige a Cristo y su posición. Nuestros pensamientos no se ocupan con nuestra humillación, sino con la “propiciación” de Cristo: y así sucede siempre delante del Padre; porque allí es donde está Cristo, y allí estamos también nosotros en Cristo. Nuestra confesión la realizamos de una vez por todas cuando, por gracia, tomamos el lugar del pecador perdido (1ª Juan 1:9); y cuando nos depositamos en las manos de Cristo por la fe, como siendo la ofrenda del pecado, él se apropió de nosotros los pecadores perdidos. Y entonces fuimos “sellados” (en esta creencia); y nuestra condición y posición delante de Dios fue asegurada y confirmada por el don de la nueva naturaleza. Tan asegurada se halla nuestra posición en Cristo que dos Abogados, o Consoladores, se nos han adjudicado. La palabra es Parakletos y significa, uno llamado a estar de nuestro lado para socorro, confort, abogacía, o para cualquier cosa que vengamos a precisar. Aparece solamente en los escritos de Juan, y se traduce “Consolador” en su Evangelio, y “Abogado” en su Epístola.
Pero el hecho es que Cristo nos dice en el Evangelio que tenemos un Abogado (el Espíritu Santo) con nosotros, para que no pequéis: y el Espíritu Santo nos dice en la Epístola que tenemos otro Abogado (Jesucristo el justo) con el Padre, si hemos pecado. Así que todo está claro de antemano, previsto y cubierto o provisto; y nada puede echar fuera este maravilloso don de Dios. Dios nunca reclamará de vuelta Su don, ni quitará ese espíritu, o nueva naturaleza, que ha implantado en nosotros, Sus hijos, cuando fuimos sellados como Sus hijos.
2. La nueva naturaleza es “VIDA Y PAZ” (Romanos 8:6). El cuerpo muere (es decir, reconocido como muerto) por causa del pecado, pero el espíritu (o nueva naturaleza) vive a causa de la justicia. El don de la nueva naturaleza para los que han muerto en Cristo, son por tanto justificados en Su justicia, es “vida eterna”. Esta es precisamente la razón de por qué Jesucristo dijo, “Y no perecerán jamás, ni nadie los arrebatará de mi mano” (Juan 10:28). Esto se dice debido a que habían recibido el don de vida eterna. Así como el fin de la vieja naturaleza es “muerte”, de igual forma el fin de la nueva naturaleza es “vida”, -- “vida eterna” que no tiene fin. Por eso está escrito que, “aquel que siembra para su carne (la vieja naturaleza) de la carne segará corrupción: pero aquel que siembra para el espíritu (o nueva naturaleza) del pneuma segará vida eterna” (Gálatas 6:8). Esto envuelve una tercera verdad, y hecho, en cuanto al fin de la nueva naturaleza, que será la más grande y el más bendito resultado de poseer este precioso don, esto es:
3. El resultado y final de la nueva naturaleza será en RAPTO o RESURRECCIÓN (Romanos 8:11). Porque, “Si el pneuma (es decir, el don del espíritu, o nueva naturaleza) de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por el pneuma (o espíritu: esto es, la nueva naturaleza) que habita en vosotros”.
Observe que, dos veces en este mismo versículo, se menciona la resurrección del Señor: primeramente, el hecho de su propia resurrección, como “Jesús” (el humilde, el humillado en la muerte); después, la doctrina de que fue levantado o ascendido en, o como “Cristo” el glorificado, la Cabeza del Cuerpo (1ª Corintios 12:12); Así también es necesario que se dé la resurrección de todos los miembros de este Cuerpo. Se debe precisamente a que estos miembros posean “espíritu Divino” o pneuma-Christou (Romanos 8:9): que son reconocidos como habiendo sido ascendidos, cuando él, la Cabeza del cuerpo, ascendió. Eso es lo que significa conocer “el poder de su resurrección” (Filipenses 3:10). Y eso es algo muy diferente de lo que se enseña por tradición en el día de hoy. La posesión de esta nueva naturaleza, si tan solamente entendemos su contenido, es la certeza y segura garantía de que seremos realmente hechos de nuevo; y que este cuerpo mortal de nuestra humillación será transformado igual que el glorioso cuerpo del Cristo ascendido (Filipenses 3:21). No es de extrañar que aquellos quienes no entiendan la doctrina de las dos naturalezas, tampoco comprendan nada de la doctrina de la resurrección. No es de admirarse que sean engañados por falsas esperanzas, tanto de esta vida como de la venidera. En esta vida están poseídos por la falsa esperanza de mejorar aquello que no se puede mejorar, y en cuanto a la otra vida, posen la falsa esperanza de una gloria a parte de la resurrección, lo cual no podrá jamás realizarse. La una es una obra en vano; y la otra es una esperanza sin fundamento. Las dos juntas, hacen vana las seguras y ciertas palabras de la Escritura: porque, será cuando estemos “revestidos de aquella nuestra habitación (o cuerpo espiritual) celestial, que la mortalidad será absorbida por la vida” (2ª Corintios 5:2-4). Y, siendo en resurrección, no será hasta entonces, y por tanto, tampoco a la hora de la muerte, que “este (cuerpo) corruptible se vista de incorrupción, y este (cuerpo) mortal se vista de inmortalidad” (1ª Corintios 15:54).
Los tradicionalistas subvierten esta preciosa verdad; y nos aseguran que todo esto tiene lugar a la hora de la muerte. Así le privan a la doctrina concerniente a la nueva naturaleza de su gloriosa corona, que es la bendita esperanza de que Aquel Mismo que levantó a Cristo de los muertos, también levantará nuestros cuerpos mortales por el mismo espíritu que habita en nosotros (Romanos 8:11). Es así que la bendita esperanza tanto del rapto como de la resurrección se hace nula por decir prácticamente “que la resurrección ya se efectuó” en los que durmieron (2ª Timoteo 2:18). En vez del lenguaje Escritural ser suficiente para los propósitos de los modernos maestros, estos lo que hacen es recurrir al lenguaje de los paganos y espiritistas. Adoptan su terminología en vez de las seguras y ciertas palabras de Dios.
Así la palabra del hombre “pasar” (como pasar a una vida superior), se pone y se sustituye, por la palabra de la Escritura “duermen”. “No muerte” se pone en vez de la palabra de Dios “muerte”. Y una presente “transición” se pone en vez de una futura “traslación”.
“No hay muerte,
lo que si hay es transición.”
Estas falsas expresiones son provenientes del espiritismo, y las citaciones también las hacen los poetas unitarios platónicos; y ambas están en clara contradicción al lenguaje de la Palabra de Dios. Es lo que se denomina en la Escritura “adulterar la Palabra de Dios” (2ª Corintios 4:2). El texto que se usa es “él fue traspuesto, porque lo traspuso Dios” (Hebreos 11:5); y esto (en Génesis 5:24) se expone en otras palabras “y desapareció, porque le llevó Dios”. Pero estas palabras se emplean en la Escritura hablando de Enoc. Enoc fue tomado y trasladado (temporalmente)” eso es en realidad lo que dice Hebreos 11:5, porque hablando también de Enoc junto con la “nube de testigos” en Hebreos 11: 13 dice “conforme a la fe murieron todos estos”; y esta forma de decirlo en Génesis 5:24 lo confirma. Sin embargo estas palabras se usan hoy en día hablando de alguien que ha muerto. ¿Qué es esto sino negar del todo la resurrección; y decir prácticamente que (para los fallecidos al fin y al cabo) “la resurrección ya se ha producido? (2ª Timoteo 2:18). ¿Qué es esto sino las enseñanzas de aquellos cuyas palabras carcomen como gangrena…que se recrean pervirtiendo la verdad en error…y pervierten la fe”, no de algunos, sino de muchos?
Un eminente fisiólogo americano hizo una vez una declaración acerca del “artículo de la muerte” – una breve crítica suya en un semanario religioso acaba así:
“Un alma despierta para sí misma debe encontrar en la muerte o bien el momento de reencuentro con un juez, o el momento de correr hacia un Salvador. Eso puede que sea una vieja fábula, pero es una doctrina verdadera”. Si, es cierto, es “viejo”: tan viejo como Génesis 3:4; pero no es “verdadero”. Puede que sea una “doctrina”, y tal vez sea “teológica”, pero no es “Escritural”. La Escritura nos asegura (de una de estas dos clases cualquiera que sea) que “nosotros los que estemos vivos y permanezcamos (en el momento de la venida del Señor)", no precederemos a los “que durmieron” (1ª Tesalonicenses 4:15). Sin embargo, de acuerdo a la “doctrina vieja” anterior, nosotros precederemos a los que durmieron; porque así, sin resurrección, y sin rapto, “saldremos corriendo hacia el Señor”. Pero de acuerdo a esta enseñanza será por muerte, y no por estar vivo y permanecer hasta la venida del Señor. De acuerdo a la “doctrina” anterior, 1ª Tesalonicenses 4:15 debería haberse escrito:
"Nosotros que estamos vivos y permanecemos…seguiremos a los que ya nos han precedido”.
Sin embargo, así no está escrito. Y para aquellos quienes se contenten con las palabras de Dios continuarán aferrándose a “la bendita esperanza” y a “esperar de los cielos a Su Hijo” (1ª Tesalonicenses 1:10). Nosotros no cambiaremos esta “bendita esperanza” que Dios nos ha dado en Su Palabra, por esta esperanza falsa y sin fundamento; que fue concebida por el gran enemigo de la verdad; nacida en Babilonia; nutrida por la tradición; y sustentada por los religiosos de todas clases. Una falsa esperanza que es común a los idólatras paganos, a los espiritistas y a todo gran falso sistema de religión: pero que es desconocida para la cierta y segura Palabra de Dios. Bien dijo el Señor hablando de esta misma doctrina de Resurrección: “Erráis, ignorando las Escrituras, y el poder de Dios” (Mateo 22:29).
Esta es la conclusión, en 2ª Corintios 5:1-9 (que comienza con la palabra “porque”), de la declaración que se inicia en 2ª Corintios 4:14 con las palabras “sabiendo que Aquel que levantó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros”.
Este es el glorioso fin de la nueva naturaleza. Así como la vieja naturaleza acaba en muerte y corrupción, de igual forma la nueva naturaleza acabará en rapto o resurrección. Porque “la paga del pegado es muerte, pero el don de Dios es vida eterna, por Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 6:23). El primero es el juicio de Dios; el otro es la gracia de Dios. El uno es el “pago”; el otro el don de la “gracia”. Este don lo poseen, y lo disfrutarán, solamente aquellos a quienes les sea “ofrecido”. El Señor Jesús en Su última oración declaró que el Padre le había dado poder “para darles vida eterna a todos los que me diste” (Juan 17:2, 6, 9, 11, 24): porque está escrito: “Y este es el testimonio: que Dios nos dio vida eterna; y esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida (1ª Juan 5:11, 12). Estas palabras establecen una verdad Divina universal; y son verdad no solamente para la Iglesia, sino para todos aquellos a quienes este “don” les ha sido “dado”. Especialmente verdad, por tanto, para aquellos que están “en Cristo”, hijos de Dios, herederos de Dios y coherederos con Cristo.
CAPITULO 5
EL CONFLICTO ENTRE LAS DOS NATURALEZAS
Habiendo aprendido tantas cosas ya, separadamente, acerca de las características de las dos naturalezas, de Romanos 6:8 hemos de aprender ahora la experiencia y la doctrina sobre ellas, una vez que las dos existen juntas en la personalidad de cada uno. Esta doctrina se enseña claramente en Romanos 7. Todos y cada uno de los hijos de Dios tiene la experiencia, pero no todos Sus hijos conoce la doctrina. Esto no significa otra cosa sino perturbación, confusión, duda y ansiedad. Ningún descanso puede conocerse, ninguna paz se puede disfrutar a menos que aprendamos por nosotros mismos de la Palabra de Dios, cuál es Su propia explicación concerniente al conflicto entre las dos naturalezas. La experiencia de ese conflicto es confusión y desasosiego; y nada sino el conocimiento de la verdadera doctrina que le concierne puede removerlo; y, no solo lo remueve, sino que al mismo tiempo nos brinda la más grande garantía que podamos tener sobre la tierra de que somos hijos de Dios. La experiencia de este conflicto es la única cosa en la cual el verdadero hijo de Dios se diferencia del mero profesor religioso. Este último no sabe nada de ella; o del permanente sentido de corrupción interior que esta experiencia siempre crea. El hecho mismo, por tanto, de esta experiencia del conflicto, es la mejor, y de hecho, la única real garantía que tenemos de que somos “nacidos de Dios” (1 Juan 3:9); de que somos “Sus colaboradores” (Efesios 2:10); y de que Quien comenzó en nosotros la buena obra que Él lleva a cabo, la completará, y perfeccionará en nosotros (Filipenses 1:6). El correcto entendimiento de la doctrina concerniente a esta experiencia solo puede traernos paz y consuelo; y sin esa comprensión todo se vuelve un obstáculo, desasosiego, y confusión.
Es en esto que se forma el tema de Romanos 7; Veamos cómo se establece en la estructura genera de la Epístola. Forma parte de un largo miembro que comienza en el cap. 5:12, y se extiende hasta el final del capítulo 8 (8:39). El tema principal es el pecado (o, la vieja naturaleza pecadora).
LA ESTRUCTURA DE ROMANOS 5:12—8:39.
A | 5:12-21. Condenación a muerte de muchos, a través de
| la desobediencia de uno: pero justicia y vida
| a través de la obediencia de uno: Jesucristo.
B | 6: l-7:6. Y no estamos en pecado, habiendo muerto en Cristo.
B | 7:7-25. El pecado en nosotros, aun habiendo sido levantados con Cristo
A | 8:1--39. Condenación del pecado en la carne:
| pero ya no hay condenación en aquellos que tienen vida y
| justicia en Cristo Jesús.
Por la estructura de este pasaje vemos que el conflicto surge a través del pecado (esto es, la vieja naturaleza pecadora) que está en nosotros, aunque estemos levantados con Cristo. Este es el tema del capítulo 7, desde el séptimo versículo: (no de todo el capítulo). Los primeros seis versículos del capítulo 7, pertenecen al capítulo 6; y el objetivo en el miembro B (cap.6:1—7:6), es mostrarnos que ya no estamos en, o ya no nos reconocemos como estando debajo de, la condenación del pecado, una vez que morimos en Cristo.
El objetivo del cap. 7:1—6 es mostrarnos cómo el señorío de la ley solo puede ser ejercido durante la vida (5:1). La muerte nos libra de ese reclamo contra nosotros (5:2). Eso se ilustra con el caso de una mujer casada que legalmente puede volver a casarse si el marido muere (5:3). La conclusión es que nosotros que hemos muerto con Cristo (5:4), estamos por tanto libres de la ley y podemos unirnos a Cristo en una nueva esfera, o plano, del todo diferente – en la vida de resurrección (5:4); y, habiendo muerto con Cristo, somos totalmente hechos libres de la autoridad, y poder, y reclamos de la ley.
Este último parágrafo tal vez pueda exponerse en la siguiente estructura:
ROMANOS 7:1-6
C | 7:1. El Señorío de la Ley durante la vida.
D a | 2. La muerte liberta a la esposa de sus clamores.
b | 3. Resultado – Se une con otro marido.
D a | 4. Nuestra muerte en Cristo nos liberta de sus reclamos.
b | 4. Resultado - Unión con Cristo.
C | 5,6. Liberación del Señorío de la ley por muerte.
El camino está ahora claro para aprender que, aunque ya no estamos más en nuestros pecados, el pecado sin embargo está en nosotros; y, que desde el momento que la nueva naturaleza se implanta dentro de nosotros, se revela la presencia de la vieja naturaleza; y comienza el conflicto entre ambas. “Estas dos naturalezas son opuestas entre sí, para que no hagamos lo que queramos” (Gálatas 5:17). Las dos naturalezas por tanto viven así lado a lado en una misma personalidad. Como el injerto de un nuevo tipo de rosa en un ramo, o de una manzana en un manzano, es solamente un árbol; pero todo lo que aparece y proviene del injerto es un nuevo tipo de fruto, mientras que todo lo que proviene del viejo ramo, que no es del injerto, es de la vieja naturaleza del viejo árbol, y debe ser cuidadosa y continuamente cortado con las tijeras de podar. Solamente “la Palabra de Dios” puede hacer eso, nada más lo consigue. “Es poderosa para partir (o dividir, separar) el alma (es decir, lo que proviene del alma natural, la vieja naturaleza), y el espíritu (esto es, la nueva naturaleza); y discierne (o juzga, y condena) los pensamientos y las intenciones del corazón (esto es, de la vieja naturaleza) (Hebreos 4:12).
Es del corazón (o vieja naturaleza) que provienen los malos pensamientos (Mateo 15:18-20). La Palabra de Dios es “capaz de juzgar” esos “pensamientos e intenciones” y nos capacita también a nosotros para juzgarlos y condenarlos; ¡si! y nos capacita para discernir lo que provenga de la vieja, y lo que proviene y pertenece a la nueva naturaleza.
Así como las dos naturalezas se hallan en una misma persona, así también aquel “YO” en Romanos 7, se relaciona unas veces con una y otras con la otra. Por eso leemos (7:18) “Y yo sé (con toda seguridad por la Palabra de Dios) que en mí, estos es, en mi carne (mi vieja naturaleza) no mora el bien. Porque el querer (hacer) el bien está en mí, pero no (en la voluntad) el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) Porque según el hombre interior (la nueva naturaleza) me deleito en la ley de Dios. (23) Pero veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente (o nueva naturaleza), y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Aquí tenemos la misma explicita declaración: que la nueva naturaleza (denominada el “hombre interior” y la “mente”) se deleita en la ley de Dios; y mientras tenemos, al mismo tiempo, la vieja naturaleza (denominada la “carne”) que se deleita en obedecer su propia ley, y lleva a cabo una constante batalla contra la nueva naturaleza. El resultado de su incesante lucha es el estado miserable que lleva al propio ego a clamar desesperado en el versículo a seguir: “¡Miserable de mí!” que literalmente se traduce así “¡Oh que miserable hombre soy! ¿Quién me librará de este cuerpo de (o reservado para) muerte? (25) Gracias doy a Dios (que me libró) por Jesucristo Señor nuestro.” ¡Sí! Él es Quien liberta a todo aquel que tenga este conflicto, en la única manera posible: o bien por Muerte, Rapto, o Resurrección. Solamente en el Rapto o Resurrección va a ser la muerte “sorbida en victoria”. Entonces ya no lamentaremos diciendo, “¡Miserable de mí!”. Sino que irónicamente diremos “¡OH muerte, ¿dónde está ahora tu aguijón?! ¡Oh sepulcro, ¿dónde está ahora tu victoria!” Ese será el final de esta batalla. Bien podemos clamar diciendo “Gracias le doy a Dios, que me libró a través de Jesucristo”. Este es ahora nuestro paciente grito de victoria y de fe. Pero el tiempo se acerca y ya está a la mano cuando lo que gritemos sea, “Gracias sean dadas a Dios, que nos otorgó la victoria a través de nuestro Señor Jesucristo (1ª Corintios 15:54-57).
En vista de esta bendita esperanza, bien puede esta revelación terminar con la exhortación: “Así que, hermanos míos, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre.” No os dejéis mover por los varios episodios y experiencias del conflicto. Regocijaros en la presente garantía de la gracia en cuanto a nuestra perfección en Cristo Jesús; Regocijaros en la promesa de la futura victoria, cuando seamos transformados y hechos iguales a su glorioso cuerpo en gloria. Así seremos libres para conectarnos a la obra del Señor, ¡sí! “abundando” en ella. No intentando más con esfuerzos exterminar la enemistad, ni obtener alguna temporal victoria con la cual nos sobrepongamos a ella; sino mirando hacia delante a la gran victoria final que Él ha prometido “otorgarnos”.
Una cierta clase de enseñanza de una santidad moderna en esta esfera de verdad le roba toda su belleza y poder. Esta enseñanza se da cuenta y asume el hecho del conflicto en nuestro interior, pero nos embarca en la vana esperanza de mejorar o erradicar la vieja naturaleza. Siendo así, en el mejor de los casos, lo único que hace es que nos ocupemos en nosotros mismos, y mantenernos siendo ignorantes de lo que la Palabra de Dios nos asegura enfáticamente de que la vieja naturaleza, o la carne, nunca podrá ser cambiada en espíritu; y suponiéndose que pudiera, ¿Dónde va o termina? ¿Qué es lo que pasa a ser? Es solo “carne”; y nada puede acabar con la carga o el peso de la “carne” sino la muerte y resurrección, o rapto. No importa la cantidad de entrega o esfuerzo, o creencia que pongamos, porque nada puede tomar las riendas de “la carne”. Es nacida de la carne, y es carne. Es demasiado pesada. ¿Cómo podría ser erradicada? ¿Y erradicada de qué? Son este tipo de confusiones en las que nos metemos, en el momento que comenzamos a usar términos que no son de la Escritura, sino extraños a la Escritura; sin embargo, en se caso, el término “erradicación” no sería solamente extraño a la Escritura, sino contrario a la Escritura. La palabra de la Escritura es “liberación” y “victoria”, y eso, no victoria sobre los “pecados” como tal, sino sobre “el “pecado” en sí mismo, sobre su cuerpo reservado para muerte. Esta “liberación” solamente será experimentada en el rapto o resurrección. Somos liberados de nuestros “pecados” aquí, y ahora. Nuestra salvación a través de, y en, Cristo nos garantiza eso mismo. Es por eso que Él se entregó (Romanos 4:25). Así lo ha remitido Dios (Romanos 3:25). Eso es todo lo que ha sido perdonado y cubierto (Romanos 4:7; Colosenses. 2:13). Ya no estamos en nuestros traspasos y pecados. Es cierto que en un tiempo estuvimos así, como está escrito en Efesios 2:1--3 – Y Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que opera en los hijos de desobediencia (o incredulidad); entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos hijos de ira, lo mismo que los demás”: “porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia (o incredulidad) (Efesios 5:6). “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:13). Ahora ya no es una cuestión de “pecados”, sino de “pecado”.
NO ESTAMOS EN NUESTROS PECADOS; PERO EL “PECADO” ESTÁ EN NOSOTROS.
Este es el gran tema de Romanos 7; nosotros sentimos sus inclinaciones y tendencias y como nos conduce o arrastra al “pecado”; ¡sí! La vieja naturaleza se muestra y se manifiesta en toda su maldad debido a la presencia de la nueva. La nueva naturaleza parece perturbar la vieja, y hacerle oposición de forma muy amarga. Es como si el antiguo señorío se resintiese de la llegada del nuevo señorío. Hasta que el nuevo señorío derrame su bendita luz en el interior, no nos damos cuenta o vemos lo profundo que es el poder del viejo. Hay muchos que se quedan atónitos descubriendo en ellos mismos tendencias y deseos que nunca antes habían experimentado ni sabido que tuvieran. Simplemente cargaban consigo estos deseos “en otro tiempo”, estando “muertos” a todos los sentimientos de su verdadera naturaleza, y terrible carácter. Pero ahora, hay una nueva voluntad dirigiendo los miembros. Los miembros se hallaban bajo el entero dominio de la vieja voluntad: pero han sido absueltos de su sumisión y de obedecerla. La vieja voluntad ya no tiene dominio sobre ellos (Romanos 6:14). La vieja voluntad se halla en nosotros, y todo lo que puede hacer es influenciar nuestros miembros; sin embargo, ya no es ella la que tiene el control.
El conflicto entre las dos naturalezas se puede comparar a un barco, en el cual ha sido puesto a bordo por su dueño un nuevo Capitán. El viejo capitán llevaba al mando del barco mucho tiempo, y el odio hacia su patrón llegó a ser tan grande, que trataba al barco como si fuese suyo; y mantenía a toda la tripulación en total esclavitud. La tripulación siempre le había estado sometida, sin haber conocido alguna autoridad diferente; ni entendía nunca lo que sería servir en verdadera libertad. Algo acerca de esa libertad habían escuchado de tiempos a tiempos. Habían visto otros barcos pasando a su lado y observado que la manera de servir de los miembros era muy diferente de la suya. Sin embargo, ahora que el nuevo Capitán se halla al mando, han comenzado a notar la diferencia. El nuevo Capitán, de ahí para adelante, posee el control del timón, el destino del barco y su carga. El barco es el mismo, la tripulación es la misma. Aun el viejo capitán se halla también a bordo todavía. El libro de instrucciones que trajo consigo el nuevo capitán dice que el viejo ha sido juzgado y condenado: pero la sentencia solo se llevará a cabo por las autoridades competentes, cuando el barco atraque en el puerto. No pueden ajusticiarlo en el barco ni echarle por la borda. Sin embargo, ya no es él quién “gobierna el timón ni conduce el barco”. De tiempo en tiempo intenta imponer su vieja influencia y retomar sus funciones, pero es en vano. ¡Sí! Es cierto que algunas veces se sale con la suya, y por veces consigue atraer para si algunos miembros de la tribulación, porque los conoce muy bien y sabe por el tiempo que los tuvo bajo su mando cuáles son sus debilidades, y les lleva a cometer actos de insubordinación, de los cuales estos miembros después se avergüenzan y lamentan profundamente. Así les engaña de tiempo en tiempo. Sin embargo el viejo capitán no puede acceder a los escritos “planos de bordo”. Ahora están muy bien resguardados de él y a salvo, donde no alcanzan a tocarlos sus manos. No puede alterar el curso del barco; ni cambiar el puerto al que ahora se dirige. No puede leer el libro de instrucciones, y si lo abre no puede entenderlo (1ª Corint.2:14). En otro tiempo toda la tripulación del barco le servía de brazo ejecutor para sus órdenes, y habían llevado a cabo solamente su voluntad: pero ahora no hay más obligación de obedecer sus órdenes, ni de reconocer más su autoridad. Han sido de su tiranía librados; y de ahí para delante se hallan bajo las órdenes del nuevo Comandante. Tienen que “reconocer” que el viejo capitán ya ha sido juzgado y condenado, y que la sentencia solo aguarda para ser llevada a cabo cuando lleguen al puerto. En cuanto al poder que ejercía sobre ellos, se reconocen a sí mismos tan inútiles “como muertos” en todo lo que a él concierna o respecta, y con todo lo que intentando disuadirlos les ordene.
Este es el argumento de Romanos 6:17-19. “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados. Y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. Hablo como humano, por vuestra humana debilidad (de vuestra carne): que así (en otro tiempo) como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir (y operar) a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia (para operar santidad)”.
Nosotros por tanto no hemos solamente sido liberados de nuestros pecados, sino que también hemos sido hechos libres en esta línea, o tipo de doctrina, si hemos “aprendido a Cristo” (Efesios 4:20).
Pero la cuestión es esta, ¿hemos “aprendido así a Cristo”? y ¿hemos alcanzado a conocer la maravillosa liberación que hemos obtenido en y a través de él? Esta es la aplicación que el Apóstol hace de esta “línea de doctrina” dada en Romanos 6. Después de hablar de cómo “andan los demás gentiles”, que no conocen esta liberación, se dirige a estos santos de Éfeso y les dice (Efesios 4:20): “Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente (o nueva naturaleza), y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros” (Efesios 4:20-25).
Este pasaje habla de lo que habían hecho en consecuencia de haber recibido la nueva naturaleza. No les está diciendo lo que tenían que hacer. No les estaba diciendo que dejasen de lado al viejo hombre. Eso ya se había hecho. Les está recordando lo que habían “aprendido” de, o concerniente a Cristo, y de la bendita posición del creyente en relación al conflicto entre las dos naturalezas. Esta es la “verdad” que los miembros del cuerpo único tenían que compartir hablando los unos con los otros (vers.25). Tenemos que recordarnos los unos a los otros que el viejo hombre ha sido depuesto de sus dominios, y que hemos sido puestos bajo el dominio del nuevo hombre. Los modos y tiempos verbales en este pasaje deben ser cuidadosamente observados. Pues si no conocemos la doctrina de las dos naturalezas, vamos a ignorar el alcance completo o cuadro del pasaje. Y si no discernimos su alcance, no podremos comprender los modos y tiempos verbales. Todos se hallan en el pasado o pretérito infinitivo, y no el presente imperativo. No son mandamientos para que nosotros hagamos lo que ya ha sido hecho. A estos santos efesios no se les dijo aquí que “echasen fuera” o que “pusiesen” alguna cosa; sino que todo había ya sido hecho tanto para ellos como para nosotros por Dios, el único mandamiento es que “hablemos” que hablemos acerca de esta preciosa “verdad” con los demás miembros del cuerpo único. Y si hemos “aprendido así a Cristo” (es decir, al Cristo espiritual o místico) y “le hemos oído”, y “hemos sido por él enseñados”, eso es exactamente lo que haremos. No es eso lo que haremos si oímos a los hombres, y somos por ellos enseñados. El hombre nos enseñará y nos dirá como debemos pasar nuestras vidas intentando “poner de lado al viejo hombre”, y cómo debemos esforzarnos en “implantar el nuevo hombre”. Nos querrá poner debajo de esta vana labor y así traernos a una nueva clase esclavitud: mucho más maligna y peligrosa porque luce como si fuera una buena obra. Pero no deja de ser una esclavitud. No es la “verdad” que aprendimos en Cristo. No es “la línea de doctrina” sobre la cual hemos sido liberados. No hemos sido liberados de una esclavitud para llegar a estar debajo de otra; por muy plausible que pueda parecer.
Las doctrinas de los hombres o bien ignoran la doctrina de las dos naturalezas completamente, y se devotan a cumplir las reglas y reglamentos para controlar la vieja naturaleza (la única que él conoce): o entonces, cuando la doctrina se conoce, está viciada por no saber todo lo que “es enseñado por él” concerniente a nuestra presente liberación del dominio del viejo hombre ahora, a través del reconocimiento de fe (Romanos 6:11); y la futura y perfecta liberación de él en resurrección (Romanos 7:24, 1ª Corintios. 15:57); Por eso, las enseñanzas de los hombres pervierten la bendita doctrina prometiéndonos que, si nosotros seguimos sus métodos y fórmulas podremos tener control de la vieja naturaleza por nuestros propios actos de “sometimiento”: y así prepara el camino para ignorarlo por completo, y prescindir de la única liberación que Dios ha prometido por medio del rapto o resurrección “a través de nuestro Señor Jesucristo”; por sustituir la muerte como nuestra esperanza. Eso es por lo que “esta bendita esperanza” de la venida del Señor ha sido desde hace tiempo olvidada o perdida para la mayor parte de los creyentes. Eso es por lo que “la esperanza de la Resurrección” ha sido suprimida por la tradicional doctrina de muerte babilónica, y por lo que un “estado intermedio” ha sido tan universalmente sustituido por la Palabra de Dios.
Hay responsabilidades, bajo las cuales la doctrina concerniente a las dos naturalezas nos coloca, y hay preceptos prácticos conectados con ambas naturalezas: pero estos se hallan en perfecta armonía con las grandes lecciones que aprendemos en la escuela de la gracia, donde la propia gracia es al mismo tiempo nuestro Salvador y nuestro Maestro (Tito 2:11-13).
CAPITULO 6
NUESTRAS RESPONSABILIDADES RESPECTO A LA VIEJA NATURALEZA
Hemos visto que, aunque las dos naturalezas residen lado a lado en la misma personalidad, está claro que tenemos ciertas responsabilidades con respecto a cada una de ellas, lejos y aparte de preceptos, reglas, reglamentos y “mandamientos de hombres”.
1. Nuestra primera responsabilidad es ACEPTAR LA ESTIMACIÓN QUE DIOS LE DA.
La Palabra de Dios no nos revela la doctrina sin darnos, además, la necesaria instrucción. La Santa Escritura es “provechosa para ambas cosas” (2ª Timoteo 3:16), de esta forma, con la “instrucción” podemos saber cómo hacer uso de la “doctrina”, y cómo conocer nuestras responsabilidades, y llevarlas a cabo para nuestro provecho y nuestra paz. Si reconocemos esto como nuestra primera responsabilidad, entonces reconoceremos que nuestra vieja naturaleza “murió con Cristo” (Romanos 6:11). No hay duda alguna en cuanto a lo que significa. El versículo comienza diciendo: “Así también vosotros:” ¿Así cómo? Los versículos anteriores nos dicen:
“Porque el que ha muerto ha sido (y es) justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos (de nuevo) con él: sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere, la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió de una vez por todas, más en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6:8-11).
Observe bien, no dice que tenemos que sentirnos como muertos; o que tengamos que realizarlo; sino que lo “consideremos” como siendo así bajo el punto de vista de Dios, como si fuese un hecho consumado. Estos cuatro versículos (Romanos 6:8-11) se añaden como una explicación e ilustración de la declaración del hecho en el versículo previo (6:6). “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él (Cristo).” Tenemos el mismo hecho relatado en Romanos 7:6: “Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos”. Tenemos el mismo testimonio en Gálatas 2:20, donde el Apóstol resalta o enfatiza una importante, independiente y dogmática declaración utilizando la figura, epanadiplosis, que comienza y acaba la frase o declaración (en el griego) con la misma palabra “Cristo”; realzando así y señalando la declaración; distinguiéndola y llamando nuestra atención hacia ella, remarcándola. “(Con) Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas en mí vive Cristo”. Así es como el Apóstol “reconocía” que había muerto para la ley, porque si murió con Cristo entonces ha sido libertado de la ley. Su búsqueda, por lo tanto, después de eso, incluso para la justificación en o a través Cristo sería una negación práctica de ese gran hecho revelado que ya ha sido logrado. Aun así, es nuestro primer deber ser delimitado a tener en cuenta que estamos (en cuanto a la ley y todos sus derechos sobre nosotros) como muertos.
Esto no es una cuestión de sentimientos, sino de FE. Si nos guiamos por nuestros sentimientos nunca lo disfrutaremos. Nos corresponde "creer en Dios". "La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios" (Rom. 10:17). Dios ha declarado este gran hecho en su Palabra (o nunca lo hubiéramos conocido), escuchamos la Palabra, la fe la cree, y se regocija en lo que oye y cree en Dios, más allá de la cuestión de cualquier sentimiento. Así que nuestra primera responsabilidad en cuanto a la vieja naturaleza es aceptar la estimación de Dios de la misma, y considerarla (como Él lo hace) como que ha muerto con Cristo cuando Él fue crucificado.
2. Nuestra siguiente responsabilidad es que hemos de CONSIDERARLA COMO ESTANDO MUERTA TANTO PARA LO QUE ES BUENO, ASÍ COMO PARA LO QUÉ ES MALO.
Cuando decimos "bueno", nos referimos, por supuesto, bueno para Dios, bueno a los ojos de Dios, bueno para la eternidad, bueno en la estimativa de Dios, bueno en relación a lo que Él busca y puede aceptar. A sus ojos, en la vieja naturaleza (como ya hemos visto) "no hay nada bueno". Así que cuando decimos que no hemos de cultivar el bien en él, no nos referimos a lo que el hombre llamaría "bueno", sino a lo que Dios considera como "bueno". Hemos de considerar la vieja naturaleza muerta en todas sus cosas buenas, así como en toda su maldad y de acabar con todas las expectativas de producir cualquier cosa para Dios proveniente de ella, ya que hablamos de, o estamos tratando con alguien que está realmente muerto y enterrado. Cuando Dios dice que está muerto, Él espera que nosotros creemos que está muerto, porque así dice Él que se encuentra. Dios espera que la demos por sepultada. En el hombre natural pueden encontrarse características naturales religiosas y características amables, y bien puede además cultivarlas. Pero el hijo de Dios no tiene necesidad de hacerlo, y no está o fue hecho, para cultivarlas. Porque, caminando de acuerdo con la nueva naturaleza, y guiado por ella, ¿qué necesidad habría de cultivar la carne? Guiados por ella, tenemos a Cristo en el lugar de la "religión"; nosotros tenemos "la mente de Cristo". Esta nueva vida es infinitamente superior a cualquier cosa que alguna vez pudiera producir cualquier intento de cultivar la vieja naturaleza. Esto nos conduce a...
3. Una tercera responsabilidad, que es la de "no proveáis para la carne" (Rom. 13:14):
Pero siempre debemos recordar que "la carne para nada aprovecha" (Juan 6:63). Esto es lo que el hombre llama "la enseñanza de Jesús", nuestro adorable Señor y Maestro. Pero aunque el hombre la llame así, él no lo quiere recibirla ni la poseerá. En cualquier caso, escogerá y elegirá la "enseñanza" que a él más le guste. Sin embargo, esto es lo que nuestro Señor enseñó: "la carne (o vieja naturaleza) para nada aprovecha". Si creemos en el punto de vista de Dios, nunca vamos a tratar de hacer, o forzarnos a hacer algo para Dios, ni tan siquiera en la forma de adoración o servicio, nunca vamos a intentar hacer algo para satisfacer la demanda de Dios por justicia. Debemos recordar que toda justicia del hombre es como "trapos de inmundicia" (Isaías 64:6). La carne puede ser muy religiosa. De hecho, es justamente esto lo que distingue a la "religión" del cristianismo. La religión tiene que ver únicamente con la carne. Todos sus ordenanzas son sobre, o relacionados con la carne. Son todas las cosas que la carne puede realizar. En Isaías 1, tenemos una imagen de lo que la "religión" consiste. Cuando nuestro Señor apareció en la tierra, esta exposición de la religión estaba en su pleno apogeo. Nunca hubo un cumplimiento mayor o más puntilloso de todas sus ordenanzas y ceremonias. Sin embargo, esas cosas no pueden dar paso a una nueva naturaleza, o cambiar la vieja, lo demuestra el hecho de que fue la parte religiosa de la nación la que crucificase al Señor Jesús. Eso es en lo que una religión, incluso cuando fue administrada por Dios, culmina, cuando es pervertida y mal utilizada por la vieja naturaleza. Es a esto a lo que pasajes como estos se refieren: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”. (1 Samuel 15:22). “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”. (Santiago 1:27). Entonces, si se trata de una cuestión de religión, es decir, actos externos y observancias, pues, las obras de misericordia y bondad son más puras y mucho mejor que todos los actos externos religiosos de servicios y ceremonias; tales como inclinarse y arrodillarse, hacer travesías y rosarios, acercándose a Dios de labios, y observar de los días y guardando las fiestas.
Esta es la esencia del argumento en la Epístola a los Colosenses, que lo resume con esta pregunta: "Si habéis muerto con Cristo a los ordenanzas religiosas del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a ordenanzas, (‘tales como no tocar, o saborear, ni manejar’, si todas estas cosas se destruyen con el uso); siguiendo a los mandamientos y doctrinas de hombres?" (Colosenses 2:20-23). La carne puede entender y estar al servicio de estas ordenanzas, porque todas pertenecen a las "cosas terrenales", mientras que, "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Co1. 3:1-3). Así se nos enseña, como poseedores de la nueva naturaleza, a no proveer nada para la vieja naturaleza, a no nutrirla con el alimento que ardientemente desea, a no tratar de agradarla o complacerla, ni siquiera en lo que a la vista del hombre pueda parecer como "bueno".
La vieja naturaleza está llena de orgullo. Esto es por lo que esas reuniones y congregaciones están abarrotas donde la enseñanza es lo que se denomina "práctica", y a los oyentes se les dice que deben "hacer" esto o aquello (no es que necesariamente ellos piensen llevarla a cabo después que la oyen), pero aun así, esto es lo que gratifica a la vieja naturaleza del hombre religioso, y, a la vieja naturaleza en sí, incluso al hijo de Dios, le encanta escuchar "mandamiento tras mandamiento, precepto tras precepto". Pero, debemos permitir que Dios sea honrado y Cristo glorificado, Su Palabra magnificada y el hombre humillado, eso es lo que la vieja naturaleza nunca hará suyo. Estarán las iglesias y capillas desiertas donde ésta doctrina sea predicada, y donde la adoración sea realmente espiritual. Todo esto es odioso para la vieja naturaleza; y simplemente te dirá que le disgusta completamente. Pero, dónde haya provisión para él, donde haya un montón de música en el coro, y el "precepto tras precepto" en el púlpito, y ordenanzas mundanas en la sala de la parroquia, allí se encontrará él, con la multitud.
Hay más peligro para los hijos de Dios en las cosas que pertenecen a la “religión”, y en los deseos refinados de la mente carnal, de aquel que se haya en los bajos y vulgares “deseos de la carne”. El hijo de Dios no estará tan dispuesto, o tan fácilmente tomara tales provisiones para la carne. Su verdadera trampa se tiende cuando la provisión es hecha por otros que no estén abiertamente asociados con vicios e irreligiosidad, modas mundanas o inmoralidad.
4. El quinto versículo de Colosenses 3 añade otra responsabilidad: “HACED MORIR, PUES, LO TERRENAL EN VOSOTROS” (Mortificad, pues, vuestros miembros que están en la tierra. (Traducción en la Versión inglesa) (Colosenses 3:5).
Esto nos suena extraño al principio, después de que se nos dijera repetidamente que estamos “muertos con Cristo”. Suena también a “practica”. Sin embargo, para que una cosa sea práctica, debe ser practicable. Debe haber alguna cosa que podamos y estemos capacitados de hacer. La palabra “Haced morir” o “Mortificad” (en la versión en ingles) es nekroo, hacer morir; de ahí, tratar los miembros como muertos. El significado en la Escritura de la palabra, aquí, se debe obtener por su uso. Sus otras dos ocurrencias nos muestran, sin lugar a dudas, cuál es este uso:
En Romanos 4:19 está escrito sobre Abraham: “No se debilitó en la fe, al considerar su cuerpo que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara.”
Hebreos 11:12, “Por lo cual también, de uno, y ese ya casi muerto”. No es una cuestión de lo que la palabra signifique en el léxico; o cómo era empleada por los griegos: sino que es una cuestión de cómo la emplea el Espíritu Santo. Y vemos por estos dos pasajes aquí citados que la utiliza hablando de alguien que todavía está vivo; sin embargo, “estando casi muerto”, es decir, impotente por sí mismo de producir vida, y para cualquier propósito práctico. Además, la palabra se utiliza en Colosenses 3:5, no de la vieja naturaleza misma, sino de sus “miembros” (como los miembros de Abraham y Sara): y la exhortación es consecuente con la doctrina en los versículos anteriores. Comienza con “Por lo cual”, y el argumento es: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba…poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra; poned vuestra mente en Cristo y en el hecho bendito de que estáis “completos en él”, y cuando él aparezca en gloria vosotros también seréis manifestados en gloria. No seáis debilitados en la fe: ni consideréis vuestros miembros que están en la tierra; sino considerarlos como muertos, “habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestidos del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3:1-10).
Se debe al hecho de que hayamos muerto con Cristo, y por tanto, que hayamos puesto de lado al Viejo hombre, y a que nos hemos vestido del nuevo, que ahora podamos tener en cuenta y “considerar” los “miembros” de nuestro cuerpo “como muertos”, y reconocerlos como siendo impotentes, e incapaces para producir algo “vivo”, o “buenas obras”.
Todas las denominadas “buenas” obras hechas por la vieja naturaleza son “obras muertas”. Son producidas por nuestros miembros que están, en la apreciación de Dios, “como muertos”. Solamente son “buenas obras” aquellas que el propio Dios ha preparado de antemano para que andemos en ellas” (Efesios 2:10); y que son hechas en el poder espiritual de la nueva naturaleza.
¡Ojalá que la estimativa de Dios pueda ser la nuestra!: que, igual que Abraham, no seamos “débiles en la fe” en este importante asunto; sino fuertes, para creer a Dios; y así, ser libres para centrar nuestra atención en las cosas que provienen de lo alto, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios, y esperar por nuestra manifestación con él en gloria.
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