LAS DOS NATURALEZAS EN EL HIJO DE DIOS Por; E.W: Bullinger
Capítulos 1, 2 y 3
Trad; Juan Luis Molina
INTRODUCCION
“Lo que es nacido de la carne, carne es; Y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).
Hoy en día escuchamos mucho hablar acerca de lo que se denomina “la enseñanza de Jesús”; y se hace un intento de establecerla por encima y en contra de la enseñanza de Pablo, sin tener en cuenta el hecho de que tanto los Evangelios como las Epístolas, ambos son dados por Inspiración del mismo Espíritu Santo. El hombre habla así, no porque desee saber u obedecer la enseñanza de Señor Jesús, sino porque desearían rebajar la autoridad de la enseñanza de Dios a través de Pablo, y verse libres de lo que ellos llaman la Teología Paulina. Confrontados cara a cara con la enseñanza actual del Señor Jesús, estos intérpretes no tienen en sí nada de su enseñanza. Se vuelven atrás, y ya no andan más con él (Lucas 4:28, 29). En Juan 3:6, tenemos la enseñanza del Señor Jesús sobre una doctrina fundamental. Establece una verdad eterna. Pero es la única verdad que el hombre natural no poseerá jamás. Esta verdad declara que, por naturaleza, somos todos a una descendientes del caído, Adán; somos engendrados en su imagen (Génesis 5:3); y participes de su naturaleza caída. Nacidos de la carne, poseemos la naturaleza del progenitor, y somos carne. Esta carne, “la enseñanza de Jesús” declara que “la carne para nada aprovecha” (Juan 6:63); y en ella “no mora el bien” (Romanos 7:18). Pero, como ya hemos referido, esta es la enseñanza que el hombre nunca recibirá. Púlpitos, plataformas, y medios públicos informativos, a una voz proclaman lo contrario; y declaran que hay algunas cosas buenas en el hombre, y que todo lo que hay que hacer es descubrirlas y evidenciarlas.
Es contra esta mentira del diablo, el hacha de la verdad Divina se levanta, cuando el Señor Jesús declara que “lo que es nacido de la carne, carne es” que “la carne para nada aprovecha”; y que en ella “no mora el bien”. Si algo de bueno puede ser hallado en el hombre, debe antes haber sido puesto por Dios en su interior. Debe ser “renacido del Espíritu”; y cuando esa “cosa buena” es así nacida y hallada en un hombre, entonces se hace partícipe de la naturaleza del Progenitor. Es espíritu. Es Divino. Ahora bien, estas dos naturalezas son tan opuestas en su origen, natura, y carácter, que en cada una de sus diferencias posee diversos nombres en la Palabra; y cada nombre revela algunos rasgos nuevos y alguna verdad adicional. Veamos primeramente los nombres por los cuales el hombre, por naturaleza, es nombrado.
CAPÍTULO 1
LOS NOMBRES Y CARACTERÍSTICAS DE LA VIEJA NATURALEZA.
1. LA CARNE. Tal como se expone en Juan 3:6 “Lo que es nacido de la carne, carne es.” Proviene por nacimiento generado a través de un progenitor caído. Concerniente a esta Carne, se nos dice que: “no puede agradar a Dios”. (Romanos 8:8); que “para nada aprovecha” (Juan 6:63); y que en ella “no mora el bien” (Romanos 7:18).
Ahora bien, esta es una verdad vital y fundamental. La cuestión es: ¿La creemos? ¿Creemos a Dios o al hombre? Si creemos a Dios, veremos que la gran mayoría de lo que se conoce por el nombre de “adoración pública” no es otra cosa sino solo vanidad. La verdadera adoración debe ser enteramente la del espíritu, o la nueva naturaleza. Debemos llegar a decir con María: “Mi alma magnifica siempre al Señor, mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”.
Es solamente siendo salvos que somos capaces verdaderamente de adorar. Si la carne de si misma “para nada aprovecha”, entonces está muy claro que no podemos adorar a Dios con ninguno de nuestros sentidos (que pertenecen todos a la carne). No podemos adorar con nuestros ojos por observar los sacramentos. No podemos adorar con nuestro olfato por oler el incienso. No podemos adorar con nuestros oídos por escuchar música; no, ni podemos adorar con nuestras gargantas por cantar. Todo lo que proviene de la carne “para nada aprovecha”. Dios no tiene ningún respeto hacia ella, y en vano delante de Sus ojos serán todos sus esfuerzos. Los cristianos Protestantes concuerdan con nosotros respecto al observar los sacramentos, o el oler incienso; pero ¿qué sucede con los demás sentidos de la carne? ¿Qué sucede con los oídos y gargantas? En todas las iglesias aparecen “cancioneros”; y con “1000 canciones”, y “bandas de música”, “solos”, y “coros”, y “contrabajos”, y el nuevo “Evangelio Musical”, han pasado esas iglesias a vivir en una moda, donde la “carne” parece haber abrazado universalmente el nombre de adoración. Pero a pesar de todo, “para nada aprovecha”. Esta corriente sigue su curso lado a lado con otra, cuyo clamor es “Sed llenos con el Espíritu.” Pero la “Palabra de la verdad” se divide incorrectamente. Pues un punto final está puesto después de la palabra Espíritu; y así señala que, si somos llenos por el Espíritu, será evidenciado efectivamente: por ejemplo “hablando entre vosotros con Salmos, e himnos, y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones (no meramente de garganta para fuera ni dirigido a ninguna congragación). No se trata de un “oído musical”, sino que lo que se pretende, es un corazón para la música. De este título de la vieja naturaleza aprendemos que “la carne para nada aprovecha”. Esta solemne verdad, es fundamental para la cristiandad: mientras que lo contrario es fundamental para la religión. La religión tiene que ver con la carne: La cristiandad tiene que ver con Cristo y la nueva naturaleza (la cual es pneuma-Cristou o espíritu de Cristo). Pero tenemos más cosas que decir en esta materia y las diremos más adelante.
Esta vieja naturaleza se denomina también:
2. “EL HOMBRE NATURAL”. Y se nos dice que “el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios: porque para él son locura; y no las puede entender porque se han de discernir espiritualmente” (1ª Corintios 2:14).
En la estructura de esta porción de 1ª Corintios, versículo 14 mantiene una correspondencia con el versículo 8; que nos dice que “ninguno de los príncipes de este mundo conoció la sabiduría de Dios”, es decir, el gran Secreto – el Misterio – porque estaba “escondido” en Dios (Efesios 3:9), y ningún ojo lo vio, ni oído oyó. E incluso ahora que ya se ha “revelado” (1ª Corintios 2:10), el hombre natural no puede conocerlo, porque solo se puede discernir por el espíritu, o la nueva naturaleza en nosotros, creada e iluminada por el Espíritu Santo. Esto es conclusivo en cuanto al carácter, poder, inclinación y condición del “hombre natural”; que significa el hombre por naturaleza, en cuanto a ser nacido en el mundo. Después posteriormente, se le llama:
3. “EL VIEJO HOMBRE.” ¿Y qué nos dice sobre él? De él, se nos dice que esta “viciado conforme a los deseos engañosos” (Efesios 4:22). El viejo hombre está lleno de deseos o vicios. Estos deseos que tiene son engañosos y mentirosos. En todas las cosas son opuestos a Dios, contrarios a Su Espíritu, y Su Palabra, y a la nueva naturaleza, que es el espíritu, cuando se implanta dentro nuestro. En este respecto, se le denomina:
4. “EL HOMBRE EXTERIOR”. Es aquello que en él se ve, y que perece, su envejecimiento o desgaste (2ª Cor.4:16), y esto es “día a día”. Esto nos dice que entre tanto que estamos en la carne, debemos soportar esta “carga”: y que ninguna ordenanza conectada con aquello que perece, puede tener provecho alguno en aquel ámbito donde todo es, y debe ser espiritual; es decir, del Espíritu.
5. “EL CORAZÓN”, esto es, el corazón natural, que es “engañoso más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17:9), tan mentiroso que está constantemente engañando y traicionándonos: tan mentiroso que nadie sino solo Dios puede conocerlo. El Señor Jesús tiene varias “enseñanzas acerca del corazón” del hombre natural en Mateo 15:19. “Del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias.”
Bien pueden las Iglesias hablar acerca de “un cambio de corazón”; sin embargo, jamás se modifica. Se nos debe dar un “nuevo corazón”. Bien pueden hablar acerca del mejoramiento del corazón del hombre: sin embargo el viejo corazón no podrá nunca ser mejorado; y el corazón nuevo no precisa de mejoría alguna. Los espiritistas y teo sofistas bien pueden hablar acerca de “la parte divina del hombre”; y enseñar cómo esta “antigua idea Oriental, la cuna de todas las filosofías, se está introduciendo en las religiones del Occidente”. Este es un hecho real: pero es una mentira de Satán, que se levanta contra la verdad de Dios. Hasta el propio hombre se ve compungido a confesar y admitirlo algunas veces; y reconoce que todos sus esfuerzos en mejorar “el corazón” del hombre acaban fracasando y son en vano.
Otro de los nombres que se le da a la vieja naturaleza en la Palabra de Dios es:
6. “LA MENTE CARNAL.” Este aspecto de la vieja naturaleza es aun más serio que los demás. Los demás relatan más bien a los actos, y condiciones, y carácter; pero este aspecto relata o respecta a los pensamientos; a las actividades mentales, y razonamientos e imaginaciones del hombre natural (Romanos 8:7). La evidencia de que son opuestos a los pensamientos de Dios es manifiesta hace ya mucho tiempo. “Todo designio de su corazón era de continuo solo el mal” (Gén. 6:5). Y Dios ha declarado, hablando de esta misma mente de la carne, que “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son Mis caminos” (Isaías 4:8). “La mente carnal” significa, como se muestra en Romanos 8:7, “los designios carnales” (phronema sarkos), como se denomina en el Artículo noveno de la Iglesia de Inglaterra, el cual declara que “El pecado Original no se imputa solo a Adán (como los Pelagianos dicen vanamente); sino que es la falla y corrupción de la naturaleza de cada hombre engendrado naturalmente de la fuente de Adán; por lo cual el hombre está muy lejos de la justicia original, y es, de por sí, en su natura, inclinado para el mal, así que siempre lucha y se opone al espíritu; por eso cada persona nacida en este mundo es merecedora de la ira y maldición de Dios. Y esa infección de la naturaleza permanece activa, si, en aquellos que son regenerados; de donde se deduce que los deseos de la carne denominados en griego phronema sarkos que se manifiestan en toda su sabiduría, sensualidad, afección y deseos ardientes, no se sujetan a la Ley de Dios…” El Artículo noveno concuerda por tanto con la declaración categórica de la Palabra de Dios, la cual declara (Rom.8:7, 8) que esta “mente carnal” es “Enemiga de Dios.” No se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”. Y además, “no puede agradar a Dios”.
La “mente” es la fuente de los pensamientos: y los pensamientos son la fuente de los actos. “La mente carnal”, por tanto, es aquella parte de la carne que piensa – y sus pensamientos son siempre contrarios a Dios, como las resumidas palabras del Artículo (enunciado arriba), “la naturaleza de pecado”.
Esto nos lleva al último de los nombres dados a la vieja naturaleza en la Escritura.
7. “PECADO”. Debemos hacer la distinción entre “pecado”, y “pecados.” “Pecado” es la raíz, “pecados” son los frutos. En Romanos, desde 1:16 hasta el cap. 5:11, es considerado “pecados” como lo que sale o proviene de la vieja naturaleza, con lo que trata; y se nos muestra cómo se ponen de lado, y cómo Dios puede ser justo, y al mismo tiempo ser Justificador del pecador que es salvo en el principio de la fe en vez del principio de la ley. Desde Romanos 5:12 hasta 8:39, es “Pecado” con lo que trata: la vieja naturaleza. Porque, aunque el pecador sea justificado en Cristo, aún se halla bajo las acciones de la vieja naturaleza, y experimenta el conflicto entre esta y la nueva naturaleza. El objetivo de esta sección es enseñarnos que aunque todavía veamos los frutos, tenemos que aun así considerar el viejo árbol como estando muerto, y reconocer que morimos en Cristo. Ningún cambio ha tenido lugar, no ha cambiado nada. La raíz todavía permanece. Lo que cambia es nuestra posición delante de Dios. Ahora nos mantenemos en un plano diferente: “andamos por fe”; y por fe reconocemos que, aunque la carne está vigente en nosotros, nosotros no estamos ya “en la carne”; y, a pesar de los frutos que veamos de vez en cuando, nosotros creemos aun así a Dios cuando Él nos dice que el árbol, se halla a Sus ojos, condenado. Un nuevo injerto le ha sido puesto, que solamente puede producir “frutos para Dios”; mientras que todo lo que producía el viejo tronco (antes de ser injertado) no tiene provecho alguno, y está cortado por las manos del gran Jardinero. Nosotros somos Sus “administradores”. Él injertó en nosotros la nueva naturaleza; y nosotros le creemos a Él cuando nos cuenta todas las maravillas de la obra que Él ha producido.
CAPÍTULO 2
EL CARÁCTER Y FIN DE LA VIEJA NATURALEZA
Habiendo considerado los varios nombres dados a la vieja naturaleza en la Escritura, ahora vamos a ver lo que dice acerca de la naturaleza en sí misma, y su fin.
La primera cosa que aprendemos es: 1. No puede ser modificada. “Lo que es nacido (o engendrado) de la carne, carne es”, y permanece siendo carne. Ningún poder conocido puede alterarla o modificarla en espíritu. Los hombres hablan acerca de un cambio de naturaleza; pero son solamente habladurías. No alteran el hecho. Los hombres no se cansan en sus esfuerzos para mejorarse; pero no recogen sino amargos fracasos y malas sorpresas: son incluso un ejemplo, exhibiendo el hecho de que ni la educación ni la religión pueden alterar la vieja naturaleza, ni es capaz de infundirle u originar una nueva. La carne puede ser altamente cultivada. Existen los “deseos refinados de la mente”, así como también los bajos “deseos de la carne” (Efesios 2:3): Ambos son igualmente “vergonzosos” (Efesios 5:13) para Dios; e igualmente están bajo Su “ira” (Efesios 5:3). La carne puede llegar a ser muy religiosa. De hecho, las dos cosas se compaginan muy bien y van juntas: porque la religión consiste de ordenanzas, ritos, y ceremonias. Se fundamenta en comida y en bebida. Se estriba en votos, y plegarias y jerarquías. Todo eso es externo, y proviene de carne. Todo eso es lo que reside en los poderes de la carne. Puede que observe los días, y las fiestas y los ayunos (Colosenses 2:16, 20, 21; Romanos 14:5, 6), que se revele también en “Reglas diarias para practicar”; que se deleite en “ordenanzas”. Pero todo eso a lo único que ministra o sirve es a la carne; y, la carne religiosa “tiende” a esas cosas, tal como la irreligiosa “tiende” a los vicios. Este es el peligro de cualquiera de los denominados servicios religiosos en los cuales no hay nada más que ministraciones para la carne, o donde lo que proveen es hecho a través de la carne: Música encantadora, historias conmovedoras y chistes, promesas fervientes…todo eso pueden hacer los llamados “convertidos”: pero los fieles no pueden guardar lo prometido. Eso es por lo que hay un profundo empeño manifiesto acerca de cuantos de los tales “convertidos” podrán “permanecer” así. Pueden ellos permanecer así durante semanas, o meses, o años; pero nunca podrán permanecer eternamente.
Todas estas cosas externas “perecen con el uso” (Colosenses 2:22). Son nacidas de la carne. Solamente “lo que es nacido (o engendrado) del Espíritu es espíritu” (Juan 3:6). “Todo lo que Dios hace será perpetuo” (Eclesiastés 3:14); y: “Toda planta que mi Padre celestial no plantó, será desarraigada” (Mateo 15:13). Esas palabras las dirigió el Señor hablándoles a los que su religión era de la carne, y consistente en lavamientos de vasos y hacer largas oraciones; para aquellos que honraban a Dios con sus labios, y suponían que el hombre se contaminaba por “lo que entra en la boca” (15:11). Fueron dichas concernientes a los “Escribas y Fariseos, que estaban en Jerusalén”, el lugar de las observancias religiosas (15:1): y son dichas hoy en día para todos los que “enseñan como doctrinas los mandamientos de hombres” (15:9); que hacen a los hombres ser religiosos operando dentro de ellos en los sentimientos de la carne: y procurando hacerlos santos por ordenanzas tales como “No manejes, ni gustes, ni aun toques” (Colosenses 2:21): y que tienen más en cuenta “lo que entra por la boca” (Mateo 15:11), que “lo que sale de sus corazones”; engañándose así y pensando que lo que entra tendrá un super poder espiritual, con el cual podrán influenciar lo que sale del corazón. ¡Pero no! La naturaleza del viejo hombre no puede ser modificada. “No se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”. Esto asienta todo el asunto de una vez por todas, para los que se sujetan a la Palabra de Dios en Romanos 8:7.
Una vez que nos damos cuenta de este hecho, se hace imposible que oremos diciendo “Haz limpio nuestro corazón”; porque la cuestión que se levanta es esta, ¿Cuál corazón? ¿El viejo, o el nuevo? Si es el viejo, no puede ser limpio. Si es el nuevo, no precisa de limpieza alguna. Bien pudo David decir “Crea en mí un corazón limpio, Oh Dios”: pero eso es algo muy distinto. Un nuevo corazón creado es lo contrario de hacer limpio el viejo corazón. Este simple hecho y la verdad de la Palabra de Dios es un hacha puesta a la raíz de todas las modernas enseñanzas del “limpio corazón” de aquellos quienes, pensando ser justificados por la gracia, están procurando santificarse por las obras. Todos estos vienen a ponerse bajo la reprensión de Gálatas 3:3, “¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el espíritu (o la nueva naturaleza), ahora vais a acabar (o perfeccionaros a vosotros mismos) por la carne?” Es la gran doctrina de las dos naturalezas en el hijo de Dios la que corrige todas estas enseñanzas de hoy en día, que llevan a muchos a los conflictos del alma. En vez de ver, en el conflicto que se lamentan, el suelo firme del todo asegurado, lo que procuran es tener las riendas de todo por vía de intentar cumplir aquello que es absolutamente imposible, por limpiar y mejorar la vieja naturaleza. Sobre todas estas enseñanzas, y todos estos esfuerzos, repican las campanas de la solemne sentencia: “NI TAMPOCO PUEDEN.”
La segunda cosa que aprendemos es que la vieja naturaleza tiene solamente un fin:
2. ¡Su fin es la muerte! La carne, y todo lo que le pertenezca, es religión e idolatría. Su virtud y su vicio, todo acaba en muerte. Todo es temporal, y no por eternidad. “Todo muere en Adán” (1ª Corintios 15:22). “La mente de la carne es muerte” (Romanos 8:6). Estando en conexión con el cuerpo, se le denomina “este cuerpo de (o reservado para) muerte” (Romanos 7:24). Nada sino la muerte puede ser el fin de todo lo que sea de la carne. Es nacido de la carne. El “primer Adán” fue hecho del polvo de la tierra, y al polvo “retornarán” todos sus descendientes (Génesis 3:19).
El tercer hecho se desprende del segundo es que:
3. “Aquel que siembra para su carne, de la carne segará corrupción” (Gálatas 6:8). Todo esfuerzo por mejorar la carne, toda las provisiones que se quieran hacer para la carne, todas las ordenanzas ligadas con la carne, todo eso acabará en corrupción y muerte: Todas esas cosas “perecen con el uso” (Colosenses 2:22).Pero nuestro objetivo tiene un lado más feliz y bendito. Existe algo llamado la nueva naturaleza, como veremos en nuestro próximo capítulo.
CAPÍTULO 3
LOS NOMBRES Y LAS CARACTERÍSTICAS DE LA NUEVA NATURALEZA
Es un gran y bendito hecho que en los hijos de Dios haya algo Divino al mismo tiempo que humano; algo engendrado por Dios así como por el hombre. Tenemos “espíritu” como también “carne”. “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). Esta nueva naturaleza posee, igual que la vieja, variados nombres.
Los nombres de ambas naturaleza, se mantienen en contraste y oposición los unos a los otros.
1. Se le denomina “ESPÍRITU”. Este espíritu se mantiene en contraste, y oposición a, la “carne”, el título de la vieja naturaleza, y se le denomina así porque es nacido o engendrado del Espíritu Santo (3:6). Como “carne” que somos, participamos de la naturaleza de Adán, siendo descendientes de él: de igual manera somos también participantes de la naturaleza del Espíritu Santo en el espíritu, al haber sido nacidos de ek tou pneumatos.
2. Por eso esta nueva naturaleza, siendo Divina en su origen, se le denomina theia phusis, NATURALEZA DIVINA (2ª Pedro 1:4). Eso es por lo que se dice de ella ser “perfecta”, e incapaz de cometer pecado 1ª Juan 3:9, “Todo aquel que es engendrado de Dios, no produce o comete pecado (en sus frutos), porque su simiente (la nueva naturaleza) permanece en él: y él (el nuevo hombre) no puede pecar, porque es nacido de Dios”. 1ª Juan 5:18, 19. “Nosotros sabemos que todo aquel que es nacido de Dios no comete pecado; porque ese (es decir, el nuevo hombre) ha sido generado por Dios, por Él es guardado, y el mal no puede tocarlo. Nosotros sabemos (como un hecho adquirido) que somos de Dios; y, que todo el mundo permanece en (el poder del) maligno”. La nueva naturaleza se personifica y declara en el género masculino. No se puede referir al creyente en su totalidad, porque, si decimos que “no tenemos pecado, hacemos de Dios un mentiroso, y Su Palabra no mora en nosotros” (1ª Juan 1:10): y nuestros pecados se tratan en 1ª Juan 2:1, 2. Sin embargo la nueva naturaleza es nacida de Dios y no comete pecado, y no permanece en (el poder del) maligno. La nueva naturaleza, por tanto, siendo “espíritu”, y habiendo sido engendrada o producida en el creyente por el poder del Espíritu Santo, es Divina. Por eso se le denomina:
3. EL NUEVO HOMBRE (Efesios 4:24; Colosenses 3:10). Este se halla en contraste con “el viejo hombre”, el cual, como ya hemos visto, es uno de los títulos de la vieja naturaleza. Este ahora, siendo totalmente nuevo, se le denomina “una nueva creación” (2ª Corintios 5:17; Gálatas 6:15). Y se dice ser “de acuerdo a la imagen de Aquel que lo creó” (Colosenses 3:10). Nada excepto esto sirve o aprovecha ante el punto de vista Dios. Independientemente de lo que puedan los hombres “hacer para pulir la carne”, “para nada provecha” (Juan 6:63); “porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino una nueva creación” (Gálatas 6:15; Colosenses 3:10, 11). En esta conexión la nueva naturaleza se denomina:
4. “EL HOMBRE INTERIOR” (Romanos 7:22; 2ª Corintios 4:16, Efesios 3:16). Este título está en contraste con “el hombre exterior” que envejece y se desgasta día tras día, mientras que el “hombre interior” se renueva de día en día”. En vez de envejecer y desgastarse, está constantemente a ser nutrido y renovado día tras día con la gracia y el fortalecimiento suplido por el Espíritu Santo; así es el Cristo que mora en nuestros corazones por la fe sola (Efesios 3:16); y tenemos que llegar a conocer algunas cosas de Su amor que sobrepasa al conocimiento, porque son cosas que están repletas con toda la plenitud de Dios (5:19). Esto es lo que explica y expone Efesios 1:23; y muestra cómo la iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, es “la plenitud de Aquel que todo (en todos los miembros de Su Cuerpo), lo llena en todo (toda necesidad espiritual de gracia y fortaleza)”. El hombre interior se deleita en la ley de Dios (Romanos 7:22). El otro “no se sujeta a la ley de Dios (ni puede)” Romanos 8:7. Por tanto, el conflicto, debe permanecer hasta que la muerte acabe con la contienda. Esta fue la causa de que el Apóstol Pablo (y todos los que tienen una fe igualmente preciosa) clamase lamentándose “Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” Aquí el “cuerpo de muerte” es “el cuerpo reservado para la muerte” (Romanos 5:12; Hebreos 9:27): y el clamor es este, ¿Quién me librará de él?” y la triunfante respuesta esta, “Gracias le doy a Dios (que me libró) a través de Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 7:24). Este próximo versículo nos ofrece otro de los títulos:
5: LA MENTE (Romanos 7:23, 25).La palabra que se usa aquí para “la mente” es nous (11) y denota la nueva naturaleza, al igual que en el cap. 7:23, 25. Se utiliza en contraste con la “carne” (siendo como es “espíritu”), porque denota lo que se halla en el interior e invisible. Esta “mente” sirve a la ley de Dios (cap.7:25) y en ella se deleita día y noche (5:22). Es por eso que “la ley de la mente” se inclina para “la ley de Dios” en el vers. 23.
6. Otro de los títulos es pneuma-Christou, espíritu de Cristo, o Cristo-espíritu (Romanos 8:9). En el griego no tiene el artículo. Este no es otro de los nombres para el Espíritu Santo. Ni tampoco es un espíritu separado, distinto del Espíritu Santo, porque el “espíritu de Cristo”, como hombre, fue psicológico; y fue, como tal, encomendado al Padre en la hora de su muerte (Lucas 23:46). No existe otro espíritu de Cristo. (12) Sino que este pneuma Christou es la nueva criatura que nos hace ser “hijos de Dios” al igual que él es “el Hijo de Dios”. En Gálatas tenemos más instrucciones concernientes a la enseñanza de Romanos; y en Gálatas 4:6 tenemos la explicación de Romanos 8:15 “porque vosotros sois hijos, Dios ha puesto el pneuma de Su Hijo en vuestros corazones, cuyo clamor es Abba, es decir, Padre mío.” Así pues, pneuma Christou se emplea como otro de los nombres para el “espíritu de filiación” que tenemos en Romanos 8:15: no “el espíritu de adopción” como dicen muchas versiones, sino un “espíritu de filiación”, pneuma othesias. Así, pues, la nueva creación en nosotros se denomina pneuma Christou, debido a que “el Espíritu Santo Mismo le da testimonio a nuestro espíritu (o nueva naturaleza) de que somos hijos de Dios; y, si hijos, entonces también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:16, 17). Por eso podemos verdaderamente decir: “Si alguno no tiene el pneuma Christou (o la nueva naturaleza) no es de Él” (Romanos 8:9). Porque Cristo es el hijo de Dios, y todos los hijos de Dios poseen el mismo don precioso del “espíritu de filiación”. Eso es por lo que se denomina pneuma Christou, o Cristo-espíritu. Al ser hijos de Dios, con Cristo, también somos “herederos; no solamente herederos de Dios, sino coherederos con Cristo; si es que soportamos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17). Esta es la verdad preciosa que contiene este nombre dado a la nueva naturaleza. Se denomina pneuma-Cristou, porque es el signo y distintivo de que es el espíritu de Cristo, y por tanto un espíritu de filiación; porque “A los que conoció también los predestinó (para ser) conforme a la imagen de Su Hijo, para que él pueda ser el Primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). ¡Oh Dios mío! Qué bendita porción es la nuestra como “hijos de Dios” que somos. ¿Nos hemos dado cuenta de que pneuma-Christou (o la nueva naturaleza) marca o señala nuestro derecho a este título tan alto, que no somos meros siervos sino hijos; No simplemente pueblo de Dios, sino los “hijos de Dios”? ¡Sí! Copartícipes de Su filiación (Juan 1:12; 1ª Juan 3:1-3). De su perfecta justicia (Filipenses 3:9). De su santificación (1ª Corintios 1:30). De su paz (Filipenses 4:7). De su propósito secreto del Padre (Efesios 1:9). Del amor de Su Padre (1ª Juan 3:1). De su glorioso cuerpo resucitado (Filipenses 3:21). De su gloriosa venida (Romanos 8:17; Colosenses 3:4; 1ª Juan 3:2). De él mismo (1ª Tesalonicenses 4:17).
“Así que amado, muy amado de Dios,
Más queridos no podemos ya ser;
Pues en la persona de Su Hijo
Somos tan queridos como él es.”
Y todo esto gracias a que Dios ha creado dentro de nosotros una nueva naturaleza, a la cual Él denomina pneuma-Christou. Pero, al mismo tiempo, aquí en la tierra, es nuestro privilegio compartir su repudio, “El mundo no nos conoce porque tampoco lo conoció a él” (1ª Juan 3:1). No desesperemos o nos desanimemos con esto. Sino más bien regocijémonos de que seamos contados por dignos de tan alta y digna posición. Es precisamente en conexión con este mismo hecho (ser repudiados) que viene el reconocimiento de la fe y esperanza y amor. “Pues tengo por cierto (reconozco) que las aflicciones del tiempo presente - no son comparables - con la gloria venidera que – ha - de - manifestarse en nosotros”. (Romanos 8:18). Este orden de las palabras griegas nos muestra dónde debe ser puesto el énfasis, aunque las versiones comunes las traduzcan más suavemente. El hecho de que seamos repudiados por un mundo religioso, y por una iglesia mundana, debe ser nuestra insignia bendita de que somos hijos de Dios, y por tanto participantes del espíritu de Cristo, o la nueva naturaleza, la cual es don de Dios.
Es en este mismo versículo (Romanos 8:9), y en conexión con este nombre para la nueva naturaleza, que se le da otro nombre. Se le denomina:
(7) Pneuma-theou, o espíritu Divino (Romanos 8:9,14). En griego es literalmente “espíritu de Dios”. No “el Espíritu” (porque no lleva artículo), sino “espíritu de Dios”; o, como lo hemos traducido, Divino espíritu. Las dos ocurrencias de esta expresión en este capítulo nos dicen todo lo que podemos saber acerca de este aspecto de la nueva naturaleza. Se denomina así porque, la idea que se asocia de ella es que, es proveniencia de Dios. Dios es el Creador y Donador de la nueva naturaleza.
Es “nueva” en contraste con la “vieja”. Es “espíritu” porque se encuentra en oposición a la “carne”. Es “mente” en contraste con el “cuerpo”. Es pneuma-Christou o espíritu de filiación, en oposición al espíritu de esclavitud. Y es pneuma-Theou o espíritu Divino, debido a su proveniencia de lo alto, de Dios; y es generada “no de sangre ni de voluntad de carne alguna, ni de voluntad de hombre alguno, sino de Dios” (Juan 1:13).
Aquellos, que son engendrados así, son, y tienen el derecho a ser llamados “hijos de Dios”. Los dos versículos en Romanos 8, en los que se emplea este título de la nueva naturaleza, nos dicen todo lo que podemos saber acerca de este aspecto suyo: Versículo 9, “Vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, si de hecho el pneuma-Theou habita en vosotros.” (Tal y como en Juan 1:12, 13). Este completa los títulos de la nueva naturaleza; y de ellos aprendemos las preciosas enseñanzas reveladas que contienen. Cada uno de los títulos de la nueva naturaleza tiene su particular aspecto, y refleja alguna particular enseñanza asociada consigo. Así como primeramente dimos los títulos y características del viejo hombre, y con ellos su carácter y fin; así ahora hemos dado los títulos y características de la nueva naturaleza, y reservamos nuestros comentarios sobre su carácter y final para nuestro próximo capítulo.
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